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autor: Emilio Salgari textos disponibles


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A la Conquista de un Imperio

Emilio Salgari


Novela


Primera parte. A La Conquista De Un Imperio

1. Milord Yáñez

La ceremonia religiosa que había hecho acudir a Gauhati —una de las ciudades más importantes del Assam indio— a millares, y millares de devotos seguidores de Visnú, llegados desde todos los pueblos bañados por las sagradas aguas del Brahmaputra, había terminado.

La preciosa piedra de salagram, que no era otra cosa que una caracola petrificada —del tipo de los cuernos de Ammón, de color negro—, pero que ocultaba en su interior un cabello de Visnú, el dios protector de la India, había sido llevada de nuevo a la pagoda de Karia y, probablemente, escondida ya en un lugar secreto conocido solamente por el rajá, sus ministros y el sumo sacerdote.

Las calles se vaciaban rápidamente: pueblo, soldados, bayaderas y tañedores se apresuraban a regresar a sus casas, a los cuarteles, a los templos o a las fondas para refocilarse después de tantas horas de marcha por la ciudad, siguiendo el gigantesco carro que llevaba el codiciado amuleto y, sobre todo, el divino cabello cuya posesión envidiaban todos los estados de la India al afortunado rajá de Assam.

Dos hombres, que destacaban por sus ropas, muy distintas a las que vestían los indios, bajaban lentamente por una de las calles centrales de la populosa ciudad, deteniéndose de vez en cuando para cambiar unas palabras, en particular cuando no tenían cerca hombres del pueblo ni soldados.

Uno era un hermoso tipo de europeo, sobre la cincuentena, con la barba canosa y espesa, la piel un poco bronceada, vestido de franela blanca y con un ancho fieltro en la cabeza, parecido al típico sombrero mejicano, con unas bellotitas de oro en torno a la cinta de seda.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 1.715 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Capitán Tormenta

Emilio Salgari


Novela


1. Una partida de dados

—¡Siete!

—¡Cinco!

—¡Cuatro!

—¡He ganado!

—¡Por treinta mil cimitarras turcas! ¡Qué suerte la vuestra, señor Perpignano! En dos noches me habéis ganado ochenta cequíes. ¡Esto no puede seguir! ¡Prefiero una descarga de culebrina, aunque la bala sea disparada por esos perros infieles! ¡Por lo menos, no me martirizarán cuando conquisten Famagusta!

—¡Si la conquistan, capitán Laczinski!

—¿Lo ponéis en duda, señor Perpignano?

—De momento, sí. En tanto que estén a nuestro lado los mercenarios no será conquistada. La República sabe elegir a sus soldados.

—Pero no son polacos.

—¡Capitán, no ofendáis a los soldados dálmatas!

—No pretendo tal cosa. Pero si se encontrasen aquí mis compatriotas…

Murmullos amenazadores, que empezaron a oírse en torno a los dos jugadores, unidos al entrechocar de espadas nerviosamente blandidas, hicieron al capitán Laczinski interrumpir sus palabras.

—¡Oh! —exclamó cambiando el tono de su voz y esbozando una sonrisa—. ¡Ya conocéis, bravos mercenarios, que soy amigo de las bromas! Llevamos ya cuatro meses luchando juntos contra esos perros descreídos, que han jurado agujerearnos el pellejo, y sé lo que valéis. De manera, señor Perpignano, que mientras los turcos nos dejan en paz un rato, continuemos nuestra partida. Aún conservo unos veinte cequíes que están ansiando salirse del bolsillo.

Como para desmentir las palabras del capitán, en aquel instante se oyó el estampido del cañón.

—¡Ah, bandidos! ¡Ni por la noche nos dejan tranquilos! —exclamó el polaco parlanchín—. ¡Bah! ¡Todavía nos darán ocasión de perder o ganar unos cuantos cequíes! ¿No os parece, señor Perpignano?

—A vuestra disposición estoy, capitán.

—¡Tiráis vos!


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119 págs. / 3 horas, 29 minutos / 968 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

A Bordo del Taymir

Emilio Salgari


Novela


CAPITULO I. LOS CAZADORES DE NUTRIAS

—Sandoe, ¿la has visto?

—Si, MacDoil; pero desapareció súbitamente.

—¿Dónde la viste?

—Allí, bajo aquella roca.

—¡No la veo! La noche está tan oscura, que me serían necesarias las pupilas de un gato para ver algo a diez pasos de la punta de mi nariz. ¿Era grande?

—¡Enorme, MacDoil! Debe de ser la misma que vi esta mañana.

—¿Tenía hermosa piel?

—Una de las más hermosas. La compañía podría obtener de ella ochocientos rublos.

—¿Sabes lo que he observado, Sandoe?

—¿Qué?

—Que desde hace unos días estas condenadas nutrias parecen asustadas.

—Lo mismo tengo observado, MacDoil. ¿Sabes desde cuándo?

—Desde la noche que oímos aquel silbido misterioso.

—¡Lo has adivinado!

—¿Quién pudo haber lanzado aquella nota? Una ballena no pudo ser.

—Quizá un mamífero de nueva especie.

—¡Hum! —dijo el que se llamaba MacDoil, meneando la cabeza—. ¡No lo creo!…

—Pues entonces…

—No sé qué decir.

—Algo debe de suceder en las costas septentrionales de esta isla. Si así no fuera, las nutrias no se mostrarían tan desconfiadas, y el mismo «Camo» estaría más tranquilo. Ayer mismo ladró muchas veces.

—Lo he oído, Sandoe, y creo…

—¡Calla!

Un murmullo extraño, pero potente, que parecía producido por un inmenso surtidor de agua brotando en la superficie del mar, seguido poco después de un agudo silbido, se oyó en lontananza hacia la costa septentrional de la isla.

Al oír aquellos ruidos, un enorme can que estaba acostado junto a una peña saltó hacia los dos hombres, y volviendo la cabeza al Norte, lanzó tres poderosos ladridos.


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187 págs. / 5 horas, 27 minutos / 1.391 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Falso Brahmán

Emilio Salgari


Novela


1. El asesinato de un ministro

Señor Yáñez, si no me engaño, sufriremos un ataque formidable, espantoso.

—¡Ah, bribón!… ¿Cuándo te decidirás a llamarme alteza? ¿Cuando te haya hecho cortar la punta de la lengua por el verdugo de mi imperio?

—Vos no haréis eso jamás.

—Estoy muy convencido de ello, mi bravo Kammamuri; para ti soy siempre el señor Yáñez o el Tigre blanco; como también Sandokan es para ti siempre el Tigre de la Malasia.

—¡Dos grandes hombres, señor!…

—El diablo te lleve. Algo hemos hecho, ciertamente, en la Malasia y en la India, pero no más de lo que bastó para no dejar que se enmoheciesen nuestras espléndidas carabinas inglesas.

—Nada de eso, alteza…

—Alto allá, Kammamuri; te prohíbo darme ese título mientras no estemos en la Corte; y me parece que ahora, si no estoy ciego, nos hallamos en mitad de una selva magnífica, sin ministros inoportunos ni grandes mariscales de no sé qué título.

—Es una orden que habéis instituido vos, señor Yáñez.

—¡Bien está! Pero mira: a estos de la India es menester darles grandes cargos y títulos rimbombantes. ¡Mariscales de Assam.!… ¡Por Júpiter! Razón tienen para mostrarse soberbios, aunque estoy bien persuadido de que ninguno de esos poltrones que saquean las arcas del Estado se habría atrevido a tomar parte en esta cacería. ¿Conque decías, mi bravo Kammamuri?…

—Que los búfalos se acercan.

—Tienes el oído muy fino.

—Señor, soy de la India y nací cazador.

—Es verdad; mientras que yo soy europeo, hijo de la alegre Portugal y que no tiene…

—Alto ahí, señor. Vos habéis matado más tigres que yo.

—No lo recuerdo —respondió riendo el que se hacía llamar señor Yáñez—. ¿Conque vienen los búfalos?

—Estoy segurísimo.

—¿Y son muchos?


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178 págs. / 5 horas, 12 minutos / 616 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Dos Tigres

Emilio Salgari


Novela


Primera parte. Los estranguladores

1. «El Mariana».

En la mañana del día 20 de abril de 1857, el vigía del faro de Diamond-Harbour, advertía la presencia de un barco pequeño, que debía de haber entrado en la embocadura del río Hugly durante la noche sin reclamar los servicios de ningún piloto.

A juzgar por sus enormes velas, parecía un velero malayo; pero el casco no se parecía a los de los praos, pues no llevaba los balancines que usan éstos para apoyarse mejor en las aguas, cuando las ráfagas de viento son muy violentas, ni tampoco aquella especie de toldilla, propia de las embarcaciones de ese tipo y que los indígenas denominan con el nombre de attap.

Estaba construido con franjas de hierro y durísima madera, no tenía la popa baja, y su desplazamiento era tres veces mayor que el de los praos ordinarios, los cuales en muy pocas ocasiones llegan a las cincuenta toneladas.

Fuera lo que fuese, era un velero muy bonito, largo y estrecho, que, con un buen viento de popa, debía de bogar mucho mejor que todos los buques de vapor que por entonces poseía el Gobierno anglo-hindú. En suma, era un barco que recordaba, si exceptuamos su arboladura, a aquellos otros famosos que violaron el bloqueo en la guerra entre el Sur y el Norte de Estados Unidos.

Pero, probablemente, lo que asombró más al vigía del faro fue la tripulación de aquel velero, demasiado numerosa para un barco tan pequeño y tan extraño.

Estaban allí representadas las razas más belicosas que existían en toda Malasia. Había malayos de color moreno y torva mirada, bugueses, mascareños, dayakos, etc.; se veían muchos negros de Mindanao y algunos papúas, con la enorme cabellera recogida por un peine de grandes proporciones.


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314 págs. / 9 horas, 9 minutos / 683 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Tigres de Mompracem

Emilio Salgari


Novela


Capítulo 1. Los piratas de Mompracem

En la noche del 20 de diciembre de 1849 un violentísimo huracán azotaba a Mompracem, isla salvaje de siniestra fama, guarida de temibles piratas situada en el mar de la Malasia, a pocos centenares de kilómetros de las costas occidentales de Borneo.

Empujadas por un viento irresistible, corrían por el cielo negras masas de nubes que de cuando en cuando dejaban caer furiosos aguaceros, y el bramido de las olas se confundía con el ensordecedor ruido de los truenos.

Ni en las cabañas alineadas al fondo de la bahía, ni en las fortificaciones que la defendían, ni en los barcos anclados al otro lado de la escollera, ni en los bosques se distinguía luz alguna. Sólo en la cima de una roca elevadísima, cortada a pique sobre el mar, brillaban dos ventanas intensamente iluminadas.

¿Quién, a pesar de la tempestad, velaba en la isla de los sanguinarios piratas? En un verdadero laberinto de trincheras hundidas, cerca de las cuales se veían armas quebradas y huesos humanos, se alzaba una amplia y sólida construcción, sobre la cual ondeaba una gran bandera roja con una cabeza de tigre en el centro.

Una de las habitaciones estaba iluminada. En medio de ella había una mesa de ébano con botellas y vasos del cristal más puro; en las esquinas, grandes vitrinas medio rotas, repletas de anillos, brazaletes de oro, medallones, preciosos objetos sagrados, perlas, esmeraldas, rubíes y diamantes que brillaban como soles bajo los rayos de una lámpara dorada que colgaba del techo. En indescriptible confusión, se veían obras de pintores famosos, carabinas indias, sables, cimitarras, puñales y pistolas.


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150 págs. / 4 horas, 22 minutos / 1.002 visitas.

Publicado el 6 de septiembre de 2016 por Edu Robsy.

El Corsario Negro

Emilio Salgari


Novela


1. Los filibusteros de la tortuga

Una recia voz, que tenía una especie de vibración metálica, se alzó del mar y resonó en las tinieblas lanzando estas amenazadoras palabras:

—¡Eh, los de la canoa! ¡Deteneos si no queréis que os eche a pique!

La pequeña embarcación, tripulada solo por dos hombres, avanzaba trabajosamente sobre las olas color de tinta. Sin duda huía del alto acantilado que se delineaba confusamente sobre la línea del horizonte, como si temiese un gran peligro de aquella parte; pero, ante aquel grito conminatorio, se había detenido de manera brusca. Los dos marineros recogieron los remos y se pusieron en pie al mismo tiempo, mirando con inquietud ante ellos y fijando sus ojos sobre una gran sombra que parecía haber emergido súbitamente de las aguas.

Ambos hombres contarían alrededor de cuarenta años, y sus facciones rectas y angulosas se acentuaban aún más con unas espesas e hirsutas barbas que seguramente no habían conocido nunca el uso de un peine o de un cepillo.

Llevaban calados amplios sombreros de fieltro, agujereados por todas partes y con las alas hechas jirones, y sus robustos pechos quedaban apenas cubiertos por unas camisas de franela, desgarradas, descoloridas y sin mangas, que iban ceñidas a sus cinturas con unas fajas rojas reducidas igualmente a un estado miserable y que sujetaban sendos pares de aquellas grandes y pesadas pistolas que se usaban a finales del siglo dieciséis. También sus cortos calzones aparecían destrozados, y las desnudas piernas y los descalzos pies estaban completamente rebozados en un bar ro negruzco.


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347 págs. / 10 horas, 8 minutos / 1.570 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Desquite de Sandokán

Emilio Salgari


Novela


Primera parte. Sandokan

1. El asalto a la «kotta»

Un relámpago cegador, que dejó ver durante unos instantes las nubes tempestuosas empujadas por un viento furiosísimo, iluminó la bahía de Malludu, una de las más amplias ensenadas que se abren en la costa septentrional de Borneo, más allá del canal de Banguey. Siguió un trueno espantoso que duró bastantes segundos y que semejó el estallido de veinte cañones.

Los altísimos pombo de enormes naranjas, las espléndidas arengas saccharifera., los upas. de jugo venenoso, las gigantescas hojas de los bananos y de las palmas denticuladas se doblegaron y luego se contorsionaron furiosamente bajo una ráfaga terrible que se adentró con ímpetu irresistible en la inmensa selva.

Ya hacía bastantes horas que había caído la noche, una noche oscurísima que solamente iluminaban de vez en cuando, a intervalos larguísimos, los relámpagos.

Parecía como si estuviera a punto de estallar uno de esos formidables ciclones, tan temidos por todos los isleños de las grandes tierras de la Sonda, y sin embargo algunos hombres, indiferentes a la furia del viento, de los truenos y de los inminentes aguaceros, velaban bajo las tenebrosas selvas que circundaban toda la profunda ensenada de Malludu. Cuando un relámpago rasgaba las tinieblas se divisaban sombras humanas alzarse en medio de los matorrales y alargar sus miradas bajo aquella luz, y cuando el trueno cesaba en su fragor en medio de las nubes tempestuosas se oían palabras en la selva:

—¿Nada todavía?

—¡No!

—¿Qué hace Sambigliong?

—No ha vuelto.

—¿Lo habrán matado?

—No es hombre que se deje atrapar. ¡Un viejo malayo como él…!

—El Tigre de Malasia se impacientará.


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329 págs. / 9 horas, 37 minutos / 1.184 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Destrucción de Cartago

Emilio Salgari


Novela


I. El dios antropófago

—¡Muera la romana!

—¡Sean quemadas sus entrañas en el pecho de Moloch!

—Quedará agradecido y nos infundirá nuevas fuerzas.

—¡Muera!, ¡muera! ¡Moloch quiere víctimas enemigas!

Un inmenso aullido, escapado de treinta o cuarenta mil pechos, que parecía el mugido de una gran marea cuando embiste, derriba los diques, cubrió por algunos instantes aquellas voces aisladas.

—¡Muera! ¡Con nuestros hijos!

Había cerrado la noche, pero parecía que sobre Cartago, la opulenta colonia fenicia que disputaba feroz, valerosamente a la poderosa Roma el dominio del mundo antiguo, resplandecían millares de pequeños soles.

A través de la inmensa avenida de Khamon, que dividía la ciudad en dos partes distintas, bordeada por maravillosas alamedas de soberbias palmeras, descendía una inmensa muchedumbre hacia el templo dedicado al terrible dios Baal Moloch, el dios representante del fuego maléfico: el rayo que incendia las mieses, los ardores del sol que esterilizan la llanura, y, para aplacar al cual, fenicios y cartagineses ofrecían entre sus brazos ardientes o en el antro monstruoso de su pecho sus hijos predilectos, para que se abrasaran vivos.

Eran millares y millares de mercaderes, de navegantes, de guerreros, de carpinteros, de alfareros, y fabricantes de estatuitas, de armas númidas, mauritanos, negros mercenarios y marineros de Tiro y de Arados, y bajaban en masas compactas desde la necrópolis, llevando un infinito número de astas de hierro en cuyo extremo ardían globos de algodón impregnados de materias resinosas que relampagueaban hasta deslumhrar.


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Dominio público
265 págs. / 7 horas, 44 minutos / 600 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

A Través del Atlántico en Globo

Emilio Salgari


Novela


I. UNA SORPRESA DE LA POLICÍA CANADIENSE

—¡Hurra! —rugían diez mil voces.

—¡Viva el Washington!

—¡Hurra por Sir Kelly!

—¿Hay quien acepte una apuesta de mil dólares?

—¿Está usted loco, Paddy? Si apuesta usted, perderá. Yo se lo garantizo.

—¡Doscientas libras esterlinas! —gritó otra voz.

—¿Quién las arriesga?

—¿Por qué?

—Por el éxito de la travesía.

—¡Otro insensato! ¿Tiene usted sobra de dinero para tirarlo así, al mar, Sir Holliday?

—Nada de tirar. Ganaré. Kelly atravesará el océano y descenderá en Inglaterra.

—No; en España —gritó otro.

—¡En España o en Inglaterra, lo mismo da! ¿Quién apuesta doscientas libras?

—¡Mire usted que las va a perder! ¡Que el globo estallará en el aire!

—Y luego se hundirá en el océano.

—Kelly está loco.

—No; está cansado de vivir.

—Ni una cosa ni otra; es un valiente. ¡Hurra por Kelly!

—¡Viva el Washington!

—¡Mil dólares a que perece ahogado!

—¡Dos mil a que su aerostato estalla sobre nuestras cabezas!

—¡Cien libras a que se estrella contra la playa!

—¡Mil a que consigue atravesar el Atlántico!

—¿Las apuesta usted?

—¡Sí!…

—¡No!… ¡Estáis locos!

—¡Hurra por Kelly! ¡Hurra!

Estos diálogos, aquellas exclamaciones, tales apuestas, a cual más extravagantes, cruzábanse en todos sentidos y brotaban por doquier. Yanquis, canadienses e ingleses porfiaban con análoga furia; por todas partes corrían libras y dólares mientras la muchedumbre se agitaba, se empujaba, se agolpaba y se aplastaba contra un vasto recinto, atropellando a los policemen que ya no podían contenerla, y eso que no economizaban los mazazos, que caían como granizo sobre los más impacientes…


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185 págs. / 5 horas, 25 minutos / 750 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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