El Arte de Agradar
Eugène Sue
Novela
1. El sastre
En el año de 1769, había en la calle de San Honorato, no lejos del palacio real, una modesta tienda de sastre, cuya insignia era un enorme par de tijeras doradas, suspendidas sobre la puerta por un gancho de hierro.
Existía un sorprendente contraste entre el maestro Landry, propietario de la tienda de las tijeras doradas, hombrecillo delgado, pálido y apático, y su mujer, madame Magdalena Landry.
Esta, de treinta y cinco a cuarenta años de edad, era activa y robusta; sus facciones pronunciadas, su modo de andar varonil, su tono brusco e imperioso daban a entender que ejercía un dominio absoluto en la casa.
Era un día de diciembre sombrío y lluvioso: acababan de dar las once.
El maestro Landry, sentado en su banquete, manejaba alternativamente las tijeras y la aguja, en compañía de Martin Kraft, su aprendiz, alemán grande, grueso y flemático, de cerca de veinte años, de hinchadas y encendidas mejillas, de cabello largo, más bien amarillo que rubio, y de empaque estúpido y lento.
La mujer del sastre parecía hallarse poseída de un violento acceso de mal humor. Landry y su aprendiz guardaban un silencio respetuoso.
Finalmente, Magdalena, dirigiéndose a su marido, le dijo con desprecio:
—Anda, que no tienes sangre en las venas… ¡te has de dejar quitar por imbécil hasta el último parroquiano!
Landry cambió un codazo y una mirada con Martin Kraft, se estuvo quedo, y maniobró con su aguja con doble agilidad.
Irritada sin duda madame Landry por la resignación de su marido, dijo dirigiéndose a este:
—¿A quién hablo yo?
El sastre y el aprendiz callaron.
Magdalena, exasperada, dio un fuerte bofetón a su marido, diciéndole:
—Me parece que cuando hablo de imbécil, a ti es a quien me dirijo, y debieras responderme… ¡Mal conoces lo que eres!
Dominio público
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Publicado el 12 de febrero de 2019 por Edu Robsy.