Los Piratas de las Bermudas
Emilio Salgari
Novela
CAPÍTULO I. LA CAZA A LA CORBETA
EL sol iba al ocaso entre grises nubarrones, que, hinchados por el viento de poniente, se habían ido extendiendo poco a poco sobre el Atlántico.
Las olas, que reflejaban los últimos fulgores del día, murmuraban, corriendo libremente la extensión inmensa que existe entre las costas americanas y las cuatrocientas Bermudas, islotes colocados en torno de la Gran Bermuda, que es la única isla habitada de aquel gran montón de tierras perdidas en medio del grande Océano oriental.
Dos naves, cubiertas de velas hasta los topes, avanzaban dulcemente empujadas por las olas, que batiendo contra ellas a babor, alzábanlas con mesurado murmullo, que sonaba cual la gran poesía de los mares.
El viento de lebeche, bastante fresco, hinchaba las telas, silbando entre centenares y centenares de jarcias y cables y poleas.
Una de dichas naves era una espléndida corbeta, larga y sutil, pero de mucho porte, puesto que de sus bordas salían veinticuatro bocas de cañón, mientras que en el puente y en el ancho castillo de popa había dispuestos en barbeta cuatro gruesas piezas de caza.
Estaba, como hemos dicho, cubierta de velas de un extremo a otro. Las mismas bonetas habían sido desplegadas y tendidas las banderas.
La otra era, en cambio, una barca gruesa, ancha, pesada, de aforo muy inferior a la corbeta que la precedía, con poquísimas piezas de artillería colocadas todas en cubierta.
Ambas naves llevaban, sin embargo, un número considerable de tripulantes, cual si fuesen buques de guerra.
En la corbeta, en lo alto del palo mayor, ondeaba una bandera roja, señal de fuego permanente, a cada hora, a cada instante, contra todos y contra todo; en la barca una bandera listada, blanca y azul y sin estrellas, porque los Estados Unidos no se habían coligado todavía, ni tenían fijas las orgullosas estrellas de la confederación.
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Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.