Textos mejor valorados de Eduardo Robsy

7 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Eduardo Robsy


Decálogo para Empezar a Escribir Hoy

Eduardo Robsy


Decálogo, Manual, Escritura


Prólogo

Si quieres dedicarte a escribir, empieza a hacerlo hoy mismo. No hay otra forma de conseguirlo, y hoy es un día tan bueno como otro cualquiera para empezar. De hecho, es muchísimo mejor que empieces hoy a que lo dejes para mañana.

No me siento capacitado para explicarle a nadie cómo se debe escribir bien, ya que no me considero un escritor, y mucho menos un buen escritor, pero el caso es que sí escribo o, al menos, lo intento. Por eso quiero compartir y explicar las reglas que estoy siguiendo para que sentarme a escribir sea ya un hábito y no una excepción, con la esperanza de que a alguien más le puedan ayudar.

Este sencillo decálogo no pretende hablar del estilo, ni del lenguaje o la estructura. No os voy a explicar qué escribir ni cómo escribirlo, sino que simplemente explicaré las pequeñas normas que me he impuesto para sentarme y escribir a diario. El contenido es cosa vuestra: me limitaré a compartir los consejos prácticos que utilizo diariamente y que me están ayudando a perseverar. Hace poco tiempo que he tomado esta decisión y estoy satisfecho con los resultados que he conseguido hasta ahora.

Las técnicas y consejos propuestos son bastante evidentes y no son en absoluto originales. Todo lo que he hecho ha sido recopilar reglas prácticas expuestas por distintos escritores, probarlas de una forma más o menos sistemática, adaptándolas a mis propias necesidades, y quedarme con aquellas que dan mejores resultados. Que funcionen conmigo no quiere decir que vayan a funcionar igual de bien con todo el mundo, pero espero que algunos de los consejos sí puedan ser interesantes y fructíferos para otros escritores.


Leer / Descargar texto

Creative Commons
32 págs. / 57 minutos / 666 visitas.

Publicado el 22 de mayo de 2018 por Edu Robsy.

La Caída del Muro

Eduardo Robsy


Cuento


De repente se hizo de noche en aquella parte del mundo. Ni siquiera se veía el titilar de las estrellas. Y, lo que era peor, tampoco se podía hablar de la luz: había que pensar que las tinieblas eran lo único que existía. Para que nadie, aprovechando la noche, viniera a robar algo o a confundir, o a recordar como era la luz, hicieron levantar un muro sólido que les rodeaba. Nadie podría entrar, pero tampoco salir. ¿Para qué? ¿No estaba todo oscuro? ¿Qué otra cosa, más que negrura, se podría ver yéndose lejos?

Pasó el tiempo, inexorable, imposible de parar, y las tinieblas continuaban, con su monótona penumbra... ¿Cómo soportar una noche tan larga? ¿Cómo olvidar los colores y las formas del mundo azul que habían conocido?

Un día alguien, por fin, se atrevió a hablar de lo que sucedía:

— Esto —dijo— es oscuridad, pero nosotros tenemos ojos para ver.

Estas palabras hicieron reflexionar a los habitantes de la oscuridad. Con el tiempo, ese pensamiento fue ahondando en ellos hasta tornarse deseo, y un día, varios, a escondidas, hirieron de muerte las tinieblas: arrancaron una piedra del muro. Al otro lado hacía tiempo que se había hecho de día, y por el hueco entró un claro y dorado rayo de sol. La luz era una gloria que venía a revelar las formas, las caras, el color... ¡la verdad de las cosas!

Algunos no querían que entrara la luz. Insistían en las ventajas de la oscuridad, que era cómoda, que era conocida, y tapiaron el agujero. Pero los hombres volvieron a horadar el muro: primero una piedra, luego otra, hasta que todo el muro cayó y la luz penetró totalmente, venciendo a las tinieblas, irrandiando libertad.

No hubo forma de que las cosas volvieran a ser como antes: los hombres volvían a ver y, bajo su mirada nueva, las cadenas se rompieron por siempre.

Presentado al concurso escolar de relatos de Coca-Cola en 1.990.


Leer / Descargar texto


1 pág. / 1 minuto / 254 visitas.

Publicado el 24 de julio de 2016 por Edu Robsy.

Tabaco y Flores

Eduardo Robsy


Cuento


Ayer por la noche fui a la vieja casa familiar a recoger algunos libros que tenía que consultar. Llevaba un par de semanas sin pasar por allí por culpa de mi trabajo. Siempre estoy demasiado ocupado.

Al entrar en el salón me encontré otra vez a mi padre sentado en su butaca favorita, ojeando un periódico mientras fumaba un cigarrillo mentolado. Reconozco que siempre me ha gustado ese olor: me recuerda a mi infancia. Se alegró de verme, pero siempre me ha costado interpretar las emociones de mi padre y, últimamente, mucho más. No me sentía cómodo.

—Hola, papá. ¿Cómo estás?

—Bien, hijo —dijo mi padre cerrando el periódico—. Me alegra verte de nuevo. Llevabas un tiempo sin pasar por aquí y estaba preocupado.

—Ya sabes que el trabajo me trae de cabeza. Tengo un nuevo proyecto en marcha y me absorbe muchas horas.

—Bueno, lo importante es que tú estés bien.

—Papá...

—¿Qué pasa?

—Sabes que no tendrías que hacer esto, ¿verdad?

—¿Te refieres a fumar? Sabes que fumo poco y que ya no me hace ningún daño —dijo esbozando una media sonrisa.

—Lo sé, pero no me refería a eso...

—¿Entonces?

—A lo otro, papá. A lo otro. No puedes seguir haciendo esto.

—No sé a qué te refieres, hijo. Todo está bien.

—No, papá, no lo está. Y sabes perfectamente a qué me refiero.

—No hagas ahora una montaña de un grano de arena. Tampoco es para tanto...

—Sabes que no lo llevo bien, es todo. Me tengo que ir ya, que llevo prisa —añadí.

—Siempre con prisas, siempre tan acelerado —respondió, con el gesto más triste—. Me ha alegrado verte igualmente, hijo.

—A mí también, papá, aunque no me acostumbro a esto.

—Ya sabes que es transitorio, no le des más vueltas de las necesarias.

—Por cierto, ¿te gustaron las flores? —pregunté.

—Sí, todo un detalle hijo. Te lo agradezco.


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
2 págs. / 3 minutos / 272 visitas.

Publicado el 19 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Tu Nombre

Eduardo Robsy


Poesía


Ayer te vi venir, bajando la calle,
andando orgullosa, pies descalzos,
sonrisa triste y paso firme,
desnudo tu cuerpo, única verdad,
perseguida por una jauría de lobos,
los golpes y heridas recientes
sobre tu piel tan blanca, tan amada.

Me dijeron: no la mires, no es tuya,
y miré hacia otra parte, no quise ver.
No quise ver cómo te rodearon.
No miré cuando taparon tu cuerpo
con sucios trapos, para protegerte
decían ellos, de ti misma.
Ni cuando a golpes te dejaron tendida,
apenas sombra de ti misma, en el suelo,
y los más crueles de ellos, riendo,
te sujetaron con bozal y correa.

Los más atrevidos, cuerpos henchidos,
te humillaban, te mancillaban,
gritaban muy alto tu nombre,
diciéndose tus dueños, pero sin mirarte,
apartándose entre ellos a empellones,
reclamando tus despojos como botín.

Mis mayores recuerdan todavía un mundo
en el que tú no eras más que un sueño,
y cada día, para ellos, una pesadilla
de la que tardaron medio siglo en despertar.
Vertiendo su sangre conjuraron tu nombre,
y de su sacrificio naciste tú, pura luz.

Nosotros, hijos descastados, te repudiamos.
Tu desnudez desluce nuestros ricos ropajes,
culpamos a tu piel blanca de nuestras negras ideas
y cada palabra que proteges y nos ofende,
se convierte en un espinoso látigo
con el que golpearte hasta que callas.

Me cuentan que en otros barrios,
en otras calles no tan lejanas,
nunca han sabido de ti, o peor aún,
conociéndote, han fingido olvidarte.
A quien, en tu ausencia, menciona tu nombre,
le insultan, le golpean y le silencian.
Y quién así reprime, dice hacerlo en tu nombre.


Leer / Descargar texto

Creative Commons
1 pág. / 2 minutos / 256 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Evangelio Apócrifo

Eduardo Robsy


Cuento, Microrrelato


Un atardecer cualquiera, absorto, Vicente Ferrer contemplaba de pie el horizonte, tratando de ver todavía más allá, cuando un niño pequeño, sucio de barro, sin decir palabra, le cogió de la mano. El hombre bajó la mirada, reparó en los ojos oscuros del muchacho, desde donde las lágrimas en silencio abrían sendas sobre la piel manchada, y supo entonces que su destino empezaba allí, que lo que él buscaba más allá acababa de encontrarle en aquel preciso instante. Tomó al niño en sus brazos y echó a andar. Sabemos lo que Vicente se llevó consigo. Lo que no podremos imaginar nunca es todo lo que abandonó allí en ese momento.


Leer / Descargar texto


1 pág. / 1 minuto / 286 visitas.

Publicado el 8 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Tac-tac-tac

Eduardo Robsy


Cuento, Microrrelato


(Tac-tac-tac)
—Algo no va bien —dijo el médico, mientras me auscultaba.
(Tac-tac-tac)
—Su corazón tiene un sonido anormal —añadió, con gesto ceñudo.
—¿Es grave? —pregunté, asustado.
—Es extraño —insistió el doctor.— Para que me entienda: un corazón normalmente hace "pom-pom" y el suyo hace "tac-tac-tac". Jamás escuché algo parecido.
Recordé, de repente, quién era y dónde estaba.
—Doctor: ¿puede auscultarse a sí mismo?
—Sí, pero mi corazón suena normalmente, hace "pom-pom".
—Inténtelo, por favor.
(Tac-tac-tac)
—No puede ser... —murmuró el doctor.
—Todo está bien, no se apure —le dije, mientras me abrochaba la camisa y salía por la puerta de la consulta.
El doctor, un tipo meramente accidental, no podía saberlo, pero yo, como protagonista, empecé a sospecharlo hace bastantes páginas: no somos más que personajes y nuestro corazón suena al ritmo de la máquina de escribir del autor. Tac-tac-tac.
Con paso tranquilo, salí del hospital para dirigirme al siguiente capítulo.


Leer / Descargar texto

Licencia limitada
1 pág. / 1 minuto / 178 visitas.

Publicado el 1 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Isla de los Monipodios

Eduardo Robsy


Cuento, fábula


Para A., por prestarme unos zapatos que he tardado diez años en calzarme.


Hace mucho, mucho tiempo, aunque tampoco tanto, en una pequeña isla de nombre desconocido en medio de un inmenso mar, vivía un pueblo honesto, sencillo y trabajador. Estar en el margen de la geografía les había dejado, también, al margen de la historia, más allá de algunos acontecimientos remotos que habían salpicado, siglos atrás, sus costas. De espaldas al mundo y a sus problemas, la isla era cuna de unas gentes humildes que cultivaban la tierra, criaban ganado, pescaban y se dedicaban a oficios tradicionales, como hicieron sus padres y, antes que ellos, sus abuelos, desde el principio mismo de los tiempos.

Las hojas de los calendarios se sucedían, al igual que las hojas de los árboles en el otoño, como lo hacían también las generaciones, sin grandes cambios, sin más algarabías que las de sus fiestas tradicionales, sin otras preocupaciones que las que traía el tiempo, las cosechas o la mala mar, que a veces les dejaba totalmente aislados del continente, sin más efecto que retrasar la escasa correspondencia con el exterior. Los isleños, a su manera, con sus costumbres, eran felices. O eran, al menos, tan felices como lo podía ser cualquier otra persona que viviera una vida así de sencilla y tranquila. Sin grandes ambiciones, tampoco hay espacio para grandes envidias.

Sin embargo, en un día inopinado de verano, una pareja de hermosos monipodios llegó volando hasta una de sus extensas playas. Son los monipodios unas aves de bello plumaje propias de climas más septentrionales. Sin ser migratorias per se, su compleja etología incluye largas incursiones a cientos e incluso miles de kilómetros de sus regiones de origen, sin otro motivo aparente que ver nuevas tierras o pasar algún tiempo lejos de las suyas, disfrutando de un clima más cálido.


Leer / Descargar texto

Creative Commons
3 págs. / 6 minutos / 11 visitas.

Publicado el 10 de julio de 2024 por Edu Robsy.