Textos peor valorados de Emilia Pardo Bazán disponibles | pág. 6

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autor: Emilia Pardo Bazán textos disponibles


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Esperanza y Ventura

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Las dos primas, descalzas, bajo el sol ardoroso de julio, iban camino del Santuario.

Lo de la descalcez era una de las condiciones de la oferta. Las rapazas vestían su mejor ropa, sus buenos dengues y mantelos de rico paño a la antigua, que ya no se estilan ahora, iban repeinadas, lustrosa la tez de tanto fregarla con agua y jabón barato; hasta lucían una sarta de cuentas azules, Esperanza; de granos de coral falso, Venturiña; pero tenían que sentar sobre los guijarros y el polvo el pie desnudo; y esto sería lo de menos, que avezadas estaban a guardar los zapatos para días de repique gordo; el caso era la vergüenza, el corrimiento de ir así, y que todos los mozos y aun los viejos preguntasen entre maliciosas cucadas de ojo la razón de un voto tan solemne y estrecho.

La razón... no les daba la gana de decirla. Cada uno tiene sus males, ¡qué diaño!, y no se los cuenta al vecino para que se adivierta... Ellas, conferenciando entre sí, se quejaban de sus males indinos, que se agarran como lapas y no hay medicina en la botica que los cure; y por eso, desesperadas ya, apelaban como supremo recurso al gran Curandero, que con sus manos enclavadas hace más que la reata de médicos, aunque vengan de Compostela alabándose de mucha sabiduría.


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Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Fraternidad

Emilia Pardo Bazán


Cuento


—El lance fue serio... Contaba yo veintiséis años —empezó a referir el ministro residente— cuando fui de secretario de Embajada a Tánger.

En apariencia, va poco de un secretario de Embajada a otro secretario de Embajada. Todos son amables, correctos, buenos muchachos. Pero yo era un diplomático de menor cuantía, complicado con un intelectual y casi un científico. Las aficiones que ustedes me conocen al estudio de las razas humanas acaso las tenía entonces más arraigadas que ahora, a pesar de mis quince o veinte folletos y mis dos libros voluminosos publicados por el editor Alcan... Entonces estaba lleno de ilusiones, no sólo acerca de la importancia que mis investigaciones pudiesen tener, sino acerca de los sentimientos que producían en mí. Me creía guiado por un purísimo amor a la Humanidad entera, sin diferenciar a ninguno de sus miembros para mí, todos hermanos. Me sublevaba la idea de que existiesen razas llamadas inferiores, y me prometía demostrar, con el tiempo y la perseverancia, que esas supuestas inferioridades no son sino diferencias debidas a las condiciones de la vida y del ambiente. Así es que cuando me compadecían en Madrid por la especie de voluntario destierro, respondía: «¿Destierro? Voy a pasar una temporada entre mis hermanos musulmanes».


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3 págs. / 6 minutos / 82 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

En el Presidio

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El hombre era como un susto de feo, y con esa fealdad siniestra que escribe sobre el semblante lo sombrío del corazón. Cuadrado el rostro y marcada de viruelas la piel, sus ojos, pequeños, sepultados en las órbitas, despedían cortas chispas de ferocidad. La boca era bestial; la nariz, chata y aplastada en su arranque. De las orejas y de las manos mucho tendrían que contar los señores que se dedican a estudios criminológicos. Hablarían del asa y del lóbulo, de los repliegues y de las concavidades, de la forma del pulgar y de la magnitud, verdaderamente alarmante, de aquellas extremidades velludas, cuyos nudillos semejaban, cada uno, una seca nuez. Dirían, por remate, que los brazos eran más largos de lo que correspondía a la estatura. En fin, dibujarían el tipo del criminal nato, que sin duda era el presidiario a quien veíamos tejer con tal cachaza hilos de paja de colores, que destinaba a una petaca, labor inútil y primorosa, impropia de aquellas garras de gorila.

El director del penal, que me acompañaba, me llevó a su despacho con objeto de referirme la historia del individuo.

—¡Un crimen del género espeluznante! Lo que suele admirarme en casos como el de este Juanote, que así le llamaban en su pueblo, es eso de que toda una familia se ponga de acuerdo para cometer algo tan enorme y no la arredre consideración alguna. Se comprende más lo que haga una persona sola. Unirse en sentimientos y exaltaciones tales tiene algo de extraño; pero el caso es que sucede.


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4 págs. / 8 minutos / 95 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

En Babilonia

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Apenas —empujado por el gentío, aturdido por el vocerío, quebrantado del largo viaje— se vio en la estación, miró alrededor con una curiosidad insaciable, ardiente. ¡Babilonia! Diferente debía de ser allí hasta el aire que se respirase, en el cual flotarían, de seguro, partículas de embriagadora esencia. Tan preocupado y absorto se quedó, que un mozo de la estación tuvo que darle un grito, llamándole a la realidad. Era preciso verificar el salvamento del equipaje, pensar en maletas, sacos y portamantas... Luis se avispó, y diez minutos después rodaba en fiacre, camino del hotel de primer orden.

Las luces y las sombras de la ciudad; esa grandeza misteriosa que adquieren las hiladas de edificios en las horas nocturnas; las masas imponentes de los jardines de arrogante arbolado, entrevistas a derecha e izquierda; el espejear del río, ancho y majestuoso bajo la espaciada diadema de sus regios puentes... Todo habló al alma de Luis, pero distinto lenguaje del que esperaba. Aquello no era la Babilonia diabólica de pérfido atractivo, la Babilonia «inquietante». Esta palabrilla la tenía Luis clavada en el pensamiento. «¡Inquietante!». Los veintiún años de Luis suspiraban por inquietudes, como los sesenta suspiran por la paz...


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Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

El Frac

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Le conocí, y le conocíamos los pocos aficionados a cierta clase de estudios, en los cuales él era indiscutible maestro... Pero decir que le conocíamos no significa que estuviésemos enterados de ninguna intimidad suya; casi no sabíamos las señas de su domicilio. Era, para todos nosotros, un señor algo huraño, tímido entre gentes, vestido con el descuido propio de los sabios; y a lo mejor no le veíamos en tres años, a no tropezarle casualmente en alguna librería de viejo o en los pasillos de alguna Academia, un día de recepción... Ni frecuentaba cafés ni sitios públicos, y se le olvidaba sin sentir, entre la penumbra telarañosa que envuelve a las seminotoriedades, de las cuales nadie se acuerda, como no sea para exclamar enfática y distraídamente: «¡Ah! ¡Ya lo creo! ¡Don Pedro Hojeda de las Lanzas! ¡Una eminencia! ¡Creo que ha escrito últimamente unos trabajos!». «¿Sobre qué?». «Hombre, deje usted que haga memoria». Y rara vez la hacían.


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Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

El Engaño

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Acababa de fumarme el más sabroso de los cigarros del día, el que fumo meciéndome en el cierre de cristales de mi casa, después de la comida a la española embalsamada la boca por el gusto dominador del café y recreados los ojos por la vista, siempre nueva de la bahía, donde los barcos se cuelan como alciones en su nido; y una pereza deliciosa embargaba mis potencias cuando se entreabrió la portier y entró, agitado, mi amigo y consocio en varios círculos. Valentín Beleño. Sólo con mirarle comprendí que algo extraordinario le ocurría. Como yo, Valentín lleva una vida apacible y grata, en llana prosa; despacha su labor oficinesca, da su paseíto higiénico diariamente, conoce al dedillo la chismografía del pueblo de Marineda y ostenta el campeonato del juego de dominó. Comprendo, pues, que el caso será de muerto, o punto menos para que Beleño se propine tal sofoco.

En palabras picadas, descosidas, me informa. Tiene la culpa de toda esta ganga de viceconsulado que le ha caído encima y le trae atareadísimo, mientras no llega el nuevo cónsul a sustituir al que, envuelto en la bandera inglesa, duerme el sueño sin despertar, en el cementerio disidente, llamado por el vulgo «de los canes». A cada momento necesita Beleño lidiar con pasajeros y viandantes británicos, que desembarcan infaliblemente, aunque sólo dispongan de dos horas para hacerlo.


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Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Diálogo Secular

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La profesora de piano pisó la antesala toda recelosa y encogida. Era su actitud habitual; pero aquel día la exageraba involuntariamente, porque se sentía en falta. Llegaba por lo menos con veinte minutos de retraso, y hubiese querido esconderse tras el repostero, que ostentaba los blasones de los marqueses de la Ínsula, cuando el criado, patilludo y guapetón, le dijo, con la severidad de los servidores de la casa grande hacia los asalariados humildes:

—La señorita Enriqueta ya aguarda hace un ratito... La señora marquesa, también.

No pudiendo meterse bajo tierra, se precipitó... Sus tacones torcidos golpeaban la alfombra espesa, y al correr, se prendían en el desgarrón interior de la bajera, pasada de tanto uso. A pique estuvo de caerse, y un espejo del salón que atravesaba para dirigirse al apartado gabinete donde debía de impacientarse su alumna, le envió el reflejo de un semblante ya algo demacrado, y ahora más descompuesto por el terror de perder una plaza que, con el empleíllo del marido, era el mayor recurso de la familia.

¡Una lección de dieciocho duros! Todos los agujeros se tapaban con ella. Al panadero, al de la tienda de la esquina, al administrador implacable que traía el recibo del piso, se les respondía invariablemente: «La semana que viene... Cuando cobremos la lección de la señorita de la Ínsula...» Y en la respuesta había cierto inocente orgullo, la satisfacción de enseñar a la hija única y mimada de unos señores tan encumbrados, que iban a Palacio como a su casa propia, y daban comidas y fiestas a las cuales concurría lo mejor de lo mejor: grandes, generales, ministros... Y doña Consolación, la maestra, contaba y no acababa de la gracia de Enriquetita, de la bondad de la señora marquesa, que le hablaba con tanta sencillez, que la distinguía tanto...


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Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Los Cinco Sentidos

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El nieto y heredero de aquel poderoso multimillonario John Dorcksetter salió diferentísimo de su abuelo y hasta de su padre. Había sido John un atleta, una especie de cíclope, que, en vez de forjar hierro, forjaba millones con sus brazos, vultuosos bíceps y su manaza de gruesas venas negruzcas y pulpejos callosos. Atento sólo a la faena incesante, no quiso John distraerse ni aun en pegar un mordisco de través a la colosal fortuna que amontonaba. Ningún goce, ningún lujo se permitió. Tostadas de pan moreno con salada manteca, cerveza amarga y fuerte, le mantenían. Sus muebles eran sólidos, feos y sencillos. Su esposa vestía de alpaca y revisaba las provisiones. El oro envolvía a John; pero John no necesitaba del oro, y lo ganaba únicamente por el viril placer de desarrollar la energía de ganarlo.

Marck, el hijo, sin desatender completamente los negocios, gastó un boato fastuoso y principesco. No se arruinó, porque eso no entraba en sus principios; se limitó a derrochar, como derrochan todos sus congéneres: yates, coches (no existían automóviles aún), caballos, palacios, quintas, festines, viajes con séquito, adquisición de obras de arte más o menos auténticas, fundaciones benéficas e instructivas más o menos útiles; entre ellas, la de la fuente continua de agua de la Florida, donde se perfumaban gratuitamente los moradores de Kentápolis, ciudad dominada por la opulencia de la dinastía Dorcksetter.


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Publicado el 3 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

La Cabeza a Componer

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Érase un hombre a quien le daba malísimos ratos su cabeza, hasta el extremo de hacerle la vida imposible. Tan pronto jaquecas nerviosas, en que no parecía sino que iba a estallar la caja del cráneo, como aturdimientos, mareos y zumbidos, cual si las olas del Océano se le hubiesen metido entre los parietales. Ya experimentaba la aguda sensación de un clavo que le barrenaba los sesos —y el clavo no era sino idea fija, terca y profunda—, ya notaba el rodar, ir y venir de bolitas de plomo que chocaban entre sí, haciendo retemblar la bóveda craneana y las bolitas de plomo se reducían a dudas, cavilaciones y agitados pensamientos.

Otras veces, en aquella maldita cabeza sucedían cosas más desagradables aún. Poblábase toda ella de imágenes vivas y rientes o melancólicas y terribles, y era cual si brotase en la masa cerebral un jardín de pintorreadas flores, o como la serie de cuadros de un calidoscopio. Recuerdos de lo pasado y horizontes de lo venidero, ritornelos de felicidades que hacían llorar y esperanzas de bienes que hacían sufrir, perspectivas y lontananzas azules y diamantinas, o envueltas en brumas tenebrosas, se aparecían al dueño de la cabeza destornillada, quemándole la sangre y sometiéndole a una serie de emociones y sobresaltos que no le dejaban vivir, porque le traían fatigado y caviloso entre las reminiscencias del ayer y las probabilidades inciertas del mañana.


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Publicado el 3 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

Las Cerezas Rojas

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Junio había extendido por el campo todavía juvenil su sonrisa de oro trigueño, y el campo se esponjaba bajo el halago de un calor aún dulce. Los senderos estaban abigarrados de mariposas locas, que se posaban en las zarzas y después remontaban el vuelo para zarabandear en el aire, mezclando sus cuerpos de vivientes flores. Los árboles parecían gozosos de vivir, cuajando su fruta con gallarda abundancia. En los cerezos no sólo había cuajado, sino que rojeaba con brillanteces de pulido coral, y los mirlos silbaban en las últimas ramas, burlonamente, riéndose de quien pretendiese estorbarles el disfrute de aquellos granos rellenos de almíbar un poco agrio...

Un cerezo magnífico vi rebosar de la tapia de un huerto. Por señas, que el tal huerto parecía abandonado. Debía de hacer mucho tiempo que sus frutales no conocían la poda ni su campo era removido por la azada, que orea los terrones y los liberta de hierbas nocivas. En la vegetación, como en la humanidad, la incultura tiene su poesía, tiene su belleza. Las enredaderas descolgándose del muro; las parietarias revistiéndolo de felpa y follaje caprichoso; las altas agrostis tendiendo su nubecilla, su misterioso asfumino vegetal; la misma zarza de rosados ramilletes..., ofrecen un aspecto graciosamente libre, encantador. Mi sorpresa ante el vergel lleno de antiguos árboles y tan descuidado se aumentó al ver, dando la vuelta a las tapias, que la casa de la cual el huerto parecía depender estaba cerrada, empezando a hundirse su tejado y a soltarse sus ventanas de los goznes. El edificio sufría esa degradación de los sitios donde no entra aire, donde la humedad y el polvo acumulado cumplen su faena destructora. Era inminente el momento en que el techo se caería, dejando cuatro ruinosas paredes, asilo de alimañas...


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4 págs. / 8 minutos / 85 visitas.

Publicado el 3 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

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