Textos más populares este mes de Emilio Salgari publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 2

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autor: Emilio Salgari editor: Edu Robsy textos disponibles


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El Tesoro de los Incas

Emilio Salgari


Novela


Capítulo I. El ingeniero Webber

La noche del 30 de noviembre de 1869, mientras una espesa lluvia azotaba la tierra y los tejados de las casas, y un viento endiablado y frigidísimo silbaba entre las desnudas ramas de los árboles, un vigoroso caballo salpicado de lodo hasta el cuello, y montado por un hombre armado de larga carabina, entraba a galope en Munfordsville, pequeña e insignificante aldea, situada casi en el riñón del estado de Kentucky, en la América del Norte.

Si alguno de los aldeanos hubiese visto a aquel hombre corriendo a horas tan avanzadas de la noche, y con tan horrible temporal, por las calles de la aldea, sin duda se habría apresurado a encerrarse en su casa y atrancar puerta y ventanas por miedo a tenérselas que haber con aquel siniestro jinete.

El cual, con su elevada estatura, su sombrero de fieltro adornado de una pluma, su amplio capote, sus altas botas de montar y su carabina, no podía menos, en verdad, de producir a primera vista alguna inquietud.

Más quien le hubiese mirado de cerca, se habría tranquilizado al punto. El rostro de aquel hombre era franco, abierto, nobilísimo, de frente alta y espaciosa, aunque surcada tal vez de precoces arrugas, ojos negros hermosísimos, algo melancólicos y coronados de grandes cejas, nariz recta y delgados labios sombreados de un tanto áspero bigote.

Apenas llegó el caballo ante las primeras casas de la aldea, el jinete que miraba atentamente a derecha e izquierda, como si buscase a alguien, metió la mano en un bolsillo interior de su chupa de terciopelo negro y sacó un magnífico reloj de oro.

—Las doce —dijo, acercándole a los ojos—. Con esta obscuridad, no será fácil encontrar la puerta. Pero ahora que me acuerdo, sobre ella debe de haber un canwass-bach disecado.


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156 págs. / 4 horas, 34 minutos / 1.189 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

A Través del Atlántico en Globo

Emilio Salgari


Novela


I. UNA SORPRESA DE LA POLICÍA CANADIENSE

—¡Hurra! —rugían diez mil voces.

—¡Viva el Washington!

—¡Hurra por Sir Kelly!

—¿Hay quien acepte una apuesta de mil dólares?

—¿Está usted loco, Paddy? Si apuesta usted, perderá. Yo se lo garantizo.

—¡Doscientas libras esterlinas! —gritó otra voz.

—¿Quién las arriesga?

—¿Por qué?

—Por el éxito de la travesía.

—¡Otro insensato! ¿Tiene usted sobra de dinero para tirarlo así, al mar, Sir Holliday?

—Nada de tirar. Ganaré. Kelly atravesará el océano y descenderá en Inglaterra.

—No; en España —gritó otro.

—¡En España o en Inglaterra, lo mismo da! ¿Quién apuesta doscientas libras?

—¡Mire usted que las va a perder! ¡Que el globo estallará en el aire!

—Y luego se hundirá en el océano.

—Kelly está loco.

—No; está cansado de vivir.

—Ni una cosa ni otra; es un valiente. ¡Hurra por Kelly!

—¡Viva el Washington!

—¡Mil dólares a que perece ahogado!

—¡Dos mil a que su aerostato estalla sobre nuestras cabezas!

—¡Cien libras a que se estrella contra la playa!

—¡Mil a que consigue atravesar el Atlántico!

—¿Las apuesta usted?

—¡Sí!…

—¡No!… ¡Estáis locos!

—¡Hurra por Kelly! ¡Hurra!

Estos diálogos, aquellas exclamaciones, tales apuestas, a cual más extravagantes, cruzábanse en todos sentidos y brotaban por doquier. Yanquis, canadienses e ingleses porfiaban con análoga furia; por todas partes corrían libras y dólares mientras la muchedumbre se agitaba, se empujaba, se agolpaba y se aplastaba contra un vasto recinto, atropellando a los policemen que ya no podían contenerla, y eso que no economizaban los mazazos, que caían como granizo sobre los más impacientes…


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185 págs. / 5 horas, 25 minutos / 750 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Misterio de la Jungla Negra

Emilio Salgari


Novela


1. EL ASESINATO

El Ganges, el famoso río loado por los indios antiguos y modernos, cuyas aguas son consideradas sagradas por estos pueblos, después de haber atravesado las nevadas montañas del Himalaya y las ricas provincias de Delhi, Uttar Pradesh, Biliar y Bengala, a doscientas veinte millas del mar se bifurca en dos brazos formando un delta gigantesco, intrincado, maravilloso y quizás, en su género, único en el mundo.

La imponente masa de agua se divide y subdivide en una multitud de riachuelos, canales y pequeños canales que accidentan, de todos los modos posibles, la inmensa extensión de tierra comprendida entre el Hugli, el verdadero Ganges y el golfo de Bengala. De aquí que se formen una infinidad de islas, islotes y bancos que hacia el mar reciben el nombre de sunderbunds.

Nada más desolador, extraño y espantoso que la vista de estas sunderbunds. Ni ciudades, ni poblados, ni cabañas, ni un refugio cualquiera; desde el sur al norte y desde el este al oeste no se divisan más que inmensas extensiones de bambúes espinosos cuyos altos vértices ondean bajo el soplo del viento, apestadas por las emanaciones insoportables de millares y millares de cuerpos humanos que se pudren en las envenenadas aguas de los canales.

Durante el día reina, soberano, un silencio gigantesco, fúnebre, que infunde pavor a los más audaces; durante la noche, por el contrario, lo hace un estruendo horrible de gritos, rugidos, aullidos y silbidos que hiela la sangre.

Nadie osa adentrarse en estas junglas, sembradas de pestilentes charcas, porque están pobladas por serpientes de toda especie, tigres, rinocerontes e insectos venenosos, pero, sobre todo, porque a veces son visitadas por los thugs, los sanguinarios devotos de la diosa Kalí, siempre sedienta de víctimas humanas.


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229 págs. / 6 horas, 41 minutos / 1.078 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Honorata de Wan Guld

Emilio Salgari


Novela


I. Veracruz

Después de aplacar las exigencias del estómago y de disfrutar algunas horas de descanso, los filibusteros se encaminaron en busca del campamento indio.

Temiendo, sin embargo, que en vez de indios fuesen españoles, Moko, que era el más ágil de todos, se adelantó para explorar los contornos.

La floresta que atravesaba era espesísima y estaba formada por plantas diversas que crecían tan próximas las unas a las otras, que en ocasiones casi imposibilitaban el paso.

Un infinito número de lianas circundaba aquellas plantas, serpenteando por el suelo y enroscándose en torno de los trancos y las ramas de los árboles.

De cuando en cuando, a lo largo de los troncos se veían huir esos reptiles llamados

“iguanas” o lagartos, largos de tres a cinco pies, de piel negruzca con reflejos verdes, que daban asco, y cuya carne, sin embargo, es apreciadísima por los gastrónomos mexicanos y brasileños, que la comparan a la del pollo.

Después de una hora larga de marcha abriéndose paso penosamente por entre aquella maraña de vegetales, los filibusteros se encontraron con Moko.

—¿Has visto a los indios? —preguntó el Corsario.

—Sí —contestó el negro—. Su campamento está ya próximo.

—¿Estás seguro de que son indios?

—Sí, capitán.

—¿Son muchos?

—Acaso unos cincuenta.

—¿Te han visto?

—He hablado con su jefe.

—¿Consiente en darnos hospitalidad?

—Sí, porque sabe que somos enemigos de los españoles y que entre nosotros se encuentra una princesa india.

—¿Has visto caballos en su campamento?

—Una veintena.

—Espero que nos venderán algunos —dijo el Corsario—. ¡Vamos, amigos, y si todo va bien, os prometo llevaros mañana a Veracruz!

Pocos minutos después los filibusteros llegaban al campamento indio.


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Dominio público
151 págs. / 4 horas, 24 minutos / 676 visitas.

Publicado el 3 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Los Últimos Filibusteros

Emilio Salgari


Novela


Capítulo I. Un tabernero terrible

—Co… co… co. ¡Qué querrás decir, por todos los truenos y tempestades del Cantábrico! Co… co. Ya sé que hay papagayos llamados Cocós, pero estoy por creer que no será uno de esos pintarrajeados volátiles quien me haya escrito esta carta… Mejor será interrogar a mi mujer, la cual, quizás, tampoco pueda descifrar estos garabatos. En fin: ¡Panchita!

Una robusta hembra de unos treinta y cinco años, morena, de ojos almendrados como andaluza, graciosamente ataviada y con las mangas recogidas para lucir unos bien torneados y mórbidos brazos, salió detrás de un largo mostrador de caoba, donde se hallaba fregoteando vasos, y dijo:

—¿Qué deseas, Pepito?

—¡Diablo de Pepito! Yo soy un señor Barrejo y no un Pepito cualquiera. ¿Cuándo te acordarás, mujer, de que yo soy un noble de Gascuña?

—Pepito es un nombre más dulce.

—Pues déjatelo para Sevilla.

El que hablaba así era un hombrote alto y enjuto, con dos bigotes enmarañados y algo grises y de rasgos enérgicos que no se adaptaban bien a un tabernero.

Con las piernas rígidas, clavado frente a una mesa ocupada por una media docena de mestizos, que se encontraban agotando una jarraza de mezcal, fijaba sus ojos grises, relampagueantes como el acero, sobre un trozo de carta.

—Lee tú, Panchita —dijo, alargando la hoja a la mujer—. No se escribe así en Gascuña, ¡por todos los estruendos del mar de Vizcaya!

—¡Caramba! —respondió—. Nada entiendo.

—Son, pues, unos burros los castellanos —exclamó el tabernero, estirándose más sobre sus plantas—. Y no obstante allá se habla la purísima lengua de la grande España.

—¿Y en Gascuña? —añadió la hermosa morena, con una carcajada—. ¿No son burros en tu país, Pepito?

—Déjame Gascuña a un lado; es ella una tierra elegida que solo a espadachines nutre.


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305 págs. / 8 horas, 53 minutos / 1.003 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Reconquista de Mompracem

Emilio Salgari


Novela


1. El abordaje de los malayos

Aquella noche, todo el mar que se extiende a lo largo de las costas occidentales de Borneo era de plata. La luna, que subía en el cielo con su cortejo de estrellas, a través de una atmósfera purísima, derramaba torrentes de una luz azulada de dulzura infinita.

Los navegantes no podían haber tenido una noche mejor. Incluso el mar estaba completamente tranquilo. Únicamente una fresca brisa, impregnada de los mil perfumes de aquella isla maravillosa, lo rizaba ligeramente.

Un gran buque de vapor que venía del septentrión se deslizaba suavemente entre el banco de Saracen y la isla de Mangalum, echando humo alegremente. Por su estela se movían noctilucas y medusas, haciendo más viva la luminosidad de las aguas.

Aquella noche se celebraba a bordo una fiesta, por lo que el salón central estaba totalmente iluminado. Un piano tocaba un vals de Strauss, mientras vibraba la recia voz de un tenor, saliendo por las portillas abiertas y difundiéndose a lo lejos por el mar plateado, cuando se oyó un grito en proa:

—¡Alto las máquinas!

El capitán, que había subido al puente para fumar una pipa de acre tabaco inglés, al oír aquella orden bajó precipitadamente por la escala, gritando:

—¡Por Júpiter! ¿Quién detiene mi barco?

—He sido yo, capitán —dijo un marinero, adelantándose.

—¿Con qué derecho? ¡Aquí, mando yo!

—Porque tenemos delante de nosotros una flotilla de pescadores malayos llegada no sé cómo. Y es una flotilla bastante numerosa.

—Si no nos dejan sitio, pasaremos por encima de sus malditos praos y enviaremos al fondo del mar a todos esos gusanos que los tripulan.

—¿Y si, en cambio, fuesen piratas, señor? No es la primera vez que asaltan a los vapores…

—¡Rayos y truenos! ¡Veamos!


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217 págs. / 6 horas, 20 minutos / 860 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Continente Misterioso

Emilio Salgari


Novela


1. EL LAGO TORRENS

—¡Vaya un país! Incluso bajo los árboles se quema uno vivo. ¿Árboles? A fe mía que no merecen ese nombre. ¡Henos aquí en medio de un bosque y sin un palmo de sombra! ¡Extraña idea de la naturaleza ésta de que las hojas crezcan de través!

—Estamos en el país de la paradoja, marinero.

—¡Menudo país, por Baco! Nunca había visto una tierra semejante, y eso que he recorrido el globo terráqueo en todas direcciones. Fíjate qué continente, donde los árboles no dan sombra…

—Y en vez de perder las hojas como en nuestras tierras, pierden la corteza, marinero.

—Donde los cisnes son negros…

—Y las águilas blancas.

—Sí, Cardozo. Donde las ortigas son altas como árboles y los álamos pequeños como arbustos.

—Y donde se pesca el bacalao en los ríos y se encuentra la perca en el mar, marinero.

—Las serpientes tienen alas como los pájaros.

—Y las grandes aves no vuelan porque tienen muñones en vez de alas.

—Donde el termómetro sube cuando llueve y baja cuando hace buen tiempo…

—Y el aire es húmedo cuando hace buen tiempo y seco cuando llueve, marinero.

—Sí, Cardozo. Donde los perros no ladran y tienen cabeza de lobo y cuerpo de zorro.


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178 págs. / 5 horas, 12 minutos / 629 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Hijo del Corsario Rojo

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo I. La Marquesa de Montelimar

—¡El señor conde de Miranda!

Este nombre, pronunciado en alta voz por un esclavo galoneado, vestido de seda azul con grandes flores amarillas, y de piel negra como el carbón, produjo impresión profunda entre los innumerables invitados que llenaban las magníficas estancias de la marquesa de Montelimar, la bella, celebrada por todos los aventureros y por todos los oficiales de mar y de tierra de Santo Domingo.

El baile, animadísimo hasta aquel momento, interrumpióse de pronto, porque caballeros y damas precipitáronse casi hacia la puerta del salón grande, como atraídos por irresistible curiosidad de ver de cerca a aquel conde, que según decían había hecho volver la cabeza a mucha gente en las pocas horas que se dejó ver en las calles de la capital de Santo Domingo.

Apenas el criado negro levantó la rica cortina de damasco con ancha franja de oro, apareció el personaje anunciado.

Era un arrogante joven de veintiocho a treinta años, de estatura más bien alta, continente elegantísimo, que denunciaba al gran señor, ojos negros y ardientes, bigotes negros rizados hacia arriba, y piel blanquísima, cosa bastante extraña en un comandante de fragata, acostumbrado a navegar bajo el sol abrasador del Golfo de México.

Aquel extraño e interesante personaje, tal vez por capricho, iba vestido todo de seda roja.

Roja era la casaca, rojos los alamares, rojos los calzones, rojo el amplio fieltro, adornado con larga pluma, y también los encajes, los guantes y aun las altas botas de campaña; ¿qué más? Hasta la vaina de la espada era de cuero rojo.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 1.553 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Montaña de Luz

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO 1

Una muy calurosa tarde de julio de 1843, un elefante de estatura gigantesca, trepaba fatigosamente los últimos escalones del altiplano de Pannah, uno de los más salvajes y al mismo tiempo más pintorescos de la India central.

Como todos los paquidermos indostánicos, que solamente pueden mantener los potentados, llevaba sobre su dorso una rica gualdrapa azul, con bordes rojos, largos colgantes en las enormes orejas, una placa de metal dorado protegiéndole la frente, y anchas cinchas destinadas a sostener el hauda, esa especie de casilla que puede contener unas seis personas cómodamente ubicadas.

Tres hombres montaban al coloso; primero su cornac, o sea conductor, que se mantenía a caballo sobre el robusto pescuezo del animal, con las piernas ocultas bajo las gigantescas orejas, empuñando un pequeño arpón con punta de acero; más atrás, en el interior del hauda, viajaban los pasajeros, que por sus ropas parecían pertenecer a una elevada casta.

Mientras el primero desafiaba los rayos solares sin preocuparse casi, los otros dos estaban cómodamente ubicados en sendos cojines de seda dentro dé la especie de torrecilla, cubierta por arriba con un toldillo de percal azul y dorado.

El mayor de los dos hombres era un hermoso representante de la raza indostánica, de unos cuarenta años, alto, delgado y de anchos hombros.

Vestía un amplio doote de seda amarilla con adornos rojos, que caía en amplios pliegues, ajustándose en torno a su cintura por medio de una faja roja recamada en oro, y tenía la cabeza envuelta en un pañuelo.


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177 págs. / 5 horas, 10 minutos / 454 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Hijos del Aire

Emilio Salgari


Novela


Primera Parte. Los hijos del aire

I. La fiesta de las linternas

Pekín, la inmensa capital del más poblado imperio del mundo que, como Roma, se levanta como un desafío al tiempo, se sumergía poco a poco en las tinieblas.

Las enormes cúpulas azuladas por los reflejos dorados de los gigantescos templos budistas; los mil detalles de porcelana del templo del espíritu marino que comprende las tres encarnaciones del filósofo Lao Tsé; los blancos mármoles del templo del cielo; las verdes tejas del templo de la filosofía; la inmensa selva de agujas y de antenas que sostienen monstruosos dragones dorados; las puntas arqueadas del metal dorado de las torres, de los bastiones, de las murallas enormes de la ciudad prohibida, desaparecían entre la bruma del atardecer. Sin embargo, el fragor que repercutía por todas las esquinas de la monstruosa ciudad, aquel fragor sordo y prolongado producido por el movimiento de tres millones de habitantes, por el ruido de miríadas de carros, pequeños y grandes, y por el galope de caballos, aquella noche parecía no querer cesar, a pesar del proverbio chino que dice: «la noche está hecha para dormir».

Contrariamente a la costumbre de los flemáticos chinos, parecía aumentar de un modo ensordecedor.

En las torres, en las terrazas, en los patios, en los jardines, en las plazas, en las calles y callejuelas más lejanas, perdidos en los confines de la inmensa capital, resonaban el gong y los tam-tam, retumbaban los caracoles marinos con roncos sonidos, tronaban los petardos, estallaban las bombas, silbaban cohetes y chirriaban las ruedas, echando al aire infinidad de chispas.

Caía la noche, pero Pekín se enardecía cubriéndose de luz.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 668 visitas.

Publicado el 3 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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