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Saletita

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Cuando doña Maura Bujía, viuda de Pez, vio incrustarse en el marco de la puerta a aquel vejete de piernas trémulas y desdentada boca, apoyado en un imponente bastón de caña de Indias con borlas y puño de oro, no pudo creer que tenía en su presencia al novio de sus juventudes, al que, por ser pobre, no se había casado con ella. Cierto que el novio, Pánfilo Trigueros, ya no era niño entonces; y ahora, mientras doña Maura llevaba divinamente sus cincuenta y nueve, activa y ágil y todavía frescachona, con el pescuezo satinado aún y los ojos vivos, don Pánfilo se rendía al peso de los setenta y cuatro, tan atropelladito, que doña Maura se precipitó a ofrecerle el sillón de gutarpercha.

—Y luego dicen que no se hacen viejos los hombres —pensó, risueña, mientras le daba mil bienvenidas—. ¡Ya sabía ella su llegada, ya! ¡Y que traía un capitalazo, montes y morenas!

—Eso sí, laus Deo —silbó y salivó don Pánfilo al través de sus despobladas encías—. No nos ha ido mal del todo… De aquí me echasteis por desnudo…, y vuelvo vestido y calzado y con gabán de pieles…

Doña Maura, abriendo el ojo a pesar suyo, cogió una silla y se acomodó cerquita del anciano. Tan rara vez entraban compradores en aquella tienda de pasamanería y cordonería, que no se perjudicaba la dueña recibiendo tertulia.

—¿Conque mucha suerte? ¿Era verdad que había depositado en la sucursal del Banco un millón de pesetas?


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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Rosquilla de Monja

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Las quintas de don Florencio Abrojo y don Eladio Paterno tenían una tapia común, de suerte que cuanto se hacía y decía en alguno de los dos jardines había de oírse por fuerza en el otro. Mientras don Florencio, solterón y solitario impenitente, entregado a su única manía, regaba, podaba o acodaba arbustos raros, las niñas de Paterno, que eran siete, y casi todas lindas, alegres y bulliciosas, correteaban como loquillas. Sus argentinas carcajadas, sus chillidos de júbilo, sus pasajeras grescas por un fruto o una flor, iban, cruzando el muro, a perturbar la calma y el silencio en que se complacía el fatigado y desengañado Abrojo.

La índole de la molesta algazara fue modificándose según crecían en años las señoritas de Paterno. Primero, juegos propiamente infantiles, escondites entre los rosales y las magnolias, paseos en carreta y pedradas a los árboles: después, chácharas interminables con amiguitas que venían de Marineda, partidas de crocket, mucho columpio, todo acompañado de meriendas de almíbar y pan: luego se agregó al elemento femenino el masculino, los señoritos animados y obsequiosos, y don Florencio pudo escuchar, con irritación creciente, las bromas intencionadas, los piropos rendidos, el tiroteo de frases agridulces entre ellas y ellos. A este período de escaramuzas siguió aquel en que, habiéndose echado novio dos o tres de las muchachas, las parejitas se sentaban en bancos de piedra, bajo los árboles que sombreaban la tapia misma, y sus voces llegaban como un arrullo a los dominios del señor de Abrojo.


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Publicado el 14 de noviembre de 2020 por Edu Robsy.

Restorán

Emilia Pardo Bazán


Cuento


El que atiende por este alias, sustitución del humilde nombre de Jacobo Expósito, es un golfo cuya edad no se aprecia a primera vista. Por el desarrollo representa de once a doce años lo más; pero si su cuerpo desmedrado parece de niño, sus facciones están ajadas por la miseria y su expresión es precozmente cauta y recelosa. Las criaturas desamparadas aprenden pronto la dura ley de la vida social; el candor de la infancia lo acaparan los ricos. Restorán no recordaba haber sido inocente.

Hay en Madrid gateras a quienes les sale el día bastante bien. Tienen una cara graciosa, un habla suelta, insinuante, labia, desparpajo; saben hacer útiles abriendo portezuelas, avisando simones o recogiendo el pañuelo que se cae; conocen el arte de mendigar, y cuando, al anochecer, repiten «con más hambre que un oso» o reclaman, cual si les debiese de derecho, la «perrilla». Ya en su mugrienta faltriquera danzan las monedas de cobre que les permitirán refocilarse en el bodegón de la calle de Toledo. Si, conmovidos por sus quejas famélicas, en vez de soltar dinero, los lleváis a una tienda y les compráis la libreta, diciéndoles majestuosamente: «Anda, hijo, come», es como si les dejaseis caer una teja de punta sobre la pelona. Lo que quieren es guita. Ya sabrán gastársela. Tanto para el guisote, tanto para el peñascaró, tanto para coser los zapatos, tanto para la partida de tute… El tabaco no entra en cuenta. Ahí están las colillas.


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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Responsable

Emilia Pardo Bazán


Cuento


—Mira por todo, tú me entiendes —repitió la madre, antes de equilibrarse sobre la molida o retorcido circular de paja, el cestón del cual salían apagados cacareos y rebasaban, alzando la cubierta de estopa, cabezas cómicamente asustadas de gallos y gallinas—, no sea que, mientras vendo en la feria esta pobreza, ande el demonio suelto. Cuidado me puso el cura por nombre... Atiende a tus hermanos... ¡Quedas responsable, Cerilo...!

El niño agachó la testa en que se envedijaban rizos color de mora madura, mates por el polvo que los velaba, y su gesto, ya semiviril, aceptó la responsabilidad completamente. Aquella misma mañana, Cirilo había cumplido once años, y la Vieja Sabidora, repertorio de historias, cuentos y patrañas de la aldea, le había bisbiseado la víspera al oído:

—¡Quién como tú, que eres hijo de un señor!

¡De un señor! No era la primera vez que lo escuchaba, y siempre la noticia alzaba ecos profundos en su alma precozmente despierta, superior a la condición humilde en que vivía... Cirilo no conocía en nada absolutamente que fuese hijo de un señor, ni se diferenciaba de sus hermanitos, retoños del difunto marido de su madre, el zuequero de Solgas... Descalzo, vestido de remiendos pingajosos, uncido ya al trabajo de la casa y de la tierra, como manso novillo destetado antes de sazón, Cirilo se parecía bien poco a los hijos de los señores, limpios y hartos, según él los había visto en la villita de Castro Real. Y con todo eso creía firmemente en lo del señorío. Dentro de su espíritu algo se elevaba; era un sentimiento, o, mejor dicho, un puro instinto de estimación hacia su propia persona, lo que, si Cirilo tuviese otra edad, se llamaría altivez.


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Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Remordimiento

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Conocí en su vejez a un famoso calaverón que vivía solitario, y al parecer tranquilo, en una soberbia casa, cuidándose mucho y con un criado para cada dedo, porque la fortuna —caprichosa a fuer de mujer, diría algún escritor de esos que están tan seguros del sexo de la fortuna como yo del del mosquito que me crucificó esta noche— había dispuesto (sigo refiriéndome a la fortuna) que aquel perdulario derrochase primero su legítima, después la de sus hermanos, que murieron jóvenes, luego la de una tía solterona, y al cabo la de un tío opulento y chocho por su sobrino. Y, por último, volvieron a ponerle a flote el juego u otras granjerías que se ignoran, cuando ya había penetrado en su cabeza la noción de que es bueno conservar algo para los años tristes. Desde que mi calvatrueno (llamábase el Vizconde de Tresmes) llegó a persuadirse de que interesaba a su felicidad no morirse en el hospital, cuidó de su hacienda con la perseverancia del egoísmo, y no hubo capital mejor regido y conservado. Por eso, al tiempo que yo conocí al vizconde —poco antes de que un reuma al corazón se lo llevase al otro barrio— era un viejo rico, y su casa —desmintiendo la opinión del vulgo respecto a las viviendas de los solteros— modelo de pulcritud y orden elegante.


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Publicado el 27 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Reina

Emilia Pardo Bazán


Cuento


No se recordaba, en la «histórica urbe» de Alcazargazul, acontecimiento igual, por lo menos desde que cesaron de ocuparla los moros y la conquistó el buen Alvar Mojino de los Mojinos, asaltando la muralla con sus hombres, cual banda de gatos monteses que trepan a un peñasco con las uñas.

Justamente, en conmemoración de tal acontecimiento (aunque en apariencia no existiese íntima relación entre ambas cosas) pensaron varios alcazargazuleños entusiastas en que se celebrasen unos Juegos florales, verdaderamente solemnes. Una comisión constituida al efecto, y de que formaban parte todas las «fuerzas vivas», trabajó lo increíble, revolvió Roma con Santiago, y consiguió (no dando paz a diputados y senadores de la región) una subvencioncilla y varios premios, con la consiguiente designación de temas.

También jugaron influencias para que «mantuviese» el certamen el célebre orador don Propicio Meloso, el cual arañó un poco en Lafuente y Mariana, se empapó en las leyendas y fastos de Alcazargazul, y, llegado el momento de dejar fluir su elocuencia, hizo un relato de la proeza de Alvar Mojino, que ni que la hubiese estado presenciando la víspera. Enorme resonancia alcanzaron los Juegos florales, porque otro acierto de la Comisión fue señalar para la celebración de los Juegos, no el día en que se cumplían siglos de la hazaña, sino el mismo en que tradicionalmente se verifica la feria de Alcazargazul. Un arqueólogo de la localidad, don Senén Morquecho, los insultó en varios artículos de un periodiquito por esta libertad que con la historia se tomaban; pero el resto de la Prensa regional declaró que el tal don Senén era un majadero (como si esto no se supiese desde años hacía).


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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Recompensa

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Al pie del bosque consagrado a Apolo, allí donde una espesura de mirtos y adelfas en flor oculta el peñasco del cual mana un hilo transparente, se reunieron para lavar sus pies resecos por el polvo Demodeo y Evimio, que no se conocían, y habían venido por la mañana temprano, con ofrendas al numen.

Demodeo era arquitecto y escultor. Muchos de los blancos palacios que se alzaban en Atenas eran obra suya, y se esperaba de él un monumento magnífico en que revelase la altura y el arranque vigoroso de su genio.

Evimio era un opulento negociante establecido en Tiro, que expedía flotas enteras con cargamentos de lana teñida, polvo de oro, plumas de avestruz y perlas, traficando sólo en esos géneros de lujo en que es incalculable el beneficio. Contábase que en los subterráneos de su quinta guardaba tesoros suficientes para costear una guerra con los persas, si el patriotismo a tanto le indujese.

A pesar de su riqueza, Evimio había querido venir al santuario de Apolo sin séquito, como un navegante cualquiera, subiendo a pie la riente montaña, cuyos senderos estaban trillados por el paso de los devotos; y cual los demás peregrinos, había dejado pendientes de una rama sus sandalias, y trepado descalzo hasta el edículo, donde, sobre un ara de mármol amarillento ya, se alzaba la imagen del dios del arco de plata.

Ahora, el millonario y el artista bañaban con igual fruición sus plantas incrustadas de arenas —a cuya piel se habían adherido hojas de mirto— en el hialino raudal y, respirando la fragancia de los ardientes laureles, arrancada por el sol, se comunicaban sus impresiones. Se conocían de nombre y fama, y se miraban, buscándose en la faz la causa de la inspiración del uno y del fabuloso caudal del otro.


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Publicado el 28 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Que Vengan Aquí...

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En una de esas conversaciones de sobremesa, comparando a las diferentes regiones españolas, en que cada cual defiende y pone por las nubes a su país, al filo de la discusión reconocimos unánimes un hecho significativo: que en Galicia no se han visto nunca gitanos.

—¿Cómo se lo explica usted? —me preguntaron (yo sostenía el pabellón gallego).

—Como explica un hombre de inmenso talento su salida del pueblo natal (que es Málaga), diciendo que tuvo que marcharse de allí porque eran todos muy ladinos y le engañaban todos. En Galicia, a los gitanos los envuelve cualquiera. En los sencillos labriegos hallan profesores de diplomacia y astucia. Ni en romerías ni en ferias se tropieza usted a esos hijos del Egipto, o esos parias, o lo que sean, con sus marrullerías y su chalaneo, y su buenaventura y su labia zalamera y engatusadora… Al gallego no se le pesca con anzuelo de aire; allí perdería su elocuencia Cicerón.

—Se ve que tiene usted por muy listos a sus paisanos.

—Por listísimos. La gente más lista, muy aguda, de España.

Sobrevino una explosión de protestas y me trataron de ciega idólatra de mi país. Me contenté con sonreír y dejar que pasase el chubasco, y sólo me hice cargo de una objeción, la que me dirigía Ricardo Fort, catalán orgulloso, con sobrado motivo, de las cualidades de su raza.


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Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Puntería

Emilia Pardo Bazán


Cuento


A la mayor parte de los humanos les da que hacer entre los treinta y los cincuenta, y muchas veces más allá, por los abusos a que propende nuestra especie y en que no incurren los animales, eso que nosotros llamamos amor, y los teólogos con otro vocablo más crudo, y acaso menos distante de la verdad.

Sobre esto discutían dos viejos amigos, típicos ejemplares ambos de la estirpe española, que recorrido el camino de una vida de aventuras políticas y militares, y a pesar de singulares condiciones de arrojo, inteligencia y energía, habían visto fallida su ambición, y se consumían de tedio y hasta —¿por qué no decirlo?— algún tanto de envidia, viendo a los de «su tiempo», que no les llegaban a la suela del zapato, en altos puestos.

Uno de los viejos —aún robusto, fuerte y con señales visibles de guapo en otros días— procedía de América, y vencido en los disturbios de una de las jóvenes repúblicas, echado para siempre por el partido triunfante, iba amarilleando su malaventura, más que la de la afección al hígado, diagnosticada por el médico; y al otro, veterano de las guerras civiles y de otras guerras coloniales, donde realizó heroicidades y prodigó su sangre con incomparable gallardía, dijérase que un duende maléfico le estorbaba siempre recoger el lauro y la recompensa, y se atravesaba entre la fortuna y él. Era a los cincuenta y ocho, comandante, y si le preguntasen la causa de no haber avanzado más, acaso le fuese difícil responder. Otro tan bravo como Sebastián Palacios, difícilmente se encuentra, como no habían visto las llanuras y las cordilleras sudamericanas más recio y resuelto jinete que Doroteo Cárdenas, cuyos hechos eran hasta legendarios…; pero legendarios entre los indios; los civilizados pierden fácilmente la memoria.


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Publicado el 9 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Prueba al Canto

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Discutíamos una noche en el saloncito verde del Circulo de pensadores trascendentales (sociedad que murió joven por falta de cuotas), acerca de socialismo y comunismo, y el buen Zenón Veleta, siempre amigo de contradecir, porfiaba que ninguno, ni aún los mismos que echan bombas de dinamita o clavan puñales y suben al patíbulo, es comunista de verdad, en el fondo de su alma.

—A mí no me digan —argüía Zenón—. No existe el tal comunismo; es una farsa, moralmente hablando: obras son amores y no buenas razones.

—¿Y no llama usted obras —exclamó el excelentísimo señor D. Tristán Molinillo, individuo correspondiente de la Ciencias históricas de Estocolmo—, a dejarse apretar el pescuezo? Quisiera yo verle a usted…

—¡Antes ciegue usted que tal vea! —saltó furioso Zenón.

—Entiéndame usted bien: yo sostengo que todos los días aparecen gentes que se juegan la vida por un quítame allá esas pajas. Cada novillada, en los pueblos, cuesta dos o tres muertos y diez o doce heridos graves. Que se encienda ahora una guerra civil al grito de… lo que ustedes gusten, y sobrarán voluntarios. Arme usted un motín, por consumo va o consumo viene, y se echarán a la calle como fieras innumerables ciudadanos ayer pacíficos, sin temor a que les rompan la crisma. Por unas copas; pro diez céntimos; por una palabra más alta que otra; por cualquier futesa, se desmondongan los chulos en tabernas y fandangos. Créalo usted; de la vida hace poco caso el hombre; fácilmente la tira por la ventana: el morir en aras de una doctrina ni siquiera indica que el mártir la profesa sinceramente. El caso, señores, no es morir por una doctrina, sino vivir por ella y según ella.

Ahí está como yo juro y perjuro que no existan tales comunistas ni anarquistas; que son un mito, engendrado por el miedo burgués. Y si no, a la prueba.


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3 págs. / 5 minutos / 47 visitas.

Publicado el 10 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

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