El Legajo
Emilia Pardo Bazán
Cuento
Leía tranquilamente bajo un árbol, a la hora en que el calor empieza a ceder, cuando uno de los trabajadores que deshacían la muralla de la cerca para reconstruirla más lejos, acudió agitado, con ese aire de misterio que toman los inferiores al dar una mala noticia o causar una alarma a los superiores.
—Venga, señorito... Hemos encontrado una cosa...
—¿Una cosa? —repitió Lucio Novoa, alzando la cabeza—. ¿Qué?
—Ya verá...
Levántose y echó a andar hacia el sitio en que arrancaban las piedras. El otro jornalero, con la cara seria, esperaba, apoyado en su azadón. Y Lucio vio entre la tierra algo blanquecino.
—Parecen huesos... —murmuró el primer cavador.
—Huesos de persona —confirmó el segundo.
Inclinándose Lucio, se cercioró de que, en efecto, lo que allí aparecía eran restos humanos.
Mandó apresuradamente:
—Sigan cavando... ¡A ver, a ver!...
Apretaron las azadas, y el esqueleto apareció, ya ennegrecido por la humedad, medio disuelto. Fragmentos de tela de las ropas se deshacían en ceniza oscura al salir a la luz, y era imposible reconocer ni su forma ni la clase de tejido. Lucio miraba más impresionado de lo que parecía. Los cavadores fueron recogiendo algunos objetos envueltos en tierra y difíciles al pronto de clasificar: monedas, una llave, un par de pistolas...
—¿Qué se hace con esto? —preguntaron, indecisos, los jornaleros, en cuyo rostro se leía una especie de miedo y reprobación ante el misterio de aquel crimen que la azada acababa de revelarles.
—Traigan la carretilla —ordenó Lucio—. Pongan en ella los huesos... Déjenlos luego en la sala de la capilla, con mucho cuidado de que no falte ninguno... —y, completando su pensamiento, advirtió:
—Pónganlos sobre la alfombra...
Dominio público
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Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.