Los Mineros de Alaska
Emilio Salgari
Novela
PRIMERA PARTE. EL GRAN CAZADOR DE LAS PRADERAS
CAPÍTULO I. EL HERIDO
—¡Alerta!
—¡Cuerno de bisonte!
—¡Levántate, Bennie!
—¿Arde la pradera?
—No.
—¿Se escapa el ganado?
Un clamor ensordecedor, mezcla de aullidos estridentes, de ladridos y mugidos, estalló de súbito en lontananza, rompiendo de pronto el profundo silencio reinante en la inmensa pradera que se extiende desde el lago pequeño de los Esclavos casi sin interrupción hasta el río Atabasca y al pie de la gigantesca cadena de las Montañas Pedregosas.
Oíanse gritos aulladores de hombres, ladridos de perros, mugidos de bueyes espantados.
—¿Qué sucede, Bennie?
El llamado así no respondió; se había puesto en pie bruscamente, echando a un lado la manta que le cubría, y, asiendo la carabina de percusión central que yacía a su lado, se lanzó fuera del enorme carro.
La pradera estaba sumida en densas tinieblas, no alumbrándola ni luna ni estrellas. Sólo acá y allá brillaban como olas de puntos luminosos que descendían y elevábanse caprichosamente, trazando líneas de plata o verde pálidas de fantástico efecto.
Sin embargo, en torno del carro divisábanse masas negras en gran número, mugiendo, aullando y buscando refugio junto al monumental vehículo, contra el cual chocaban confundidas.
—By-good —gruñó el que salía del carro, preparando un fusil como si temiese un ataque imprevisto—. ¿Qué sucede en la orilla del río?
Sonó una detonación de aquella parte; una detonación seca, muy distinta de la de una carabina.
—Ha sido un tiro de Winchester, Bennie —exclamó una voz tras él.
—Sí, Back.
—El arma favorita de los indios.
—Tienes razón.
—¿Habrán desenterrado el hacha de guerra esos condenados pieles rojas?
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Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.