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autor: Emilio Salgari etiqueta: Novela


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Las Panteras de Argel

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LAS PANTERAS DE ARGEL

CAPÍTULO I. UNA FALÚA MISTERIOSA

Era una noche espléndida, una de esas noches dulces y serenas que con frecuencia pueden admirarse en las costas italianas, donde el firmamento tiene una transparencia que supera a la del cielo de las regiones tropicales, y que tanta admiración produce en los navegantes que recorren el Atlántico y el Océano Indico.

La luna se reflejaba vagamente, titilando sus reflejos plateados sobre la plácida superficie del mar Tirreno, y las estrellas más próximas al horizonte parecían dejar caer sobre el mar largos rayos de oro fundido. Una fresca brisa, impregnada de perfumes de los naranjos, todavía en flor, soplaba a intervalos por la costa de Cerdeña, cuyas ásperas montañas se dibujaban claramente sobre el cielo, proyectando la sombra gigantesca de sus cimas.

Una chalupa de forma esbelta y elegante, con la borda incrustada de ricos dorados y la proa adornada con un escudo también dorado, donde lucían una corona de Barón con tres manoplas de hierro y un león rampante, se deslizaba sobre las aguas bajo el poderoso impulso de doce remos manejados por vigorosos brazos. La embarcación se recataba a la sombra de la costa, como si deseara ocultarse de los barcos que pudieran venir del sur, en cuya dirección proyectaba la luna sus haces de rayos plateados.

Doce hombres, vigorosos todos, con el rostro bronceado, el pecho resguardado por corazas de acero, sobre las cuales se veía pintada en negro una cruz y la cabeza cubierta con cascos brillantes, bogaban afanosamente. Delante de ellos se veían picas, alabardas, mandobles, mazas de acero y también aquellos pesados mosquetes que hasta fin del siglo XVI hacían sudar a los más robustos combatientes que tenían que servirse de ellos.


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317 págs. / 9 horas, 15 minutos / 434 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Bandidos del Sahara

Emilio Salgari


Novela


Suspiró entonces mío Cid, de pesadumbre cargado, y comenzó a hablar así, justamente mesurado: «¡Loado seas, Señor, Padre que estás en lo alto! Todo esto me han urdido mis enemigos malvados».

Anónimo

PRIMERA PARTE. EL DESIERTO DE FUEGO

CAPÍTULO I. LOS FANÁTICOS MARROQUÍES

Ramadán, la cuaresma de los musulmanes, que solamente dura treinta días, en vez de cuarenta como la nuestra, estaba a punto de concluir en Tafilete, ciudad perdida en los confines meridionales del Imperio marroquí, delante del inmenso mar de arenas del Sahara.

En espera del cañonazo que debía señalar el término del ayuno, después del cual comenzaba la orgía nocturna, la población se había desparramado por las calles y las plazas, admirando a los santones y a los fanáticos, que se destrozaban atrozmente el rostro y el pecho, y que se traspasaban las mejillas con largas agujas de acero, abrasándose también los brazos y las plantas de los pies.

Marruecos continúa siendo el país del fanatismo llevado al último extremo. Han progresado un poco Turquía y Egipto; Trípoli y Argelia también han perdido mucho de su salvaje celo religioso; pero Marruecos, de igual modo que la Arabia, cuna del Islam, se mantienen tal cual eran hace quinientos o mil años.

No se ve en estos países fiesta alguna religiosa que transcurra sin escenas repugnantes de sangre. Ya sea en el Maharem, que se celebra al principio del año, ya en el Ramadán o en el grande y pequeño Btiram, los afiliados a las diversas sectas religiosas, para ganar el Paraíso, se entregan a excesos que inspiran pavor a las gentes civilizadas.


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211 págs. / 6 horas, 9 minutos / 526 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Pescadores de Ballenas

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. EL CACHALOTE

Durante la noche del 24 de agosto de 1864, un buque navegaba en alta mar con todas las velas desplegadas, cruzando ciento treinta millas al sur de las islas Aleutianas, prolongado archipiélago que se extiende frontero al mar de Behring, entre las costas de América y de Asia.

Era el barco magnífico velero de unas cuatrocientas veinte toneladas, aparejado de fragata, con la proa cortada casi en ángulo recto, y provisto de un sólido espolón de acero, bien ancho, de banda a banda, y éstas perfectamente defendidas con planchas de cobre de un considerable espesor. La arboladura alta, con grandísimo desarrollo de velas, casi despejada la cubierta, como un salón, limpia, lustrosa, sin que sobresalieran de ella castillos ni puentes. En la popa llevaba el barco escritos con doradas letras estos dos nombres: Danebrog-Aalborg.

En la gavia más alta podía distinguirse a dos hombres aferrados al palo, sosteniéndose con una mano metida entre las cuerdas de los rizos y ligeramente inclinados hacia delante sus atléticos cuerpos.

Estaban en observación, con la mirada fija en la oscuridad del mar, cuyas olas venían a estrellarse con ronco rumor contra los costados del buque.

Uno de aquellos hombres podría tener hasta cuarenta años; era de baja estatura, pero de fuerte complexión, ancho de espaldas y robustísimo de miembros, de cutis un tanto trigueño, pelo y barba rubios, ojos azules muy oscuros, y nariz algo encamada, sin duda por el abuso continuado de las bebidas alcohólicas.

En el momento que comienza nuestra narración, hallábase aquel hombre explorando atentamente la inmensa extensión del mar con un anteojo de larga vista.


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225 págs. / 6 horas, 35 minutos / 437 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Un Desafío en el Polo

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LOS DOS RIVALES

—Hurrah for miss Ellen!…

—Hurrah for Montcalm!

—Hurrah for Torpon!…

Estas exclamaciones salían de diez mil pechos, o quizás de más, con un fragor ensordecedor, casi espantoso.

Si las aguas del lago Ontario hubiesen roto sus diques y se hubiesen desbordado con ímpetu irrefrenable a través de la pequeña y graciosa ciudad canadiense de Kingston, no habrían producido mayor estruendo.

Parecía que una repentina locura habíase apoderado de aquellas diez mil personas, norteamericanas unas, canadienses otras e inglesas el resto, reunidas aquende el San Lorenzo y que se estrujaban dentro de un vastísimo recinto, improvisado como mejor se pudo con rústicos maderos, pero bien provisto de mostradores en los que se delineaban infinitos regimientos de polvorientas botellas.

—¿Es la rubia miss?

—¡Sí, sí, es ella que llega con su automóvil de ochenta caballos!

—No, son los dos aspirantes a su mano.

—¡Cien dólares a que es miss Perkins! ¿Quién acepta?…

—¡Mil a que son Montcalm y Torpon!

—¡Quinientos a que son dos fastidiosos policemen que vendrán a prohibir hasta aquí el match de box!

—Si son ellos les recibiremos a puntapiés.

—No, los arrojaremos al San Lorenzo con las manos atadas a la espalda.

—¡Adelante los fuertes!

—¡Mueran los policemen!

—¡Estúpidos!… ¡Es el automóvil de miss Ellen!… ¿Están ustedes ciegos? ¡He ganado quinientos dólares!… ¡Puedo ir a tomar un crabmeat cocktail!

—Hurrah for mis Ellen!

Sobre una inmensa y recta carretera, flanqueada por una doble fila de gigantescos pinos, un punto negro, que por momentos se hace más visible, destácase sobre la ligera capa de nieve, dejando atrás una nube de nevisca.


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232 págs. / 6 horas, 47 minutos / 421 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Un Drama en el Océano Pacífico

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. ASESINATO MISTERIOSO

—¡Socorro!

—¡Mil bombas! ¿Quién ha caído al agua?

—Nadie, señor Collin —respondió una voz desde la cofa del palo de mesana.

—¿Estoy yo sordo, acaso?

—Habrá sido el timón, que tiene las cadenas enmohecidas. —No es posible, gaviero.

—Entonces habrán sido los tigres, que rugen de un modo capaz de asustar a cualquiera.

—No; te repito que era una voz humana.

—Pues yo no veo nada, señor Collin.

—De eso estoy seguro. Sería preciso tener ojos de gato para distinguir algo en esta oscuridad.

A través del ensordecedor ruido de la tempestad y de los mugidos de las olas, que el viento elevaba a gran altura, se oyó nuevamente un grito que no parecía proceder ni de las fieras de que había hablado el gaviero, ni de los hierros del timón. El segundo Collin, que estaba agarrado a la barra del timón, teniendo los ojos fijos en la brújula, se volvió por segunda vez diciendo:

—Alguien ha caído al mar. ¿No has oído un grito, Jack?

—No —contestó el gaviero.

—¡Pues esta vez no me he engañado!

—Si se hubiera caído algún hombre de la «Nueva Georgia», los que están de cuarto se hubieran dado cuenta en seguida de la desgracia.

—¿Entonces?…

—¿Habrá algún pez de nueva especie por estas aguas?

—No conozco ningún pez del Océano Pacífico que pueda lanzar un grito semejante.

—¿Será un náufrago?

—¿Un náufrago aquí, a doscientas leguas de Nueva Zelanda? ¿Has visto tú por aquí algún buque antes de que se pusiera el sol?

—Ninguno, señor —respondió el gaviero.

—¡Socorro!

—¡Por mil diablos! —exclamó el segundo, mordiéndose los largos y rojizos bigotes que adornaban su rostro, bronceado por los vientos del mar y los calores ecuatoriales—. Un hombre sigue a nuestro buque.


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175 págs. / 5 horas, 6 minutos / 439 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Capitán de la Djumna

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LAS OCAS EMIGRANTES

Un sol ardiente, abrasador, se reflejaba sobre las amarillentas y tibias aguas de la profunda bahía de Puerto Canning, las cuales exhalaban esas fétidas miasmas que desencadenan constantemente fiebres tremendas, mortales para los europeos que no se han aclimatado, y peor aún, el cólera, tan fatal a las guarniciones inglesas de Bengala.

Ni una brisa marina mitigaba aquel calor que debía sobrepasar los cuarenta grados. Las grandes hojas de los cocoteros, de majestuoso aspecto, cuyo follaje estaba expuesto en forma de cúpula, y las de los pipa, los nium, y aquellas largas y delgadas del bambú, pendían tristemente, como si el sol las hubiera privado de toda existencia.

El silencio que reinaba en aquellas aguas e islas fangosas, que se extendían hacia el Golfo de Bengala, era tan profundo que producía una intensa tristeza. Parecía que en esa zona, de las más vastas y ricas posesiones inglesas en la India, todo estuviese muerto.

Sin embargo, pese a la lluvia de fuego, y a los miasmas que se alzaban de los bajíos sobre los cuales se pudrían enormes masas de vegetales, una pequeña chalupa cubierta por un toldo blanco, navegaba lentamente.

Dos hombres la tripulaban. Uno de ellos sentado en la proa llevaba en la mano un fusil de doble caño, y otro en la popa maniobraba lentamente con un par de cortos y anchos remos.

El primero era un jovencito alto, delgado, de piel blanca, ojos azules, bigotes rubios, frente amplia, y labios rojos. Llevaba un traje blanco, en cuyas mangas ostentaba el grado de teniente y cubría su cabeza un ancho sombrero de paja.

El otro en cambio, era un hombre de cincuenta años de edad, bajo y robusto, con larga barba gris, frente arrugada, piel curtida por la intemperie, facciones duras Y angulosas.


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163 págs. / 4 horas, 46 minutos / 375 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Perla del Río Rojo

Emilio Salgari


Novela


1. LA PAGODA DEL ESPÍRITU MARINO

Un trueno espantoso, que parecía que iba a derrumbarlo todo, seguido de un relámpago deslumbrador, había hecho conmover las inseguras bóvedas de la antigua pagoda Tang-Ki.

La campana, suspendida en lo alto de la pirámide, que ni el tiempo ni los huracanes habían destruido todavía, a pesar de que contaba ya con más de seis siglos de existencia, produjo un sonido broncíneo, semejante al lamento de un moribundo.

Siguieron después mil extraños rumores, como si una muchedumbre de almas en pena se complaciese en, recorrer las desiertas galerías del Monasterio de los bonzos. Retemblaban las paredes, oscilaban, las gigantescas linternas que aún pendían de las bóvedas, golpeaban las pesadas puertas de madera de teca, abriéndose y cerrándose con estrépito.

Gemían los armazones de las pirámides con incesante lamento, mientras ráfagas impetuosas de viento entraban, por las puertas abiertas de la pagoda, arrojando al interior montones de hojas arrebatadas a los bosques vecinos, las cuales rodaban por el pavimento brillante, con un rumor que daba escalofríos.

Sai-Sing se había acurrucado a los pies de Nairan, el dios marino de los tonkineses, cuya estatua, aún blanca, se erguía en medio de la pagoda agigantándose en la oscuridad. Vivo terror se había dibujado en las graciosas facciones de la muchacha y su rostro de color casi alabastrino, se había tornado lívido.

—Tengo miedo —murmuró, envolviéndose apretadamente en su amplio manto de seda blanca—. ¿Oyes, Man-Sciú?

Una forma humana, que estaba echada en tierra junto a la estatua del espíritu Marino, se levantó, dejando oír una carcajada burlona.

—¿La Perla del Río Rojo tiene miedo? —preguntó con voz estridente. ¿Para qué, entonces, me hizo venir? ¿Habrá olvidado ya el juramento de vengar el secuestro del valeroso Lin-Kai?


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152 págs. / 4 horas, 26 minutos / 395 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Perla Roja

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA PERLA ROJA

1. EL ESPÍA DE LA PENITENCIARÍA

—¡Espía!

—¡Yo espía!

—¡Bandido!

—¡Calla, animal malabar; calla!

—¡Atrévete a negarlo!

—¡Ah! ¿Conque soy espía?

—¡Soplón de los vigilantes! ¡Asesino, por cuya causa, sin que tengamos culpa alguna, nos zurran con el gato de las nueve colas!

—¿Quieres concluir ya?

—¡No; no quiero! Mientras viva no me cansaré de llamarte ¡espía!, ¡espía!, ¡espía!

—¿Es decir, que quieres que te rompa los huesos?

—¡Haz la prueba!

—¿Me provocas porque está de tu lado el hombre blanco? ¡Pues te advierto que a los dos os pongo más blandos que un limón estrujado! ¡Al Tuerto, al más temido luchador de Ceylán, nadie se le ha puesto delante!

—¡Para ti me basto y me sobro yo solo; un malabar no teme a cien cingaleses juntos!

—¡Pero al Tuerto, sí!

—¡Pues yo voy a ser el que te rompa los hocicos y envíe tus dientes a pasear por el bosque! ¡Serás la delicia de las culebras de capucha!

—Malabar, ¿quieres concluir?

—¡No, espía; porque tú eres el espía del baño!

De los labios del cingalés se escapó una blasfemia espantosa.

—¡Maldito sea Buda si no te mato! ¡Esto es demasiado! ¡Basta!

—¡Tú estabas escuchando lo que decíamos!

—¡Mientes!

—¡Y, además, te acercaste a mí y al hombre blanco arrastrándote como una serpiente! Ya sabemos todos que eres el Benjamín de los vigilantes y del comandante, ¡perro cingalés!, y que por eso no has probado la cadena doble.


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308 págs. / 8 horas, 59 minutos / 433 visitas.

Publicado el 4 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

Los Aventureros del Mar

Emilio Salgari


Novela


1. El “Garona”

En un caluroso día de agosto de 1832, un barco de quilla estrecha y alta arboladura navegaba a cuarenta millas de la desembocadura del Coanza, uno de los mayores ríos de la costa del África ecuatorial. Era un hermoso ejemplar de bergantín a palo, que a primera vista se le hubiese podido confundir con un crucero liviano ya que estaba armado de doce cañones, pero su dotación estaba compuesta de sólo sesenta hombres y al tope de su mástil principal no flameaba la cinta roja, distintivo de las naves de guerra.

En el puente de mando, un hombre de elevada estatura, facciones enérgicas al par que bellas, ojos negros y penetrantes y barba corta muy oscura, observaba las actividades de la tripulación, mientras a su lado otro consultaba atentamente un mapa de la zona. La figura del último contrastaba notablemente con la del primero, pues era bajito, nervudo, de rasgos angulosos, frente angosta, mirada dura, barba rojiza e híspida y piel bronceada.

Después de estudiar algunos minutos la carta se volvió al compañero y le informó con voz áspera:

—Nos hallamos próximos al Coanza, capitán Solilach, y posiblemente mañana lo alcanzaremos.

—No tenía la menor duda de ello, señor Parry— contestó el otro—. Volveremos a ver al querido Pembo.

—Que estará borracho como de costumbre, capitán.

—Es probable, lugarteniente.

—Esperemos que nuestro “Garona” pueda hacer la carga completa, para no tener que ir hasta las costas de la Hotentotia a buscar lo que falte. ¿Cuántos esclavos necesitan los plantadores de Cuba?

—Lo menos quinientos.

—¡Uhm! Dudo que Pembo los tenga.

—En ese caso tendremos que corrernos hasta la costa sur.

—¿No teme a los buques patrulleros?

—Disponemos de doce cañones y sesenta hombres decididos.


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Dominio público
145 págs. / 4 horas, 15 minutos / 555 visitas.

Publicado el 4 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

Los Exploradores del Meloria

Emilio Salgari


Novela


Nuestro primer deber es conservarnos, vivir.

MAQUIAVELO

CAPITULO I. PESCA EXTRAORDINARIA

Al atardecer de un día de agosto de 1868, una de esas barcas de pesca que los marineros de ambas orillas del Adriático llaman bragozzi, bogaba lentamente frente a la desembocadura del Brenta, a lo largo de la costa de Sottomarina, casi frente a la antigua pero aún resistente fortaleza de Brondolo.

Era una bonita barca de poco tonelaje, de forma bastante redondeada, con dos mástiles que aguantaban otras tantas velas teñidas de rojo, según uso de los pescadores de Crioggia y dálmatas, y un pequeño bauprés que sustentaba un foque del mismo color que las otras velas.

Acababan de lanzar a popa una de esas grandes redes sostenidas por grandes trozos de corcho que aparejan de un modo especial los chiogueses, y que tantas veces son retiradas a bordo repletas de pesca, por cuanto el Adriático, más abundante siempre en pesca que el Tirreno, es probablemente el rincón del Mediterráneo más poblado de habitantes acuáticos.

El mar, tranquilo, casi tan terso como un cristal, no podía presentarse más favorable para una buena pesca. La luna, que acababa de salir, hacíale centellear como si, mezclados con el agua, hubiese miriadas de hilillos de plata, luz tan agradable a doradas y salmonetes, que suben a la superficie para disfrutar de ella.

Terminada la redada con mucha lentitud, mientras una leve brisa se dejaba sentir apenas, habíase parado la embarcación frente a la punta septentrional del islote de Bacucco, junto a la desembocadura del antiguo curso del Brenta. Era el momento oportuno para recoger la red, que era de presumir estuviese llena de prisioneros.

Vicente, el patrón, que hasta entonces había permanecido junto al timón, hizo señal a los cinco marineros para que virasen a sotavento, y luego, amarrada la barra al frenel, comenzó a gritar:


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172 págs. / 5 horas, 2 minutos / 308 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

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