Textos de Emilia Pardo Bazán etiquetados como Cuento | pág. 10

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autor: Emilia Pardo Bazán etiqueta: Cuento


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Puntería

Emilia Pardo Bazán


Cuento


A la mayor parte de los humanos les da que hacer entre los treinta y los cincuenta, y muchas veces más allá, por los abusos a que propende nuestra especie y en que no incurren los animales, eso que nosotros llamamos amor, y los teólogos con otro vocablo más crudo, y acaso menos distante de la verdad.

Sobre esto discutían dos viejos amigos, típicos ejemplares ambos de la estirpe española, que recorrido el camino de una vida de aventuras políticas y militares, y a pesar de singulares condiciones de arrojo, inteligencia y energía, habían visto fallida su ambición, y se consumían de tedio y hasta —¿por qué no decirlo?— algún tanto de envidia, viendo a los de «su tiempo», que no les llegaban a la suela del zapato, en altos puestos.

Uno de los viejos —aún robusto, fuerte y con señales visibles de guapo en otros días— procedía de América, y vencido en los disturbios de una de las jóvenes repúblicas, echado para siempre por el partido triunfante, iba amarilleando su malaventura, más que la de la afección al hígado, diagnosticada por el médico; y al otro, veterano de las guerras civiles y de otras guerras coloniales, donde realizó heroicidades y prodigó su sangre con incomparable gallardía, dijérase que un duende maléfico le estorbaba siempre recoger el lauro y la recompensa, y se atravesaba entre la fortuna y él. Era a los cincuenta y ocho, comandante, y si le preguntasen la causa de no haber avanzado más, acaso le fuese difícil responder. Otro tan bravo como Sebastián Palacios, difícilmente se encuentra, como no habían visto las llanuras y las cordilleras sudamericanas más recio y resuelto jinete que Doroteo Cárdenas, cuyos hechos eran hasta legendarios…; pero legendarios entre los indios; los civilizados pierden fácilmente la memoria.


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5 págs. / 10 minutos / 40 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Puntilla

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Pasó Enrique la noche echando cuentas. No había remedio; por más vueltas que diese, y más salidas que buscase, tenía que vender la finca. Era el último cartucho, y no podía dejar de quemarlo. Con el producto de la venta haría frente a la crisis de sus negocios, y saldría victorioso de los que acechaban su derrota financiera.

Le ofrecían setenta mil duros por aquella residencia magnífica, tan cercana a Madrid, al mismo tiempo recreativa y productiva, con sus arboledas umbrías y sus amplias labranzas, con su pinar interminable y sus elegantes serres. Setenta mil duros, era malvender; pero si no vendía, era la suspensión de pagos, la deshonra, la ruina del nombre y del crédito. Mejor arrojar a la mar aquel despojo que hundirse.

Sombrío, hosco, salió de su despacho, y fue a echar la última ojeada a los tesoros de que iba a desprenderse. Su conciencia, como sucede en tales momentos, le acusaba. Si hubiese procedido con mayor cautela, si se hubiese dedicado a sus asuntos con mayor asiduidad, no llegaría a tal situación. Arrastrado por el vértigo de una vida mundana, disipada, la mayor parte de las veces no vigilaba lo bastante, no se consagraba como era debido a su labor. La fortuna huye de los distraídos y de los perezosos. Hay que perseguirla con ardor, que al cabo es mujer, y no gusta de ser mirada con lánguida indiferencia, sino requerida con ardor violento.

Aun en los sinsabores más amargos hay consuelo en pensar que no ha sido nuestra la culpa, sino del destino. Trasladamos así la responsabilidad, y lo fatal se nos impone con su fuerza superior a todas. Nos resignamos. Pero no así cuando imaginamos que, procediendo de otra manera, evitaríamos la desgracia que nos abruma. Enrique se lo repetía a sí mismo, con enojo: «Esto me sucede porque he querido. Por ser un tonto, un abandonado en lo que más importa».


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Publicado el 9 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Punta del Cigarro

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Resuelto a contraer matrimonio, porque es una de esas cosas que nadie deja de hacer, tarde o temprano, Cristóbal Morón se dio a estudiar el carácter de unas cuantas señoritas, entre las que más le agradaban y reunían las condiciones que él juzgaba necesarias para constituir un hogar venturoso.

En primer término, deseaba Cristóbal que la que hubiese de conducir al ara consabida tuviese un genio excelente; que su humor fuese igual y tranquilo y más bien jovial, superior a esos incidentes cotidianos que causan irritaciones y cóleras, pasajeras, sí, pero que, repetidas, no dejan de agriar la existencia común. Una cara siempre sonriente, una complacencia continua, eran el ideal femenino de Cristóbal.

No ignoraba cuánto disimulan, generalmente, su verdadera índole las muchachas casaderas. Por eso quería sorprender a la elegida por medio de uno de esos ardides inocentes, que a veces descubren, como a pesar suyo, el modo de ser auténtico de las personas. Y discurrió algo ingenioso y sencillísimo, que había de dar infalible resultado.

Empezaba Cristóbal por establecer, con la muchacha a quien se dirigía, no trato amoroso en la verdadera expresión de la palabra, sino una galante familiaridad. Al encontrarla en reuniones nocturnas o fiestas diurnas al aire libre, sentábase a su lado, charlaba con ella alegre y dulcemente, la embromaba, la preguntaba sus gustos, sus ideas, y unas veces con festiva contradicción y otras con afectación de simpatía y coincidencia de opiniones, iba tratando de ahondar en su espíritu. Y habiéndola ya explorado un poco, impensadamente cometía con ella una de esas torpezas involuntarias, propias de hombre: un pisotón en el traje, un tropezón con la garzota del peinado, que lo desbarataba por completo: algo, en fin, que pudiese provocar un arrebato instantáneo de enojo, en el cual se trasluciese la natural índole de la niña. Y siempre el arrebato se había producido súbito, violento.


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Publicado el 9 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

Padre e Hijo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Cuando al Año nuevo de 1914 entró a saludar filialmente al de 1913, que estaba poco menos que dando las boqueadas, el médico, reservado y grave, secreteó a la niñera que acompañaba al nene:

—El pobre señor apenas puede resollar… Pero, como tendrá que aconsejar a su sucesor, vamos a administrarle una buena dosis de cafeína… Por eso no se ha de morir un minuto más pronto ni más tarde.

Con la droga reanimose el moribundo y parpadeó, y sonrió entre amable e irónico a la criatura, que era una monada, una figurita muy semejante al Amor, tal cual lo representan los cuadros de Boucher y los grabados de Volpato y Morghen. Sobre la piel, dulcemente bombeada por gentiles redondeces, jugaban hoyos menudos, traviesos, marcándose como improntas del dedo de Venus en las dos grandes hojas de rosa del nalgatorio y en las junturas de brazos y piernas. La cara era de gloria, luminosa, cándida y picaresca a la vez; la boca, un capullito entreabierto, y la testa, cargada de rizos de oro, parecía alumbrar el aire con un brillo y fulgor de tanta sortija rubia.

—¡Hola, hola, picaruelo! ¡Qué animados venimos! —articuló el anciano, arropándose en la pelliza de nutria, no menos pelada y vetusta que su dueño, y además muy cochambrosa—. Parece que hay ganas de vivir, ¿eh?

—¡Ya ve, papá!… —contestó el nene, más despabilado que un candil.

—Ya, ya veo que tenemos ilusiones… Y, de fijo, planes, proyectos, ideas de reformas…, y, además…, convencimiento de que papá no ha hecho sino tonterías… ¿A que sí?

No se atrevió el pequeño a responder de plano; pero algo había de todo eso…, algo había…


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3 págs. / 6 minutos / 51 visitas.

Publicado el 9 de mayo de 2021 por Edu Robsy.

La Invisible

Emilia Pardo Bazán


Cuento


De todas las mujeres que han podido preocuparme en este mundo —dijo Cecilio Ruiz, en un momento de expansión, de ésos que son como válvulas por donde el alma busca respiro—, una me ha dejado recuerdo más persistente, por lo mismo que casi no hubo ni tiempo ni ocasión de que me lo dejase…

La memoria —continuó— es muy extraña. Sin que se sepa por qué, se borran de ella un sinnúmero de cosas, y hasta años enteros de nuestra vida pasan sin dejar rastro. Momentos en que creemos que nuestra sensibilidad está en paroxismo, no marcan después huella en el recuerdo. En vano quiero resucitar horas que declaré inolvidables, pues ya de ellas no guardo reminiscencia ninguna. Y detalles que no revistieron la menor importancia, parece que cada día los tengo más grabados en la conciencia: frases insulsas, sucesos mínimos, siempre presentes, cuando ni aun sé cómo se arregló mi primera cita con mujeres de las cuales me creí verdaderamente enamorado, y, tal vez, si me las encuentro en la calle, no las conozco.

En cambio, mi aventura, medio irreal de los Colmenares —llamaré así al lugar de la escena—, de tal modo cuajo en mi espíritu y en mi vida, que cada día surge con mayor realce. Era yo entonces bastante joven, pero no tanto que no hubiese pasado ya de los veintiocho años y probado en diversos lances sentimientos muy varios, y goces y penas, con todos los accidentes que suelen acompañar a la pasión amorosa; hasta me creía ya un poco hastiado, y a ratos me las echaba de escéptico.


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4 págs. / 8 minutos / 71 visitas.

Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Inspiración

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Temporada fatal estaba pasando el ilustre Fausto, el gran poeta. Por una serie de circunstancias engranadas con persistencia increíble, todo le salía mal, todo fallido, raquítico, como si en torno suyo se secasen los gérmenes y la tierra se esterilizase. Sin ser viejo de cuerpo, envejecía rápidamente su alma, deshojándose en triste otoñada sus amarillentas ilusiones. Lo que le abrumaba no era dolor, sino atonía de su ardorosa sensibilidad y de su imaginación fecunda.

Acababa de romper relaciones con una mujer a quien no amaba: aquello principió por una comedia sentimental, y duró entre una eternidad de tedio, el cansancio insufrible del actor que representa un papel antipático, que ya va olvidando, de puro sabido, en un drama sin interés y sin literatura. Y, no obstante, cuando la mujer mirada con tanta indiferencia le suplantó descaradamente y le hizo blanco de acerbas pullas que se repetían en los salones, Fausto sintió una de esas amarguras secas, irritantes, que ulceran el alma, y quedó, sin querérselo confesar, descontento de sí, rebajado a sus propios ojos, saturado de un escepticismo vulgar y prosaico, embebido de la ingrata grata convicción de que su mente ya no volvería a crear obra de arte, ni su corazón a destilar sentimiento.

Sí: Fausto se imaginaba que no era poeta ya. Así como los místicos tienen horas en que la frialdad que advierten los induce a dudar de su propia fe, los artistas desfallecen en momentos dados, creyéndose impotentes, paralíticos, muertos.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Navidad del Pavo

Emilia Pardo Bazán


Cuento


Por asuntos de la gran Sociedad industrial de que yo formaba parte, hube de ir varias veces a M***, donde nadie me conocía, y a nadie conocía yo. Durante mis breves residencias en la mejor fonda pude, desde mi ventana, admirar la hermosura de una señora que vivía en la casa de enfrente. Desde mi observatorio se registraba de modo más indiscreto su tocador, y yo veía a la bella que, instalada ante una mesa cargada de frascos y perfumadores, contemplándose en el espejo, peinaba su regia mata de pelo color caoba, complaciéndose en halagarla con el cepillo, en ahuecarla y enfoscarla alrededor de su cara pálida y perfecta. Cuando acababa de morder las ondulaciones laterales el último peinecillo de estrás, sonreía satisfecha, alisando reiteradamente, con la mano larga y primorosa, el capilar edificio. Después se pasaba por la tez, suavemente, la borla de los polvos; se pulía las cejas; se bruñía interminablemente las uñas con pasta de coral; se probaba sombreros, lazos, cinturones, piquetes de flores, encajes, que arrugaba alrededor del cuello; en suma: se consagraba largas horas a la autolatría de su beldad. Y clavado a la ventana por el incitante espectáculo, encendida la sangre a profanar así la intimidad de una mujer seductora, nacía en mí otra curiosidad, el ansia de conocer su historia, en la cual, sin duda, habría episodios pasionales, goces, penas, recuerdos…

Me estremecí, por consecuencia, al oír una noche, en la mesa redonda, que pronunciaban su nombre, que la discutían… Me alteré, como el cazador al sentir rebullir en el matorral la pieza que aguarda. Motivaba la conversación el haber dicho monsieur Lamouche, el viajante francés en joyas, que pensaba pasar a casa de la belle Madame… —Aquí el apellido, que no entregaré a la publicidad— para ofrecer su stock, esperando importante venta.


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4 págs. / 7 minutos / 68 visitas.

Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Mina

Emilia Pardo Bazán


Cuento


br>Cómo empieza y cómo acaba… todo, en España.

(Narracioncilla).


Era… ¡me acuerdo bien!, era Enero, y soplaba un remusgo guadarramesco que no había más que pedir, y colgaban del borde de los tejados cristalitos de hielo, picudos y relucientes como alcuzas hacia abajo.

Muy gratas parecen (–y claro está que si lo parecen, en este caso lo son—) muy gratas, —proseguiré reanudando el suelto hilo del párrafo— son aquellas bocanadas, emanaciones o vaho que en días de tan rigurosa temperatura exhalan los hoteles y cafés, y con las cuales se difunde turbia y pesada ola de vapor en el diáfano ambiente. A manera de anzuelo éntranse por la nariz, halagándola con suave calorcillo y aroma, y asaltado ya el sentido del olfato, muy heroico será el descendiente de Pelayo o del Cid que no se vaya en pos del cebo, colándose por aquellas puertas de Dios, tras de que brillan los espejos, calienta el gas y consuela y refocila el Moka… manchego.

Entréme yo pues… y al llegar aquí reparo que lo que voy contando semejará forjado en mi imaginación, por no ser propio de quien firma estas páginas eso de enjaretarse bonitamente en un café, y pedir una copa de anís y leerse El Globo; y otras publicaciones de muy honesto y discreto solaz para el entendimiento; pero es del caso advertir que el autor habla por boca de tercera persona, motivo para que titule su obra «Narracioncilla» y por señas que en lo del título anduvieron discordes los ingenios queriendo los unos se llamase Pequeña Narración (apoyados éstos en la autoridad de un poeta grande) y opinando los otros, que puesto que hay diminutivos en el habla castellana, verosímilmente para algo servirán.


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Niebla

Emilia Pardo Bazán


Cuento


—Es un error —díjome mi tío, el viejo y achacoso solterón, cruzándose la bata, porque sus canillas reumáticas pedían el acolchado abrigo con mucha necesidad— eso de creer que lo más influyente en nuestra vida son los sucesos aparatosos y grandes. No; lo que realmente nos hace y nos deshace son las menudencias.

—El tejido de las mínimas circunstancias diarias querrá usted decir, tío Juan Antonio. Verdad, verdad de a puño… Nuestro humor, nuestra salud, nuestra dicha o desdicha momentáneas penden de esas fruslerías: de la ventana que cierra mal, de la puerta que nos coge los dedos, del plato soso o muy salado, del zapato que aprieta y de la llave que se ha perdido…

El solterón guiñó los ojos picaresca y melancólicamente, y se llegó un poco más a la chimenea rutilante. Disparadas chispezuelas saltaban de los leños, y el crujido seco y deleitoso del arder era lo único que se oía en la estancia, admirablemente enguatada y resguardada del frío con toda clase de ingeniosos refinamientos. La nieve, fina, blanda, de fantástica levedad, caía sin prisa, y la veíamos al través de los vidrios, con lo cual se aumentaba esa extraña y dulce sensación de seguridad y egoísmo característica del invierno en interior lujoso. Lo único que le faltaba al bienestar del viejo era un sorbito de té muy caliente, en delicada taza nipona, y se lo serví con las rôties de pan, retorcidas como barquillos de puro delgadas y sutiles. Al deshacérsele en la boca la tercera o cuarta rôtie empapada, murmuró:

—No, hijita; no es eso. Claro que también eso es porque en este instante, por ejemplo, mi felicidad consiste en que la tostadica venga transparente, el su–chong hirviendo y la crema fresquísima… Pero lo que quise expresarte fue que aún en las cosas más graves ejercen influjo decisivo las pequeñeces… ¿Por qué no me he casado yo, vamos a ver, por qué no me he casado?


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Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

La Muerte de la Serpentina

Emilia Pardo Bazán


Cuento


En el cesto, entre sus compañeras, la serpentina rosa soñaba un sueño de su mismo color: veía cielos rosados, labios rosados, pétalos de rosa esparcidos, exhalando dulcísimo perfume.

—«Cuando me lancen al aire —pensaba la serpentina rosa— caeré en el seno de una niña hechicera, de alguna virgen de diecisiete años, —seno que el primer latido de amor aún no consiguió agitar misteriosamente—. Caeré allí como en su nidal la paloma, y al choque de mi enroscado cuerpo, el cuerpo inocente se estremecerá de indefinible emoción. El golpe sordo de la serpentina rosa retumbará en el alma nueva, en el capullo de alma. ¡Ah! Que no tarden en arrojarme al aire… Que llegue pronto mi vez».

Y la vez no llegaba. Serpentinas verdes, amarillas, bermejas, azules, volaban desenroscándose al dirigirse al blanco, y se entretejían en aérea red, suspensas de los balcones, enganchadas en las ramas desnudas de los árboles, desgarrándose en los picos de latón de los faroles. Del fondo del cesto no lograba salir la serpentina rosa.


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1 pág. / 2 minutos / 427 visitas.

Publicado el 18 de marzo de 2021 por Edu Robsy.

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