Textos más descargados de Emilia Pardo Bazán etiquetados como Cuento disponibles | pág. 23

Mostrando 221 a 230 de 565 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Emilia Pardo Bazán etiqueta: Cuento textos disponibles


2122232425

El Rizo del Nazareno

Emilia Pardo Bazán


Cuento


A la hora en que él cruzó el pórtico del templo lucían las estrellas con vivo centellear en el profundo azul, saturaba la primavera de trépidos y aromosos efluvios el ambiente, hallábanse las calles concurridas, rebosando animación, y los transeúntes cuchicheaban a media voz, fluctuando entre el recogimiento de las recientes plegarias y la expansión bulliciosa provocada por aquella blanda y halagüeña temperatura de abril. Eran casi las once de la noche del Jueves Santo.

Entróse a buen paso mi héroe por la iglesia, en cuya nave se espesaba la atmósfera, impregnada de partículas de cera e incienso. En el altar mayor ardían aún todas las luces del monumento, simétricamente dispuestas, alternando con vasos henchidos de gayas y pomposas flores de papel con ramos de hojarasca de plata, y allá arriba azulados bullones de tul formaban un dosel de nubes, de trecho en trecho cogido por angelitos vivarachos y de rosada carnación, con blancas alas en los hombros, alas impacientes y cortas, que parecían, entre el trémulo chisporroteo de los cirios, estremecerse preludiando el vuelo. Todo el gran frente del altar irradiaba y esplendía como una gloria, envuelto en áureo y caliente vapor, y animado por la continua y parpadeante vibración de las candelas, y las notas de fuerte colorido de los contrahechos ramilletes.


Leer / Descargar texto

Dominio público
13 págs. / 23 minutos / 48 visitas.

Publicado el 13 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Peregrino

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Muy lejanos, muy lejanos están ya los tiempos de la fe sencilla, y sólo nos los recuerdan las piedras doradas por el liquen y los retablos pintados con figuras místicas de las iglesias viejas. No obstante, suelo encontrar en las romerías, ferias y caminos hondos de mi tierra, un tipo que me hace retroceder con la imaginación a los siglos en que por ásperas sendas y veredas riscosas, se oía resonar el himno ¡Ultreja!, cántico de las muchedumbres venidas de tierras apartadísimas a visitar el sepulcro de Santiago, el de la barca de piedra y la estrella milagrosa, el capitán de los ejércitos cristianos y jinete del blanco bridón, espanto de la morisma.

Siempre que a orillas de la árida carretera, sentado sobre la estela de granito que marca la distancia por kilómetros, veo a uno de esos mendigos de esclavina y sombrero de hule que adornan conchas rosadas, otros días y otros hombres se me aparecen, surgiendo de una brumosa oscuridad; y así como en el cielo, trazado con polvo de estrellas, distingo en el suelo el rastro de los innumerables ensangrentados pies que se dirigían hace siglos a la catedral hoy solitaria...

Me figuro que los peregrinos de entonces no se diferenciaban mucho de éstos que vemos ahora. Tendrían el mismo rostro demacrado, la misma barba descuidada y revuelta, los mismos párpados hinchados de sueño, las mismas espaldas encorvadas por el cansancio, los mismos labios secos de fatiga; en la planta de los pies la misma dureza, a las espaldas el mismo zurrón, repleto de humildes ofertas de la caridad aldeana... Hoy hemos perfeccionado mucho el sistema de las peregrinaciones, y nos vamos a Santiago en diligencia y a Roma en tren, parando en hoteles y fondas, durmiendo en cama blanda y comiendo en mesas que adornan ramos de flores artificiales y candelabros de gas...


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 48 visitas.

Publicado el 15 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Paraguas

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Estaba siempre allí, en el ángulo de la humilde salita, arrinconado, y todos los sábados lo desempolvaba Ángeles cuidadosamente. Era un magnífico paraguas, cuyo origen británico no podía ponerse en duda, y que tenía ese aspecto confortable que caracteriza a los productos de la industria inglesa; y lo elegante del puño, lo rico de la seda, lo recio y bien modelado de las bellotas que, pendientes de un cordón, decoraban el mango, producían una impresión de lujo.

Lo que rodeaba, en cambio, transcendía a pobreza vergonzante. Muebles marchitos y estropeados, que vanamente intentaban recomponer doña Máxima y Ángeles, vestidas también ellas, no diré de andrajos, pero de trapitos ala de mosca —vueltos, recosidos y rezurcidos—, y sujetas a régimen de patatas y sardinas, lo más barato que por entonces salía a la plaza.

Llevaban las señoritas de Broade, que tal era su apellido, con suma dignidad su triste situación. Las había reducido a ella un caso singular: la desaparición del padre y esposo, que tanto pábulo dio a las conversaciones; como que no se extinguió el alboroto en la ciudad hasta pasado un año. El señor Broade, el desaparecido, empleado en el escritorio de una importante casa de banca, era un hombre del cual nada malo se dijo nunca. Una tarde salió, como otras muchas, a dar su paseíto higiénico, y paseíto fue, que iban transcurridos largos años sin que el paseante hubiese vuelto a su domicilio.


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 36 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Panorama de la Princesa

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El palacio del rey de Magna estaba triste, muy triste, desde que un padecimiento extraño, incomprensible para los médicos, obligaba a la princesa Rosamor a no salir de sus habitaciones. Silencio glacial se extendía, como neblina gris, por las vastas galerías de arrogantes arcadas, y los salones revestidos de tapices, con altos techos de grandiosas pinturas, y el paso apresurado y solícito de los servidores, el andar respetuoso y contenido de los cortesanos, el golpe mate del cuento de las alabardas sobre las alfombras, las conversaciones en voz baja, susurrantes apenas, producían impresión peculiar de antecámara de enfermo grave. ¡Tenía el Rey una cara tan severa, un gesto tan desalentado e indiferente para los áulicos, hasta para los que antaño eran sus amigos y favoritos! ¿A qué luchar? ¡La princesa se moría de languidez… Nadie acertaba a salvarla, y la ciencia declaraba agotados sus recursos!


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 107 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Niño de Cera

Emilia Pardo Bazán


Cuento


—La señora aguarda ya —dijo en alemán la fräulein; y Nora, dócil como suelen ser las criaturas enfermizas, echó a andar, bajó las escaleras solita, agarrándose al pasamano, y solita se metió dentro de la berlina, al lado de su mamá, que viéndola tan seria y emperifollada al empezar a rodar el coche, le dio un beso en el poco trecho de mejilla que asomaba entre el sombrerón y el alto cuello de pieles.

—¿A que no sabes adónde vamos? —preguntó alegremente, pasándose por la fría nariz el sedoso manguito—. Vamos al convento. —¿A ver a la tía Leonor?

—¿Pues a quién? Y a la madre abadesa, y a las monjas todas.

Nora reflexionó, y una chispa de contento iluminó sus anchas pupilas entristecidas, dilatadas, como si hubiese tomado belladona. Por aquel tiempo de Navidad, la idea del convento se asociaba a la de mil golosinas y chucherías, de esos juguetes del claustro que encantan a los pequeños, porque son producto de un espíritu infantil…


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 36 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Niño

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Según avanzaban las horas del fosco día de diciembre, tasada su mísera luz por los turbios vidrios de la venta que pretendía iluminar la guardilla, aumentaba el sufrimiento de la mujer. Había instantes en que pensaba morir —y aún lo deseaba— con la fuerza del dolor que atarazaba sus fibras. El marido no estaba allí; había desaparecido una mañana, no se sabía hacia dónde, aunque se suponía que a América, no tanto en busca de trabajo, que aquí no le faltaba, sino de libertad y vicios, dejando a su esposa como se deja la copa agotada sobre el mostrador de la taberna. Y ella, la mísera, que no sabía oficio alguno, que venía en derechura del campo cuando se casó, allí se había quedado, sin más amparo que el de la caridad; pues ni aun en el servicio doméstico más humilde la admitirían en el estado en que se encontraba.

Y con todo esto, sola, pobre, abandonada, retorciéndose de sufrimiento y de tortura, la mujer sentía por momentos que se estremecía de esperanza y de gozo. Andrajo de humanidad tirado en un rincón, olvidado, barrido, por decirlo así, de entre sus semejantes, la infeliz iba a dar vida, a producir, por el desgarramiento de sus entrañas, un nuevo ser. ¡Y sus pensamientos volaban, volaban hacia lo más alto, en un vértigo de esperanza ambiciosa! Oía, según iba cayendo la noche, el chirrido de las chicharras, el estridente himno de las cornetas, el silbo de los pitos, el rasgueo de los guitarros, y pensaba, enorgullecida, que todo aquel alborozo era por un Niño, por un Niño como el que ella iba a traer al mundo. No calculaba la diferencia de significación espiritual; de eso, ¿qué entendía ella, la cuitada? Veía otro Niño regordete, colorado, con pelusa en el cráneo, con un corpezuelo hecho a torno; otro Niño como el del pesebre, con una risa tempranera y una gracia candorosa al buscar el seno de la madre…


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 41 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Mechón Blanco

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Los oficiales de la guarnición se hacían lenguas de la hermosura de su Capitana generala. ¡Qué cutis moreno más fresco! ¡Qué ojos más lánguidos y más fogosos a la vez! ¡Cómo caían, velándolos con dulce sombra, las curvas pestañas! ¡Qué gallardo cimbrear el del gentil talle! ¡Qué andar tan airoso! ¡Qué arranque de garganta y qué tabla de pecho, bellezas apenas entrevistas en el teatro, al través de la mínima abertura del alto corpiño!

Porque es de advertir que la generala para irritar la imaginación y estimular con mayor fuerza la codicia de los varones, unía a su tipo meridional, provocativo y tentador, una gran reserva, un alarde de formalidad y recato sobrado aparente para no pecar algo de artificioso y postizo. Jamás se descotaba. Apenas usaba joyas. Vestía mucho de lana negra. No bailaba nunca. No sonreía a sus admiradores. Frecuentaba las iglesias, y en sociedad apenas cruzaba palabra con los menores de cuarenta años. Seria más bien severa, se la podía citar como tipo acabado del decoro. Y el caso es que no sucedía así, y que en torno de la generala flotaba esa tempestuosa atmósfera que rodea a las mujeres cuya virtud es un enigma propuesto a la curiosidad del público. ¿Acusaban de algo a la generala? ¿Había derecho para censurarla en lo más leve? No. Y, sin embargo, notábase vagas reticencias en la voz, en el gesto, en la frase de las mujeres cuando comentaban su modestia y retraimiento, de los hombres, cuando chasqueaban la lengua contra el paladar para declararla bocatto di cardinale.


Leer / Descargar texto

Dominio público
6 págs. / 11 minutos / 75 visitas.

Publicado el 13 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

El Mandil de Cuero

Emilia Pardo Bazán


Cuento


No creáis que esto que voy a referir sucedió en nuestros días ni en nuestras tierras, ni que es invención o ficción. Si encierra alguna moraleja aprovechable, consistirá en que la historia tiene sentido y enseñanza. ¡Ay del género humano si la Historia se redujese a la opresión del débil por el fuerte, al triunfo de la violencia!

Érase que se era un rey de Persia, a quien muchos llaman Nemrod, pero que según versiones más fundadas, debió de llamarse Doac, y fue matador y sucesor de aquel Yemsid cuyo pecado consistía en creerse perfecto. Este Doac era mago brujo y sabidor; pero en vez de ejercer su ciencia según la habían ejercitado sus predecesores — fundando ciudades, enseñando y propagando artes e industrias, venciendo en singular batalla a los divos o genios del mal, estableciendo las primeras pesquerías de perlas, horadando las primeras minas de turquesas, popularizando el conocimiento del alfabeto y de los signos que, trazados sobre ladrillo o piedra, conservan al través de las edades el recuerdo de los hechos insignes —, el empecatado Doac sólo utilizó su magia para componer y destilar filtros y venenos y refinar ingeniosos suplicios, porque se deleitaba en el dolor, y los gemidos eran para él regalada música. Hasta el reinado de Doac, no sabían los persas cómo desgarra las carnes un haz de varillas, ni cómo aprieta la nuez una soga. Cuando se pregunta qué enseñó Doac a sus súbditos, la crónica responde que enseñó a azotar y ahorcar.

Cansado sin duda el Cielo, infligió a Doac un padecimiento cruel y vergonzoso. Una mañana, al disponerse a gozar las delicias del baño, notó el rey que en cada hombro le había salido gruesa verruga, tamaña como un huevo y de la mismísima figura que una cabeza de serpiente: chata, verdosa, horrible.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 73 visitas.

Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

El Gemelo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


La condesa de Noroña, al recibir y leer la apremiante esquela de invitación, hizo un movimiento de contrariedad. ¡Tanto tiempo que no asistía a las fiestas! Desde la muerte de su esposo: dos años y medio, entre luto y alivio. Parte por tristeza verdadera, parte por comodidad, se había habituado a no salir de noche, a recogerse temprano, a no vestirse y a prescindir del mundo y sus pompas, concentrándose en el amor maternal, en Diego, su adorado hijo único. Sin embargo, no hay regla sin excepción: se trataba de la boda de Carlota, la sobrina predilecta, la ahijada… No cabía negarse.

«Y lo peor es que han adelantado el día —pensó—. Se casan el dieciséis… Estamos a diez… Veremos si mañana Pastiche me saca de este apuro. En una semana bien puede armar sobre raso gris o violeta mis encajes. Yo no exijo muchos perifollos. Con los encajes y mis joyas…».

Tocó un golpe en el timbre y, pasados algunos minutos, acudió la doncella.

—¿Qué estabas haciendo? —preguntó la condesa, impaciente.

—Ayudaba a Gregorio a buscar una cosa que se le ha perdido al señorito.

—Y ¿qué cosa es ésa?

—Un gemelo de los puños. Uno de los de granate que la señora condesa le regaló hace un mes.

—¡Válgame Dios! ¡Qué chicos! ¡Perder ya ese gemelo, tan precioso y tan original como era! No los hay así en Madrid. ¡Bueno! Ya seguiréis buscando; ahora tráete del armario mayor mis Chantillíes, los volantes y la berta. No sé en qué estante los habré colocado. Registra.


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 80 visitas.

Publicado el 27 de febrero de 2021 por Edu Robsy.

El Fantasma

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Cuando estudiaba carrera mayor en Madrid, todos los jueves comía en casa de mis parientes lejanos los señores de Cardona, que desde el primer día me acogieron y trataron con afecto sumo. Marido y mujer formaban marcadísimo contraste: él era robusto, sanguíneo, franco, alegre, partidario de las soluciones prácticas; ella, pálida, nerviosa, romántica, perseguidora del ideal. Él se llamaba Ramón; ella llevaba el anticuado nombre de Leonor. Para mi imaginación juvenil, representaban aquellos dos seres la prosa y la poesía.

Esmerábase Leonor en presentarme los platos que me agradaban, mis golosinas predilectas, y con sus propias manos me preparaba, en bruñida cafetera rusa, el café más fuerte y aromático que un aficionado puede apetecer. Sus dedos largos y finos me ofrecían la taza de porcelana «cáscara de huevo», y mientras yo paladeaba la deliciosa infusión, los ojos de Leonor, del mismo tono oscuro y caliente a la vez que el café, se fijaban en mí de un modo magnético. Parecía que deseaban ponerse en estrecho contacto con mi alma.

Los señores de Cardona eran ricos y estimados. Nada les faltaba de cuanto contribuye a proporcionar la suma de ventura posible en este mundo. Sin embargo, yo di en cavilar que aquel matrimonio entre personas de tan distinta complexión moral y física no podía ser dichoso.

Aunque todos afirmaban que a don Ramón Cardona le rebosaba la bondad y a su mujer el decoro, para mí existía en su hogar un misterio. ¿Me lo revelarían las pupilas color café?


Leer / Descargar texto

Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 74 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

2122232425