Textos peor valorados de Federico Gana | pág. 2

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autor: Federico Gana


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La Jorobada

Federico Gana


Cuento


Aquella tarde de invierno regresaba del pueblo vecino al fundo, de donde partiera a buscar noticias, los diarios, la correspondencia, algo, en fin, para desvanecer el aburrimiento de mis monótonos y solitarios días campesinos; pero aquel poblacho de casas bajas, aplastadas, sucias, de callejas ruinosas, desiertas, llenas de agua y barrizales; aquella pequeña botica de las señoritas Díaz, club del pueblo, donde me detuviera a saber cualquier hecho interesante, aumentaban mi nerviosa hipocondría; los desocupados que acostumbraban reunirse ahí, habíanme mirado con un aburrimiento igual o mayor que el mío, interrogándome, además, ansiosamente, si sabría algo de nuevo.

Marchaba, pues, lentamente por la ancha y desierta avenida de las afueras del pueblo; las bridas flojas caían sobre el cuello de mi caballo. Sobre mi cabeza, gruesas, desgarradas nubes negras preñadas de agua, a través de las cuales divisaba alguna estrella en el azul borroso, dejaban caer sobre mí tal cual grueso goterón; si volvía la vista, divisaba en el creciente crepúsculo una bruma espesa de humo y de nieblas que se elevaba lentamente de ese pueblo maulino edificado entre pantanos y basurales.

Después de marchar buen rato por esa avenida, encontrábame a la salida del pueblo, en los últimos arrabales.

Trasmonté la línea férrea, miré a mi derredor y vi que tenía delante los caminos rurales, el campo libre.

La noche había caído ya por completo; ante mí se extendían los potreros sumergidos en la húmeda sombra.


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5 págs. / 10 minutos / 42 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

El Escarabajo

Federico Gana


Cuento


Escuchad lo que un picaflor refería a unas violetas mientras aleteaba y bailaba alegremente en el aire embriagado de luz, de perfumes de flores recién abiertas, chupando insaciable la miel con su larga lengua. Les decía:

—Mirad, amigas mías, ese rosal, ese viejo rosal que está allá abajo, lleno de polvo, abrasado por el sol, muriéndose de sed, con sus raíces carcomidas. Hubo un tiempo en que él y yo fuimos íntimos amigos, pero entonces estaba cubierto de frescas verdes hojas y de rosas más rojas que el rubor de las doncellas. Ahora, ya lo veis, el pobre viejo marcha rápido hacia la tumba, ya no tiene sino una que otra escuálida florecilla y sarmientos secos que dan lastima y repugnancia, y vosotras sabéis que a mí me agradan la juventud, la belleza y los colores alegres que vosotras poseéis en grado eminente, mis dulces amigas.

Al pie de ese rosal vivía, no hace mucho tiempo, una familia de escarabajos, cuyo nombre no sé ni quiero saber, porque la ciencia me repugna, pero lo que no se me ha olvidado era que brillaban sobre la tierra y sobre las hojas como las esmeraldas y que tenían reflejos de arco iris. Os confieso que eran tan bellos esos colores, que varias veces la envidia se deslizó en mi corazón, y que de buena gana hubiera cambiado mi diadema tornasol por su brillante corselete.

Componíase aquella familia de cuatro animalitos, la madre y tres hijos; el padre había muerto a consecuencia de un accidente muy común en esta raza de escarabajos que se arrastran; un día el jardinero le puso el pie encima y...


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3 págs. / 6 minutos / 59 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

La Historia del Pobre Giuseppe

Federico Gana


Cuento


Habíamos hablado largo de mil tópicos; no faltó, naturalmente, en esa charla el del alcoholismo, sus males, sus características, el empuje y la decisión de los norteamericanos para cortar de raíz el terrible vicio.

De pronto, un amigo mío dado a las letras, o, más bien dicho, a la pobreza y a la bohemia, dijo alegremente:

—¿Se han fijado ustedes en cómo excita la imaginación el alcohol, en tal forma que casi todos los borrachos son embusteros, verdaderos novelistas, aunque en su estado natural sean los hombres más verídicos del mundo?

Les referiré —agregó— a este propósito algo que yo observé hace poco, la otra noche, y que daría materia para una historia sentimental.

Como ustedes saben —continuó—, hace ya algunos años que estoy separado de mi familia: la vida vagabunda que llevo no me permitiría albergarme en un hogar decente. Estoy hospedado muy lejos del centro, en un barrio que yo me sé y ustedes no conocen, en una piececilla donde no hay más muebles que una cama, un trípode que me sirve de velador y una silla que hace las veces de lavabo. Allí, en estas noches de invierno, hilvano todas esas novelillas y articulejos que ustedes ven aparecer siempre en diarios y en revistas.

Una de estas frías y lluviosas noches de fines del pasado otoño, subo a un tranvía para dirigirme a mi domicilio. Era un atardecer heladísimo; lloviznaba y del cielo nebuloso y sombrío parecía derramarse sobre los hombres y las cosas tristeza, aburrimiento, desazón. El tranvía, casi desierto; algunas mujeres andrajosas aquí, allá, en silencio. De pronto oigo una conversación en voz alta, tan alta que el que la entabla parece querer llamar la atención de todos los pasajeros sobre su persona. Me vuelvo y veo a dos individuos sentados frente a frente.


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3 págs. / 6 minutos / 41 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Don Santiago

Federico Gana


Cuento


Siempre que se perdía un animal cualquiera en el fundo, caballo, vaca o buey, mi padre jamás dejaba de decir con fría y desdeñosa ironía:

—Vayan a preguntarle a don Santiago; él sabe dónde está —y el animal casi siempre aparecía.

El comandante de policía rural, que lo era en esa época don Pedro Jarabrán, solía detenerse a reposar de sus largas correrías por la campaña en nuestra casa. Era un hombre ya entrado en años, de grueso y caído bigote gris, y, a falta de uniforme, usaba siempre el viejo traje que llevara años ha en la famosa campaña del año de 1879 contra los peruanos.

Sentábase pesadamente en la larga banca de totora bajo los corredores, a la sombra de las enredaderas, y, después de quitarse el kepí y enjugarse la estrecha frente sudorosa, entablaba largas charlas, refiriéndonos detalles curiosos que a su profesión se referían, de lo que pasaba en la comarca.


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15 págs. / 26 minutos / 46 visitas.

Publicado el 29 de junio de 2022 por Edu Robsy.

Paulita

Federico Gana


Cuento


¿Llueve, Paulita? le pregunto, abriendo los ojos cargados de sueño.

—Lloviendo toda la noche sin descansar, señor, me contesta, al mismo tiempo que deposita cuidadosamente sobre el velador una humeante taza de café. En seguida, cruza los brazos sobre el pecho y se queda inmóvil contemplando fijamente, a través de los vidrios de la ventana, el cielo, de un gris sucio y opaco, cerrado por la lluvia torrencial. Yo, desde mi lecho, diviso confusamente allá, afuera, las siluetas de ios árboles doblados por el fuerte viento del norte; las nubes tenebrosas que vuelan rápidas hacia el sur; los campos, de un verde tierno y brumoso, cubiertos de agua; los animales que vagan aquí y allá en los potreros como entumecidos de frío; las gotas que borbotean sin término en las charcas.

—Con este tiempo tan malo, los animales y los pobres son los que padecen; agrega Paulita, contemplando tristemente embebida el paisaje.

Después se vuelve hácia mí y me mira sonriendo, con los ojos brillantes, como invitándome a entablar una de esas charlas matinales a que la tengo acostumbrada, en las que tratamos largamente de toda la crónica doméstica de la casa de campo, de la que ella está muy impuesta como llavera del fundo que es desde hace largos años.

Es una viejecita de pequeña estatura, encorvada por los años y los achaques, vestida de riguroso luto, y a pesar del frío y la humedad de esa mañana de invierno, no lleva por todo abrigo sino un pequeño pañuelo de lana que apenas le cubre la cabeza y el cuello. Sus cabellos grises, ásperos y fuertes, su color obscuro y bilioso, su estrecha frente y los pómulos y las mandíbulas muy pronunciadas, denuncian a las claras su origen araucano. Sólo los ojos son grandes, negros, rasgados e inteligentes.

Por fin le digo.

—Y ha sabido de José?


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7 págs. / 13 minutos / 425 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

La Maiga

Federico Gana


Cuento


A Rene Brickles


Aquella mañana de invierno me sentía poseído de una incomprensible hipocondría.

Sentado frente al escritorio, trataba de contraer mi atención sobre el cuaderno de cuentas del fundo, que tenía abierto ante mí; pero al mirar por la ventana el día brumoso y obscuro, los húmedos ramajes de los pinos y naranjos del jardín, que se destacaban sobre un cielo de leche, volvía a sumerjirme otra vez en mi triste somnolencia, en mi inmotivado abatimiento.

—Hoy no hago nada, no puedo hacer nada, pensé, levantándome bruscamente de mi asiento y desperezándome.

En ese instante, la puerta del escritorio se abrió, y mi perro de caza, Mario, un gran pointer de pelo café, se lanzó con su acostumbrada violencia sobre mí, haciéndome las más exageradas caricias.

¿Qué haré hoy? pensaba, conteniendo de las orejas y las patas al nervioso animal que me manchaba el traje con su piel mojada por el rocío de la mañana. Por un instante me regocijó la idea de salir a cazar; pero me sentía fatigado para emprender una marcha, y, además, el pasto estaría demasiado húmedo aun.

Entonces me acordé de mi buen amigo, el párroco de la vecina aldea de Y. Iría a hacerle una visita matinal. Veía con la imaginación su redonda, seria y arrebolada cara de fraile gastrónomo; y me alentaba con la idea de desvanecer mi aburrimiento con su alegre charla y su grueso vinillo moscatel, que conservaba todo el áspero sabor del lagar de cuero.

Mandé ensillar mi caballo, y un instante después salía.

El caballo se estremecía de frío y de impaciencia bajo el corredor.

Subí rápidamente, y partí al galope.


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6 págs. / 10 minutos / 45 visitas.

Publicado el 14 de enero de 2022 por Edu Robsy.

En las Montañas

Federico Gana


Cuento


A Nicolás Pena


Me parece verlo todo aun, pero tan confusamente, tan lejano, y sin embargo...

Allí está el pequeño chalet, y, a la entrada, el jardincillo y la senda de arrayanes en flor; al frente, los hornos del establecimiento de fundición, enormes y negros; más allá, los tapiales y los potreros, los verdes potreros de alfalfa junto al río Cachapoal, cuyo sordo ruido me parece escuchar todavía.

Y estoy allá, en la ribera de ese río, entre aquellas grandes piedras violáceas, lamidas por el agua espumosa, tan lisas, tan extrañas... ¡Cómo brillan sobre la arena los guijarros de colores! Los hay rojos como la sangre, blancos como el alabastro y obscuros como el hierro. ¡Cómo caen y desaparecen en la corriente, lanzados por mi mano infantil; con qué ruido metálico chocan contra los grandes peñascos!

Y veo el sauce seco al lado de los corrales; y también estoy yo, allá arriba, encaramado en sus últimas ramas, como un conquistador, rodeado de rapaces harapientos de ambos sexos que, admirados de mi audacia, permanecen desde abajo contemplándome con la boca abierta. Voy a hacer una prueba, una maroma nunca vista... Los niños gritan, agitando atemorizados las manecitas; la rama cruje... mi pie resbala, y caigo, caigo pesadamente sobre la dura tierra. No es nada, me voy a levantar al instante; no es nada, y mis rodillas permanecen como clavadas en el suelo. Los niños corren hacia la casa dando alaridos; una sirviente viene azorada; trato de levantarme, y ruedo de nuevo por el suelo. La sirviente extiende un gran pañuelo verde y negro y me lleva, como en un saco, mientras aprieto los dientes para no gritar y dos gruesas lágrimas resbalan por mis mejillas...


* * *


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6 págs. / 11 minutos / 45 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Casa Vieja

Federico Gana


Cuento


De bastante mal humor subí a caballo aquel día para acudir al llamado de mi vecino. Poco me preocupaba la política entonces, y menos me he aficionado a ella después, de modo que no me hacía nada de gracia aquello de ir a servir de secretario ad honorem en la junta electoral de la que mi vecino era digno presidente. Pero mi buena forma de letra y el estar cursando leyes en aquella época, me condenaban a hacerles todo el trabajo burocrático a los buenos caballeros que debían actuar ese día como vocales en la instalación preparatoria de aquella junta electoral extraordinaria.

Taloneando perezosamente mi caballejo, pasé, al tranco, bajo la ancha y ruinosa portada del fundo y salí al camino real.

Eran las nueve de la mañana de un tibio y caluroso día de principios de Abril. El sol, un sol de estío, caldeaba de tal manera el aire y la tierra suelta del hondo camino, que parecía fuera la hora de la siesta. A través de los álamos polvorientos y de los sauces, divisaba los potrerillos del fundo en que me encontraba y los del vecino que a mi frente se extendían. Los viñedos, cargados de racimos, tenían un reflejo metálico bajo los rayos del sol; las chácaras habían sido cosechadas ya, y grandes bandadas de jilgueros se levantaban chillando, a cada instante, de entre los secos despojos de los maizales. A la distancia, divisaba el oro brillante de los rastrojos, destacándose sobre el fondo verde y fresco de las alamedas y de los potreros empastados.


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7 págs. / 13 minutos / 55 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

El Forastero

Federico Gana


Cuento


Un día que conversaba tranquilamente con el viejo mayodormo Simón, de diferentes tópicos, este me dijo de repente:

—Sabe, señor, que nos ha llegado un peón nuevo.

Esta era, a la verdad, una buena noticia, porque los trabajadores andaban escasos y las labores de la estación eran múltiples y variadas.

—Y ¿cómo se llama ese peón? le pregunté.

—Se llama don Floro Retamal, murmuró con cierto airecillo socarrón que no me pasó inadvertido.

—Y ¿de dónde viene?

—De lejos, de las montañas de Longaví. Pero el hombrecito es viejo... continuó recalcando estas últimas palabras.

—Y ¿qué importa, si sabe trabajar?

—Es que apenas puede ya con sus huesos.

—Ocúpalo entonces en arar la viña.

—Tal vez no alcance a cargar con el arado.

—Ponlo a abrir desagües...

—Menos se podrá barajar con la pala; a la media hora estará cansado.

—Díle que arranque zarzamora o desgrane ese maíz que hay en la bodega...

—Quería decirle también que yo lo tengo alojado allá, en mi casa... Ahí está desde que llegó...

—¿Entonces es solo?

—Solo, señor, sin nadie en este mundo.

Comprendí sin esfuerzo, al llegar a esta parte de nuestra conversación, que Simón la había promovido con el único objeto de darme a conocer que él era también hombre caritativo, rumboso, persona, en fin, que se gastaba el lujo de tener alojados en su casa.


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6 págs. / 11 minutos / 45 visitas.

Publicado el 15 de enero de 2022 por Edu Robsy.

Candelilla

Federico Gana


Cuento


Un mediodía de primavera, mi padre que se paseaba, como era su costumbre, por el corredor interior de las casas del fundo, me dijo:

—Tienes que ir luego a los potreros de abajo, a Los Montes, porque don Calixto me ha mandado decir que mi medianía estaba mala y se le pasaban mis animales. Anda con el Candelilla para que te señale bien.

Llamé en voz alta y tendí mis miradas por el largo corredor, en cuyo extremo se agrupaban los peones que esperaban el pago, y no vi entre ellos, al llamado Candelilla. Allí estaban, afirmados en los pilares o paseándose y mirando cavilosos el suelo, algunos trabajadores que conocía desde la niñez.

El viejo don Bartolo; el hercúleo Juan Sierra; el Chercán, vejete pequeflito apergaminado, vestido de andrajos; el borracho y fiel regador del potrero de Santa Teresa, don Sosa; Núñez, el bodeguero; éstos eran, puede decirse, los criollos, los aborígenes del fundo; pero Candelilla no estaba.

El apodado Candelilla, a causa tal vez de sus ojos claros y rubios cabellos, era una especie de vagabundo, casi siempre invisible para mí, y muy popular en esos contornos. Sabía yo vagamente que era algo así como un ayudante intermitente del cuidador de animales, sin sueldo y con ración, solamente cuando trabajaba; que muchas noches llegaba a la cocina de las casas a comer cualquier cosa de los restos; que en los veranos, cuando llegaba la época de los cortes y cosechas de trigo, emigraba al sur, a Traiguén, la Victoria, la Frontera, en busca de trabajo, llegando, después, en invierno y entradas de primavera, a refugiarse al calor del fogón hospitalario de las cocinas, como tantos otros.

De pronto, del grupo de peones una voz ronca, alegre, burlona, de acento despreciativo, dijo:

—Patrón, allá viene el Candelilla...

Se escuchaban risas contenidas...


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8 págs. / 14 minutos / 107 visitas.

Publicado el 16 de enero de 2022 por Edu Robsy.

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