La Maiga
Federico Gana
Cuento
A Rene Brickles
Aquella mañana de invierno me sentía poseído de una incomprensible hipocondría.
Sentado frente al escritorio, trataba de contraer mi atención sobre el cuaderno de cuentas del fundo, que tenía abierto ante mí; pero al mirar por la ventana el día brumoso y obscuro, los húmedos ramajes de los pinos y naranjos del jardín, que se destacaban sobre un cielo de leche, volvía a sumerjirme otra vez en mi triste somnolencia, en mi inmotivado abatimiento.
—Hoy no hago nada, no puedo hacer nada, pensé, levantándome bruscamente de mi asiento y desperezándome.
En ese instante, la puerta del escritorio se abrió, y mi perro de caza, Mario, un gran pointer de pelo café, se lanzó con su acostumbrada violencia sobre mí, haciéndome las más exageradas caricias.
¿Qué haré hoy? pensaba, conteniendo de las orejas y las patas al nervioso animal que me manchaba el traje con su piel mojada por el rocío de la mañana. Por un instante me regocijó la idea de salir a cazar; pero me sentía fatigado para emprender una marcha, y, además, el pasto estaría demasiado húmedo aun.
Entonces me acordé de mi buen amigo, el párroco de la vecina aldea de Y. Iría a hacerle una visita matinal. Veía con la imaginación su redonda, seria y arrebolada cara de fraile gastrónomo; y me alentaba con la idea de desvanecer mi aburrimiento con su alegre charla y su grueso vinillo moscatel, que conservaba todo el áspero sabor del lagar de cuero.
Mandé ensillar mi caballo, y un instante después salía.
El caballo se estremecía de frío y de impaciencia bajo el corredor.
Subí rápidamente, y partí al galope.
Dominio público
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Publicado el 14 de enero de 2022 por Edu Robsy.