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autor: Emilio Salgari etiqueta: Novela


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Aventuras Entre los Pieles Rojas

Emilio Salgari


Novela


CAPITULO I. LA PRADERA DEL RIO PECOS

Hace bastantes años, cuando las regiones occidentales de los Estados Unidos dependían de Méjico, una pequeña caravana recorría lentamente, en una calurosa tarde de agosto, las vastas praderas que se extienden a derecha e izquierda del río Pecos.

Ni Tejas ni Nuevo Méjico contaban en aquella época con los numerosos pueblos que tienen en la actualidad. No eran entonces estos Estados más que pequeñísimos centros, a enorme distancia unos de otros y bien fortificados para resistir a las invasiones de los comanches y de los apaches.

Tres personas, que montaban magníficos caballos, componían aquella caravana, que osaba atravesar tan peligrosa región, llevando, además, un pesado furgón arrastrado por ocho parejas de bueyes.

Uno de los tres viajeros era un viejo negro, que probablemente habría sufrido los horrores de la esclavitud; los otros dos, un caballero y una señora, eran de raza blanca, bastante jóvenes y sin duda hermanos, pues se parecían muchísimo.

El hombre no tendría más de treinta años: hermoso tipo, de gran estatura, gallardo y elegante. Tenía la tez bronceada, facciones finas y correctas, ojos negros brillantísimos, y sus cabellos, negros también, caían en desordenados bucles sobre sus hombros.

Su traje, muy cuidado, se componía de unos pantalones de piel de gamo y un jubón de lo mismo, sujeto por ancho cinturón, del que pendían un cuerno lleno de pólvora y un enorme cuchillo de monte; calzaba botas altas, y cubría su cabeza un sombrero de anchas alas, al estilo de los mejicanos.

La joven debía de tener diez años menos y era bellísima. Talle elegante, cabellos más negros que las alas del cuervo, tez aterciopelada y ojos semejantes a los de las mujeres españolas.

Llevaba un traje de paño gris con botones de metal, falda corta y un sombrero de paja de Panamá, adornado con cintas.


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161 págs. / 4 horas, 42 minutos / 672 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Filtro de los Califas

Emilio Salgari


Novela


I. LA VENGANZA DE AMINA

Cinco minutos después, el barón y Cabeza de Hierro, lejos ya de los esplendores de aquellas salas maravillosas, se encontraban nuevamente reunidos en un húmedo subterráneo, situado bajo la torre pentagonal. En lugar de las refulgentes lámparas venecianas, una lucecilla alumbraba apenas aquella especie de sentina, que debía de asemejarse mucho a las horribles mazmorras abiertas cinco o seis metros debajo del suelo donde agonizaban los esclavos cristianos del presidio de Trípoli, tan célebre en aquellos tiempos.

El mísero catalán había sido sorprendido mientras digería una copiosa cena, servida en el mismo lugar donde había tomado el haschis, y sin recibir explicación alguna fue brutalmente empujado hasta la cueva de la torre, donde se encontraba ya el caballero de Santelmo.

Aquel cambio de situación fue tan rápido que el pobre diablo creyó que acababan de administrarle una segunda dosis de narcótico. Antes de covencerse de que estaba despierto tuvo que pellizcarse varias veces.

—Señor barón —exclamó, mirando en torno a él con ojos compungidos—, ¿por qué nos han traído aquí? ¿Dónde estamos? ¡Decidme que estoy ebrio o que aquel maldecido brebaje me ha trastornado el cerebro! ¡No, no es posible que nos hayan traído a esta horrible prisión!

—No sueñas, ni estás borracho tampoco —respondió el barón—. Ambos estamos despiertos y todo lo que ves es realidad.

—¡Por San Jaime bendito! ¿El que se han vuelto locos esos negros para arrojarnos en esta ratonera? ¡Yo me quejaré a la señora, para que los mande azotar! ¡Si ella supiera lo que nos pasa!

—Por orden suya te encuentras aquí, infeliz Cabeza de Hierro.

—¿Acaso se ha arrepentido de habernos salvado?

—Empiezo a creerlo.

—¿Acaso la habéis visto?

—Sí; he cenado en su compañía.


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Dominio público
153 págs. / 4 horas, 27 minutos / 384 visitas.

Publicado el 4 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

El Tesoro de la Montaña Azul

Emilio Salgari


Novela


CAPITULO I. EL HURACÁN

—¡Eh, muchachos! ¡Eso no son ballenas! Son los ribbon-fish que salen a la superficie. ¡Mala señal, amigos!

—Usted siempre gruñendo, bosmano —dijo la voz casi infantil de un grumete.

—¿Qué sabes tú del Océano Pacífico y de sus islas, chiquillo, si apenas hace unos meses que has dejado de mamar?

—No, bosmano, tengo dieciséis años cumplidos, y soy hijo de un marinero.

—Sí; acaso de agua dulce. Apostaría que nunca has salido del puerto de Valdivia y que ni siquiera, sabe guiar tu padre una balsa.

—Era chileno como usted, bosmano y…

—Pero no marinero como yo, que hace cuarenta y siete años que navego.

—Os digo que…

—¡Rayo de sol basta! —gritó el bosmano—. ¿Te quieres burlar de mí, Manuel? ¿Sabes tú cómo pesan mis manos? ¿No? Si continúas ya te las haré probar.

—Sois demasiado irascible, bosmano.

—Échate afuera, mozo cocido (chico cobarde).

—¡Oh! Bosmano, eso es demasiado. Os equivocáis al tratarme así.

—¡Chiquiyo!

—¡Oh, no! Yo soy un mozo cruo.

Quién sabe lo que habría durado, continuando en aquel tono, la disputa, con gran contentamiento de la tripulación que asistía riendo a aquel cambio de cumplimientos, cuando la aparición imprevista del comandante hizo cerrar de golpe todas las bocas.

El capitán del «Andalucía» era un hermoso tipo de chileno, con tres cuartos de sangre española en las venas y el otro cuarto de araucano, moreno; como: uno de los indómitos guerreros de los Andes, con ojos negrísimos y aterciopelados y todavía ardientes, aunque ya pesaran sobre las espaldas de aquel hombre de mar, más de cincuenta primaveras.

Su estatura era casi gigantesca, más de americano del Norte, que meridional, con poderosa espalda y cuello de puma…


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342 págs. / 9 horas, 58 minutos / 783 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Cazadora de Cabelleras

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. CACERÍA DE BISONTES

—¡Diablo!

—¿Qué te pasa, John?

—¿No percibís un olor especial, Harris?

—Yo, no.

—¿Y tú, Jorge?

—Tampoco.

—¿Es que no tenéis olfato?

—Tal vez —respondió el joven a quien llamaban Harris.

—¡Es inconcebible! Verdad que hace treinta años que yo recorro las praderas; pero ustedes hace ya doce y debían tener casi tanta práctica como yo.

—Once nada más, John; porque yo tengo cuarenta y un años y mi hermano Jorge treinta y nueve.

—Y yo casi sesenta.

—Lo que no os impide parecer todavía un jovenzuelo.

—Déjate de bromas, y procura aspirar fuerte, a ver si perciben algún olor especial.

—Por más que venteo, no huelo nada.

—¡Parece Imposible!

Una voz nasal, y que estropeaba lastimosamente el lenguaje de las praderas, se oyó en aquel momento.

—Mister John, yo no ser venido aquí para escuchar tonterías. Yo querer cazar bisontes, y no importarme si vuestros amigos ser viejos o jóvenes. Deseo ver bisontes con largas cuernas.

—Tened un poco de paciencia, milord —respondió John—. Veréis bisontes, y junto a ellos, a los pieles rojas, que se darán por muy contentos si os arrancan la cabellera y logran hacer un tótem con vuestra barba.

—¡Tótem! ¿Qué cosa ser «tótem», mister?

—Una especie de bandera.

—¡Oh, no! ¡Mi barba no servir para bandera! ¡No tener los colores del pabellón inglés!

—Más vale así; pero ¡atención! —dijo de pronto John en tono imperioso.

Los cuatro jinetes hicieron detenerse a sus caballos.

John, el jefe de aquel pequeño grupo de cazadores, era un verdadero hércules, macizo como un bisonte, y que llevaba el peso sus sesenta años con la desenvoltura de un hombre de treinta.


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199 págs. / 5 horas, 48 minutos / 506 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

La Galera del Bajá

Emilio Salgari


Novela


1. En la galera del Bajá

Mientras el griego se desembarazaba con tanta habilidad de los incautos marineros, Mico proseguía su marcha hacia la galera almirante, con las luces apagadas para eludir que le dispararan desde las naves con alguna culebrina.

A distancia refulgían los faroles de la flota turca, aquellos grandes y magníficos fanales en ocasiones de hasta metro y medio de altura, todos de plata, con excepción de los de la capitana, que eran de oro.

Mico, que como marinero valía tanto como el griego, observó las continuas maniobras de las galeotas, que se cruzaban e iban de un lado a otro de la capitana para protegerla de una improbable sorpresa, e hizo avanzar su embarcación hacia una de ellas. No tardó en oír una voz amenazadora, que gritaba:

—¿Quién vive? Detente o te ametrallamos igual que a un perro cristiano.

—Turco que procede de la ensenada de Capso y trae una carta del sultán —repuso con acento sereno el albanés.

—Aproxima tu chalupa.

El montañés arrió el velamen y con rápida y muy hábil maniobra aproximó su chalupa a babor de la galeota.

—Sube.

Mico amarró el bote a la escalera y subió con agilidad, alcanzando la toldilla, donde apareció ante él un capitán, acompañado por media docena de oficiales. El hombre dejó caer sobre el cuello de Mico una pesada mano con dedos como tenazas y dijo:

—Muestra la carta.

—He de entregarla personalmente en manos del bajá.

—¿Imaginas que voy a ser tan necio que la abra?... El Gran Almirante sería capaz de empalarme y de momento no tengo la menor gana de... Primero me apetece ver la total destrucción de Candía.

Unos marineros habían llevado faroles. Mico sacó la misiva de un bolsillo interior y enseñó al sorprendido capitán los grandes sellos del sultán.


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123 págs. / 3 horas, 36 minutos / 534 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Las Maravillas del 2000

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA FLOR DE LA RESURRECCIÓN

El pequeño vapor que una vez a la semana hace el servicio postal entre Nueva York, la ciudad más populosa de los Estados Unidos de Norteamérica, y la minúscula población de la isla de Nantucket, había entrado aquella mañana en el pequeño puerto con un solo pasajero. Durante el otoño, terminada la estación balnearia, eran rarísimas las personas que llegaban a esa isla, habitada sólo por unas mil familias de pescadores que no se ocupaban de otra cosa que de arrojar sus redes en las aguas del Atlántico.

—Señor Brandok —había gritado el piloto cuando el vapor estuvo anclado junto al desembarcadero de madera—, ya hemos llegado.

El pasajero, que durante toda la travesía había permanecido sentado en la proa sin intercambiar una palabra con nadie, se levantó con cierto aire de aburrimiento, que no pasó inadvertido ni para el piloto ni para los cuatro marineros.

—Las diversiones de Nueva York no le han curado su spleen —murmuró el timonel dirigiéndose a sus hombres—. Y, sin embargo, ¿qué le falta? Es bello, joven y rico... ¡si yo estuviese en su lugar!

El pasajero era, en efecto, un hermoso joven, tenía entre veinticinco y veintiocho años, era alto y bien conformado, como lo son ordinariamente todos los norteamericanos, esos hermanos gemelos de los ingleses, de líneas regulares, ojos azules y cabello rubio.

No obstante había en su mirada un no sé qué triste y vago que conmovía de inmediato a cuantos se le acercaban, y sus movimientos tenían un no sé qué de pesadez y cansancio que contrastaba vivamente con su aspecto robusto y lozano.

Se hubiera pensado que un mal misterioso minaba su juventud y su salud, a pesar del bello tinte sonrosado de su piel, ese tinte que indica la riqueza y la bondad de la sangre de la fuerte raza anglosajona.


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169 págs. / 4 horas, 57 minutos / 451 visitas.

Publicado el 25 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Morgan

Emilio Salgari


Novela


I. LA TRAICIÓN

Cuando despuntó el alba la nave no estaba todavía en condiciones de navegar.

Los carpinteros habían trabajado sin tregua, pero aún no habían logrado tapar por completo la vía de agua abierta a proa, cuyas dimensiones ponían en serio peligro a la nave.

Tampoco el timón estaba terminado, así es que Morgan se veía obligado a esperar otras veinticuatro horas antes de alejarse de aquellos parajes que podían ser peligrosísimos, porque eran frecuentados por las naves españolas.

Durante la noche el velero, arrastrado por alguna corriente, se había acercado tanto a la costa venezolana, que a simple vista se la distinguía vagamente. Cuál era, ninguno lo sabía, porque ni aun el capitán español pudo dar información precisa, afirmando que hacía cuarenta y ocho horas que no podían tomar la altura a causa del huracán.

También el otro barco, abandonado a sí mismo, había sido arrastrado hacia el sur durante la noche, y se le veía a una distancia de diez o doce millas, un poco inclinado sobre babor, pero flotante.

Morgan, que tenía prisa por ponerse a la vela y refugiarse en las Tortugas, y por saber si los otros barcos de la escuadra, que llevaban gran parte de las riquezas apresadas, se habían salvado, no había salido de la cala, donde animaba a los carpinteros.

Hasta los prisioneros españoles habían sido empleados en formar una doble cadena, trabajando con achicadores y cubos, que llevaban llenos de la sentina y vaciaban sobre cubierta.

En esto cayó la noche, sin que el trabajo hubiese terminado, con gran disgusto de la tripulación, que comenzaba a desesperar de conseguir que el velero quedase en condiciones de navegar.

Todos estaban exhaustos, especialmente los hombres de las bombas y los prisioneros dedicados a la cadena; tanto, que varios de éstos, no obstante las amenazas de Pedro el Picardo, se habían negado resueltamente a trabajar más.


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Dominio público
145 págs. / 4 horas, 14 minutos / 527 visitas.

Publicado el 4 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Dos Abordajes

Emilio Salgari


Novela


CAPITULO I. UN CAÑONAZO A TIEMPO

El día 17 de marzo de 1775, una gran parte de la escuadra inglesa, que había permanecido estacionada en aguas de Boston durante el prolongado asedio de esta ciudad por los americanos, se hacía a la vela con rumbo a alta mar, llevando a bordo la extenuada guarnición, compuesta de más de diez mil hombres.

La rendición de la capital de Massachusetts había sido un rudo golpe para el poderío inglés, que hasta entonces había considerado a los americanos como simples partidas de rebeldes, a los que llamaba despectivamente provinciales, sin reconocer que se trataba de verdaderos soldados.

Antes de salir de la ciudad, aquella guarnición, compuesta en su mayor parte de mercenarios alemanes, había saqueado todas las riquezas de los habitantes, llevándose cuanto pudieron encontrar de valor, y habían inutilizado toda la artillería clavándola o arrojándola al mar.

Únicamente habían respetado los almacenes de víveres, que, por otra parte, contenían bien escasas existencias: 2500 medidas de carbón mineral, otras tantas de trigo, 2300 de cebada, 600 de avena y unas 100 orzas de aceite. Reses, ninguna; hacía ya mucho tiempo que la guarnición había empezado a sacrificar los caballos, y apenas si quedaban unos ciento cincuenta de éstos, reducidos al estado de esqueleto.

Dueños los americanos de todas las alturas que dominan la ciudad, en las cuales habían emplazado gran número de cañones de sitio, permitieron a la guarnición salir de la plaza, a condición de respetar dichos almacenes, pues también los sitiadores se hallaban exhaustos de provisiones de boca y hacía varios meses que venían luchando con el hambre.

Mandaba la escuadra el general Howe, almirante improvisado, y se alejaba de las peligrosas aguas de la amplia bahía de Boston para refugiarse en Halifax, que aún permanecía en poder de los ingleses.


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254 págs. / 7 horas, 25 minutos / 520 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Hijo del León de Damasco

Emilio Salgari


Novela


1. La sobrina de Alí-Bajá

—Ahí tenéis la bandera azul de los tres leones rampantes… Allí está la galera del bajá de Damasco. ¡Izad la nuestra!… Señora, ya se aproxima el momento de la venganza.

Aquellas palabras las pronunciaba un guerrero turco de elevada estatura, membrudo y de piel bastante bronceada, quien, al parecer, acechaba desde días atrás la llegada del navío, en lo alto del imponente castillo de Hussif, sólida mole de construcción veneciana, tan maciza y fuerte que se precisaron doscientas galeras turcas para obligar a rendirse a los últimos bravos que sobrevivieron a la caída de Chipre. Frente al mar y a la tierra alzaba sus elevadísimas torres y sus espaciosas terrazas, defendidas por más de cincuenta culebrinas y de veinte bombardas, imponiendo respeto.

La voz del fuerte guerrero, tan rotunda como el mugido de un toro, se impuso por un instante al fragor de la resaca y resonó de arriba abajo de la torre.

Pasado un momento surgió una joven, que salió de una de las torres, y penetró casi a la carrera en la terraza. Era muy hermosa y tendría unos veinte años; alta, esbelta, de ojos negrísimos que resaltaban bajo largas cejas bellamente delineadas, de boca pequeña con rojos labios semejantes a cerezas maduras, y cabello larguísimo y suelto, de color ala de cuervo. En su semblante, aunque con una perfección de rasgos casi griega, había cierta dureza y energía que denotaba al momento a la mujer turca, cruel siempre, en el fondo, por haberla acostumbrado a ello los sultanes de los siglos XV y XVI.


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148 págs. / 4 horas, 19 minutos / 734 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Hombre de Fuego

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. EN LA SELVA VIRGEN

CAPITULO I. EN LA COSTA DEL BRASIL

¡Tierra a proa! ¡Arrecifes a babor!

Al oír estas exclamaciones lanzadas con voz tonante por un gaviero que había trepado a la cofa a pesar de los tremendos balances y cabeceos de la carabela, los marineros palidecieron.

Una costa en aquellos momentos en que gigantescas olas traían y llevaban en todas direcciones a la pequeña nave, lejos de ser señal de salvación, lo era de muerte segura.

Ninguna esperanza les quedaba a aquellos desgraciados. Aunque los hubieran perdonado las olas, la tierra en cuya proximidad se encontraban era más para huir de ella que para servir de refugio, porque en sus intrincados e inmensos bosques vivían formidables antropófagos que ya habían asesinado y devorado a las tripulaciones de muchos barcos.

Todos los marineros se habían lanzado como un solo hombre al alto castillo de proa, y desde allí procuraban penetrar con la vista en el tenebroso horizonte.

—¿Dónde está esa tierra que dices haber visto? —preguntó un viejo marinero levantando la cabeza y dirigiendo la vista al gaviero, que se sostenía fuertemente abrazado al palo trinquete aguantando los furiosos embates del viento.

—¡(Allí, a proa! ¡Una costa, islas, escollos!

—¡Camaradas! —dijo el viejo marinero con voz conmovida—, preparaos a comparecer ante Dios ¡La carabela ya no gobierna, y las velas están destrozadas!

—¿Se ha roto también el timón? —preguntó un joven alto y fornido, de perfil fino y señoril continente, cuyo aspecto hacía vivo contraste con las toscas figuras y bronceadas facciones de los marineros.

—¡Sí, señor Alvaro; una ola acaba de llevárselo!

—¿Y no puede sustituirse?

—¿Con este mar? ¡No, señor; sería trabajo perdido!

—¿Y cómo podemos ya estar enfrente de una costa?


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312 págs. / 9 horas, 6 minutos / 973 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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