Textos por orden alfabético de Emilio Salgari | pág. 3

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autor: Emilio Salgari


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El León de Damasco

Emilio Salgari


Novela


1. Cristianos pescando sanguijuelas

Cuando la expedición descendió de la cumbre sobre la cual estaba el castillo y alcanzaron las ondulantes llanuras en las que sólo crecían palmeras e higos chumbos, el sol se encontraba ya muy alto en el horizonte.

Incluso aquella zona del territorio, a distancia de Famagusta, presentaba huellas del paso de los turcos, que no dejaban en torno sino ruinas y cadáveres.

Las granjas, tiempo atrás florecientes, se encontraban derruidas; restaba de ellas, como máximo, algún trozo ahumado de pared o un tejado que se sostenía por un milagro de equilibrio, y de vez en cuando se observaban parcelas de terreno cultivado y viñedos devastados.

El capitán turco parecía no advertirlo. Pero sí se daban cuenta de ello los cristianos y en especial el tío Stake. El buen hombre no dejaba de mascullar, sin inquietarse porque pudieran oírle.

—¡Bandidos! ¡Lo han destruido todo, personas y casas! ¿Cuándo llegará para esos criminales la hora del castigo? ¡La República veneciana no dejará impunes estos crímenes! ¡Si así fuese, me convertiría ahora mismo en turco!

Al cabo de media hora de avanzar a todo galope, la expedición desembocó en una especie de plazoleta donde se veían estanques cubiertos de hojas y tallos putrefactos, que descubrían la presencia de la fiebre, escondida entre las descompuestas raíces y el fango del fondo.

A la orilla de uno de ellos, unos cuantos hombres medio desnudos, provistos de largas pértigas, se dedicaban a remover el agua pantanosa.

—Éstos son los primeros pescadores, señor —anunció el turco, haciendo detener su montura.

—¿Son los cautivos de Nicosia? —inquirió la duquesa, intentando ocultar la angustia que la dominaba.


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133 págs. / 3 horas, 53 minutos / 811 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Misterio de la Jungla Negra

Emilio Salgari


Novela


1. EL ASESINATO

El Ganges, el famoso río loado por los indios antiguos y modernos, cuyas aguas son consideradas sagradas por estos pueblos, después de haber atravesado las nevadas montañas del Himalaya y las ricas provincias de Delhi, Uttar Pradesh, Biliar y Bengala, a doscientas veinte millas del mar se bifurca en dos brazos formando un delta gigantesco, intrincado, maravilloso y quizás, en su género, único en el mundo.

La imponente masa de agua se divide y subdivide en una multitud de riachuelos, canales y pequeños canales que accidentan, de todos los modos posibles, la inmensa extensión de tierra comprendida entre el Hugli, el verdadero Ganges y el golfo de Bengala. De aquí que se formen una infinidad de islas, islotes y bancos que hacia el mar reciben el nombre de sunderbunds.

Nada más desolador, extraño y espantoso que la vista de estas sunderbunds. Ni ciudades, ni poblados, ni cabañas, ni un refugio cualquiera; desde el sur al norte y desde el este al oeste no se divisan más que inmensas extensiones de bambúes espinosos cuyos altos vértices ondean bajo el soplo del viento, apestadas por las emanaciones insoportables de millares y millares de cuerpos humanos que se pudren en las envenenadas aguas de los canales.

Durante el día reina, soberano, un silencio gigantesco, fúnebre, que infunde pavor a los más audaces; durante la noche, por el contrario, lo hace un estruendo horrible de gritos, rugidos, aullidos y silbidos que hiela la sangre.

Nadie osa adentrarse en estas junglas, sembradas de pestilentes charcas, porque están pobladas por serpientes de toda especie, tigres, rinocerontes e insectos venenosos, pero, sobre todo, porque a veces son visitadas por los thugs, los sanguinarios devotos de la diosa Kalí, siempre sedienta de víctimas humanas.


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229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 1.085 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Rey de la Montaña

Emilio Salgari


Novela


I. EL VIEJO MIRZA

Al norte de Persia, paralela a la orilla meridional del mar Caspio, se yergue una larga cadena de montañas que, con los diversos nombres de Alburs, Albours o Elburz, se prolonga hacia el este hasta el Korassan.

Se trata de un amontonamiento gigantesco de altiplanos, que se remontan suavemente hacia el Caspio, ricos en bosques soberbios y prados verdeantes, picos de todas formas y dimensiones, algunos extrañamente recortados en tijera y cubiertos de matorrales espesos, redondeados otros y estériles los más, como puestos allí para impedir cualquier salida; separados los unos de los otros por abismos de vértigo, por cuyo fondo corren torrentes impetuosos, por estrechas gargantas, guaridas de ladrones, de minúsculos caminillos accesibles sólo a los montañeros, junto con algunos pasos practicables llamados las «puertas caspias».

Entre todos los picachos, el Alburs se levanta como una torre y da nombre a toda la sierra, con sus anchos flancos y su aguda cima, reputado como uno de los más formidables volcanes de Asia, despidiendo continuamente humo negro, incluso a veces columnas de fuego y materias volcánicas en tan gran cantidad, que todos los moradores del altiplano van siempre cubiertos de residuos de lava.

Pero el Alburs no está solo. Otro monte domina, señorial, a sólo diez leguas, hacia el oriente, de Teherán, la capital de Persia.

Se trata del Demavend, llamado también Elvind, un cono gigantesco de más de 5000 metros, simplemente rodeado de bellísimos altiplanos, de valles profundos, de abismos y barrancos.


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145 págs. / 4 horas, 13 minutos / 549 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Rey del Aire

Emilio Salgari


Novela


Primera Parte

Capítulo I. Una expedición misteriosa

—¡Alto!… ¡Vista a la costa a proa!

—¡Ah!… ¡Malditos tiburones!… ¡Están por todas partes alrededor de la isla endemoniada!…

—Pues va a ser la tercera noche que nos volvemos al Gavilán con las manos vacías. Pues qué, ¿tienen acaso cien ojos?

—¿Y el bonachón de Bedoff, qué hace?

—Se habrá dormido encima de su botella de aguardiente de centeno mi querido Liwitz.

—Pues a él le han pagado, Ursoff.

—Y espléndidamente; el capitán del Gavilán tiene siempre la bolsa abierta.

—¡Silencio, charlatanes! —dijo una tercera voz—. ¿Creéis que no hay centinelas alrededor de la isla o que ponen sordos para guardar las barracas? Cuidado, porque corremos peligro de que nos fusilen como a salvajes de América.

Un hombre de formas hercúleas, con larga barba rojiza, se levantó a popa de la chalupa, que se deslizaba dulcemente, sin casi producir ningún rumor, sobre las foscas aguas del estrecho de Tartaria, aplacadas por la nevasca que caía en abundancia.

Era un hermoso tipo de anciano del norte, entre los cincuenta y los sesenta años, pero sobre el que parecía que el tiempo no hubiera aún hecho destrozos notables.

Tenía todavía hermosos cabellos, la frente espaciosa, aunque es verdad que cubierta de profundas arrugas, los ojos de un azul oscuro que aún no había perdido nada de su esplendor. Viéndole levantarse y hacer una seña con la diestra, los seis marineros que tripulaban la chalupa, seis jóvenes de poderosa musculatura, interrumpieron su conversación.

Todas las miradas se dirigieron hacia levante donde a través de las oleadas de nieve se veía delinearse confusamente una línea oscura que ocupaba todo el horizonte.

—¿Habéis visto, muchachos? —preguntó el viejo, haciendo una seña de inteligencia


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344 págs. / 10 horas, 2 minutos / 447 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Rey del Mar

Emilio Salgari


Novela


Primera parte. El rey del mar

I. El asalto del «Mariana».

—¿Vamos avante? ¿Sí o no? ¡Voto a Júpiter! ¡Es imposible que hayamos varado en un banco como unos estúpidos!

—No se puede, señor Yáñez.

—Pero ¿qué es lo que nos detiene?

—Todavía no lo sabemos.

—¡Por Júpiter! ¡Ese piloto estaba borracho! ¡Valiente fama la que así se conquistan los malayos! ¡Yo que hasta esta mañana los había tenido por los mejores marinos de los mundos! Sambigliong, manda desplegar otra vela. Hay buen viento, y quizás logremos pasar.

—¡Que el diablo se lleve a ese piloto imbécil!

Quien así hablaba se había vuelto hacia la popa con el ceño fruncido y el rostro alterado por violenta cólera.

Aun cuando ya tenía edad (cincuenta años), era todavía un hombre arrogante, robusto, con grandes bigotes grises cuidadosamente levantados y rizados, piel un poco bronceada, largos cabellos que le salían abundantes por debajo del sombrero de paja de Manila, de forma parecida a los mejicanos y adornado con una cinta de terciopelo azul.

Vestía elegantemente un traje de franela blanca con botones de oro, y le rodeaba la cintura una faja de terciopelo rojo, en la cual se veían dos pistolas de largo cañón, con las culatas incrustadas en plata y nácar —armas, sin duda alguna, de fabricación india—; calzaba botas de agua de piel amarilla y un poco levantadas de punta.

—¡Piloto! —gritó.

Un malayo de epidermis de color hollín con reflejos verdosos, los ojos algo oblicuos y de luz amarillenta que causaba una expresión extraña, al oír aquella llamada abandonó el timón y se acercó a Yáñez con un andar sospechoso que acusaba una conciencia poco tranquila.


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337 págs. / 9 horas, 51 minutos / 766 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Tesoro de la Montaña Azul

Emilio Salgari


Novela


CAPITULO I. EL HURACÁN

—¡Eh, muchachos! ¡Eso no son ballenas! Son los ribbon-fish que salen a la superficie. ¡Mala señal, amigos!

—Usted siempre gruñendo, bosmano —dijo la voz casi infantil de un grumete.

—¿Qué sabes tú del Océano Pacífico y de sus islas, chiquillo, si apenas hace unos meses que has dejado de mamar?

—No, bosmano, tengo dieciséis años cumplidos, y soy hijo de un marinero.

—Sí; acaso de agua dulce. Apostaría que nunca has salido del puerto de Valdivia y que ni siquiera, sabe guiar tu padre una balsa.

—Era chileno como usted, bosmano y…

—Pero no marinero como yo, que hace cuarenta y siete años que navego.

—Os digo que…

—¡Rayo de sol basta! —gritó el bosmano—. ¿Te quieres burlar de mí, Manuel? ¿Sabes tú cómo pesan mis manos? ¿No? Si continúas ya te las haré probar.

—Sois demasiado irascible, bosmano.

—Échate afuera, mozo cocido (chico cobarde).

—¡Oh! Bosmano, eso es demasiado. Os equivocáis al tratarme así.

—¡Chiquiyo!

—¡Oh, no! Yo soy un mozo cruo.

Quién sabe lo que habría durado, continuando en aquel tono, la disputa, con gran contentamiento de la tripulación que asistía riendo a aquel cambio de cumplimientos, cuando la aparición imprevista del comandante hizo cerrar de golpe todas las bocas.

El capitán del «Andalucía» era un hermoso tipo de chileno, con tres cuartos de sangre española en las venas y el otro cuarto de araucano, moreno; como: uno de los indómitos guerreros de los Andes, con ojos negrísimos y aterciopelados y todavía ardientes, aunque ya pesaran sobre las espaldas de aquel hombre de mar, más de cincuenta primaveras.

Su estatura era casi gigantesca, más de americano del Norte, que meridional, con poderosa espalda y cuello de puma…


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342 págs. / 9 horas, 58 minutos / 769 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro de los Incas

Emilio Salgari


Novela


Capítulo I. El ingeniero Webber

La noche del 30 de noviembre de 1869, mientras una espesa lluvia azotaba la tierra y los tejados de las casas, y un viento endiablado y frigidísimo silbaba entre las desnudas ramas de los árboles, un vigoroso caballo salpicado de lodo hasta el cuello, y montado por un hombre armado de larga carabina, entraba a galope en Munfordsville, pequeña e insignificante aldea, situada casi en el riñón del estado de Kentucky, en la América del Norte.

Si alguno de los aldeanos hubiese visto a aquel hombre corriendo a horas tan avanzadas de la noche, y con tan horrible temporal, por las calles de la aldea, sin duda se habría apresurado a encerrarse en su casa y atrancar puerta y ventanas por miedo a tenérselas que haber con aquel siniestro jinete.

El cual, con su elevada estatura, su sombrero de fieltro adornado de una pluma, su amplio capote, sus altas botas de montar y su carabina, no podía menos, en verdad, de producir a primera vista alguna inquietud.

Más quien le hubiese mirado de cerca, se habría tranquilizado al punto. El rostro de aquel hombre era franco, abierto, nobilísimo, de frente alta y espaciosa, aunque surcada tal vez de precoces arrugas, ojos negros hermosísimos, algo melancólicos y coronados de grandes cejas, nariz recta y delgados labios sombreados de un tanto áspero bigote.

Apenas llegó el caballo ante las primeras casas de la aldea, el jinete que miraba atentamente a derecha e izquierda, como si buscase a alguien, metió la mano en un bolsillo interior de su chupa de terciopelo negro y sacó un magnífico reloj de oro.

—Las doce —dijo, acercándole a los ojos—. Con esta obscuridad, no será fácil encontrar la puerta. Pero ahora que me acuerdo, sobre ella debe de haber un canwass-bach disecado.


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156 págs. / 4 horas, 34 minutos / 1.198 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro del Presidente del Paraguay

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO PRIMERO. UNA NAVE MISTERIOSA

La noche del día 22 de enero de 1869 un buque de vapor de un porte de 450 a 500 toneladas, con arboladura de goleta y que parecía haber surgido repentinamente del mar, ejecutaba extrañas maniobras cambiando de rumbo cada doscientos o trescientos metros, a distancia de cerca de cuarenta kilómetros de la amplia desembocadura del Río de la Plata en América del Sur.

Su esbelta silueta, su proa provista de espolón, sus numerosas troneras que parecían destinadas a bocas de cañón o por lo menos a cañones de ametralladoras, su velocidad muy superior a la de los buques mercantes, y, sobre todo, sus ochenta hombres quo en aquel momento ocupaban la toldilla, todos armados con fusiles, y su cañón grueso, montado en una torreta blindada que se levantaba delante del árbol de trinquete, le daban a conocer a primera vista, como uno de aquellos barcos llamados cruceros poderosos auxiliares de los buques acorazados.

Ni en el mastelero del mayor, ni en la verga de la randa, ni en el asta dé popa, llevaba bandera alguna que pudiese indicar a qué nación pertenecía, y aunque la noche fuese oscura como la recámara de un cañón y navegase por parajes bastante frecuentados, donde una colisión podía de un momento a otro echarlo a pique, no llevaba ninguna de las luces prescritas por los reglamentos marítimos.

Extrañas conversaciones se cruzaban en lengua española entre los marineros, especialmente entre aquellos que vigilaban a proa, bastante lejos de los oficiales que estaban de pie en el puente de mando, ocupados en escudriñar el mar con poderosos anteojos.

—Dime, Pedro —decía un mozalbete que masticaba con visible satisfacción un gran pedazo de cigarra, volviéndose hacia un contramaestre que estaba apoyado en una pequeña ametralladora tapada con una funda de tela embreada—, ¿se atraca o seguimos navegando?


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238 págs. / 6 horas, 57 minutos / 619 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Tren Volador

Emilio Salgari


Novela


1. RUMBO A ZANZÍBAR

En la mañana del 15 de agosto del año 1900, un pequeño vapor de dos mástiles surcaba velozmente las aguas del Océano Índico,, en dirección a la isla de Zanzíbar.

A pesar de la ligera neblina que aún flotaba sobre el mar, se alcanzaban a divisar las costas de esa tierra de promisión. Poco a poco fueron perfilándose las colinas rocosas, aunque cubiertas de vegetación, y hacia un costado el esplendor de una gran ciudad oriental, con sus torres macizas y sus típicos minaretes.

Cerca del puerto podía apreciarse el palacio del sultán, con sus sólidas murallas, y, un poco más lejos, el barrio comercial, verdadero emporio donde se acumulan y negocian los productos de la India, África y Europa, y donde viven, en una armonía relativa, mercaderes pertenecientes a las razas más diversas y heterogéneas.

Dos europeos, ubicados en la proa del barco, observaban con sumo interés el aspecto de la ciudad. Si bien ambos conversaban en francés, su porte y su acento permitían deducir que pertenecían a razas distintas.

El de más edad, que aparentaba tener unos cuarenta o cuarenta y cinco años, era alto, delgado, de bigotes y cabellos rubios; por la blancura de su piel parecía dinamarqués o alemán.

El otro, en cambio, bajo y macizo, de tez oscura y cabellos renegridos, aparentaba diez o doce años menos. Mientras el primero accionaba con la flema característica de los sajones, el segundo demostraba la extraordinaria vivacidad típica de las razas meridionales.

—¡Por fin! —exclamó el rubio al ver delinearse el contorno de la ciudad—. Me estaba cansando de este viaje.

—Tú siempre has preferido volar entre las nubes, Otto —le contestó el más joven.

—Sí, Mateo. Yo he nacido para navegar entre las nubes, y no para ser un marinero como tú.


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Dominio público
129 págs. / 3 horas, 46 minutos / 357 visitas.

Publicado el 3 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

En el Mar de las Perlas

Emilio Salgari


Novela


1. Los bancos de perlas de Manaar

El cañonazo del crucero inglés había retumbado por largo tiempo sobre las profundas aguas azules, que a la sazón comenzaban a teñirse con los primeros reflejos del alba, señalando así la apertura de la pesca.

Cientos de barcas, tripuladas por numerosos hombres, casi enteramente desnudos, acudían impelidas por los remos, desde las costas de la India y de la gran isla de Ceilán.

Todas se dirigían hacia los famosos bancos de Manaar, en cuyas arenas, año tras año, anidan millones de ostras perlíferas y acuden enormes legiones dé tiburones ferocísimos para darse un hartazgo con la carne de los desdichados pescadores.

Había barcas de toda especie y de todas las formas imaginables. Unas largas y estrechas como canoas; otras redondas y anchas de costados; algunas con las bordas altas y las proas terminadas en punta, como acostumbran a hacerlas los indios de las regiones meridionales, y las velas desplegadas al viento.

Entre todas ellas sobresalía una por su anchura y la riqueza de sus bordajes. Era, más que una barca, un buque pequeño, con la proa muy aguda y adornada con una cabeza de elefante dorada; los costados esculpidos, la popa bastante alta también y embellecida con pinturas y las velas de color rosa en vez de blanco.

Una enorme bandera de seda azul, sobre la cual se veían campear tres perlas en campo de oro, flotaba en el tope del segundo palo, ondeando al soplo de la brisa matinal.

Veinte hombres componían su tripulación, casi todos ellos de elevada estatura, aunque delgados, con la tez moreno—rosada, los cabellos largos y de color azabache, las orejas adornadas con gruesos aretes y vestidos como los cingaleses, esto es, con largas túnicas de tela blanca floreada, que descendían hasta los tobillos y subían hasta la mitad del pecho, sujetas, por anchas fajas.


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230 págs. / 6 horas, 43 minutos / 457 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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