Textos más populares este mes de Emilio Salgari | pág. 8

Mostrando 71 a 77 de 77 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Emilio Salgari


45678

Flor de las Perlas

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. FLOR DE LAS PERLAS

CAPÍTULO I. EL NAUFRAGIO DE LA CAÑONERA

—¿Es verdad, pues?

—No se habla de otra cosa en Binondo.

—¿Y las autoridades españolas?

—Confirman la noticia.

—¿Todos perdidos?

—¡Quién sabe!

—¿Pero Romero… el comandante… la Perla?… —Se ignora si perecieron o se salvaron.

—Habla bajo.

—¿Está despierto la pobre Than-Kiu?…

—Pocos minutos ha, no se había dormido todavía.

¿Qué dirá cuando sepa la terrible noticia?

—No hace falta comunicársela, Pram-Li; podría morir; está aún débil por la pérdida de sangre. ¡Qué golpe!… ¡Hang-Tu y Romero a la vez!… valiera haber muerto con su hermano.

—¿Eh?… ¡Quién sabe! El amor más ardiente se trueca a veces en odio implacable… ¿Acaso el mar no la ha vengado de la felicidad de la mujer blanca?

—Than-Kiu no sabe odiar, y además… amaba demasiado a Romero, y creo que, mientras conserve un átomo de vida, acariciará el hermoso sueño de su alma juvenil.

—¿Habla siempre de Romero?

—Siempre, Pram-Li. Hasta de noche sueña con él, llamándole con voces tan lastimeras que me desgarra el alma.

—¿Y no lanza imprecaciones contra la joven blanca?

—Nunca una palabra de cólera o desdén salió de labios de la pobre Than-Kiu contra la Perla de Manila. Cree en la fatalidad y culpa sólo al destino de la terrible catástrofe que la ha herido.

—Y el destino la vengó, Sheu-Kin; el mar se ha tragado, indudablemente, a Teresita y a su padre.

—Acaso sí; y quizá también a Romero.

—¿Ha venido el médico?

—Si, Pram-Li.

—¿Y qué ha dicho?

—Que Than-Kiu está ya curada y puede abandonar el lecho del dolor. La herida está bien cicatrizada.

—¿Qué va a hacer?


Leer / Descargar texto


277 págs. / 8 horas, 6 minutos / 427 visitas.

Publicado el 26 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

La Favorita del Mahdi

Emilio Salgari


Novela


PRIMERA PARTE. LA FAVORITA DEL MAHDI

Siempre es más bello lo que produce la Naturaleza, que lo que finge el arte.

ERASMO

CAPÍTULO I. EL NOVIO DE ELENKA

Era la tarde del 4 de septiembre de 1883. El sol ecuatorial, completamente rojo, descendía rápidamente hacia las áridas y escarpadas montañas de Mántara, iluminando apenas los grandes bosques de palmeras y tamarindos y las cónicas cabañas de Machmudiech, mísera aldea sudanesa, situada en la margen derecha del majestuoso Bahr-el-Abiad, o Nilo Blanco, a menos de cuarenta millas al sur de Jartum.

De varias partes del horizonte acudían manadas de hermosos antílopes y de chacales, que venían a apagar su sed en las poéticas orillas del río; en el aire batían sus alas con atrevimiento bandadas de flamencos de rojas plumas y alas llameantes en sus extremos, de ibis sagrados que descendían sobre las redondeadas y flotantes hojas del loto, e hileras de grandes pelícanos, que se ocultaban entre los cañaverales, cogiendo peces.

Por el muelle y por las callejuelas de la aldea negros, árabes y turcos iban y venían con gran estrépito; los unos ocupados en descargar camellos y asnos, los otros conduciendo a los abrevaderos manadas de bueyes, de jaspeada piel, y camellos, y otros aun sacando las barcas a tierra firme y desmontándolas. Por todas partes se oían canciones monótonas, acompañadas de música de tambores, que repetía el eco del bosque; salmodias de versículos del Corán, mugidos de animales, batir de remos, llamadas, saludos, y, dominando estos rumores, la voz nasal del muecín, que, desde lo alto del esbelto minarete, con la cara vuelta hacia La Meca, gritaba:

—La Allah ila Allah (No hay más dios que Alá).

—Mohamed rasul Allah (Mahoma es su enviado).


Leer / Descargar texto


352 págs. / 10 horas, 16 minutos / 377 visitas.

Publicado el 3 de marzo de 2017 por Edu Robsy.

El Tren Volador

Emilio Salgari


Novela


1. RUMBO A ZANZÍBAR

En la mañana del 15 de agosto del año 1900, un pequeño vapor de dos mástiles surcaba velozmente las aguas del Océano Índico,, en dirección a la isla de Zanzíbar.

A pesar de la ligera neblina que aún flotaba sobre el mar, se alcanzaban a divisar las costas de esa tierra de promisión. Poco a poco fueron perfilándose las colinas rocosas, aunque cubiertas de vegetación, y hacia un costado el esplendor de una gran ciudad oriental, con sus torres macizas y sus típicos minaretes.

Cerca del puerto podía apreciarse el palacio del sultán, con sus sólidas murallas, y, un poco más lejos, el barrio comercial, verdadero emporio donde se acumulan y negocian los productos de la India, África y Europa, y donde viven, en una armonía relativa, mercaderes pertenecientes a las razas más diversas y heterogéneas.

Dos europeos, ubicados en la proa del barco, observaban con sumo interés el aspecto de la ciudad. Si bien ambos conversaban en francés, su porte y su acento permitían deducir que pertenecían a razas distintas.

El de más edad, que aparentaba tener unos cuarenta o cuarenta y cinco años, era alto, delgado, de bigotes y cabellos rubios; por la blancura de su piel parecía dinamarqués o alemán.

El otro, en cambio, bajo y macizo, de tez oscura y cabellos renegridos, aparentaba diez o doce años menos. Mientras el primero accionaba con la flema característica de los sajones, el segundo demostraba la extraordinaria vivacidad típica de las razas meridionales.

—¡Por fin! —exclamó el rubio al ver delinearse el contorno de la ciudad—. Me estaba cansando de este viaje.

—Tú siempre has preferido volar entre las nubes, Otto —le contestó el más joven.

—Sí, Mateo. Yo he nacido para navegar entre las nubes, y no para ser un marinero como tú.


Leer / Descargar texto

Dominio público
129 págs. / 3 horas, 46 minutos / 359 visitas.

Publicado el 3 de febrero de 2019 por Edu Robsy.

La Jirafa Blanca

Emilio Salgari


Novela


Capítulo I. El jefe de los Griquas

Una hermosa mañana del mes de Mayo de 1858, uno de esos grandes furgones que utilizan los colonos del Cabo de Buena Esperanza y los boers del Orange y del Transvaal, verdaderas casas ambulantes, que sirven de albergue durante la noche, se detenía en las orillas de un riachuelo tributario del Orange.

Iba tirado por un par de bueyes guiados por dos robustos negros armados de largas trallas y seguidos por dos hombres blancos, montados en magníficos caballos de pura raza.

Uno de los europeos era un anciano que frisaría en los sesenta años, de cabellos blanquísimos, la barba muy larga, la piel algo bronceada, y defendidos los ojos con gafas negras para resguardarse de los reflejos del sol africano.

Su compañero era un joven rubio, de tez rosada, ojos azules, bastante robusto, a juzgar por sus formas y la anchura de sus hombros, y con barbas no menos crecidas que las de su compañero. Vestían ambos como los colonos del Cabo de Buena Esperanza. Llevaban sombreros de fieltro de alas muy anchas, cazadora y pantalones de gruesa tela azul, polainas muy altas con doble fila de botones y zapatos con espuelas de acero.

Iban armados de cortas y pesadas carabinas, verdaderas armas para la caza de los grandes animales y llevaban pendientes del cinto sendos cuchillos de un pie de largo, asaz puntiagudos.

—¿Nos detenemos aquí, William? —preguntó el viejo, al ver que el carro se detenía.

—Sí, doctor —respondió el joven—. Debemos esperar al jefe de los Griquas, de quien espero saber dónde podremos encontrar esa famosa jirafa blanca.

—¿Sabéis, William, que si conseguís encontrarla, el director del Jardín Zoológico de Berlín os pagará una gruesa suma?


Leer / Descargar texto


121 págs. / 3 horas, 32 minutos / 439 visitas.

Publicado el 23 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Pescadores de Ballenas

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. EL CACHALOTE

Durante la noche del 24 de agosto de 1864, un buque navegaba en alta mar con todas las velas desplegadas, cruzando ciento treinta millas al sur de las islas Aleutianas, prolongado archipiélago que se extiende frontero al mar de Behring, entre las costas de América y de Asia.

Era el barco magnífico velero de unas cuatrocientas veinte toneladas, aparejado de fragata, con la proa cortada casi en ángulo recto, y provisto de un sólido espolón de acero, bien ancho, de banda a banda, y éstas perfectamente defendidas con planchas de cobre de un considerable espesor. La arboladura alta, con grandísimo desarrollo de velas, casi despejada la cubierta, como un salón, limpia, lustrosa, sin que sobresalieran de ella castillos ni puentes. En la popa llevaba el barco escritos con doradas letras estos dos nombres: Danebrog-Aalborg.

En la gavia más alta podía distinguirse a dos hombres aferrados al palo, sosteniéndose con una mano metida entre las cuerdas de los rizos y ligeramente inclinados hacia delante sus atléticos cuerpos.

Estaban en observación, con la mirada fija en la oscuridad del mar, cuyas olas venían a estrellarse con ronco rumor contra los costados del buque.

Uno de aquellos hombres podría tener hasta cuarenta años; era de baja estatura, pero de fuerte complexión, ancho de espaldas y robustísimo de miembros, de cutis un tanto trigueño, pelo y barba rubios, ojos azules muy oscuros, y nariz algo encamada, sin duda por el abuso continuado de las bebidas alcohólicas.

En el momento que comienza nuestra narración, hallábase aquel hombre explorando atentamente la inmensa extensión del mar con un anteojo de larga vista.


Leer / Descargar texto


225 págs. / 6 horas, 35 minutos / 432 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Los Náufragos del Oregón

Emilio Salgari


Novela


I. El abordaje

La oscuridad era total en el puente.

—¿Se ve ya?

—Aún no, patrón O’Paddy.

—¡Demonio! ¡Y el vendaval amenaza con echar a pique la corbeta! ¡Podía tener mejores barcos el señor Wan-Baer!…

—Cuidado con las olas…

—¿Es hábil el timonel, Aier-Rajá?

—Sí, patrón.

—Que tenga cuidado, porque un falso movimiento puede hacernos beber agua para siempre.

—No hay nada que temer; es un buen marinero.

—¿Se ve ya el «Oregón»?

—No, patrón.

—¡Caramba! ¡Tan a propósito como está la noche para abordarlo!

—¿Pero qué dice? ¿Vamos a abordarlo?

—Si, Aier-Rajá.

—Quizá nos vayamos a pique todos.

—La costa de Borneo no está a más que tres millas.

—Sí, pero seguro que el canal de Macasar está ahora hecho una furia.

—¡Bribonazo! ¿Crees tú que van a regalarnos un millón por un simple paseo por el mar?

—No pienso tal cosa.

—Pues yo, muy a pesar mío, así lo creo. ¡Eh…, timonel del infierno! ¡Fíjate!

Una ola como una montaña, negruzca y con la cresta erizada de nítida blancura por la espuma, se arrojó con violencia sobre el barco, haciéndolo inclinarse hacia estribor.

—¡Rayos y truenos! —exclamó el patrón—. Si nos viene otra como ésta pierde el «Wangenep» una rueda.

—Ya se ha llevado dos paletas del tambor de babor, patrón O’Paddy.

—¡Y el «Oregón» sin aparecer! ¿Habrá ido costeando? ¡De ser así, vaya una suerte para nosotros!

—Jamás habrá ganado nadie mejor un millón.

—Sí; pero me parece que, a pesar nuestro, no vamos a tener esa suerte. ¡Hemos nacido con mala estrella!

—De todas maneras, lo ganaremos.

—Depende de que el «Wangenep» choque bien; ¡pero está tan averiado!


Leer / Descargar texto


160 págs. / 4 horas, 40 minutos / 380 visitas.

Publicado el 24 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

Un Desafío en el Polo

Emilio Salgari


Novela


CAPÍTULO I. LOS DOS RIVALES

—Hurrah for miss Ellen!…

—Hurrah for Montcalm!

—Hurrah for Torpon!…

Estas exclamaciones salían de diez mil pechos, o quizás de más, con un fragor ensordecedor, casi espantoso.

Si las aguas del lago Ontario hubiesen roto sus diques y se hubiesen desbordado con ímpetu irrefrenable a través de la pequeña y graciosa ciudad canadiense de Kingston, no habrían producido mayor estruendo.

Parecía que una repentina locura habíase apoderado de aquellas diez mil personas, norteamericanas unas, canadienses otras e inglesas el resto, reunidas aquende el San Lorenzo y que se estrujaban dentro de un vastísimo recinto, improvisado como mejor se pudo con rústicos maderos, pero bien provisto de mostradores en los que se delineaban infinitos regimientos de polvorientas botellas.

—¿Es la rubia miss?

—¡Sí, sí, es ella que llega con su automóvil de ochenta caballos!

—No, son los dos aspirantes a su mano.

—¡Cien dólares a que es miss Perkins! ¿Quién acepta?…

—¡Mil a que son Montcalm y Torpon!

—¡Quinientos a que son dos fastidiosos policemen que vendrán a prohibir hasta aquí el match de box!

—Si son ellos les recibiremos a puntapiés.

—No, los arrojaremos al San Lorenzo con las manos atadas a la espalda.

—¡Adelante los fuertes!

—¡Mueran los policemen!

—¡Estúpidos!… ¡Es el automóvil de miss Ellen!… ¿Están ustedes ciegos? ¡He ganado quinientos dólares!… ¡Puedo ir a tomar un crabmeat cocktail!

—Hurrah for mis Ellen!

Sobre una inmensa y recta carretera, flanqueada por una doble fila de gigantescos pinos, un punto negro, que por momentos se hace más visible, destácase sobre la ligera capa de nieve, dejando atrás una nube de nevisca.


Leer / Descargar texto


232 págs. / 6 horas, 47 minutos / 417 visitas.

Publicado el 22 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

45678