Textos más vistos de Émile Zola | pág. 3

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autor: Émile Zola


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Carta a la Juventud

Émile Zola


Ensayo, Crítica


Dedico este estudio a la juventud francesa, esta juventud que hoy tiene veinte años y que será la sociedad de mañana. Acaban de producirse dos acontecimientos: la primera representación de Ruy Blas en la Comédie Française, y la solemne recepción de M. Renan en la Academia. Se ha producido un gran revuelo, ha estallado un gran entusiasmo, la prensa ha tocado la fanfarria en honor del genio de la nación, y se ha dicho que similares acontecimientos deberían consolarnos de nuestras desgracias y asegurarían nuestros futuros triunfos. Ha habido un arrebato en el ideal; por fin nos escapábamos de la tierra, se podía volar, era como una revancha de la poesía contra el espíritu científico.


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41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 644 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Arte de Morir

Émile Zola


Cuento


I

El conde de Verteuil tiene cincuenta y cinco años. Pertenece a una de las familias más ilustres de Francia y posee una gran fortuna. Mal avenido con el gobierno, siempre ha buscado todo tipo de ocupaciones, aportando artículos a revistas científicas, lo que le ha valido una plaza en la Academia de las ciencias morales y políticas, se ha dedicado a los negocios, apasionándose sucesivamente por la agricultura, la ganadería y las bellas artes. Incluso, durante un corto periodo de tiempo, ha sido diputado, distinguiéndose por su oposición recalcitrante al gobierno.

La condesa Mathilde de Verteuil tiene cuarenta y cinco años. Aún se la cita como la rubia más adorable de París. La edad parece haber blanqueado su piel. Siempre fue un tanto delgada; ahora, al madurar, sus hombros han adquirido la redondez de una fruta sedosa. Nunca ha sido tan hermosa como ahora. Cuando aparece en un salón, con sus cabellos dorados derramándose por el satén de su pecho, parece que se produce el amanecer de un astro; las muchachas de veinte años la envidian.

La vida en pareja del conde y de la condesa es uno de esos asuntos de los que no se habla. Se casaron como se casan a menudo en su mundo. Incluso se asegura que durante seis años vivieron muy bien juntos. En esa época tuvieron un hijo, Roger, que ahora es teniente, y una hija, Blanche, a la que han casado el año pasado con Monsieur de Bussac, relator. Siguen conviviendo por sus hijos. Aunque hace años que se han separado, han quedado como buenos amigos, aunque en el fondo siempre movidos por el egoísmo. Se consultan las decisiones; en público, siempre se presentan como la pareja perfecta; pero luego cada uno se encierra en su habitación, donde reciben a sus amigos íntimos a su libre albedrío.


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36 págs. / 1 hora, 3 minutos / 167 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Ayuno

Émile Zola


Cuento


I

Cuando el vicario subió al púlpito con su amplio sobrepelliz de blancura angelical, la pequeña baronesa estaba beatíficamente sentada en su sitio habitual, cerca de una salida de calor, delante de la capilla de los Santos Ángeles.

Tras el recogimiento habitual, el vicario pasó delicadamente por sus labios un fino pañuelo de batista; luego abrió los brazos como un serafín que va a emprender el vuelo, inclinó la cabeza y habló. En la amplia nave, su voz fue en un primer momento como un murmullo lejano de agua corriente, como un lamento amoroso del viento entre los follajes. Y, poco a poco, el soplo aumentó, la brisa se convirtió en tempestad, la voz se difundió bajo las bóvedas con majestuoso fragor de trueno. Pero siempre, por momentos, incluso en medio de sus más formidables invectivas, la voz del vicario se hacía súbitamente suave, lanzando un claro rayo de sol en medio del sombrío huracán de su elocuencia.

La pequeña baronesa, desde los primeros susurros en las hojas, había adoptado la pose receptiva y encantada de una persona de oído delicado que se dispone a gozar de todas las finuras de una sinfonía amada. Pareció encantada de la suavidad de los primeros acordes; luego siguió, con atención de experta, las elevaciones de la voz, la expansión de la tormenta final, administradas con tanta experiencia; y cuando la voz hubo adquirido toda su amplitud, cuando tronó, engrandecida por el eco de la nave, la pequeña baronesa no pudo reprimir un discreto bravo, un cabeceo de satisfacción.

A partir de ese momento, fue un gozo celestial. Todas las devotas se desmayaban.

II

Pero el vicario decía algo; su música acompañaba a determinadas palabras. Estaba predicando acerca del ayuno; decía cuán agradables le resultan a Dios las mortificaciones de sus criaturas. Asomado al borde del púlpito, en su actitud de gran pájaro blanco, suspiraba:


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5 págs. / 9 minutos / 182 visitas.

Publicado el 21 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

El Capitán Burle

Émile Zola


Cuento


I

Ya eran las nueve. La pequeña ciudad de Vauchamp acababa de meterse en la cama, muda y oscura, bajo la glacial lluvia de noviembre. En la calle de Récollets, una de las más estrechas y menos transitadas del barrio de Saint-Jean, una ventana seguía iluminada, en el tercer piso de una vieja casa, cuyos desvencijados canalones dejaban caer torrentes de agua. Madame Burle velaba junto a un endeble fuego de tocones de viña, mientras su nieto Charles hacía los deberes bajo la pálida claridad de una lámpara.

El apartamento, alquilado por ciento sesenta francos al año, se componía de cuatro enormes habitaciones que nunca lograban calentar en invierno. Madame Burle ocupaba la más amplia; su hijo, el capitán-tesorero Burle, había elegido la habitación que daba a la calle, cerca del comedor; y el pequeño Charles, con su catre de hierro, se perdía al fondo de un inmenso salón cubierto de mohosas tapicerías que ya no se utilizaba como tal. Los escasos enseres del capitán y de su madre, muebles estilo Imperio de caoba maciza, abollados y con los apliques de cobre arrancados tras los continuos cambios de guarnición, desaparecían bajo la alta techumbre de la cual se desprendía como una fina oscuridad pulverizada. Las baldosas, pintadas de un rojo frío y duro, helaban los pies. Entre las sillas tan sólo había pequeñas alfombrillas raídas, tan desgastadas que tiritaban en medio de ese desierto barrido por todos los vientos, que se filtraban por las puertas y las ventanas dislocadas.


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38 págs. / 1 hora, 7 minutos / 82 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Dinero en la Literatura

Émile Zola


Ensayo


A menudo, oigo a mi alrededor esta queja: «El espíritu literario se va, las letras están desbordadas por el mercantilismo, el dinero mata el espíritu». Éstas son otras tantas llorosas acusaciones contra nuestra democracia que invade salones y academias, que trastorna el bello lenguaje, que hace del escritor un comerciante como cualquier otro, que coloca o no sus mercancías, según la marca de fábrica, que amasa una fortuna o muere en la miseria.

Pues bien, me irritan estas quejas y acusaciones. Cierto es, en principio, que el espíritu literario, tal como se entendía en el siglo XVII o en el XVIII, no es, en absoluto, el espíritu literario del siglo XIX. Un movimiento intelectual y social ha conducido poco a poco a una evolución que en la actualidad está ya completa. Ante todo, veamos cuál es esta transformación. Acto seguido, me será fácil determinar el papel del dinero en nuestra literatura moderna.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 926 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Vientre de París

Émile Zola


Novela


Uno

En medio de un gran silencio, y en la avenida desierta, los carros de los hortelanos subían hacia París, entre el traqueteo cadencioso de las ruedas, cuyos ecos golpeaban las fachadas de las casas, dormidas a los dos bordes, tras las líneas confusas de los olmos. Un volquete de coles y un volquete de guisantes se habían unido, en el puente de Neuilly, a los ocho carros de nabos y zanahorias que bajaban de Nanterre; y los caballos marchaban por sí solos, la cabeza gacha, con su paso continuo y perezoso que la subida hacía aún más lento. En lo alto, sobre el cargamento de verduras, tumbados boca abajo, cubiertos con sus tabardos de rayitas negras y grises, los carreteros dormitaban, con las riendas en la mano. Un reverbero de gas, al salir de una franja de sombra, iluminaba los clavos de un zapato, la manga azul de una blusa, un trozo de gorra, entrevistos en aquella floración enorme de los ramilletes rojos de las zanahorias, los ramilletes blancos de los nabos, el deslumbrante verdor de guisantes y coles. Y por la carretera, por los caminos vecinos, por delante y por detrás, lejanos ronquidos de acarreos anunciaban convoyes similares, toda una afluencia de mercancías que atravesaban las tinieblas y el pesado sueño de las dos de la madrugada, acunando a la ciudad negra con el ruido de los alimentos que pasaban.


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351 págs. / 10 horas, 14 minutos / 385 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Bestia Humana

Émile Zola


Novela


Capítulo I

Al entrar en su cuarto, Roubaud puso sobre la mesa el pan de a libra, el pâté y la botella de vino blanco. En la mañana, la señora Victoria había echado tanto cisco sobre el fuego de la estufa, que el calor se había convertido ya en sofocante. El segundo jefe de estación abrió una ventana y apoyó en ella sus codos.

Esto sucedía en el callejón de Amsterdam, en la última casa de la derecha, alto inmueble en el que la Compañía del Oeste hospedaba a algunos de sus empleados. Aquella ventana del quinto piso, situada en un ángulo del abuhardillado techo, daba a la estación, ancha trinchera que, cortando el barrio de Europa, ofrecía a la vista un brusco despliegue de horizonte. Y este espacio parecía aún más vasto aquella tarde, tarde de un cielo gris de mediados de febrero, de un gris húmedo y tibio que el sol atravesaba.


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429 págs. / 12 horas, 31 minutos / 472 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Muerte de Olivier Bécaille

Émile Zola


Cuento


I

Morí un sábado a las seis de la mañana, tras tres días de enfermedad. Mi pobre mujer llevaba unos instantes rebuscando ropa en una maleta cuando, al levantar la cabeza y verme rígido, con los ojos abiertos y sin un soplo, acudió, creyendo que se trataba de un vahído, tocándome las manos, inclinándose sobre mi rostro. Tras lo cual, fue presa del pánico, se puso a tartamudear y estalló en lágrimas: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Está muerto!».

Yo podía oírlo todo, aunque débilmente, como si los sonidos llegaran de muy lejos. Tan sólo mi ojo izquierdo aún percibía una luminosidad confusa, una luz blanquecina en la que se fundían los objetos; el ojo derecho se hallaba totalmente paralizado. Era un síncope de todo mi ser, como si un rayo me hubiera fulminado. Mi voluntad estaba muerta, ni una sola fibra de mi cuerpo me obedecía. Y, en medio de este vacío, flotando sobre mis miembros inertes, sólo subsistía mi pensamiento, ralentizado y plomizo, pero dotado de una perfecta claridad de percepción.

Mi pobre Marguerite lloraba, arrodillada ante el catre, repitiendo con tono desgarrado: «¡Está muerto, Dios mío! ¡Está muerto!».


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32 págs. / 56 minutos / 297 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Nana

Émile Zola


Novela


Capítulo I

A las nueve, la sala del teatro Varietés aún estaba vacía. Algunas personas esperaban en el anfiteatro y en el patio de butacas, perdidas entre los sillones de terciopelo granate y a la media luz de las candilejas. Una sombra velaba la gran mancha roja del telón; no se oía ningún rumor en el escenario, la pasarela estaba apagada y desordenados los atriles de los músicos. Sólo arriba, en el tercer piso, alrededor de la rotonda del techo, en el que las ninfas y los amorcillos desnudos revoloteaban en un cielo verdeado por el gas, se escuchaban voces y carcajadas en medio de un continuo alboroto, y se veían cabezas tocadas con gorras y con sombreros, apiñadas bajo las amplias galerías encuadradas en oro. En un momento dado apareció una diligente acomodadora con dos entradas en la mano y guiando a un caballero y a una dama a la butaca que les correspondía; el hombre, de frac y la mujer, flaca y encorvada, mirando lentamente alrededor.

Dos jóvenes aparecieron en las filas de orquesta. Se quedaron en pie observando.

—¿Qué te decía, Héctor? —exclamó el mayor, un muchacho alto y de bigotillo negro—. Hemos llegado muy temprano. Pudiste dejarme que acabase de fumar.

Pasó una acomodadora.

—Ah, el señor Fauchery, —dijo con familiaridad—. La función no empezará hasta dentro de media hora.

—Entonces, ¿por qué la anuncian para las nueve? —murmuró Héctor, en cuya cara larga y enjuta se reflejó la contrariedad—. Esta mañana, Clarisse, que actúa en la obra, todavía me aseguró empezaría a las ocho en punto.


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456 págs. / 13 horas, 19 minutos / 690 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Simplicio

Émile Zola


Cuento


I

Había en otros tiempos —no olvides, Ninón, que yo debo este relato a un viejo pastor—, había en otros tiempos, en una isla que más tarde el mar devoró, un rey y una reina que tenían un hijo. El rey era un gran rey: su copa era la mayor del reino, su espada la más larga, bebía y mataba soberanamente. La reina era una hermosa reina: se ponía tanto maquillaje que apenas representaba cuarenta años. El hijo era tonto.

Pero tonto por completo, según decían las personas importantes del reino. A los dieciséis años acompañó a la guerra a su padre, el rey, que intentaba acabar con una nación vecina que le había hecho el agravio de poseer un territorio que él ambicionaba. Simplicio se comportó como un imbécil, pues salvó de la muerte a dos docenas de mujeres y a tres docenas y media de niños; lloró tantas veces como sablazos propinó su mano, y, además, la contemplación del campo de batalla, cubierto de sangre y sembrado de cadáveres, le causó tal impresión, inspiró tal compasión a su alma, que no comió en tres días. Como ves, Ninón, era un tonto en toda la extensión de la palabra.

A los diecisiete años asistió a un banquete ofrecido por su padre a todos los gastrónomos del reino, y cometió en él todo tipo de bobadas. Se contentó con tomar unos cuantos bocados, hablar poco y no jurar nunca. Su copa de vino estuvo a punto de permanecer llena durante toda la comida; y el rey, deseoso de salvaguardar la dignidad de su familia, se vio obligado a vaciarla, de vez en cuando, a escondidas.


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9 págs. / 15 minutos / 102 visitas.

Publicado el 23 de octubre de 2016 por Edu Robsy.

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