Textos más recientes de Émile Zola etiquetados como Novela no disponibles | pág. 2

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autor: Émile Zola etiqueta: Novela textos no disponibles


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El Paraíso de las Mujeres

Émile Zola


Novela


I

Denise fue andando desde la estación de Saint-Lazare, adonde había llegado con sus dos hermanos en el tren de Cherburgo, tras viajar toda la noche en el duro asiento corrido de un vagón de tercera. Llevaba a Pépé cogido de la mano y a Jean pegado a los talones, tan derrengados como ella del viaje e igualmente atónitos y perdidos en medio de aquel París inmenso, que recorrían fijándose en todas las fachadas y preguntando en cada cruce por la calle de la Michodiére, en la que vivía su tío Baudu. Cuando desembocaron por fin en la plaza de Gaillon, la joven se paró en seco, sorprendida.

—¡Huy! ¡Mira, Jean! —dijo.

Y allí se quedaron, apiñados en medio de la calle, vestidos con los trajes negros y raídos del luto de su padre, que aún no habían acabado de gastar. Denise, muy poquita cosa, muy aniñada a pesar de sus veinte años, llevaba un hatillo ligero en un brazo y a su hermano Pépé, de cinco años, colgado del otro; el mayor, Jean, estaba de pie detrás de ella con los brazos caídos, en el esplendor de sus dieciséis años.

—¡Hay que ver! —volvió a decir Denise, al cabo de un rato—. ¡Menuda tienda!


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540 págs. / 15 horas, 46 minutos / 122 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Dinero

Émile Zola


Novela


I

Acababan de dar las once en el reloj de la Bolsa, cuando Saccard penetró en la sala blanca y dorada de casa Champeaux, cuyas altas ventanas daban a la plaza. Con rápida mirada, recorrió las hileras de mesillas, donde los hambrientos comensales se apretujaban, pareciendo sorprenderse al no advertir el rostro que andaba buscando.

Cuando, en el alboroto del servicio, pasó junto a él un mozo cargado de platos, le interrogó:

—Oiga, ¿no ha venido el señor Huret?

—No, señor; todavía no.

Decidió entonces Saccard sentarse a una mesa que abandonaba un cliente, en el hueco de una de las ventanas. Creía haberse retrasado, y, mientras cambiaban el mantel, llevó sus miradas al exterior, examinando los viandantes de la acera. Aun después de haberle preparado la mesa, no se apresuró a encargar su comida, quedando unos momentos con la vista sobre la plaza, toda alegre en esta clara jornada de principios de mayo. A aquella hora, en que todos almorzaban, permanecía casi desierta. Bajo el suave verde de los castaños, los bancos estaban desocupados. A lo largo de la reja, en el estacionamiento de coches, la fila de éstos se prolongaba de punta a punta, y el ómnibus de la Bastilla se detenía en su parada, en la esquina del jardín, sin dejar ni tomar viajeros. El monumento, con su columnata, sus dos estatuas y su vasto césped, quedaban bañados por el sol, que caía a plomo, mientras a su alrededor se alineaba en buen orden un ejército de sillas.

Saccard, que se había vuelto, reconoció entonces a Mazaud, el agente de cambio, sentado a la mesa vecina, y le tendió la mano.

—¡Pero si es usted! ¡Buenos días!

—Buenos días —respondió Mazaud, estrechando su mano distraídamente.


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512 págs. / 14 horas, 57 minutos / 511 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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