El Tamborcillo Sardo
Edmundo de Amicis
Cuento
En la primera jornada de la batalla de Custoza, el 24 de junio de
1848, sesenta soldados de un regimiento de infantería de nuestro
ejército, enviados a una altura para ocupar cierta casa solitaria, se
vieron de repente asaltados por dos compañías de soldados austríacos
que, atacándoles por varios lados, apenas les dieron tiempo de
refugiarse en la morada y reforzar precipitadamente la puerta, después
de haber dejado algunos muertos y heridos en el campo. Asegurada la
puerta, los nuestros acudieron a las ventanas del piso bajo y del primer
piso y empezaron a hacer certero fuego sobres los sitiadores, los
cuales, acercándose poco a poco, colocados en forma de semicírculo,
respondían vigorosamente. Mandaban los sesenta soldados italianos dos
oficiales subalternos y un capitán viejo, alto, seco, severo, con el
pelo y el bigote blancos; estaba con ellos un tamborcillo sardo,
muchacho de poco más de catorce años, que representaba escasamente doce,
de cara morena aceitunada, con ojos negros y hundidos, que echaba
chispas. El capitán, desde una habitación del piso primero, dirigía la
defensa, dando órdenes que parecían pistoletazos, sin que se viera en su
cara de hierro ningún signo de conmoción. El tamborcillo, un poco
pálido, pero firme sobre sus piernas, subido sobre una mesa, alargaba el
cuello, agarrándose a las paredes para mirar fuera de las ventanas, y
veía a través del humo, por los campos, las blancas divisas de los
austríacos que iban avanzando lentamente. La casa estaba situada en lo
alto de escabrosísima pendiente, y no tenía en la parte de la cuesta más
que una ventanilla alta, correspondiente a un cuarto del último piso;
por eso, los austríacos no amenazaban la casa por aquella parte, y en la
cuesta no había nadie: el fuego se hacía contra la fachada y los dos
flancos.
Dominio público
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Publicado el 10 de junio de 2016 por Edu Robsy.