Textos más populares este mes de Émile Zola | pág. 3

Mostrando 21 a 30 de 33 textos encontrados.


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autor: Émile Zola


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El Capitán Burle

Émile Zola


Cuento


I

Ya eran las nueve. La pequeña ciudad de Vauchamp acababa de meterse en la cama, muda y oscura, bajo la glacial lluvia de noviembre. En la calle de Récollets, una de las más estrechas y menos transitadas del barrio de Saint-Jean, una ventana seguía iluminada, en el tercer piso de una vieja casa, cuyos desvencijados canalones dejaban caer torrentes de agua. Madame Burle velaba junto a un endeble fuego de tocones de viña, mientras su nieto Charles hacía los deberes bajo la pálida claridad de una lámpara.

El apartamento, alquilado por ciento sesenta francos al año, se componía de cuatro enormes habitaciones que nunca lograban calentar en invierno. Madame Burle ocupaba la más amplia; su hijo, el capitán-tesorero Burle, había elegido la habitación que daba a la calle, cerca del comedor; y el pequeño Charles, con su catre de hierro, se perdía al fondo de un inmenso salón cubierto de mohosas tapicerías que ya no se utilizaba como tal. Los escasos enseres del capitán y de su madre, muebles estilo Imperio de caoba maciza, abollados y con los apliques de cobre arrancados tras los continuos cambios de guarnición, desaparecían bajo la alta techumbre de la cual se desprendía como una fina oscuridad pulverizada. Las baldosas, pintadas de un rojo frío y duro, helaban los pies. Entre las sillas tan sólo había pequeñas alfombrillas raídas, tan desgastadas que tiritaban en medio de ese desierto barrido por todos los vientos, que se filtraban por las puertas y las ventanas dislocadas.


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38 págs. / 1 hora, 7 minutos / 82 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Dinero en la Literatura

Émile Zola


Ensayo


A menudo, oigo a mi alrededor esta queja: «El espíritu literario se va, las letras están desbordadas por el mercantilismo, el dinero mata el espíritu». Éstas son otras tantas llorosas acusaciones contra nuestra democracia que invade salones y academias, que trastorna el bello lenguaje, que hace del escritor un comerciante como cualquier otro, que coloca o no sus mercancías, según la marca de fábrica, que amasa una fortuna o muere en la miseria.

Pues bien, me irritan estas quejas y acusaciones. Cierto es, en principio, que el espíritu literario, tal como se entendía en el siglo XVII o en el XVIII, no es, en absoluto, el espíritu literario del siglo XIX. Un movimiento intelectual y social ha conducido poco a poco a una evolución que en la actualidad está ya completa. Ante todo, veamos cuál es esta transformación. Acto seguido, me será fácil determinar el papel del dinero en nuestra literatura moderna.


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37 págs. / 1 hora, 5 minutos / 932 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Dinero

Émile Zola


Novela


I

Acababan de dar las once en el reloj de la Bolsa, cuando Saccard penetró en la sala blanca y dorada de casa Champeaux, cuyas altas ventanas daban a la plaza. Con rápida mirada, recorrió las hileras de mesillas, donde los hambrientos comensales se apretujaban, pareciendo sorprenderse al no advertir el rostro que andaba buscando.

Cuando, en el alboroto del servicio, pasó junto a él un mozo cargado de platos, le interrogó:

—Oiga, ¿no ha venido el señor Huret?

—No, señor; todavía no.

Decidió entonces Saccard sentarse a una mesa que abandonaba un cliente, en el hueco de una de las ventanas. Creía haberse retrasado, y, mientras cambiaban el mantel, llevó sus miradas al exterior, examinando los viandantes de la acera. Aun después de haberle preparado la mesa, no se apresuró a encargar su comida, quedando unos momentos con la vista sobre la plaza, toda alegre en esta clara jornada de principios de mayo. A aquella hora, en que todos almorzaban, permanecía casi desierta. Bajo el suave verde de los castaños, los bancos estaban desocupados. A lo largo de la reja, en el estacionamiento de coches, la fila de éstos se prolongaba de punta a punta, y el ómnibus de la Bastilla se detenía en su parada, en la esquina del jardín, sin dejar ni tomar viajeros. El monumento, con su columnata, sus dos estatuas y su vasto césped, quedaban bañados por el sol, que caía a plomo, mientras a su alrededor se alineaba en buen orden un ejército de sillas.

Saccard, que se había vuelto, reconoció entonces a Mazaud, el agente de cambio, sentado a la mesa vecina, y le tendió la mano.

—¡Pero si es usted! ¡Buenos días!

—Buenos días —respondió Mazaud, estrechando su mano distraídamente.


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512 págs. / 14 horas, 57 minutos / 511 visitas.

Publicado el 23 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Naturalismo en el Teatro

Émile Zola


Ensayo, Crítica


I

¿Tengo necesidad, ante todo, de explicar qué entiendo por naturalismo? Se me ha reprochado mucho esta palabra, se finge todavía no entenderla. Abundan las bromas sobre este tema. No obstante, quiero responder a la pregunta, ya que nunca se aporta claridad suficiente en la crítica.

Mi gran crimen sería el haber inventado y lanzado una palabra nueva para designar una escuela literaria vieja como el mundo. De entrada, creo que no he inventado esta palabra que ya estaba en uso en diversas literaturas extranjeras; todo lo más, lo he aplicado a la evolución actual de nuestra literatura nacional. Después, aseguran que el naturalismo data de las primeras obras escritas; ¿quién ha dicho nunca lo contrario? Esto sólo prueba que procede de las mismas entrañas de la humanidad. Toda crítica, desde Aristóteles a Boileau ha enunciado el principio de que toda obra se debe basar en la realidad. Ésta es una afirmación que me alegra y que me ofrece nuevos argumentos. La escuela naturalista, según la opinión de quienes la atacan o se burlan de ella, está asentada sobre fundamentos indestructibles. No se trata del capricho de un hombre, de la locura de un grupo; ha nacido del trasfondo eterno de las cosas, de la necesidad que tiene todo escritor de tomar por base a la naturaleza. ¡Muy bien! Comprendido. Partamos de ello.


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41 págs. / 1 hora, 12 minutos / 963 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Paraíso de las Mujeres

Émile Zola


Novela


I

Denise fue andando desde la estación de Saint-Lazare, adonde había llegado con sus dos hermanos en el tren de Cherburgo, tras viajar toda la noche en el duro asiento corrido de un vagón de tercera. Llevaba a Pépé cogido de la mano y a Jean pegado a los talones, tan derrengados como ella del viaje e igualmente atónitos y perdidos en medio de aquel París inmenso, que recorrían fijándose en todas las fachadas y preguntando en cada cruce por la calle de la Michodiére, en la que vivía su tío Baudu. Cuando desembocaron por fin en la plaza de Gaillon, la joven se paró en seco, sorprendida.

—¡Huy! ¡Mira, Jean! —dijo.

Y allí se quedaron, apiñados en medio de la calle, vestidos con los trajes negros y raídos del luto de su padre, que aún no habían acabado de gastar. Denise, muy poquita cosa, muy aniñada a pesar de sus veinte años, llevaba un hatillo ligero en un brazo y a su hermano Pépé, de cinco años, colgado del otro; el mayor, Jean, estaba de pie detrás de ella con los brazos caídos, en el esplendor de sus dieciséis años.

—¡Hay que ver! —volvió a decir Denise, al cabo de un rato—. ¡Menuda tienda!


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540 págs. / 15 horas, 46 minutos / 124 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Sueño

Émile Zola


Novela


Capítulo I

Durante el duro invierno de 1860, el Oise se heló, las llanuras de la baja Picardía quedaron cubiertas por grandes nevadas y, sobre todo, llegó una borrasca del Nordeste que casi sepultó la ciudad de Beaumont el día de Navidad. La nieve, que ya había empezado a caer por la mañana, arreció por la tarde y se fue acumulando durante toda la noche. Empujada por el viento, se precipitaba en la parte alta de la ciudad, en la calle de los Orfebres, en cuyo extremo se encuentra como encajada la fachada norte del crucero de la catedral, y golpeaba la puerta de santa Inés, la antigua portada románica, ya casi gótica, decorada con numerosas esculturas bajo la desnudez del hastial. Al día siguiente, al alba, casi alcanzaba en ese lugar una altura de tres pies.

La calle aún dormía, emperezada por la fiesta de la víspera. Dieron las seis. En las tinieblas, azuladas por la caída lenta e insistente de los copos, sólo daba señales de vida una forma indecisa, una niña de nueve años que, refugiada bajo las arquivoltas de la portada, había pasado allí la noche tiritando y resguardándose lo mejor que pudo. Iba cubierta de andrajos y tenía la cabeza envuelta en un jirón de pañuelo, y los pies, desnudos dentro de unos grandes zapatos de hombre. Seguramente, había ido a parar a aquel lugar después de haber estado recorriendo la ciudad durante mucho tiempo, ya que había caído allí de puro cansancio. Para ella, era el fin del mundo, pues ya no le quedaba nadie ni nada, el abandono final, el hambre que corroe, el frío que mata; en su debilidad, ahogada por la pesada carga que oprimía su corazón, dejaba de luchar, y, cuando una ráfaga de viento arremolinaba la nieve, no le quedaba sino el alejamiento físico, el instinto de cambiar de lugar, de hundirse en aquellas viejas piedras.


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225 págs. / 6 horas, 34 minutos / 143 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Bestia Humana

Émile Zola


Novela


Capítulo I

Al entrar en su cuarto, Roubaud puso sobre la mesa el pan de a libra, el pâté y la botella de vino blanco. En la mañana, la señora Victoria había echado tanto cisco sobre el fuego de la estufa, que el calor se había convertido ya en sofocante. El segundo jefe de estación abrió una ventana y apoyó en ella sus codos.

Esto sucedía en el callejón de Amsterdam, en la última casa de la derecha, alto inmueble en el que la Compañía del Oeste hospedaba a algunos de sus empleados. Aquella ventana del quinto piso, situada en un ángulo del abuhardillado techo, daba a la estación, ancha trinchera que, cortando el barrio de Europa, ofrecía a la vista un brusco despliegue de horizonte. Y este espacio parecía aún más vasto aquella tarde, tarde de un cielo gris de mediados de febrero, de un gris húmedo y tibio que el sol atravesaba.


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429 págs. / 12 horas, 31 minutos / 478 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Jauría

Émile Zola


Novela


Prólogo

En la Historia natural y social de una familia bajo el Segundo Imperio, La jauría es la nota del oro y de la carne. El artista que llevo dentro se negaba a dejar en la sombra este resplandor de los excesos de la vida que iluminó todo el reino con una luz sospechosa de lugar de perdición. Un punto de la Historia que he emprendido habría quedado a oscuras.

He querido mostrar el agotamiento prematuro de una raza que vivió demasiado deprisa y que desembocó en el hombre-mujer de las sociedades podridas; la especulación furiosa de una época, encarnada en un temperamento sin escrúpulos, propenso a las aventuras; el desequilibrio nervioso de una mujer en quien un ambiente de lujo y de vergüenza centuplica los apetitos nativos. Y con estas tres monstruosidades sociales, he tratado de escribir una obra de arte y de ciencia que fuera al mismo tiempo una de las páginas más extrañas de nuestras costumbres.

Si me creo en el deber de explicar La jauría, esta pintura auténtica del derrumbamiento de una sociedad, es porque su aspecto literario y científico ha sido tan mal comprendido en el periódico donde intenté dar esta novela, que me ha sido preciso interrumpir la publicación y dejar el experimento a medias.

ÉMILE ZOLA

París, 15 de noviembre de 1871

Capítulo 1

A la vuelta, entre la aglomeración de carruajes que regresaban por la orilla del lago, la calesa tuvo que marchar al paso. En cierto momento el atasco fue tal que incluso debió detenerse.


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338 págs. / 9 horas, 52 minutos / 187 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Muerte de Olivier Bécaille

Émile Zola


Cuento


I

Morí un sábado a las seis de la mañana, tras tres días de enfermedad. Mi pobre mujer llevaba unos instantes rebuscando ropa en una maleta cuando, al levantar la cabeza y verme rígido, con los ojos abiertos y sin un soplo, acudió, creyendo que se trataba de un vahído, tocándome las manos, inclinándose sobre mi rostro. Tras lo cual, fue presa del pánico, se puso a tartamudear y estalló en lágrimas: «¡Dios mío! ¡Dios mío! ¡Está muerto!».

Yo podía oírlo todo, aunque débilmente, como si los sonidos llegaran de muy lejos. Tan sólo mi ojo izquierdo aún percibía una luminosidad confusa, una luz blanquecina en la que se fundían los objetos; el ojo derecho se hallaba totalmente paralizado. Era un síncope de todo mi ser, como si un rayo me hubiera fulminado. Mi voluntad estaba muerta, ni una sola fibra de mi cuerpo me obedecía. Y, en medio de este vacío, flotando sobre mis miembros inertes, sólo subsistía mi pensamiento, ralentizado y plomizo, pero dotado de una perfecta claridad de percepción.

Mi pobre Marguerite lloraba, arrodillada ante el catre, repitiendo con tono desgarrado: «¡Está muerto, Dios mío! ¡Está muerto!».


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32 págs. / 56 minutos / 303 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Obra

Émile Zola


Novela


I

Claude pasaba por delante del Ayuntamiento, y daban las dos en el reloj, cuando estalló la tormenta. Había perdido la noción del tiempo mientras vagabundeaba por Les Halles, durante aquella noche abrasadora de julio, como el buen artista que gusta de pasear ociosamente, enamorado del París nocturno. De pronto se puso a llover a cántaros y echó a correr, a trotar desmadejado y como loco, a lo largo del quai de la Grève. Pero, en el Pont Louis-Philippe, se detuvo, irritado por sus resoplidos: aquel miedo al agua le parecía una estupidez; y, en las densas tinieblas, bajo el azote del chaparrón que inundaba los mecheros de gas, atravesó lentamente el puente con las manos bailándole.

Por lo demás, sólo le quedaban a Claude unos pocos pasos para llegar. Cuando torcía hacia el quai de Bourbon, en la Île Saint-Louis, un vivo relámpago iluminó la recta y uniforme hilera de los viejos palacetes alineados delante del Sena, al borde de la estrecha calzada. A su fulgor relumbraron los cristales de las altas ventanas sin persianas, y pudo verse el marcado aspecto triste de las antiguas fachadas con muy nítidos detalles: un balcón de piedra, un barandal de terraza y la guirnalda esculpida de un frontón. Era allí donde el pintor tenía su estudio, en el altillo del antiguo palacete de Martoy, esquina a la rue de la Femme-sans-Tête. El muelle apenas entrevisto quedó inmediatamente sumido de nuevo en las tinieblas y un formidable trueno hizo retemblar el barrio dormido.


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446 págs. / 13 horas / 146 visitas.

Publicado el 24 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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