Textos más vistos de Emilia Pardo Bazán publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 6

Mostrando 51 a 60 de 606 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Emilia Pardo Bazán editor: Edu Robsy textos disponibles


45678

Anacronismo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En el asilo de dementes de Z. me enseñaron, hace bastantes años ya, la fotografía de un alienado que acababa de morir, lamentando que yo no hubiese podido verle vivo y oír sus predicaciones.

La historia de Celso era que se había cogido, mejor diré cazado, en una cueva montés, donde llevaba vida salvaje mortificando su cuerpo con extravagantes y asperísimas penitencias. El retrato estaba hecho al día siguiente de su ingreso en el manicomio.

Lo contemplé largo rato, sorprendida de la típica y espiritual belleza que resplandecía en los rasgos de tan extraña figura. La tarjeta le presentaba de medio cuerpo arriba, desnudo, con el cabello y la barba crecidos desmesuradamente. Su cara era muy larga, su nariz fina y angosta; su cráneo prolongado y abovedado recordaba la traza de los pórticos ojivales; sus ojos, hundidos en las cuencas, expresaban una abstracción profunda. Sobre la tetilla izquierda se percibía el tatuaje de una cruz apoyada en una esfera que simbolizaba sin duda el mundo. Estaba la anatomía de Celso seca y consumida como la de una momia, y me recordó la plumada feliz con que ha sido descrito San Pedro de Alcántara, diciendo que parecía hecho de raíces de árboles.

Me enteraron de que esta flacura y demacración se debía al ayuno que Celso rigurosamente practicaba, y a que no bebía más agua de la que cupiese en el hueco de la mano. Y cuando pregunté qué significaba la zona oscura que se advertía desde la mitad de las costillas hasta donde empezaba el paño femoral, me respondieron que era la huella del horrendo cilicio de púas de hierro que le quitaron trabajosamente antes de recluirle en la celda.

—No se puede V. figurar —añadieron— las barbaridades que hacía con su cuerpo el pobre hombre. Tenía en las rodillas dos durezas de un centímetro de grueso, formadas por el hábito de permanecer de rodillas sobre un peñasco horas y horas, hasta que caía desmayado de debilidad.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 94 visitas.

Publicado el 12 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

Cuentos Antiguos

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


La paloma

A nuestro padre el zar.

Cuando nació el príncipe Durvati primogénito del gran Ramasinda, famoso entre los monarcas indianos, vencedor de los divos, de los monstruos y de los genios; cuando nació, digo, este príncipe, se pensó en educarle convenientemente para que no desdijese de su prosapia, toda de héroes y conquistadores. En vez de confiar al tierno infante a mujeres cariñosas, confiáronle a ciertas amazonas hircanas, no menos aguerridas que las de Libia, que formaban parte de la guardia real; y estas hembras varoniles se encargaron de destetar y zagalear a Durvati, endureciendo su cuerpo y su alma para el ejercicio de la guerra. Practicaban las tales amazonas la costumbre de secarse y allanarse el pecho por medio de ungüentos y emplastos; y al buscar el niño instintivamente el calor del seno femenil, sólo encontraba la lisura y la frialdad metálica de la coraza. El único agasajo que le permitieron sus niñeras fue reclinarse sobre el costado de una tigresa domesticada, que a veces, como en fiesta, daba al principito un zarpazo; y decían las amazonas que así era bueno pues se familiarizaba Durvati con la sangre y el dolor, inseparable de la gloria.


Leer / Descargar texto


38 págs. / 1 hora, 8 minutos / 371 visitas.

Publicado el 15 de diciembre de 2016 por Edu Robsy.

Cuentos de Marineda

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


Por el arte

Mientras residí en la corte desempeñando mi modesto empleo de doce mil en las oficinas de Hacienda, pocas noches recuerdo haber faltado al paraíso del teatro Real. La módica suma de una peseta cincuenta, sin contrapeso de gasto de guantes ni camisa planchada —porque en aquella penumbra discreta y bienhechora no se echan de ver ciertos detalles—, me proporcionaba horas tan dulces, que las cuento entre las mejores de mi vida.


Leer / Descargar texto

Dominio público
127 págs. / 3 horas, 43 minutos / 266 visitas.

Publicado el 13 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

Cuentos de Navidad y Reyes

Emilia Pardo Bazán


Cuentos, Colección


La Nochebuena del Papa

Bajo el manto de estrellas de una noche espléndida y glacial, Roma se extiende mostrando a trechos la mancha de sombra de sus misteriosos jardines de cipreses y laureles seculares que tantas cosas han visto, y, en islotes más amplios, la clara blancura de sus monumentos, envolviendo como un sudario, el cadáver de la Historia.

Gente alegre y bulliciosa discurre por la calle. Pocos coches. A pie van los ricos, mezclados con los «contadinos», labriegos de la campiña que han acudido a la magna ciudad trayendo cestas de mercancía o de regalos. Sus trapos pintorescos y de vivo color les distinguen de los burgueses; sus exclamaciones sonoras resuenan en el ambiente claro y frío como cristal. Hormiguean, se empujan, corren: aunque no regresen a sus casas hasta el amanecer —que es cosa segura—, quieren presenciar, en la Basílica de Trinità dei Monti, la plegaria del Papa ante la cuna de Gesù Bambino.

—Sí; el Papa en persona —no como hoy su estatua, sino él mismo, en carne y hueso, porque todavía Roma le pertenece— es quien, en presencia de una multitud que palpita de entusiasmo, va a arrodillarse allí, delante la cuna donde, sobre mullida paja, descansa y sonríe el Niño. Es la noche del 24 de diciembre: ya la grave campana de Santángelo se prepara a herir doce voces el aire y la carroza pontifical, sin escolta, sin aparato, se detiene al pie de la escalinata de Trinità.


Leer / Descargar texto

Dominio público
94 págs. / 2 horas, 44 minutos / 261 visitas.

Publicado el 14 de septiembre de 2018 por Edu Robsy.

El Delincuente Honrado

Emilia Pardo Bazán


Cuento


—De todos los reos de muerte que he asistido en sus últimos instantes —nos dijo el padre Téllez, que aquel día estaba animado y verboso—, el que me infundió mayor lástima fue un zapatero de viejo, asesino de su hija única. El crimen era horrible. El tal zapatero, después de haber tenido a la pobre muchacha rigurosamente encerrada entre cuatro paredes; después de reprenderla por asomarse a la ventana; después de maltratarla, pegándole por leves descuidos, acabó llegándose una noche en su cama y clavándole en la garganta el cuchillo de cortar suela. La pobrecilla parece que no tuvo tiempo ni de dar un grito, porque el golpe segó la carótida. Esos cuchillos son un arma atroz, y al padre no le tembló la mano; de modo que la muchacha pasó, sin transición, del sueño a la eternidad.

La indignación de las comadres del barrio y de cuantos vieron el cadáver de una criatura preciosa de diecisiete años, tan alevosamente sacrificada, pesó sobre el Jurado; y como el asesino no se defendía y parecía medio estúpido, le condenaron a la última pena. Cuando tuve que ejercer con él mi sagrado ministerio, a la verdad, temí encontrar detrás de un rostro de fiera, un corazón de corcho o unos sentimientos monstruosos y salvajes. Lo que vi fue un anciano de blanquísimos cabellos, cara demacrada y ojos enrojecidos, merced al continuo fluir de las lágrimas, que poco a poco se deslizaban por las mejillas consumidas, y a veces paraban en los labios temblones, donde el criminal, sin querer, las bebía y saboreaba su amargor.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 92 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Talisman

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La presente historia, aunque verídica, no puede leerse a la claridad del sol. Te lo advierto, lector, no vayas a llamarte a engaño: enciende una luz, pero no eléctrica, ni de gas corriente, ni siquiera de petróleo, sino uno de esos simpáticos velones típicos, de tan graciosa traza, que apenas alumbran, dejando en sombra la mayor parte del aposento. O mejor aún: no enciendas nada; salte al jardín, y cerca del estanque, donde las magnolias derraman efluvios embriagadores y la luna rieles argentinos, oye el cuento de la mandrágora y del barón de Helynagy.

Conocí a este extranjero (y no lo digo por prestar colorido de verdad al cuento, sino porque en efecto le conocí) del modo más sencillo y menos romancesco del mundo: me lo presentaron en una fiesta de las muchas que dio el embajador de Austria. Era el barón primer secretario de la Embajada; pero ni el puesto que ocupaba, ni su figura, ni su conversación, análoga a la de la mayoría de las personas que a uno le presentan, justificaban realmente el tono misterioso y las reticentes frases con que me anunciaron que me lo presentarían, al modo con que se anuncia algún importante suceso.

Picada mi curiosidad, me propuse observar al barón detenidamente. Parecióme fino, con esa finura engomada de los diplomáticos, y guapo, con la belleza algo impersonal de los hombres de salón, muy acicalados por el ayuda de cámara, el sastre y el peluquero —goma también, goma todo—. En cuanto a lo que valiese el barón en el terreno moral e intelectual, difícil era averiguarlo en tan insípidas circunstancias. A la media hora de charla volví a pensar para mis adentros: «Pues no sé por qué nombran a este señor con tanto énfasis.»


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 115 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

En Babilonia

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Apenas —empujado por el gentío, aturdido por el vocerío, quebrantado del largo viaje— se vio en la estación, miró alrededor con una curiosidad insaciable, ardiente. ¡Babilonia! Diferente debía de ser allí hasta el aire que se respirase, en el cual flotarían, de seguro, partículas de embriagadora esencia. Tan preocupado y absorto se quedó, que un mozo de la estación tuvo que darle un grito, llamándole a la realidad. Era preciso verificar el salvamento del equipaje, pensar en maletas, sacos y portamantas... Luis se avispó, y diez minutos después rodaba en fiacre, camino del hotel de primer orden.

Las luces y las sombras de la ciudad; esa grandeza misteriosa que adquieren las hiladas de edificios en las horas nocturnas; las masas imponentes de los jardines de arrogante arbolado, entrevistas a derecha e izquierda; el espejear del río, ancho y majestuoso bajo la espaciada diadema de sus regios puentes... Todo habló al alma de Luis, pero distinto lenguaje del que esperaba. Aquello no era la Babilonia diabólica de pérfido atractivo, la Babilonia «inquietante». Esta palabrilla la tenía Luis clavada en el pensamiento. «¡Inquietante!». Los veintiún años de Luis suspiraban por inquietudes, como los sesenta suspiran por la paz...


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 80 visitas.

Publicado el 1 de octubre de 2018 por Edu Robsy.

En Semana Santa

Emilia Pardo Bazán


Cuento


A la cabecera del moribundo estaban Preciosa y Conrado, asistiéndole en sus últimos instantes, temblorosos como el criminal que sube las escaleras del cadalso. Y criminales eran —aunque criminales triunfantes y coronados por el ciego Destino— Conrado y Preciosa. El que, después de largos sufrimientos, sucumbía en el cuarto, impregnado de olores a medicinales drogas, entristecido por la luz amarillenta de la lamparilla, que iba extinguiéndose al par que la vida del agonizante era el esposo de Preciosa, el protector y bienhechor de Conrado; y para los que, de común acuerdo, le engañaron y ofendieron sus canas, no tuvo nunca aquel honradísimo viejo, generoso y confiado como un niño, más que palabras de dulzura y hechos de bondad y amor. Abierta siempre a Conrado su bolsa y su casa; abiertos siempre los brazos y el corazón para Preciosa, cuya juventud no quiso entristecer nunca con severidades de anciano y melancolías de enfermo, el infeliz tenía derecho a la gratitud y al respeto más tierno y grave..., ya que otros sentimientos vehementes no pueda inspirarlos la senectud. Y ahora se moría, se moría lentamente..., después de advertir a Preciosa que quedaba instituida su única heredera, y que, si no sentía repugnancia por Conrado, a quien él miraba como hijo, deseaba que ambos le prometiesen casarse a la terminación del luto.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 10 minutos / 73 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

En Silencio

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Todos creían que la hija del tabernero de la Piedad aspiraba a casarse con un señorito. No con un señorito de los que, a veces, al pasar ante la taberna a caballo o en automóvil, se detenían a beber un vasete del claro vinillo del país, y piropeaban a la muchacha; con estos, no había que pensar en bendiciones; solo algún curial de Brigos, algún lonjista de Areal que bien pudieran prendarse de aquella moza frescachoncilla, peinada a la moda, y tan peripuesta con su blusita de percal rosa, incrustada en entredoses. Y se prendarían o no se prendarían; pero lo cierto fue que, con gran sorpresa de la clientela y del contorno, Aya —que así la llamaban, con el nombre de una santa mártir allí de mucha devoción— tomó por esposo a un albañil humilde, que ni siquiera era de la tierra: un portugués, venido a trabajar en las obras de una quinta próxima al santuario de la Piedad, y que los domingos solía comer en la taberna.

Cierto que el portugués era lo que en su patria llaman un perfeito rapaz. De mediana estatura, forzudo, con el pelo rizado, negro y brillante, cuando se endomingaba soltando la costra de cal, y bien acepillado de chaqueta y blanco de camisa, iba a pelar la pava con la joven tabernera, se comprendía que esta le hubiese preferido a todos. Otra estampa así...


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 248 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

En Tranvía

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Los últimos fríos del invierno ceden el paso a la estación primaveral, y algo de fluido germinador flota en la atmósfera y sube al purísimo azul del firmamento. La gente, volviendo de misa o del matinal correteo por las calles, asalta en la Puerta del Sol el tranvía del barrio de Salamanca. Llevan las señoras sencillos trajes de mañana; la blonda de la mantilla envuelve en su penumbra el brillo de las pupilas negras; arrollado a la muñeca, el rosario; en la mano enguantada, ocultando el puño del encas, un haz de lilas o un cucurucho de dulces, pendiente por una cintita del dedo meñique. Algunas van acompañadas de sus niños: ¡y qué niños tan elegantes, tan bonitos, tan bien tratados! Dan ganas de comérselos a besos; entran impulsos invencibles de juguetear, enredando los dedos en la ondeante y pesada guedeja rubia que les cuelga por las espaldas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 12 minutos / 54 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

45678