La Isla de los Monipodios
Eduardo Robsy
Cuento, fábula
Para A., por prestarme unos zapatos que he tardado diez años en calzarme.
Hace mucho, mucho tiempo, aunque tampoco tanto, en una pequeña
isla de nombre desconocido en medio de un inmenso mar, vivía un pueblo
honesto, sencillo y trabajador. Estar en el margen de la geografía les
había dejado, también, al margen de la historia, más allá de algunos
acontecimientos remotos que habían salpicado, siglos atrás, sus costas.
De espaldas al mundo y a sus problemas, la isla era cuna de unas gentes
humildes que cultivaban la tierra, criaban ganado, pescaban y se
dedicaban a oficios tradicionales, como hicieron sus padres y, antes que
ellos, sus abuelos, desde el principio mismo de los tiempos.
Las hojas de los calendarios se sucedían, al igual que las hojas de los árboles en el otoño, como lo hacían también las generaciones, sin grandes cambios, sin más algarabías que las de sus fiestas tradicionales, sin otras preocupaciones que las que traía el tiempo, las cosechas o la mala mar, que a veces les dejaba totalmente aislados del continente, sin más efecto que retrasar la escasa correspondencia con el exterior. Los isleños, a su manera, con sus costumbres, eran felices. O eran, al menos, tan felices como lo podía ser cualquier otra persona que viviera una vida así de sencilla y tranquila. Sin grandes ambiciones, tampoco hay espacio para grandes envidias.
Sin embargo, en un día inopinado de verano, una pareja de hermosos monipodios llegó volando hasta una de sus extensas playas. Son los monipodios unas aves de bello plumaje propias de climas más septentrionales. Sin ser migratorias per se, su compleja etología incluye largas incursiones a cientos e incluso miles de kilómetros de sus regiones de origen, sin otro motivo aparente que ver nuevas tierras o pasar algún tiempo lejos de las suyas, disfrutando de un clima más cálido.
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Publicado el 10 de julio de 2024 por Edu Robsy.