El León de Damasco
Emilio Salgari
Novela
1. Cristianos pescando sanguijuelas
Cuando la expedición descendió de la cumbre sobre la cual estaba el castillo y alcanzaron las ondulantes llanuras en las que sólo crecían palmeras e higos chumbos, el sol se encontraba ya muy alto en el horizonte.
Incluso aquella zona del territorio, a distancia de Famagusta, presentaba huellas del paso de los turcos, que no dejaban en torno sino ruinas y cadáveres.
Las granjas, tiempo atrás florecientes, se encontraban derruidas; restaba de ellas, como máximo, algún trozo ahumado de pared o un tejado que se sostenía por un milagro de equilibrio, y de vez en cuando se observaban parcelas de terreno cultivado y viñedos devastados.
El capitán turco parecía no advertirlo. Pero sí se daban cuenta de ello los cristianos y en especial el tío Stake. El buen hombre no dejaba de mascullar, sin inquietarse porque pudieran oírle.
—¡Bandidos! ¡Lo han destruido todo, personas y casas! ¿Cuándo llegará para esos criminales la hora del castigo? ¡La República veneciana no dejará impunes estos crímenes! ¡Si así fuese, me convertiría ahora mismo en turco!
Al cabo de media hora de avanzar a todo galope, la expedición desembocó en una especie de plazoleta donde se veían estanques cubiertos de hojas y tallos putrefactos, que descubrían la presencia de la fiebre, escondida entre las descompuestas raíces y el fango del fondo.
A la orilla de uno de ellos, unos cuantos hombres medio desnudos, provistos de largas pértigas, se dedicaban a remover el agua pantanosa.
—Éstos son los primeros pescadores, señor —anunció el turco, haciendo detener su montura.
—¿Son los cautivos de Nicosia? —inquirió la duquesa, intentando ocultar la angustia que la dominaba.
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Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.