Textos más populares esta semana de Federico Gana publicados por Edu Robsy disponibles | pág. 2

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autor: Federico Gana editor: Edu Robsy textos disponibles


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Casa Vieja

Federico Gana


Cuento


De bastante mal humor subí a caballo aquel día para acudir al llamado de mi vecino. Poco me preocupaba la política entonces, y menos me he aficionado a ella después, de modo que no me hacía nada de gracia aquello de ir a servir de secretario ad honorem en la junta electoral de la que mi vecino era digno presidente. Pero mi buena forma de letra y el estar cursando leyes en aquella época, me condenaban a hacerles todo el trabajo burocrático a los buenos caballeros que debían actuar ese día como vocales en la instalación preparatoria de aquella junta electoral extraordinaria.

Taloneando perezosamente mi caballejo, pasé, al tranco, bajo la ancha y ruinosa portada del fundo y salí al camino real.

Eran las nueve de la mañana de un tibio y caluroso día de principios de Abril. El sol, un sol de estío, caldeaba de tal manera el aire y la tierra suelta del hondo camino, que parecía fuera la hora de la siesta. A través de los álamos polvorientos y de los sauces, divisaba los potrerillos del fundo en que me encontraba y los del vecino que a mi frente se extendían. Los viñedos, cargados de racimos, tenían un reflejo metálico bajo los rayos del sol; las chácaras habían sido cosechadas ya, y grandes bandadas de jilgueros se levantaban chillando, a cada instante, de entre los secos despojos de los maizales. A la distancia, divisaba el oro brillante de los rastrojos, destacándose sobre el fondo verde y fresco de las alamedas y de los potreros empastados.


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7 págs. / 13 minutos / 55 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Ladrón

Federico Gana


Cuento


(Cuento de Navidad)


Asistía en aquella tarde de primavera a una fiesta de Pascua organizada por una dama de mis relaciones en un lugar veraniego vecino a Santiago. Numerosas personas de mi conocimiento hallábanse allí reunidas: señoras, hermosas niñas, jóvenes; un pino cargado de juguetes estaba colocado en medio del gran salón de la casa; servíanse helados, cerveza, sandwiches, a los invitados. Pero el objeto principal de la fiesta era la invitación hecha a los huerfanitos del asilo del pueblo, a los que iban a repartirse refrescos, dulces y juguetes. La banda de músicos del lugar tocaba a cada instante animados valses, marchas militares: todo era alegría, entusiasmo y animación. El hermoso y simpático rostro de la dueña de casa resplandecía de íntima satisfacción, porque el buen éxito de aquella fiesta de caridad aumentaba el prestigio social de la distinguida invitante; al día siguiente el periódico del pueblo diría: “En casa de la caritativa señora de X, los huerfanitos del asilo tal, han pasado un agradable día de Navidad”.

Yo observaba con interés desde un rincón de la sala los detalles de aquella hermosa fiesta: los rostros de los pequeños huerfanitos embebidos en el brillante árbol de Pascua, del que pendían tantas cosas maravillosas, farolillos, trompetas, payasos, cajas de música, muñecas, fusiles, esferas de colores; las rápidas miradas de las hermosas niñas y de los jóvenes, que pronto habían de bailar en la animada y rápida matinée con que terminaría la fiesta. El sordo zumbido de las conversaciones me adormecía.


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2 págs. / 5 minutos / 54 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Pesadillas

Federico Gana


Cuento


Convalecía de una larga y peligrosa enfermedad, y me hallaba blandamente extendido entre colchas y almohadones, sobre una poltrona, en el salón de mi casa. El doctor acababa de partir después de aplicarme una fuerte dosis de morfina que calmara mi malestar.

Afuera caía lentamente una lluvia fina y silenciosa, y yo aspiraba con deleite de sediento aquel penetrante olor a tierra húmeda, a viento mojado. El cielo de ceniza, pesado, triste, que divisaba a través de los cristales, se avenía bien con las vaguedades de mis sensaciones de enfermo. De cuando en cuando, levantaba el brazo enflaquecido para fumar mi cigarro, y mientras la onda de humo me envolvía, soñaba perezosamente.

La conciencia de mi debilidad me penetraba de una amargura indefinible y deliciosa, que parecía destilar dulcemente en lo mas hondo de mi corazón, cuyo secreto creía estar próximo a descubrir. Tal vez mi alma iba a estallar en un espasmo de aquel divino deleite soñado no sabía dónde y, sin embargo, la impresión se desvanecía como arrastrada por las leves espirales de humo... El tictac monótono de un grande y antiquísimo reloj de bronce, que me miraba impasible con su esfera borrosa desde lo alto de un gran baúl de mármol negro, llegaba a mis oídos y me adormecía en el silencio de aquel gran salón desierto.

Mis párpados se cerraban, mi cerebro se oscurecía. Abrí los ojos una última vez, con esfuerzo; vi con tristeza un pedazo de cielo gris, traté, de llevar a la boca el cigarro; pero mi brazo cayo pesadamente hacia atrás.


* * *


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2 págs. / 4 minutos / 50 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Un Veterano

Federico Gana


Cuento


Don Pantaleón Astudillo había sido teniente de guardias nacionales. A la edad de cincuenta años, durante la revolución de 1891, sintió, de súbito, despertarse en él la ambición de las glorias militares. Entonces, abandonando la cigarrería de “El Cañonazo”, situada en la calle del Puente, única herencia de sus padres, fue a ofrecer sus servicios al veterano general Barbosa. Le dijo: —General, vengo a ofrecer a Ud. mi vida y a pedirle una espada para defender el orden —frase que le costara largas y angustiosas meditaciones.

Se le dio el grado de teniente. En la sangrienta batalla de Concón, el capitán que mandaba la compañía a que el teniente Astudillo pertenecía, observando que, durante lo más recio de la acción, éste permanecía inmóvil de bruces sobre la tierra, le preguntó:

—Teniente, ¿está herido?

Don Pantaleón buscóse nerviosamente por todo el cuerpo una herida, y al no hallarla, exclamó con dolorido acento, sin alzarse del suelo:

—¡Qué faltará, mi capitán, para que me peguen un balazo...!

Don Pantaleón, después de terminada la contienda civil, se retiró ileso a su antigua y acreditada cigarrería y allí no habla, desde entonces, a sus numerosas relaciones, sino de batallas, de heridos, de sangre... Su conversación parece encenderse con la descripción de sus pasadas proezas, y como ya no puede ponerse su glorioso traje militar, ha vestido con uno igual al más pequeño de sus hijos, con el que, todos recuerdan, se paseaba gallardamente en los días de fiestas.


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1 pág. / 2 minutos / 48 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Don Santiago

Federico Gana


Cuento


Siempre que se perdía un animal cualquiera en el fundo, caballo, vaca o buey, mi padre jamás dejaba de decir con fría y desdeñosa ironía:

—Vayan a preguntarle a don Santiago; él sabe dónde está —y el animal casi siempre aparecía.

El comandante de policía rural, que lo era en esa época don Pedro Jarabrán, solía detenerse a reposar de sus largas correrías por la campaña en nuestra casa. Era un hombre ya entrado en años, de grueso y caído bigote gris, y, a falta de uniforme, usaba siempre el viejo traje que llevara años ha en la famosa campaña del año de 1879 contra los peruanos.

Sentábase pesadamente en la larga banca de totora bajo los corredores, a la sombra de las enredaderas, y, después de quitarse el kepí y enjugarse la estrecha frente sudorosa, entablaba largas charlas, refiriéndonos detalles curiosos que a su profesión se referían, de lo que pasaba en la comarca.


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15 págs. / 26 minutos / 46 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

La Maiga

Federico Gana


Cuento


A Rene Brickles


Aquella mañana de invierno me sentía poseído de una incomprensible hipocondría.

Sentado frente al escritorio, trataba de contraer mi atención sobre el cuaderno de cuentas del fundo, que tenía abierto ante mí; pero al mirar por la ventana el día brumoso y obscuro, los húmedos ramajes de los pinos y naranjos del jardín, que se destacaban sobre un cielo de leche, volvía a sumerjirme otra vez en mi triste somnolencia, en mi inmotivado abatimiento.

—Hoy no hago nada, no puedo hacer nada, pensé, levantándome bruscamente de mi asiento y desperezándome.

En ese instante, la puerta del escritorio se abrió, y mi perro de caza, Mario, un gran pointer de pelo café, se lanzó con su acostumbrada violencia sobre mí, haciéndome las más exageradas caricias.

¿Qué haré hoy? pensaba, conteniendo de las orejas y las patas al nervioso animal que me manchaba el traje con su piel mojada por el rocío de la mañana. Por un instante me regocijó la idea de salir a cazar; pero me sentía fatigado para emprender una marcha, y, además, el pasto estaría demasiado húmedo aun.

Entonces me acordé de mi buen amigo, el párroco de la vecina aldea de Y. Iría a hacerle una visita matinal. Veía con la imaginación su redonda, seria y arrebolada cara de fraile gastrónomo; y me alentaba con la idea de desvanecer mi aburrimiento con su alegre charla y su grueso vinillo moscatel, que conservaba todo el áspero sabor del lagar de cuero.

Mandé ensillar mi caballo, y un instante después salía.

El caballo se estremecía de frío y de impaciencia bajo el corredor.

Subí rápidamente, y partí al galope.


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6 págs. / 10 minutos / 45 visitas.

Publicado el 14 de enero de 2022 por Edu Robsy.

En las Montañas

Federico Gana


Cuento


A Nicolás Pena


Me parece verlo todo aun, pero tan confusamente, tan lejano, y sin embargo...

Allí está el pequeño chalet, y, a la entrada, el jardincillo y la senda de arrayanes en flor; al frente, los hornos del establecimiento de fundición, enormes y negros; más allá, los tapiales y los potreros, los verdes potreros de alfalfa junto al río Cachapoal, cuyo sordo ruido me parece escuchar todavía.

Y estoy allá, en la ribera de ese río, entre aquellas grandes piedras violáceas, lamidas por el agua espumosa, tan lisas, tan extrañas... ¡Cómo brillan sobre la arena los guijarros de colores! Los hay rojos como la sangre, blancos como el alabastro y obscuros como el hierro. ¡Cómo caen y desaparecen en la corriente, lanzados por mi mano infantil; con qué ruido metálico chocan contra los grandes peñascos!

Y veo el sauce seco al lado de los corrales; y también estoy yo, allá arriba, encaramado en sus últimas ramas, como un conquistador, rodeado de rapaces harapientos de ambos sexos que, admirados de mi audacia, permanecen desde abajo contemplándome con la boca abierta. Voy a hacer una prueba, una maroma nunca vista... Los niños gritan, agitando atemorizados las manecitas; la rama cruje... mi pie resbala, y caigo, caigo pesadamente sobre la dura tierra. No es nada, me voy a levantar al instante; no es nada, y mis rodillas permanecen como clavadas en el suelo. Los niños corren hacia la casa dando alaridos; una sirviente viene azorada; trato de levantarme, y ruedo de nuevo por el suelo. La sirviente extiende un gran pañuelo verde y negro y me lleva, como en un saco, mientras aprieto los dientes para no gritar y dos gruesas lágrimas resbalan por mis mejillas...


* * *


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6 págs. / 11 minutos / 45 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Forastero

Federico Gana


Cuento


Un día que conversaba tranquilamente con el viejo mayodormo Simón, de diferentes tópicos, este me dijo de repente:

—Sabe, señor, que nos ha llegado un peón nuevo.

Esta era, a la verdad, una buena noticia, porque los trabajadores andaban escasos y las labores de la estación eran múltiples y variadas.

—Y ¿cómo se llama ese peón? le pregunté.

—Se llama don Floro Retamal, murmuró con cierto airecillo socarrón que no me pasó inadvertido.

—Y ¿de dónde viene?

—De lejos, de las montañas de Longaví. Pero el hombrecito es viejo... continuó recalcando estas últimas palabras.

—Y ¿qué importa, si sabe trabajar?

—Es que apenas puede ya con sus huesos.

—Ocúpalo entonces en arar la viña.

—Tal vez no alcance a cargar con el arado.

—Ponlo a abrir desagües...

—Menos se podrá barajar con la pala; a la media hora estará cansado.

—Díle que arranque zarzamora o desgrane ese maíz que hay en la bodega...

—Quería decirle también que yo lo tengo alojado allá, en mi casa... Ahí está desde que llegó...

—¿Entonces es solo?

—Solo, señor, sin nadie en este mundo.

Comprendí sin esfuerzo, al llegar a esta parte de nuestra conversación, que Simón la había promovido con el único objeto de darme a conocer que él era también hombre caritativo, rumboso, persona, en fin, que se gastaba el lujo de tener alojados en su casa.


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6 págs. / 11 minutos / 45 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Un Amigo

Federico Gana


Cuento


Esta fresca mañana de febrero, en el campo, mañana de sol suave y cielo azul, sin una nube, trae a mi recuerdo imágenes de mi lejana adolescencia.

Me veo joven, lleno de vida y esperanza en el porvenir; como en una rápida cinta cinematográfica acuden sin cesar a mi imaginación hechos olvidados, paisajes, emociones, tan vivas, de entonces, que me parece sentirlas todavía.

Veo la casa vieja, el estero que la bordeaba, los sauces que le daban sombra, las aguas que corrían sin ruido entre las raíces descubiertas de las pataguas, de los arrayanes, el sol que en grandes rayos penetraba curioso entre el ramaje, escucho el canto de las aves que perturban la calma de esas mañanas.

Y llegan y me rodean mis amigos de entonces, los mejores, mis perros de caza.

Fueron tres: Marqués, el primero y más presente en mi memoria; Duque y Mario. De estos últimos recuerdo solamente que el primero era un español, de aguas, de largas orejas, que todo el día pasábalo sumergido en el estero cercano, y del segundo, un pointer café, de gran alzada y maestro en la caza de la perdiz.

Marqués era un bravo francés, de patas cortas y vigorosas, ancho de pecho, blanco, tachonado en la espalda, la cabeza y las orejas de grandes manchas café.

Recuerdo con claridad cómo nos hicimos amigos. Recorríamos con mi padre los potreros del fundo una tarde fría, nebulosa y desagradable de otoño. Marqués corría a nuestro alrededor, rastreando nerviosamente el terreno. De pronto se detuvo y principió a husmear el terreno con cuidado, muy lento, con los ojos encandilados, fijos; avanzaba quedo, como si temiese que las espinas hicieran mal a sus patas. Mi padre descendió del caballo con la escopeta empuñada. De pronto el perro quedó inmóvil, con el cuello rígido, la cola tiesa, hacia arriba, mientras todo su cuerpo se estremecía nerviosamente; una de sus manos la elevaba en alto.


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Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

La Jorobada

Federico Gana


Cuento


Aquella tarde de invierno regresaba del pueblo vecino al fundo, de donde partiera a buscar noticias, los diarios, la correspondencia, algo, en fin, para desvanecer el aburrimiento de mis monótonos y solitarios días campesinos; pero aquel poblacho de casas bajas, aplastadas, sucias, de callejas ruinosas, desiertas, llenas de agua y barrizales; aquella pequeña botica de las señoritas Díaz, club del pueblo, donde me detuviera a saber cualquier hecho interesante, aumentaban mi nerviosa hipocondría; los desocupados que acostumbraban reunirse ahí, habíanme mirado con un aburrimiento igual o mayor que el mío, interrogándome, además, ansiosamente, si sabría algo de nuevo.

Marchaba, pues, lentamente por la ancha y desierta avenida de las afueras del pueblo; las bridas flojas caían sobre el cuello de mi caballo. Sobre mi cabeza, gruesas, desgarradas nubes negras preñadas de agua, a través de las cuales divisaba alguna estrella en el azul borroso, dejaban caer sobre mí tal cual grueso goterón; si volvía la vista, divisaba en el creciente crepúsculo una bruma espesa de humo y de nieblas que se elevaba lentamente de ese pueblo maulino edificado entre pantanos y basurales.

Después de marchar buen rato por esa avenida, encontrábame a la salida del pueblo, en los últimos arrabales.

Trasmonté la línea férrea, miré a mi derredor y vi que tenía delante los caminos rurales, el campo libre.

La noche había caído ya por completo; ante mí se extendían los potreros sumergidos en la húmeda sombra.


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5 págs. / 10 minutos / 42 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

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