Diálogo
Emilia Pardo Bazán
Cuento
En un rincón del Ateneo. Mesas con servicios de café, unos ya consumidos y que un mozo retira, otros que trae para señores ateneístas que leen periódicos o discuten a media voz. En un rincón, ocupando el ángulo de un diván y una butaca contigua, Teolindo y Galo conversan, sintiéndose perfectamente solos entre el rumor de charlas. Su diálogo parece continuación de otros anteriores. De esos temas que, entre amigos, salen a relucir una vez, cuando menos, por semana.
—Galo: No me cabe en la cabeza ese empeño tuyo de que somos libres y podemos hacer lo que nos dé la gana.
—Teolindo: ¡Qué quieres! ¡No me siento piedra ni vegetal!… Tengo mi conciencia.
—También la tendremos los demás… Sólo que, ante lo imposible, la conciencia se limita a darnos tormento, sin sacarnos del pantano.
—Galo: Bah.
—Teolindo: ¡Bah! A todas horas te ves en situaciones que te permiten afirmar la conciencia. A cada paso luchan tu honradez y tus apetitos. No querrás decir que vencen siempre estos últimos, ¿eh?
—Galo: Qué diantres. También yo tengo mi propia estimación. Y no es la honradez solamente. Es el buen sentido. Mira aquello que más me fastidia es no probar lo que me gusta… Y lo sigo.
—Pues me das la razón.
—Galo: No. Ésas son cosas que podemos hacer, sin más que unas miajas de entendimiento para discernir entre lo que está en nuestra mano y lo que no está, y escoger, como egoistones, lo que más nos conviene… porque, al fin, es el egoísmo el que nos mueve, en eso y en todo. Eso no me lo negarás.
—Teolindo: Según como se entienda… el supremo egoísmo sería virtud absoluta.
Dominio público
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Publicado el 12 de febrero de 2021 por Edu Robsy.