Textos más descargados de Emilia Pardo Bazán disponibles publicados el 27 de febrero de 2021 | pág. 4

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autor: Emilia Pardo Bazán textos disponibles fecha: 27-02-2021


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Jactancia

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Si aquella mesa de café tuviese discernimiento, su opinión acerca de la Humanidad sería amargamente pesimista. Y cuenta que, generalmente, en esos puntos de reunión donde la gente, tratándose con la mayor confianza, se conoce a medias y es de rigor la pose, cada cual hace la rueda del pavo lo más posible; cada cual alardea de arrogancia, valor, acierto en las profecías, fortunas con las mujeres, lances en los viajes, tino en los negocios y amistad estrecha con personajes a quienes ni ha saludado. A veces, el aire sopla del lado opuesto, la jactancia se satura de cinismos y se hace gala de descaros inverosímiles, de truhanerías y miserias increíbles. Nunca está en el fiel la balanza; nunca la verdadera naturaleza humana, entretejida de mal y de bien, mediocre casi siempre en su composición mixta, aparece al descubierto.

En la consabida mesa dieron en reunirse unos cuantos, gente joven, carne frescal, no salada aún por la experiencia, inquietada por el hervor y la comezón de la subida de la savia y propensa a jactarse más allá del límite. No estaban todavía en sazón de comprender que bajo la capa del sol hay poco inédito, bueno y malo, y que a lo singular se va mejor por el camino de lo conocido… Cada uno de ellos suponía sinceramente que sus propias manidas y sosas travesuras eran fazañas inauditas; y cada uno se reía de los demás con irónico y solapado gesto. Al fin, el que más y el que menos comprendió la necesidad de algo extraordinario para (¡atroz galicismo!) epatar a los otros. Fue cosa instintiva; la vanidad lanzó la chispa y sopló sobre la paja de aquellos espíritus. Era preciso, a toda costa, ver bocas abiertas y oír exclamaciones enfáticas: «¡No!… Hombre, eso ya… ¡Demontre! ¡Atiza!…».


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Irracional

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El deber de Cleto Páramo en Madrid era estudiar Derecho. Para eso, y no para otra cosa, le había enviado a la Corte, con el subsidio de cuatro pesetas diarias, su tío el señor cura de Villafán. Si hemos de ser enteramente francos, el cura hubiese preferido verle ingresar en el Seminario de la diócesis, tenerle allí bajo el ala, cuidar de su alma y de su ropa interior y hacer de él un misacantano. ¡Porque ese Madrid! ¡Esa perdición! ¡Lo que allí hará un muchacho suelto! ¡Y cuando vuelva al lugar, qué va a traer sino las camisas y los calzoncillos en un puro jirón y en la conciencia un cargamento de pecados mortales! Pero, así y todo…


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Interrogante

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Es la que voy a contar una historia en la cual no sé si soñé lo que me pareció ver, o si, al contrario, vi efectivamente algo semejante a una pesadilla. Esto, traducido a más claro lenguaje, significa que no estoy enteramente seguro de los hechos que voy a recordar.

Vivía yo en Madrid, en compañía de una de mis hermanas, casada con un negociante. Me preparaba a una lucida carrera, pero no ponía gran afán en mis estudios; teníamos con qué vivir, y yo era perezoso y paseante en corte.

Una mañana, en el mismo centro de la Puerta del Sol, lugar nada novelesco, vi a una mujer que me atrajo desde el primer instante. Era chiquita, pálida, muy esbelta y fina, y sus ojos, negrísimos, miraban de un modo especial, hondo, sugestivo. Se fijaron en mí un segundo, y al punto los veló con las tupidas pestañas, enigmáticamente. No sería yo español neto si no la hubiese seguido, y si no me creyese, de un modo fulminante, enamorado hasta las cachas.

Fui tras ella por algunas calles, céntricas todas, hasta llegar a la casa donde vivía.

Al pronto, se hizo la indiferente, como si no me viese, ni se enterase de mi persecución. Y en el portal —donde me atreví a entrar—, se volvió, me miró otra vez, de un modo trágico por lo intenso, y metiéndose en el ascensor, me hizo una seña que no supe interpretar, un poco de unto de plata desató la lengua de la portera, y me hizo saber que la dama se llamaba Julia, que vivía con su tío, señor muy rico y bastante viejo, y que ambos eran de fuera de Madrid; de Andalucía o Valencia.


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Instintivo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Confiada en una promesa, llevaba tres años de trabajar en secreto para preparar su equipo de novia, cuando recibió una carta en que él se declaraba libre del compromiso. Habían sido sueños de niño, esas primeras ilusiones que todos se forman. La realidad surgía, apremiante: en la casa de comercio de Bilbao donde estaba colocado le asociarían, si se casaba con la hija del dueño; era todo su porvenir aquella boda, y tiraría por la ventana el porvenir si la rehusase. Que Elvira se hiciese cargo, y le perdonase, y creyese firmemente en el cariño que había de profesarle siempre. La misiva era franca, de un tono cordial, con ribetes de humilde. La prosa hablaba por boca del antiguo novio. Lo que decía era cierto; no había respuesta ni objeción posible. Elvira, sin embargo, encontraba algo que oponer. Toda su juventud, que había sacrificado: iba a cumplir veintinueve y no había conocido otro amor, ni otra esperanza… Coser aquel equipo modesto representaba cientos de noches de velar hasta el amanecer, con los ojos hinchados, la vista desvanecida. A cada puntada, se figuraba lo que la iba a suceder cuando estrenase la prenda, cuando Miguel se la alabase, cuando por ella se encandilase el amor… Y ahora, ¡una carta…, un pedazo de papel…, y todo acabado…!

Sus nervios respondieron al golpe: cayó sobre el sofá, retorciéndose, conteniéndose para no gritar. Un diluvio de lágrimas desenlazó la crisis. Lo demás lo hizo el hábito de la paciencia, contraído en ausencia tan larga. Una idea cruzó por su imaginación. ¿Sería una prueba a que Miguel la sometía? Acaso, porque él, se había mostrado a veces celoso, dudoso, como sucede cuando se está lejos… Recogió del suelo la carta, la releyó… Era el tono de la verdad, de la amarga verdad.

No cabía duda.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Heno

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Paulino Montes, muchacho de posición excelente —lo que se dice una conveniencia—, se enamoró de una artista. Al menos así la calificaban los periódicos al publicar su retrato. Artista lírica, de zarzuela, Candelaria —la Candela, como la llamaban generalmente—, poseía una voz de grillo acatarrado; pero su cuerpo tenía líneas seductoras. Ni gruesa ni flaca; de carnes dulcemente repartidas sobre armazón de menudos, bien formados y delicados huesos; de cabellera naturalmente rubia, y tan rica y sedosa que era un regio manto; de cara inocente y picaresca, en mezcla original, sugestiva, la Candela triunfaba siempre que el papel requiriese sólo belleza y donaire. Es preciso reconocer que Paulino no se engañó a sí mismo; al sentirse ciegamente prendado de la Candela, ni un instante atribuyó su inclinación a los méritos artísticos de la muchacha, a su canto ni a sus danzas. Comprendió que el señuelo era otro, y que si encuentra a Candela de mantón en la calle, o escoltada de mamá y hermanos en una tertulia, el efecto es exactamente el mismo. Sin embargo, las tablas fueron cómplices, y aquellos brazos torneados y aquella admirable mata rubia, y aquellas canillas elegantes, no se ostentarían en otro lugar como allí, a las luces de bengala y con el atavío verde claro de «Canal de Isabel II», en una revista hidráulica que embelesó a todo Madrid.

Paulino era hasta inteligente en música; no dudó de que el arte nada perdía cuando, arrastrado por estímulos superiores a su voluntad, propuso a Candela el matrimonio, tres meses después de gustar con ella conversación entre bastidores. Los informes adquiridos por el enamorado establecían que la artista era «una chica decente». En todas partes las hay, y acaso en la escena escasean menos de lo que supone la malicia.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Zapato

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Cuando oigo decir que el amor es felicidad, siento tentaciones de responder inmediatamente: «Sí, con tal que no anden por medio los celos, porque los celos son una enfermedad ridícula y a la vez dolorosa, de ésas en que se oculta el dolor por no provocar la risa y en que falta el consuelo de la queja». Y, en efecto, habiendo sido toda mi vida invenciblemente celoso cuando he amado, declaro que las únicas temporadas en que no he sufrido grandes amarguras han sido aquéllas en que no amé. Sólo entonces he gustado los frescos y naturales sabores del vivir, y sólo entonces he prosperado, porque aplicaba mi actividad a cosas distintas de estar día y noche pendiente de lo que puede ocurrir en otra alma humana, selva oscura donde penetramos con paso incierto…

Y cuando digo un alma, tal vez debiera expresarme menos espiritualmente, porque los celos, en general, no son delicados, no andan por las ramas de la psicología…

Ello es que mis celos me han hecho pasar ratos horribles, poniéndome en berlina no pocas veces. Y yo tenía la convicción más triste: la de que cuantas reflexiones hiciese, cuantos remedios practicase, cuantas luchas sostuviese conmigo mismo en nombre de mi felicidad y de mi honra social para vencer mis celos o reducirlos siquiera al término de lo semirrazonable, serían el tiempo que perdemos en intentar combatir propensiones más fuertes que la reflexión, que radican en lo profundo de nuestro instinto…

Recuerdo siempre la aventura que tanto hizo reír a cuenta mía, y fue, por cierto, una de las primeras, puesto que contaba veintitrés años cuando me ocurrió.

Estaba yo entonces en relaciones amorosas con la que hoy llama todo el mundo la Cerezal, suprimiéndole familiarmente, como suele hacerse en Madrid, su título de marquesa.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Viejo de las Limas

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Nunca Leoncia se había sentido más triste que aquella perruna noche de invierno, última del año, en que la lluvia se desataba torrencial, y las violentas ráfagas, sacudiendo el arbolado del parque, desmelenaban sus ramas escuetas, sin hojas. Lúgubres silbidos estremecían las altas ventanas de la torre y producían la impresión de hallarse a bordo de un barco que corre desatado temporal. En noches tales, todas las penas vuelven, como espectros llamados por conjuro de bruja, y el aire se puebla de seres invisibles, enemigos. La impresión es de agobiador desconsuelo. Y Leoncia, sumida en un sopor de melancolía, segura de no encontrar alivio, apoyaba en el borde de la chimenea sus pies, y pensaba en lo vano, en lo inútil de todo. Ningún bien era cierto, y la memoria sólo conservaba la impronta de los males, grabada más hondamente que la de las alegrías…

Adelantaba la noche en su curso; el silbo del viento se hacía más estridente y desgarrador, cuando resonó la campana de la verja, con toque presuroso, como angustiado. ¿Quién a tales horas? ¿Con un tiempo tan horrible? Y, como se repitiese la llamada, al fin mandó que abriesen. Poco después entró en la sala, bien resguardada y tibia, una extraña figura.

Era un viejo caduco, de indefinible edad, a quien hasta pudiera considerarse centenario.

Venía chorreando, dejando un reguero, que dibujaba el zig-zag de sus pasos temblorosos. La contera de su paraguas soltaba un riachuelo, y al descubrirse, el sombrero de fieltro volcó un charco. Se oía claramente entrechocarse sus mandíbulas, y titubeaba, como próximo a desplomarse.

—Siéntese, abuelo… ¿De dónde viene, con este temporal? Arrímese a la lumbre… A ver, pronto, caldo caliente, o café, o coñac…


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Viaje de Don Casiano

Emilia Pardo Bazán


Cuento


No podrá decir nadie que don Casiano emprendió a la ligera aquella expedición que había de hacer época en su vida sedentaria y penumbrosa, encerrada entre las cuatro paredes de las Bibliotecas que asiduamente frecuentaba.

Don Casiano frisaba en los cincuenta y cinco años, y a pesar de estudios muy pacientes y de una tenacidad de insecto roedor, no había conseguido que su labor fuese estimada en lo que a su juicio valía.

Para hablar con lisura, nadie se enteraba ni hacía caso de labor semejante. Con menor esfuerzo, otros, eruditos e investigadores alcanzaban fama y hasta un rayito de pálida gloria. Se les otorgaban honores; se les llevaba a puestos lucrativos y cómodos, verdaderas brevas. Él seguía vegetando, guardando en los cajones del escritorio los elementos de una obra magna que proyectaba desde hacía lo menos quince o veinte años, y para la cual, en medio de tanto acopio de materiales, notas, apuntes, extractos y fárragos, le faltaban algunos decisivos. No importa: él sabía dónde desenterrarlos. Diversas noticias le habían hecho sospechar que el tesoro se guardaba en la catedral de Nublosa, una de las más interesantes por su arquitectura de fortaleza y por los recuerdos históricos que a ella iban reunidos.

Tardó, sin embargo, don Casiano un lustro en habituarse a la idea de que era preciso visitar la vieja ciudad, aislada a respetable distancia de la línea férrea. Encaramada en la ladera de un monte escueto, Nublosa apiña su caserío, que parece hincarse de hinojos ante el templo que la sirve de acrópolis, y éste, ceñudo y severo, con sus torreones y su recinto fortificado, desafía el vuelo del tiempo, y se diría que condena la vanidad del presente con la majestad grave del pasado.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Triunfo de Baltasar

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Me consta que aquella noche, los Magos se reunieron en consejo. Divididas estaban las opiniones, y dos de los reyes orientales no eran partidarios de que se prolongase tal estado de cosas.

—Es deprimente —exclamaba Gaspar, haciendo que sonasen las láminas de su coselete militar sobre su pecho robusto—. Consideren lo que significa mi personalidad, y díganme si no representa algo contrario a la mentira. Soy un caballero, el que abrió la serie de tantos como combatieron a la felonía y a la traición. Y vengo tolerando secularmente, que me tomen como pretexto de un engaño, del cual son víctimas unas criaturas candorosas. Se las hace creer que yo, y vosotros, también personas serias, entramos en los hogares como ladrones, nocturnamente, por el balcón o la chimenea, a dejar en los zapatuelos de la chiquillería juguetes y nonadas.

—¡Oiga su mercé! —interrumpió Melchor, el de la testa lanosa—. Los ladrones, amigo, no dejan na. Se lo llevan toito si pueden.

—Bueno, yo sé lo que digo —gruñó el guerrero—. No entiendo por qué no nos atenemos a la verdad monda y lironda. Sería esto más propio de monarcas, de sabios, de valientes; entiéndalo bien, abuelo Baltasar. Nos han repartido un papel de farsantes. Yo estoy cansado de él.

Baltasar, gravemente, movía la cabeza resplandeciente de blancura, como coronada, más que por la asiática mitra de oro, por la cabellera magnífica, que le bajaba hasta más de los hombros.

—A ti, Gaspar —murmuró—, no te agrada sino lo que cuesta llanto. A mí, al revés: me gusta lo que consuela un poco a la pobre humanidad. Aquel Niño a quien hemos adorado un día en un portal tan pobre, para consolar vino… Si todos fuesen como tú, Gaspar, a cada paso gemiría más la estirpe de Adán el Rojo, primer hombre que apareció en la superficie del planeta.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Toro Negro

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Entre los títulos nobiliarios españoles que figuran en los anales taurinos por haber empuñado el estoque o manejado la muleta, el marqués de Tendería fue quizá el único que salió novillero y se atrevió con toros ya formados. Perdidas la agilidad y esbeltez, viejo y algo sordo, le quedaba la autoridad, el derecho de decir como al descuido: «Cuando despaché a Abejorro… El día en que le solté la larga a Choricero…». Los tres o cuatro bichos sacrificados por el marqués, y cuyas cabezas, primorosamente disecadas, adornaban su antecámara y su despacho, le daban guardia de honor, formándole una envidiada leyenda.

Quien quisiese oír de toros y toreros, que le preguntase a Tendería. Naturalmente, el marqués alababa lo de su tiempo, la generación que alcanzó, echando abajo la presente. Lo hacía con ingenio, con copia de argumentos, y como amenizaba sus juicios con anécdotas y detalles interesantes, se le escuchaba y celebraba. Una de sus conversaciones quedó fija en mi memoria —ya diré la causa—, y la transcribo fielmente en cuanto a la esencia, aunque las palabras no sean las mismas punto por punto.


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Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

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