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autor: Emilio Salgari textos disponibles


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El Misterio de la Jungla Negra

Emilio Salgari


Novela


1. EL ASESINATO

El Ganges, el famoso río loado por los indios antiguos y modernos, cuyas aguas son consideradas sagradas por estos pueblos, después de haber atravesado las nevadas montañas del Himalaya y las ricas provincias de Delhi, Uttar Pradesh, Biliar y Bengala, a doscientas veinte millas del mar se bifurca en dos brazos formando un delta gigantesco, intrincado, maravilloso y quizás, en su género, único en el mundo.

La imponente masa de agua se divide y subdivide en una multitud de riachuelos, canales y pequeños canales que accidentan, de todos los modos posibles, la inmensa extensión de tierra comprendida entre el Hugli, el verdadero Ganges y el golfo de Bengala. De aquí que se formen una infinidad de islas, islotes y bancos que hacia el mar reciben el nombre de sunderbunds.

Nada más desolador, extraño y espantoso que la vista de estas sunderbunds. Ni ciudades, ni poblados, ni cabañas, ni un refugio cualquiera; desde el sur al norte y desde el este al oeste no se divisan más que inmensas extensiones de bambúes espinosos cuyos altos vértices ondean bajo el soplo del viento, apestadas por las emanaciones insoportables de millares y millares de cuerpos humanos que se pudren en las envenenadas aguas de los canales.

Durante el día reina, soberano, un silencio gigantesco, fúnebre, que infunde pavor a los más audaces; durante la noche, por el contrario, lo hace un estruendo horrible de gritos, rugidos, aullidos y silbidos que hiela la sangre.

Nadie osa adentrarse en estas junglas, sembradas de pestilentes charcas, porque están pobladas por serpientes de toda especie, tigres, rinocerontes e insectos venenosos, pero, sobre todo, porque a veces son visitadas por los thugs, los sanguinarios devotos de la diosa Kalí, siempre sedienta de víctimas humanas.


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229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 1.115 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Hijos del Aire

Emilio Salgari


Novela


Primera Parte. Los hijos del aire

I. La fiesta de las linternas

Pekín, la inmensa capital del más poblado imperio del mundo que, como Roma, se levanta como un desafío al tiempo, se sumergía poco a poco en las tinieblas.

Las enormes cúpulas azuladas por los reflejos dorados de los gigantescos templos budistas; los mil detalles de porcelana del templo del espíritu marino que comprende las tres encarnaciones del filósofo Lao Tsé; los blancos mármoles del templo del cielo; las verdes tejas del templo de la filosofía; la inmensa selva de agujas y de antenas que sostienen monstruosos dragones dorados; las puntas arqueadas del metal dorado de las torres, de los bastiones, de las murallas enormes de la ciudad prohibida, desaparecían entre la bruma del atardecer. Sin embargo, el fragor que repercutía por todas las esquinas de la monstruosa ciudad, aquel fragor sordo y prolongado producido por el movimiento de tres millones de habitantes, por el ruido de miríadas de carros, pequeños y grandes, y por el galope de caballos, aquella noche parecía no querer cesar, a pesar del proverbio chino que dice: «la noche está hecha para dormir».

Contrariamente a la costumbre de los flemáticos chinos, parecía aumentar de un modo ensordecedor.

En las torres, en las terrazas, en los patios, en los jardines, en las plazas, en las calles y callejuelas más lejanas, perdidos en los confines de la inmensa capital, resonaban el gong y los tam-tam, retumbaban los caracoles marinos con roncos sonidos, tronaban los petardos, estallaban las bombas, silbaban cohetes y chirriaban las ruedas, echando al aire infinidad de chispas.

Caía la noche, pero Pekín se enardecía cubriéndose de luz.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 738 visitas.

Publicado el 3 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Cazadora de Cabelleras

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. CACERÍA DE BISONTES

—¡Diablo!

—¿Qué te pasa, John?

—¿No percibís un olor especial, Harris?

—Yo, no.

—¿Y tú, Jorge?

—Tampoco.

—¿Es que no tenéis olfato?

—Tal vez —respondió el joven a quien llamaban Harris.

—¡Es inconcebible! Verdad que hace treinta años que yo recorro las praderas; pero ustedes hace ya doce y debían tener casi tanta práctica como yo.

—Once nada más, John; porque yo tengo cuarenta y un años y mi hermano Jorge treinta y nueve.

—Y yo casi sesenta.

—Lo que no os impide parecer todavía un jovenzuelo.

—Déjate de bromas, y procura aspirar fuerte, a ver si perciben algún olor especial.

—Por más que venteo, no huelo nada.

—¡Parece Imposible!

Una voz nasal, y que estropeaba lastimosamente el lenguaje de las praderas, se oyó en aquel momento.

—Mister John, yo no ser venido aquí para escuchar tonterías. Yo querer cazar bisontes, y no importarme si vuestros amigos ser viejos o jóvenes. Deseo ver bisontes con largas cuernas.

—Tened un poco de paciencia, milord —respondió John—. Veréis bisontes, y junto a ellos, a los pieles rojas, que se darán por muy contentos si os arrancan la cabellera y logran hacer un tótem con vuestra barba.

—¡Tótem! ¿Qué cosa ser «tótem», mister?

—Una especie de bandera.

—¡Oh, no! ¡Mi barba no servir para bandera! ¡No tener los colores del pabellón inglés!

—Más vale así; pero ¡atención! —dijo de pronto John en tono imperioso.

Los cuatro jinetes hicieron detenerse a sus caballos.

John, el jefe de aquel pequeño grupo de cazadores, era un verdadero hércules, macizo como un bisonte, y que llevaba el peso sus sesenta años con la desenvoltura de un hombre de treinta.


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199 págs. / 5 horas, 48 minutos / 506 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Desquite de Yáñez

Emilio Salgari


Novela


Más difícil que la conquista es
guardar lo que se ha conquistado.

JULIO CÉSAR

Primera parte. En los junglares de la India

I. La columna infernal

—Saccaroa, ¿de dónde habrá sacado ese demonio de Sindhia tantos bandidos? Dos días hace que están saliendo de los bosques y junglares para detenernos, y, sin embargo, los hemos arrollado con cinco elefantes, cinco ametralladoras y cien carabinas, si es que todavía estas son cien, pues también hemos sufrido nosotros algunas pérdidas.

—Quieren impedir que lleguemos a Gauhati, señor Sandokán, para que no podamos unimos con el señor Yáñez, el maharajá blanco, vuestro hermano de la otra parte del océano.

—¿Y tú crees, Kammamuri, que esos mendigos serán capaces de detenernos? ¿Sabes qué nombre he puesto a la banda que conduzco en socorro de Yáñez? «La Columna infernal». ¡Oh, pasaremos, aunque sea a través de veinte mil hombres! Mucho tienen que aprender los indostanos de los malayos y dayakos. No he traído conmigo más que cien, pero escogidos con sumo cuidado; cien verdaderos tigres de Malasia, que, aunque sean mahometanos en el fondo, a una orden mía no dudarían en arrancar las barbas al gran Profeta, si se les presentase delante.

—Sé lo mucho que vales —dijo Kammamuri—. Dos veces he estado en Malasia, y siempre me has causado admiración. Pero yo también pertenezco a una de las razas más guerreras de la India.

—Sí; los maharatas siempre fueron muy valientes soldados y han dado harto que hacer a los ingleses. Bien lo sabe la Compañía de las Indias.

—Tenemos encima otra emboscada, señor Sandokán.


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270 págs. / 7 horas, 53 minutos / 941 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Aventureros del Mar

Emilio Salgari


Novela


1. El “Garona”

En un caluroso día de agosto de 1832, un barco de quilla estrecha y alta arboladura navegaba a cuarenta millas de la desembocadura del Coanza, uno de los mayores ríos de la costa del África ecuatorial. Era un hermoso ejemplar de bergantín a palo, que a primera vista se le hubiese podido confundir con un crucero liviano ya que estaba armado de doce cañones, pero su dotación estaba compuesta de sólo sesenta hombres y al tope de su mástil principal no flameaba la cinta roja, distintivo de las naves de guerra.

En el puente de mando, un hombre de elevada estatura, facciones enérgicas al par que bellas, ojos negros y penetrantes y barba corta muy oscura, observaba las actividades de la tripulación, mientras a su lado otro consultaba atentamente un mapa de la zona. La figura del último contrastaba notablemente con la del primero, pues era bajito, nervudo, de rasgos angulosos, frente angosta, mirada dura, barba rojiza e híspida y piel bronceada.

Después de estudiar algunos minutos la carta se volvió al compañero y le informó con voz áspera:

—Nos hallamos próximos al Coanza, capitán Solilach, y posiblemente mañana lo alcanzaremos.

—No tenía la menor duda de ello, señor Parry— contestó el otro—. Volveremos a ver al querido Pembo.

—Que estará borracho como de costumbre, capitán.

—Es probable, lugarteniente.

—Esperemos que nuestro “Garona” pueda hacer la carga completa, para no tener que ir hasta las costas de la Hotentotia a buscar lo que falte. ¿Cuántos esclavos necesitan los plantadores de Cuba?

—Lo menos quinientos.

—¡Uhm! Dudo que Pembo los tenga.

—En ese caso tendremos que corrernos hasta la costa sur.

—¿No teme a los buques patrulleros?

—Disponemos de doce cañones y sesenta hombres decididos.


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Dominio público
145 págs. / 4 horas, 15 minutos / 559 visitas.

Publicado el 4 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Los Náufragos del Liguria

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. UN DRAMA EN EL MAR

—¡Fuego!

—¡Eh!… ¡Tonico!… ¿Sueñas o duermes?

—¡Fuego!

—¡Pero tú has bebido, tunante!

—¡No! ¡Veo el humo!

—¡Con esta oscuridad!… ¡El muchacho se ha vuelto loco!

Una voz que tenía el acento duro de nuestras gentes del Mediodía, gritó furiosa, en la toldilla del barco:

—¡La chalupa grande huye!… ¡San Genaro eche a pique a esos malditos!…

—¿A quien van a echar a pique? —preguntó otra voz a la proa.

—¡Huyen! ¡Allí van de arrancada! ¡Que el diablo acompañe a esa canalla!

—¡Tenemos fuego a bordo!…

Una exclamación general se alzó en las tinieblas.

—¡Los miserables!…

—¡Han incendiado el bergantín!…

—¡No es posible!

—¡Sí!… ¡Sale humo de la despensa!

—¡Capitán!… ¡Oficial de cuarto!…

—¡Ohé…; sobre cubierta todo el mundo!…

—¡San Marcos nos ayude!…

—¡A las bombas! ¡A las bombas!

—¡Y aquellos miserables huyen!

Un hombre medio desnudo de mediana estatura, pero tan fuerte y robusto como un novillo y con la cara cubierta por fosca barba, se lanzó fuera de la camareta de popa gritando:

—¿Qué es lo que sucede?

El oficial de cuarto que abandonaba en aquel momento el castillo de proa, se precipitó a su encuentro diciendo con voz ronca:

—¡Capitán… los rebeldes se han escapado!

—¡Los dos malteses!

—¡Sí capitán!

—Pero… ¿Cuándo?

—¡Ahora mismo!

—¿Por donde? ¿No estaban encadenados?

—¡Sí señor! pero creo que han roto las cadenas.

—¡Mil bombas! ¡Traedme un fusil y dad orden para perseguirlos, o yo…!

—¡Es imposible, capitán!

—¿Quién dice eso? —gritó el capitán.

—¡Tenemos fuego a bordo!


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230 págs. / 6 horas, 43 minutos / 643 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Soberana del Campo de Oro

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA SOBERANA DEL CAMPO DE ORO

CAPÍTULO I. LA SUBASTA DE UNA JOVEN

El viernes 24 mayo de 18…, a las tres de la tarde, en el gran salón del Club Femenino, y bajo la inspección del infrascrito notario, se procederá al sorteo de la lotería organizada por cuenta de miss Annia Clayfert, llamada la Soberana del Campo de Oro, que por su belleza no tiene igual entre todas las jóvenes de San Francisco de California.

Por expreso deseo de miss Annia Clayfert, el favorecido por la suerte podrá renunciar al premio si no fuese de su agrado, recibiendo, en cambio, la suma de veinte mil dólares.

¡El viernes 24 de mayo, a las tres de la tarde, todos al gran salón del Club Femenino, donde miss Annia se presentará al público en todo el esplendor di su radiante belleza!

John Davis,

Notario de San Francisco.
 

Este extraño aviso, fijado en todas las principales fachadas de la reina del Océano Pacífico y en el tronco de los árboles de los jardines públicos, había causado extraordinaria sensación, aun cuando no fuese completamente nuevo el caso de jóvenes casaderas que se pusieran a subasta como un simple objeto del Monte de Piedad.

A decir verdad, semejantes anuncios se han hecho algo raros en aquella grande y populosa ciudad de la Unión Americana del Norte; pero todavía en 1867 eran bastante frecuentes, y muchos matrimonios se efectuaban de este modo.

Sabido es que los americanos no quieren perder el tiempo y que no gustan de la hipocresía inútil. Allí se prefieren los procedimientos rápidos en todos los negocios, incluso en el matrimonio, que para aquellos buenos trabajadores es un negocio como otro cualquiera.


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306 págs. / 8 horas, 56 minutos / 559 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Perla Roja

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA PERLA ROJA

1. EL ESPÍA DE LA PENITENCIARÍA

—¡Espía!

—¡Yo espía!

—¡Bandido!

—¡Calla, animal malabar; calla!

—¡Atrévete a negarlo!

—¡Ah! ¿Conque soy espía?

—¡Soplón de los vigilantes! ¡Asesino, por cuya causa, sin que tengamos culpa alguna, nos zurran con el gato de las nueve colas!

—¿Quieres concluir ya?

—¡No; no quiero! Mientras viva no me cansaré de llamarte ¡espía!, ¡espía!, ¡espía!

—¿Es decir, que quieres que te rompa los huesos?

—¡Haz la prueba!

—¿Me provocas porque está de tu lado el hombre blanco? ¡Pues te advierto que a los dos os pongo más blandos que un limón estrujado! ¡Al Tuerto, al más temido luchador de Ceylán, nadie se le ha puesto delante!

—¡Para ti me basto y me sobro yo solo; un malabar no teme a cien cingaleses juntos!

—¡Pero al Tuerto, sí!

—¡Pues yo voy a ser el que te rompa los hocicos y envíe tus dientes a pasear por el bosque! ¡Serás la delicia de las culebras de capucha!

—Malabar, ¿quieres concluir?

—¡No, espía; porque tú eres el espía del baño!

De los labios del cingalés se escapó una blasfemia espantosa.

—¡Maldito sea Buda si no te mato! ¡Esto es demasiado! ¡Basta!

—¡Tú estabas escuchando lo que decíamos!

—¡Mientes!

—¡Y, además, te acercaste a mí y al hombre blanco arrastrándote como una serpiente! Ya sabemos todos que eres el Benjamín de los vigilantes y del comandante, ¡perro cingalés!, y que por eso no has probado la cadena doble.


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308 págs. / 8 horas, 59 minutos / 434 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Morgan

Emilio Salgari


Novela


I. LA TRAICIÓN

Cuando despuntó el alba la nave no estaba todavía en condiciones de navegar.

Los carpinteros habían trabajado sin tregua, pero aún no habían logrado tapar por completo la vía de agua abierta a proa, cuyas dimensiones ponían en serio peligro a la nave.

Tampoco el timón estaba terminado, así es que Morgan se veía obligado a esperar otras veinticuatro horas antes de alejarse de aquellos parajes que podían ser peligrosísimos, porque eran frecuentados por las naves españolas.

Durante la noche el velero, arrastrado por alguna corriente, se había acercado tanto a la costa venezolana, que a simple vista se la distinguía vagamente. Cuál era, ninguno lo sabía, porque ni aun el capitán español pudo dar información precisa, afirmando que hacía cuarenta y ocho horas que no podían tomar la altura a causa del huracán.

También el otro barco, abandonado a sí mismo, había sido arrastrado hacia el sur durante la noche, y se le veía a una distancia de diez o doce millas, un poco inclinado sobre babor, pero flotante.

Morgan, que tenía prisa por ponerse a la vela y refugiarse en las Tortugas, y por saber si los otros barcos de la escuadra, que llevaban gran parte de las riquezas apresadas, se habían salvado, no había salido de la cala, donde animaba a los carpinteros.

Hasta los prisioneros españoles habían sido empleados en formar una doble cadena, trabajando con achicadores y cubos, que llevaban llenos de la sentina y vaciaban sobre cubierta.

En esto cayó la noche, sin que el trabajo hubiese terminado, con gran disgusto de la tripulación, que comenzaba a desesperar de conseguir que el velero quedase en condiciones de navegar.

Todos estaban exhaustos, especialmente los hombres de las bombas y los prisioneros dedicados a la cadena; tanto, que varios de éstos, no obstante las amenazas de Pedro el Picardo, se habían negado resueltamente a trabajar más.


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Dominio público
145 págs. / 4 horas, 14 minutos / 528 visitas.

Publicado el 4 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

El Tren Volador

Emilio Salgari


Novela


1. RUMBO A ZANZÍBAR

En la mañana del 15 de agosto del año 1900, un pequeño vapor de dos mástiles surcaba velozmente las aguas del Océano Índico,, en dirección a la isla de Zanzíbar.

A pesar de la ligera neblina que aún flotaba sobre el mar, se alcanzaban a divisar las costas de esa tierra de promisión. Poco a poco fueron perfilándose las colinas rocosas, aunque cubiertas de vegetación, y hacia un costado el esplendor de una gran ciudad oriental, con sus torres macizas y sus típicos minaretes.

Cerca del puerto podía apreciarse el palacio del sultán, con sus sólidas murallas, y, un poco más lejos, el barrio comercial, verdadero emporio donde se acumulan y negocian los productos de la India, África y Europa, y donde viven, en una armonía relativa, mercaderes pertenecientes a las razas más diversas y heterogéneas.

Dos europeos, ubicados en la proa del barco, observaban con sumo interés el aspecto de la ciudad. Si bien ambos conversaban en francés, su porte y su acento permitían deducir que pertenecían a razas distintas.

El de más edad, que aparentaba tener unos cuarenta o cuarenta y cinco años, era alto, delgado, de bigotes y cabellos rubios; por la blancura de su piel parecía dinamarqués o alemán.

El otro, en cambio, bajo y macizo, de tez oscura y cabellos renegridos, aparentaba diez o doce años menos. Mientras el primero accionaba con la flema característica de los sajones, el segundo demostraba la extraordinaria vivacidad típica de las razas meridionales.

—¡Por fin! —exclamó el rubio al ver delinearse el contorno de la ciudad—. Me estaba cansando de este viaje.

—Tú siempre has preferido volar entre las nubes, Otto —le contestó el más joven.

—Sí, Mateo. Yo he nacido para navegar entre las nubes, y no para ser un marinero como tú.


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Dominio público
129 págs. / 3 horas, 46 minutos / 369 visitas.

Publicado el 3 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

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