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autor: Emilio Salgari etiqueta: Novela


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El Tesoro de los Incas

Emilio Salgari


Novela


Capítulo I. El ingeniero Webber

La noche del 30 de noviembre de 1869, mientras una espesa lluvia azotaba la tierra y los tejados de las casas, y un viento endiablado y frigidísimo silbaba entre las desnudas ramas de los árboles, un vigoroso caballo salpicado de lodo hasta el cuello, y montado por un hombre armado de larga carabina, entraba a galope en Munfordsville, pequeña e insignificante aldea, situada casi en el riñón del estado de Kentucky, en la América del Norte.

Si alguno de los aldeanos hubiese visto a aquel hombre corriendo a horas tan avanzadas de la noche, y con tan horrible temporal, por las calles de la aldea, sin duda se habría apresurado a encerrarse en su casa y atrancar puerta y ventanas por miedo a tenérselas que haber con aquel siniestro jinete.

El cual, con su elevada estatura, su sombrero de fieltro adornado de una pluma, su amplio capote, sus altas botas de montar y su carabina, no podía menos, en verdad, de producir a primera vista alguna inquietud.

Más quien le hubiese mirado de cerca, se habría tranquilizado al punto. El rostro de aquel hombre era franco, abierto, nobilísimo, de frente alta y espaciosa, aunque surcada tal vez de precoces arrugas, ojos negros hermosísimos, algo melancólicos y coronados de grandes cejas, nariz recta y delgados labios sombreados de un tanto áspero bigote.

Apenas llegó el caballo ante las primeras casas de la aldea, el jinete que miraba atentamente a derecha e izquierda, como si buscase a alguien, metió la mano en un bolsillo interior de su chupa de terciopelo negro y sacó un magnífico reloj de oro.

—Las doce —dijo, acercándole a los ojos—. Con esta obscuridad, no será fácil encontrar la puerta. Pero ahora que me acuerdo, sobre ella debe de haber un canwass-bach disecado.


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156 págs. / 4 horas, 34 minutos / 1.171 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Dos Tigres

Emilio Salgari


Novela


Primera parte. Los estranguladores

1. «El Mariana».

En la mañana del día 20 de abril de 1857, el vigía del faro de Diamond-Harbour, advertía la presencia de un barco pequeño, que debía de haber entrado en la embocadura del río Hugly durante la noche sin reclamar los servicios de ningún piloto.

A juzgar por sus enormes velas, parecía un velero malayo; pero el casco no se parecía a los de los praos, pues no llevaba los balancines que usan éstos para apoyarse mejor en las aguas, cuando las ráfagas de viento son muy violentas, ni tampoco aquella especie de toldilla, propia de las embarcaciones de ese tipo y que los indígenas denominan con el nombre de attap.

Estaba construido con franjas de hierro y durísima madera, no tenía la popa baja, y su desplazamiento era tres veces mayor que el de los praos ordinarios, los cuales en muy pocas ocasiones llegan a las cincuenta toneladas.

Fuera lo que fuese, era un velero muy bonito, largo y estrecho, que, con un buen viento de popa, debía de bogar mucho mejor que todos los buques de vapor que por entonces poseía el Gobierno anglo-hindú. En suma, era un barco que recordaba, si exceptuamos su arboladura, a aquellos otros famosos que violaron el bloqueo en la guerra entre el Sur y el Norte de Estados Unidos.

Pero, probablemente, lo que asombró más al vigía del faro fue la tripulación de aquel velero, demasiado numerosa para un barco tan pequeño y tan extraño.

Estaban allí representadas las razas más belicosas que existían en toda Malasia. Había malayos de color moreno y torva mirada, bugueses, mascareños, dayakos, etc.; se veían muchos negros de Mindanao y algunos papúas, con la enorme cabellera recogida por un peine de grandes proporciones.


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314 págs. / 9 horas, 9 minutos / 660 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Costa de Marfil

Emilio Salgari


Novela


Primera Parte. La Costa de Marfil

I. En las orillas del Ousme

—¿Qué podemos hacer?

—¡Aguarda un momento! ¿Estás nervioso por estrenar la carabina?

—Deseo enormemente descubrir a uno de esos monstruosos animales en completa libertad. Hasta ahora sólo he tenido oportunidad de verlos encerrados en los zoológicos de Europa.

—¡Te aseguro que son formidables!

—En compañía de un cazador tan bueno como tú, no tengo miedo; además, por muy hábiles que sean esas enormes masas, creo que no podrán aventajar la ligereza de mis piernas.

—No lo creas, Antao. Aún no hace dos semanas que un pobre obrero del Gran Popo, que vino aquí con intención de cazar a esos animales, fue despedazado.

—¿Cómo si se tratase de una galleta?

—¿Crees que miento?

—¡Lo dudo, Alfredo, lo dudo!

—¿Sí? Pues debo añadir que aquel obrero era un siervo de la factoría del señor Zeinger, aquel alemán tan estupendo al que fuimos a visitar el pasado domingo.

—¡Entonces es que el tal obrero debía de ser tan torpe como un topo gris del país de los aschantis!

—Todo lo contrario, amigo mío. Se trataba de un negro tan grande y ágil como un mono; pero el animal, al que había herido, se abalanzó sobre el desdichado cazador, y antes que pudiera huir lo hizo pedazos.

—¿Crees que esta anécdota sirva para aumentar mi valor?

—¿Acaso deseas regresar a mi factoría?

—Sí; pero llevando con nosotros un hipopótamo. No he venido a África para que las alimañas de esta costa me devoren vivo, sino para conocer bien el país y, de paso, cazar alguno de esos colosales animales.

—Y también para establecer una factoría portuguesa.

—No, aún no, Alfredo. Mis negocios con Brasil me han hecho lo suficientemente rico para permitirme…

—¡Cállate!


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Dominio público
287 págs. / 8 horas, 22 minutos / 573 visitas.

Publicado el 22 de agosto de 2019 por Edu Robsy.

El Filtro de los Califas

Emilio Salgari


Novela


I. LA VENGANZA DE AMINA

Cinco minutos después, el barón y Cabeza de Hierro, lejos ya de los esplendores de aquellas salas maravillosas, se encontraban nuevamente reunidos en un húmedo subterráneo, situado bajo la torre pentagonal. En lugar de las refulgentes lámparas venecianas, una lucecilla alumbraba apenas aquella especie de sentina, que debía de asemejarse mucho a las horribles mazmorras abiertas cinco o seis metros debajo del suelo donde agonizaban los esclavos cristianos del presidio de Trípoli, tan célebre en aquellos tiempos.

El mísero catalán había sido sorprendido mientras digería una copiosa cena, servida en el mismo lugar donde había tomado el haschis, y sin recibir explicación alguna fue brutalmente empujado hasta la cueva de la torre, donde se encontraba ya el caballero de Santelmo.

Aquel cambio de situación fue tan rápido que el pobre diablo creyó que acababan de administrarle una segunda dosis de narcótico. Antes de covencerse de que estaba despierto tuvo que pellizcarse varias veces.

—Señor barón —exclamó, mirando en torno a él con ojos compungidos—, ¿por qué nos han traído aquí? ¿Dónde estamos? ¡Decidme que estoy ebrio o que aquel maldecido brebaje me ha trastornado el cerebro! ¡No, no es posible que nos hayan traído a esta horrible prisión!

—No sueñas, ni estás borracho tampoco —respondió el barón—. Ambos estamos despiertos y todo lo que ves es realidad.

—¡Por San Jaime bendito! ¿El que se han vuelto locos esos negros para arrojarnos en esta ratonera? ¡Yo me quejaré a la señora, para que los mande azotar! ¡Si ella supiera lo que nos pasa!

—Por orden suya te encuentras aquí, infeliz Cabeza de Hierro.

—¿Acaso se ha arrepentido de habernos salvado?

—Empiezo a creerlo.

—¿Acaso la habéis visto?

—Sí; he cenado en su compañía.


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Dominio público
153 págs. / 4 horas, 27 minutos / 358 visitas.

Publicado el 4 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Los Hijos del Aire

Emilio Salgari


Novela


Primera Parte. Los hijos del aire

I. La fiesta de las linternas

Pekín, la inmensa capital del más poblado imperio del mundo que, como Roma, se levanta como un desafío al tiempo, se sumergía poco a poco en las tinieblas.

Las enormes cúpulas azuladas por los reflejos dorados de los gigantescos templos budistas; los mil detalles de porcelana del templo del espíritu marino que comprende las tres encarnaciones del filósofo Lao Tsé; los blancos mármoles del templo del cielo; las verdes tejas del templo de la filosofía; la inmensa selva de agujas y de antenas que sostienen monstruosos dragones dorados; las puntas arqueadas del metal dorado de las torres, de los bastiones, de las murallas enormes de la ciudad prohibida, desaparecían entre la bruma del atardecer. Sin embargo, el fragor que repercutía por todas las esquinas de la monstruosa ciudad, aquel fragor sordo y prolongado producido por el movimiento de tres millones de habitantes, por el ruido de miríadas de carros, pequeños y grandes, y por el galope de caballos, aquella noche parecía no querer cesar, a pesar del proverbio chino que dice: «la noche está hecha para dormir».

Contrariamente a la costumbre de los flemáticos chinos, parecía aumentar de un modo ensordecedor.

En las torres, en las terrazas, en los patios, en los jardines, en las plazas, en las calles y callejuelas más lejanas, perdidos en los confines de la inmensa capital, resonaban el gong y los tam-tam, retumbaban los caracoles marinos con roncos sonidos, tronaban los petardos, estallaban las bombas, silbaban cohetes y chirriaban las ruedas, echando al aire infinidad de chispas.

Caía la noche, pero Pekín se enardecía cubriéndose de luz.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 660 visitas.

Publicado el 3 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

A Través del Atlántico en Globo

Emilio Salgari


Novela


I. UNA SORPRESA DE LA POLICÍA CANADIENSE

—¡Hurra! —rugían diez mil voces.

—¡Viva el Washington!

—¡Hurra por Sir Kelly!

—¿Hay quien acepte una apuesta de mil dólares?

—¿Está usted loco, Paddy? Si apuesta usted, perderá. Yo se lo garantizo.

—¡Doscientas libras esterlinas! —gritó otra voz.

—¿Quién las arriesga?

—¿Por qué?

—Por el éxito de la travesía.

—¡Otro insensato! ¿Tiene usted sobra de dinero para tirarlo así, al mar, Sir Holliday?

—Nada de tirar. Ganaré. Kelly atravesará el océano y descenderá en Inglaterra.

—No; en España —gritó otro.

—¡En España o en Inglaterra, lo mismo da! ¿Quién apuesta doscientas libras?

—¡Mire usted que las va a perder! ¡Que el globo estallará en el aire!

—Y luego se hundirá en el océano.

—Kelly está loco.

—No; está cansado de vivir.

—Ni una cosa ni otra; es un valiente. ¡Hurra por Kelly!

—¡Viva el Washington!

—¡Mil dólares a que perece ahogado!

—¡Dos mil a que su aerostato estalla sobre nuestras cabezas!

—¡Cien libras a que se estrella contra la playa!

—¡Mil a que consigue atravesar el Atlántico!

—¿Las apuesta usted?

—¡Sí!…

—¡No!… ¡Estáis locos!

—¡Hurra por Kelly! ¡Hurra!

Estos diálogos, aquellas exclamaciones, tales apuestas, a cual más extravagantes, cruzábanse en todos sentidos y brotaban por doquier. Yanquis, canadienses e ingleses porfiaban con análoga furia; por todas partes corrían libras y dólares mientras la muchedumbre se agitaba, se empujaba, se agolpaba y se aplastaba contra un vasto recinto, atropellando a los policemen que ya no podían contenerla, y eso que no economizaban los mazazos, que caían como granizo sobre los más impacientes…


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185 págs. / 5 horas, 25 minutos / 738 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Hijo del Corsario Rojo

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE

Capítulo I. La Marquesa de Montelimar

—¡El señor conde de Miranda!

Este nombre, pronunciado en alta voz por un esclavo galoneado, vestido de seda azul con grandes flores amarillas, y de piel negra como el carbón, produjo impresión profunda entre los innumerables invitados que llenaban las magníficas estancias de la marquesa de Montelimar, la bella, celebrada por todos los aventureros y por todos los oficiales de mar y de tierra de Santo Domingo.

El baile, animadísimo hasta aquel momento, interrumpióse de pronto, porque caballeros y damas precipitáronse casi hacia la puerta del salón grande, como atraídos por irresistible curiosidad de ver de cerca a aquel conde, que según decían había hecho volver la cabeza a mucha gente en las pocas horas que se dejó ver en las calles de la capital de Santo Domingo.

Apenas el criado negro levantó la rica cortina de damasco con ancha franja de oro, apareció el personaje anunciado.

Era un arrogante joven de veintiocho a treinta años, de estatura más bien alta, continente elegantísimo, que denunciaba al gran señor, ojos negros y ardientes, bigotes negros rizados hacia arriba, y piel blanquísima, cosa bastante extraña en un comandante de fragata, acostumbrado a navegar bajo el sol abrasador del Golfo de México.

Aquel extraño e interesante personaje, tal vez por capricho, iba vestido todo de seda roja.

Roja era la casaca, rojos los alamares, rojos los calzones, rojo el amplio fieltro, adornado con larga pluma, y también los encajes, los guantes y aun las altas botas de campaña; ¿qué más? Hasta la vaina de la espada era de cuero rojo.


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349 págs. / 10 horas, 11 minutos / 1.543 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Exterminio de una Tribu

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. UNA NOCHE TERRIBLE

Un perro lanzó un ladrido feroz, agudísimo, lúgubre, que señalaba seguramente un imprevisto peligro que avanzaba a través de la peligrosa pradera.

En una cabaña construida a estilo canadiense a algunos centenares de pasos del Middle Loup, afluente del North Platte, uno de los principales cursos de agua que surcan el Estado de Nebraska, se encendió al momento una luz.

Dos hombres que debían dormir como los gendarmes, es decir, con un ojo abierto y las orejas tendidas, se precipitaron fuera de los camastros, aferrando sus rifles.

Como arriba decimos, encendieron en el acto una linterna grande de las llamadas de marina.

La cabaña era modestísima, una verdadera cabaña de corredores de las praderas. Gruesos troncos de abeto formaban las paredes, el techo dejaba paso a la lluvia; por muebles había una sola mesa con cuatro taburetes cojos construidos con ramas de pino.

Los dos hombres que a los ladridos del perro se habían arrojado fuera de sus camastros, no se semejaban en modo alguno.

Uno tenía lo menos sesenta primaveras sobre su espalda, pero a pesar de tantos años, todavía se conservaba erguido, robustísimo y en condiciones de galopar veinticuatro horas seguidas, o de aceptar una partida de boxe con un individuo mucho más joven, con la seguridad de abatirle.

Llevaba el pintoresco traje de los indian-agents: chaquetón de paño azul, grueso, con muchos cordones y flecos, calzón de piel de gamo sin curtir, mocasines con adornos de varios colores, y al exterior, en lugar de las cabelleras humanas que usan los indios, iban guarnecidos con sutilísimas tiras de piel que caían sobre dos enormes espuelas de plata.

En la cabeza llevaba un amplio sombrero, que no se quitaba acaso ni para dormir y que cubría una cabellera rojiza y larga, de dudosa procedencia.


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219 págs. / 6 horas, 23 minutos / 432 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro de la Montaña Azul

Emilio Salgari


Novela


CAPITULO I. EL HURACÁN

—¡Eh, muchachos! ¡Eso no son ballenas! Son los ribbon-fish que salen a la superficie. ¡Mala señal, amigos!

—Usted siempre gruñendo, bosmano —dijo la voz casi infantil de un grumete.

—¿Qué sabes tú del Océano Pacífico y de sus islas, chiquillo, si apenas hace unos meses que has dejado de mamar?

—No, bosmano, tengo dieciséis años cumplidos, y soy hijo de un marinero.

—Sí; acaso de agua dulce. Apostaría que nunca has salido del puerto de Valdivia y que ni siquiera, sabe guiar tu padre una balsa.

—Era chileno como usted, bosmano y…

—Pero no marinero como yo, que hace cuarenta y siete años que navego.

—Os digo que…

—¡Rayo de sol basta! —gritó el bosmano—. ¿Te quieres burlar de mí, Manuel? ¿Sabes tú cómo pesan mis manos? ¿No? Si continúas ya te las haré probar.

—Sois demasiado irascible, bosmano.

—Échate afuera, mozo cocido (chico cobarde).

—¡Oh! Bosmano, eso es demasiado. Os equivocáis al tratarme así.

—¡Chiquiyo!

—¡Oh, no! Yo soy un mozo cruo.

Quién sabe lo que habría durado, continuando en aquel tono, la disputa, con gran contentamiento de la tripulación que asistía riendo a aquel cambio de cumplimientos, cuando la aparición imprevista del comandante hizo cerrar de golpe todas las bocas.

El capitán del «Andalucía» era un hermoso tipo de chileno, con tres cuartos de sangre española en las venas y el otro cuarto de araucano, moreno; como: uno de los indómitos guerreros de los Andes, con ojos negrísimos y aterciopelados y todavía ardientes, aunque ya pesaran sobre las espaldas de aquel hombre de mar, más de cincuenta primaveras.

Su estatura era casi gigantesca, más de americano del Norte, que meridional, con poderosa espalda y cuello de puma…


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342 págs. / 9 horas, 58 minutos / 746 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Tesoro del Presidente del Paraguay

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO PRIMERO. UNA NAVE MISTERIOSA

La noche del día 22 de enero de 1869 un buque de vapor de un porte de 450 a 500 toneladas, con arboladura de goleta y que parecía haber surgido repentinamente del mar, ejecutaba extrañas maniobras cambiando de rumbo cada doscientos o trescientos metros, a distancia de cerca de cuarenta kilómetros de la amplia desembocadura del Río de la Plata en América del Sur.

Su esbelta silueta, su proa provista de espolón, sus numerosas troneras que parecían destinadas a bocas de cañón o por lo menos a cañones de ametralladoras, su velocidad muy superior a la de los buques mercantes, y, sobre todo, sus ochenta hombres quo en aquel momento ocupaban la toldilla, todos armados con fusiles, y su cañón grueso, montado en una torreta blindada que se levantaba delante del árbol de trinquete, le daban a conocer a primera vista, como uno de aquellos barcos llamados cruceros poderosos auxiliares de los buques acorazados.

Ni en el mastelero del mayor, ni en la verga de la randa, ni en el asta dé popa, llevaba bandera alguna que pudiese indicar a qué nación pertenecía, y aunque la noche fuese oscura como la recámara de un cañón y navegase por parajes bastante frecuentados, donde una colisión podía de un momento a otro echarlo a pique, no llevaba ninguna de las luces prescritas por los reglamentos marítimos.

Extrañas conversaciones se cruzaban en lengua española entre los marineros, especialmente entre aquellos que vigilaban a proa, bastante lejos de los oficiales que estaban de pie en el puente de mando, ocupados en escudriñar el mar con poderosos anteojos.

—Dime, Pedro —decía un mozalbete que masticaba con visible satisfacción un gran pedazo de cigarra, volviéndose hacia un contramaestre que estaba apoyado en una pequeña ametralladora tapada con una funda de tela embreada—, ¿se atraca o seguimos navegando?


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238 págs. / 6 horas, 57 minutos / 606 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

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