La Receta
Felipe Trigo
Cuento
Terminada la consulta, pude entrar en el despacho, donde mi buen amigo el doctor se ponía el abrigo y el sombrero, para nuestro habitual paseo; pero el criado entreabrió la puerta.
—¿Más enfermos? ¡Estoy harto! Que vuelvan mañana.
—Traen esta tarjeta—contestó el criado, entregándola.
Y debía ser decisiva, porque Leandro la tiró sobre la mesa, volvió a quitarse el gabán y gritó malhumorado:
—Que pasen.
Dirigiéndose a mí, que me disponía a dejarle solo, añadió:
—No; espera ahí, tras el biombo. Concluiré a escape.
El biombo ocultaba un ancho sillón de reconocimiento. Me senté y saqué un periódico, viendo que el concienzudo médico alargaba la visita, a pesar de su promesa.
Eran señoras.
Con ellas había inundado el despacho un fuerte olor a floramy que se sobrepuso al del ácido fénico. Sus voces bien timbradas me distraían, y no pudiendo leer, escuché.
—Doctor, mi hija está cada día más delgada, sin saber por qué. Come poco, duerme mal y va quedándose blanca como la cera. Se cansa, se cansa esta niña, que era antes infatigable. Reconózcala bien, y dígame con claridad lo que padece. Estoy dispuesta a seguir un plan con el rigor necesario...
—¿Qué edad tiene usted?
—Veintitrés años—replicó tímida la joven.
Dominio público
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Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.