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autor: Federico Gana etiqueta: Cuento


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Paulita

Federico Gana


Cuento


¿Llueve, Paulita? le pregunto, abriendo los ojos cargados de sueño.

—Lloviendo toda la noche sin descansar, señor, me contesta, al mismo tiempo que deposita cuidadosamente sobre el velador una humeante taza de café. En seguida, cruza los brazos sobre el pecho y se queda inmóvil contemplando fijamente, a través de los vidrios de la ventana, el cielo, de un gris sucio y opaco, cerrado por la lluvia torrencial. Yo, desde mi lecho, diviso confusamente allá, afuera, las siluetas de ios árboles doblados por el fuerte viento del norte; las nubes tenebrosas que vuelan rápidas hacia el sur; los campos, de un verde tierno y brumoso, cubiertos de agua; los animales que vagan aquí y allá en los potreros como entumecidos de frío; las gotas que borbotean sin término en las charcas.

—Con este tiempo tan malo, los animales y los pobres son los que padecen; agrega Paulita, contemplando tristemente embebida el paisaje.

Después se vuelve hácia mí y me mira sonriendo, con los ojos brillantes, como invitándome a entablar una de esas charlas matinales a que la tengo acostumbrada, en las que tratamos largamente de toda la crónica doméstica de la casa de campo, de la que ella está muy impuesta como llavera del fundo que es desde hace largos años.

Es una viejecita de pequeña estatura, encorvada por los años y los achaques, vestida de riguroso luto, y a pesar del frío y la humedad de esa mañana de invierno, no lleva por todo abrigo sino un pequeño pañuelo de lana que apenas le cubre la cabeza y el cuello. Sus cabellos grises, ásperos y fuertes, su color obscuro y bilioso, su estrecha frente y los pómulos y las mandíbulas muy pronunciadas, denuncian a las claras su origen araucano. Sólo los ojos son grandes, negros, rasgados e inteligentes.

Por fin le digo.

—Y ha sabido de José?


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7 págs. / 13 minutos / 423 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Un Amigo

Federico Gana


Cuento


Esta fresca mañana de febrero, en el campo, mañana de sol suave y cielo azul, sin una nube, trae a mi recuerdo imágenes de mi lejana adolescencia.

Me veo joven, lleno de vida y esperanza en el porvenir; como en una rápida cinta cinematográfica acuden sin cesar a mi imaginación hechos olvidados, paisajes, emociones, tan vivas, de entonces, que me parece sentirlas todavía.

Veo la casa vieja, el estero que la bordeaba, los sauces que le daban sombra, las aguas que corrían sin ruido entre las raíces descubiertas de las pataguas, de los arrayanes, el sol que en grandes rayos penetraba curioso entre el ramaje, escucho el canto de las aves que perturban la calma de esas mañanas.

Y llegan y me rodean mis amigos de entonces, los mejores, mis perros de caza.

Fueron tres: Marqués, el primero y más presente en mi memoria; Duque y Mario. De estos últimos recuerdo solamente que el primero era un español, de aguas, de largas orejas, que todo el día pasábalo sumergido en el estero cercano, y del segundo, un pointer café, de gran alzada y maestro en la caza de la perdiz.

Marqués era un bravo francés, de patas cortas y vigorosas, ancho de pecho, blanco, tachonado en la espalda, la cabeza y las orejas de grandes manchas café.

Recuerdo con claridad cómo nos hicimos amigos. Recorríamos con mi padre los potreros del fundo una tarde fría, nebulosa y desagradable de otoño. Marqués corría a nuestro alrededor, rastreando nerviosamente el terreno. De pronto se detuvo y principió a husmear el terreno con cuidado, muy lento, con los ojos encandilados, fijos; avanzaba quedo, como si temiese que las espinas hicieran mal a sus patas. Mi padre descendió del caballo con la escopeta empuñada. De pronto el perro quedó inmóvil, con el cuello rígido, la cola tiesa, hacia arriba, mientras todo su cuerpo se estremecía nerviosamente; una de sus manos la elevaba en alto.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 43 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Un Carácter

Federico Gana


Cuento


A Gustavo Valledor S.


Esto que hoy relato pasó en la lejana aldea de X, allende el Maulé, vecina al pueblo donde yo vivía.

El reo está frente al juez. Es un hombre como de cuarenta y cinco a cincuenta años, de larga y espesa barba negra, nariz aplastada, frente estrecha, carnosa, surcada de arrugas, ojos bizcos y mandíbula inferior saliente y temblorosa. Su cuerpo es fuerte y robusto, aunque deforme: los brazos extremadamente largos, las espaldas anchas y gruesas y las piernas muy cortas, torcidas en forma de arco. Viste un raído y manchado pantalón de mezcla, una camisa de tocuyo y un harapo en forma de manta. Los pies desnudos. Ha entrado cojeando a causa de los grillos y de su natural deformidad, con la cabeza baja y la frente contraída, como sumergido en una profunda abstracción.

Al llegar al medio de la sala, ha levantado la vista y paseado una larga mirada por toda la habitación.

El juez lo contempla fijamente y le pregunta:

—¿Cómo te llamas?

Tarda un instante en contestar y, al fin, responde con voz ruda y sonora:

—No sé.

—¡Cómo! ¿No sabes?

—En el pueblo me llaman Juan, «Juanito», contesta con indiferencia.

—¿Y tu padre?

—No tengo padre.

—¿Y tu madre?

—No tengo madre.

—¿No tienes pariente alguno, entonces?

—Soy solo —dice sencillamente y vuelve a inclinar la cabeza sobre el pecho.

El juez permanece un instante en silencio. En seguida le dice:

—¿Tú mataste al señor Gómez?


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2 págs. / 5 minutos / 227 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Forastero

Federico Gana


Cuento


Un día que conversaba tranquilamente con el viejo mayodormo Simón, de diferentes tópicos, este me dijo de repente:

—Sabe, señor, que nos ha llegado un peón nuevo.

Esta era, a la verdad, una buena noticia, porque los trabajadores andaban escasos y las labores de la estación eran múltiples y variadas.

—Y ¿cómo se llama ese peón? le pregunté.

—Se llama don Floro Retamal, murmuró con cierto airecillo socarrón que no me pasó inadvertido.

—Y ¿de dónde viene?

—De lejos, de las montañas de Longaví. Pero el hombrecito es viejo... continuó recalcando estas últimas palabras.

—Y ¿qué importa, si sabe trabajar?

—Es que apenas puede ya con sus huesos.

—Ocúpalo entonces en arar la viña.

—Tal vez no alcance a cargar con el arado.

—Ponlo a abrir desagües...

—Menos se podrá barajar con la pala; a la media hora estará cansado.

—Díle que arranque zarzamora o desgrane ese maíz que hay en la bodega...

—Quería decirle también que yo lo tengo alojado allá, en mi casa... Ahí está desde que llegó...

—¿Entonces es solo?

—Solo, señor, sin nadie en este mundo.

Comprendí sin esfuerzo, al llegar a esta parte de nuestra conversación, que Simón la había promovido con el único objeto de darme a conocer que él era también hombre caritativo, rumboso, persona, en fin, que se gastaba el lujo de tener alojados en su casa.


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6 págs. / 11 minutos / 45 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Historia del Pobre Giuseppe

Federico Gana


Cuento


Habíamos hablado largo de mil tópicos; no faltó, naturalmente, en esa charla el del alcoholismo, sus males, sus características, el empuje y la decisión de los norteamericanos para cortar de raíz el terrible vicio.

De pronto, un amigo mío dado a las letras, o, más bien dicho, a la pobreza y a la bohemia, dijo alegremente:

—¿Se han fijado ustedes en cómo excita la imaginación el alcohol, en tal forma que casi todos los borrachos son embusteros, verdaderos novelistas, aunque en su estado natural sean los hombres más verídicos del mundo?

Les referiré —agregó— a este propósito algo que yo observé hace poco, la otra noche, y que daría materia para una historia sentimental.

Como ustedes saben —continuó—, hace ya algunos años que estoy separado de mi familia: la vida vagabunda que llevo no me permitiría albergarme en un hogar decente. Estoy hospedado muy lejos del centro, en un barrio que yo me sé y ustedes no conocen, en una piececilla donde no hay más muebles que una cama, un trípode que me sirve de velador y una silla que hace las veces de lavabo. Allí, en estas noches de invierno, hilvano todas esas novelillas y articulejos que ustedes ven aparecer siempre en diarios y en revistas.

Una de estas frías y lluviosas noches de fines del pasado otoño, subo a un tranvía para dirigirme a mi domicilio. Era un atardecer heladísimo; lloviznaba y del cielo nebuloso y sombrío parecía derramarse sobre los hombres y las cosas tristeza, aburrimiento, desazón. El tranvía, casi desierto; algunas mujeres andrajosas aquí, allá, en silencio. De pronto oigo una conversación en voz alta, tan alta que el que la entabla parece querer llamar la atención de todos los pasajeros sobre su persona. Me vuelvo y veo a dos individuos sentados frente a frente.


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3 págs. / 6 minutos / 40 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

La Señora

Federico Gana


Cuento


A Antonio Bórquez Solar


Hacía ya tres horas que galopaba sin descansar, seguido de mi mozo, por aquel camino que se me hacía interminable. El polvo, un sol de tres de la tarde en todo el rigor de Enero, el mismo sudor que inundaba a mi fatigado caballo, me producían una ansja devoradora de llegar, de llegar pronto.

Me volví impaciente hacia el muchacho que me acompañaba, diciéndole:

—Pero al fin ¿dónde está ese tal don Daniel Rubio?

—Es allí cerquita, a la vuelta de aquella alameda, me contestó, haciendo un lento signo con la mano y sin dejar de galopar.

A ambos lados del camino se extendían grandes potreros sin agua, cubiertos de un pastillo blanco que hería la vista, y donde los rayos del sol reverberaban con fuerza. A lo lejos, la enorme mole violacea de los Andes, despojada de sus nieves, emergía con violenta claridad sobre un cielo sin nubes, pálido y brillante.

Y yo, inclinado sobre mi caballo, pensaba con desaliento en que ese viaje se convertía en un verdadero sacrificio.

En aquella época, mi padre, aprovechando mis ocios de vacaciones, ocupábame, de cuando en cuando, en contratarle bueyes para el trabajo de la próxima siembra. Y yo cumplía tales comisiones con placer, porque ellas me permitían emprender largas correrías a caballo por los alrededores. Muchos de estos viajes me proporcionaron la oportunidad de hacer más de una visita bien agradable para mis ilusiones de veinte años; varias veces regresé de estas peregrinaciones sintiendo no sé qué dulce nostalgia en el corazón, a la que tal vez no era extraña cierta cabellera negra o rubia que divisara, a la despedida, en el corredor, a través de la reja y los naranjos de una casa de campo... Según las informaciones que había tomado la víspera, don Daniel Rubio, a cuyo fundo me dirigía, era soltero; y en su casa nada había que pudiera halagar mis expectativas sentimentales.


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7 págs. / 12 minutos / 60 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Ladrón

Federico Gana


Cuento


(Cuento de Navidad)


Asistía en aquella tarde de primavera a una fiesta de Pascua organizada por una dama de mis relaciones en un lugar veraniego vecino a Santiago. Numerosas personas de mi conocimiento hallábanse allí reunidas: señoras, hermosas niñas, jóvenes; un pino cargado de juguetes estaba colocado en medio del gran salón de la casa; servíanse helados, cerveza, sandwiches, a los invitados. Pero el objeto principal de la fiesta era la invitación hecha a los huerfanitos del asilo del pueblo, a los que iban a repartirse refrescos, dulces y juguetes. La banda de músicos del lugar tocaba a cada instante animados valses, marchas militares: todo era alegría, entusiasmo y animación. El hermoso y simpático rostro de la dueña de casa resplandecía de íntima satisfacción, porque el buen éxito de aquella fiesta de caridad aumentaba el prestigio social de la distinguida invitante; al día siguiente el periódico del pueblo diría: “En casa de la caritativa señora de X, los huerfanitos del asilo tal, han pasado un agradable día de Navidad”.

Yo observaba con interés desde un rincón de la sala los detalles de aquella hermosa fiesta: los rostros de los pequeños huerfanitos embebidos en el brillante árbol de Pascua, del que pendían tantas cosas maravillosas, farolillos, trompetas, payasos, cajas de música, muñecas, fusiles, esferas de colores; las rápidas miradas de las hermosas niñas y de los jóvenes, que pronto habían de bailar en la animada y rápida matinée con que terminaría la fiesta. El sordo zumbido de las conversaciones me adormecía.


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2 págs. / 5 minutos / 53 visitas.

Publicado el 28 de junio de 2022 por Edu Robsy.

El Clavel Rojo

Federico Gana


Cuento


A Francisco Contreras


Si, me dijo, continuando mi amigo, donde Ud. me ve yo también me he ocupado de letras, hace ya muchos años escribí versos, prosa y hasta afronté la publicación, pero como todo pasara inadvertido y no diera ni honra, ni dinero, aquí me tiene Ud. sembrando papas y tratando de hacer plata, para vivir tranquilamente lo mejor que se pueda. Por ahí, en mis cajones, conservo aún algo inédito, revuelto entre papeles; y ya que Ud. me dice que piensa publicar un libro de novelas cortas, le traeré uno de estos días algunos de esos ensayos, para que vea modo de aprovecharlo dándole la forma que quiera.

Quien así me hablaba en una hermosa mañana de primavera, allá en el fundo, era uno de tantos ensayistas como se encuentran en nuestra tierra, de esos que después de soñar mucho y tentarlo todo sin éxito alguno, terminan por marcharse al campo a olvidar en él muchas heridas ocultas, muchas ilusiones fracasadas.

Le acepté el ofrecimiento; y hé ahí esas breves e ingenuas impresiones, casi iguales a las que me obsequiara mi büen amigo.


* * *


Ya he cumplido catorce años y la vieja casa de campo está como encantada para mí en estas vacaciones.

A mi desatinada turbulencia de otro tiempo, ha sucedido una gravedad extrema. Mi vida ahora obedece como a la ley de un ritmo; estoy tranquilo, acaso triste, pero mi tristeza a nadie hace mal, y yo me siento tan hondamente enorgullecido.

Me paso las horas perdidas sumergido en pensamientos vagos y profundos, pero tan armoniosos. El vuelo de un insecto que atraviesa el espacio, el perfume de una hoja de madreselvas, me sumergen en éxtasis sin fin.

Siento que mi alma comprende, por fin, su objeto, y me digo: ya está hecho todo, nada tengo que esperar. La vida se pasará así...


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4 págs. / 7 minutos / 304 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Crepúsculo

Federico Gana


Cuento


Regresaba de cazar una fría tarde de invierno y marchaba al lento paso de mi caballo al lado de la línea férrea, por un camino vecinal bordeado de sauces llorones. A mis espaldas, dejaba las azules montañas de la costa, donde el sol acababa de ocultarse, y a mi frente se extendía el caserío del vecino pueblo de L.; más allá divisaba el panorama de la cordillera de Los Andes, que se destacan cubiertos de sombrías brumas, entre los largos y caprichosos filos de las pardas alamedas de los potreros y los caminos lejanos.

El día anterior había llovido, y todo lo que la vista abarcaba estaba cubierto de grandes charcas que brillaban rojas y sombrías, como transparentes manchas de sangre recién vertida, al reflejar el cielo poblado de espesos arreboles. De cuando en cuando, la rama de un árbol, que rozara al pasar, dejaba caer sobre mí una helada lluvia de pequeñas gotas de agua.

El día había sido bueno y mi morral iba repleto de patos y becasinas; pero me sentía fatigado, pues estaba en pie desde el amanecer, la caminata había sido larga y deseaba con ansias llegar luego a casa. Mi perro corría en libertad cerca de mí, husmeando nerviosamente entre las plantas acuáticas de los fosos que bordeaban la carretera. El verde de los campos se obscurecía poco a poco; plañideros balidos de ovejas, escapándose de algún lugar cercano, el ruido de una locomotora que se alejaba de la estación, el mugido de una vaca llamando a su cría, turbaban sólo la calma del anochecer. De repente, dominando todos estos rumores, resonó pausado y vibrante el son claro y distinto de la campana de la Iglesia del pueblo, que llamaba a la oración; y me imaginaba confusamente que las sombras se espesaban y caían con más rapidez alrededor de mí.


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6 págs. / 10 minutos / 69 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Escarabajo

Federico Gana


Cuento


Escuchad lo que un picaflor refería a unas violetas mientras aleteaba y bailaba alegremente en el aire embriagado de luz, de perfumes de flores recién abiertas, chupando insaciable la miel con su larga lengua. Les decía:

—Mirad, amigas mías, ese rosal, ese viejo rosal que está allá abajo, lleno de polvo, abrasado por el sol, muriéndose de sed, con sus raíces carcomidas. Hubo un tiempo en que él y yo fuimos íntimos amigos, pero entonces estaba cubierto de frescas verdes hojas y de rosas más rojas que el rubor de las doncellas. Ahora, ya lo veis, el pobre viejo marcha rápido hacia la tumba, ya no tiene sino una que otra escuálida florecilla y sarmientos secos que dan lastima y repugnancia, y vosotras sabéis que a mí me agradan la juventud, la belleza y los colores alegres que vosotras poseéis en grado eminente, mis dulces amigas.

Al pie de ese rosal vivía, no hace mucho tiempo, una familia de escarabajos, cuyo nombre no sé ni quiero saber, porque la ciencia me repugna, pero lo que no se me ha olvidado era que brillaban sobre la tierra y sobre las hojas como las esmeraldas y que tenían reflejos de arco iris. Os confieso que eran tan bellos esos colores, que varias veces la envidia se deslizó en mi corazón, y que de buena gana hubiera cambiado mi diadema tornasol por su brillante corselete.

Componíase aquella familia de cuatro animalitos, la madre y tres hijos; el padre había muerto a consecuencia de un accidente muy común en esta raza de escarabajos que se arrastran; un día el jardinero le puso el pie encima y...


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 58 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

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