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autor: Felipe Trigo textos disponibles


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Luzbel

Felipe Trigo


Cuento


Entre los invitados al estudio de Rangel con motivo de su última obra, estaban Jacinta Júver, una arrogante dama de ojos garzos, muy aficionada a la pintura, casi una artista, y su esposo, el señor La Riva, hombre que, según decía, desde hortera con sabañones, supo caer en marqués con gabán de pieles, sin más que saltarse limpia y oportunamente el mostrador de un comercio.

Habían desfilado los demás visitantes y quedaban estos dos; intranquilo él porque se le hacía tarde para el Senado, y la bella marquesa ante el lienzo absorta cada vez más, examinándolo a través de sus impertinentes y celebrando los detalles con el pintor en voluble charla. Era un panneau decorativo: el arcángel maldito, caído bajo un cielo de tempestad sobre una roca; Luzbel, con la túnica y el cabello rubio azotados por el vendaval, con el codo en la rodilla y la sien en el dorso de la mano, resplandecía aún de divinidad, en la hierática rigidez de su soberbia, como el ascua que en su propia ceniza se va apagando.

Hubo necesidad de explicarle este simbolismo al banquero, que se acercaba nuevamente, después de entretener su impaciencia con estatuas y desnudos. Y como su mujer, con cierta coquetería intelectual delante del artista, le señalaba los grandes aciertos de color y de dibujo, aquellas líneas onduladas de visión de ensueño, y aquellos tonos suaves que velaban la figura con neblinas de lo fantástico, harto La Riva de escuchar, exclamó:

—¡Hermoso! ¡Magnífico!

Añadió con franqueza mientras limpiaba los lentes:

—De todos modos... ¡yo no entiendo!, pero si es ángel, ¿por qué no ponerle alas?


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 76 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Mi Media Naranja

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

I

Como el otro, yo quisiera poder ser:


entre señores, señor,
y allá entre los reyes, rey.
 

Mas no puedo.

Comprendo que siempre me falta ó me sobra algo para estar adecuadamente entre las gentes.

Aquí, por ejemplo, delante de mi novia, delante de mi Inés.

¿Me sobra? ¿Me falta?

No lo sé.

Probablemente, ambas cosas á un tiempo.

Me falta un poco de vergüenza, y me sobra este ansioso pensar en mí... señora de esta noche.

Tengo prisa. Tengo verdadera impaciencia por oir las siete y porque se acabe este té. Un coche. Jala me estará esperando. Estará encendida la chimenea de leña en mi salón, y la mesa.

Me distraigo. Háblame mi novia, y pienso en Jala.

Jala debe de estar allí desde hace media hora. La mesa y la lumbre, elegantísima, alzadas quizá las sedas de sus faldas para calentarse mejor los pies tendidos hacia el fuego. Juraría que se aburre, que bosteza, y que está tirada atrás en el respaldo, sin haberse quitado aún la suelta capa turca, color fresa... ¡Cómo sabe que es rubia, la ladrona!

—¡Toma! ¡de coco!

—¿Qué?

—¡De coco!... ¡Y pan racional!... ¿Quieres manteca?

—No, gracias, Inés.

Casi tan rubia como Inés.

La pobre Inés no sabe, no podrá saber nunca por qué tomo el té esta noche, lo mismo que tantas otras noches, sin galletas, sin manteca y sin el pan racional.

A fin de que no advierta mi preocupación, hablo con su padre y con los amigos. Además, me he sentado en frente del reloj, aun á trueque de que me vaya tostando la espalda el aire de esta estufa.

—Sí, sí, señores... á mí me parecería también peor la dictadura del rojo fanatismo.

—¿Peor que cuál, querido Aurelio?

—Peor que el otro... que el blanco, que el negro, padre Garcés. Peor que el de ustedes.


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Dominio público
48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 180 visitas.

Publicado el 13 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Mi Prima Me Odia

Felipe Trigo


Cuento


Primera parte

I

—Adiós, Marqués.

—Adiós, Rojas. Cinco, miraron. El «¡Caramba, un marqués!»— pensó Marqués que debieron pensar ellas.

Pero, además, sí fuesen ellas marquesas, debieron también preguntarse: —«Pues... ¿quién será este marqués?»

Nada..., vanidad en que ponía él la parte más pequeña. Para darse ante la gente el lustre de tratar a «un título», a sus amigos les placía llamarle por el segundo apellido, en lugar de Aurelio, o Luque, que estaban antes.

Siguió escribiendo.

Las damas siguieron tomando su té, por las mesas inmediatas.

La sala era elegante, severa, con su escasa concurrencia que dejaba en la puerta los coches. No parecía lo más propio venirse a escribir cantatas, como a un café cualquiera, a este Ideal Room aristocrático. Sin embargo, su ambiente tibio, confortable, en estas tardes frías, principalmente, gustable a Aurelio.

«¡Bueno! ¡Debe de ser un marqués de provincias!» —pensaba ahora que las damas pensarían. Y como una que insistía en mirarle era guapa, rubia, con unos labios de amapola y una cara de granuja que quitaban el sentido..., la miró. No mucho. Él debía de mantenerse en su desdeñoso prestigio de «marqués».

No menos rubia su novia, ni menos linda.

Con la pluma en la mano y la vista en el papel, trataba de reanudar la sarta de cosas bellas que ítala escribiendo. Le habían cortado el hilo..., la inspiración, ¡qué diablo!

Aurelio meditaba sí él sería positivamente un estúpido. Cuando menos el solo hecho de temerlo venía a probarle que no lo era sino en un mínimo grado de «disculpable humanidad». La humanidad es estúpida. Se paga de apariencias y mentiras. Mentira, acaso, este dorado oxígeno del pelo de esta nena, y mentira el carmín de sus labios...


«Pero también que me confieses quiero
que es tanta la verdad...» Etcétera.
 


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Dominio público
46 págs. / 1 hora, 22 minutos / 99 visitas.

Publicado el 12 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Paga Anticipada

Felipe Trigo


Cuento


Pasaba una corta temporada en un pueblo donde me aburría espantosamente. No conocía a nadie, y solía dedicarme a pasear solo y de noche. Una, vagando por las calles al azar, y sintiendo ya nostalgias de mi Madrid de mi alma, llegué a una plazoleta que ofrecía un bonito efecto de luz. Frente a mí, una casa más alta que las demás, de construcción vetusta, de anchas rejas y balcón panzudo, sobre el cual una hornacina contenía una Virgen alumbrada por un farol. Se destacaba en el resplandor de la luna que empezaba a salir, y a todo lo lárgo del caballete y de los aleros del tejado, que volaba amplia y graciosamente las esquinas, veíase negro, enérgico, el enmarañado dibujo de los jaramagos a la traslumbre del cielo.

Aquello era una decoración teatral; y os juro que tan profundamente me ensimismé en su contemplación con ojos de artista, que me costó algún trabajo no creer que, en efecto, estaba en un teatro, cuando llegó a mis oídos una voz de contralto, extensa y pura, que cantaba:


Il segreto per esser felice
se io per prova...
 

El pasaje de Lucrecia, letra más o menos.

Me acerqué a la casa de donde salía la voz, y pegado a la ventana escuché hasta la última nota del brindis, tras de las que enmudecieron cantatriz y piano.

A la noche siguiente volví a matar el tiempo rondando la ventana de mi admirada y desconocida contralto. La sesión fue más larga. La sinfonía del Guillermo, después trozos sueltos de Gioconda, y por último, cantada, Lucrecia.

Yo, que insensiblemente había concluído por acercarme a la reja, trataba de descubrir a la artista—pues tal nombre merecía—por los entreabiertos cristales. No veía más que un lado del piano. Iba a empujar las puertas cautelosamente; pero alguien se acercaba en la desierta calle. Era un hombre, que entró en la casa, contemplándome antes con tenacidad.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 35 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Paraíso Perdido

Felipe Trigo


Cuento


Recuerdos de Mindanao

—Esto es un paraíso—me dijeron cuando llegué al campamento; y para certificar la comparación, no tuvieron mis ojos más que tenderse en derredor.

Una vivienda de nipa, junto a una huerta, en mitad de una explanada circular donde grupos de soldados troceaban ébanos a hachazos; cerca, los fusiles, por si los moros saltaban de una mata, como tigres.

Por Occidente, a algunas millas, el mar; y rodeándonos, el bosque; el bosque virgen, de fantástica frondosidad, cayendo por todos lados, desde nuestra altura enorme, como manto soberano cuya cola regia de eterno verdor se tendía por las montañas festoneando sus crestas en la lejanía sobre el azul profundo y tranquilo de los aires.

Desde las primeras horas de la llegada pude observar que mis compañeros revelaban una especie de paralización extraña, de éxtasis.

Se separaron, cada cual por un sitio, ocupándose unos en acariciar a los mastines, otros en jugar con los monos y las catalas, y los más en pasear, leyendo periódicos dos meses atrasados o cogiendo flores en la huerta. Tenía esto algo de calma paradisíaca; y tal vez un tanto fatigado mi espíritu por las luchas de la vida, se dispuso a sepultarse en aquella paz celestial, desperezándose al borde de la Naturaleza antes de entregarse a ella, como la hastiada impura junto al lecho del descanso.

Las semanas pasaron.

Seguíame fascinando aquella monotonía de grandiosidad...

Yo me volvía como los demás. La pereza no tardó en invadir mi cuerpo y mi alma. Un lugar solitario, un rincón de árboles, una hamaca; no anhelaba otra cosa aquel ansia insaciable y vaga de mi pecho.


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Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 42 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Por Ahí

Felipe Trigo


Cuento


¿Domingo?

Caramba, día de divertirse.

¡Cuánta gente! Todos suben, se alejan del centro. Yo me acerco, al revés.

Encontrarme desde mi casa en el Retiro, a los quince metros, no tiene lance de paseo.

Sol hermoso; coches y tranvías atestados; Espartero dominando la calle desde su caballo de bronce.

—¡Adiós, general!

Es muy amable este Espartero, con su sombrero en la mano, eternamente saludando a la acera derecha, desde donde nadie le responde. Líbreme Dios de pasar sin corresponder finamente al saludo, y los demás que hagan lo que gusten.

Y vengamos a cuentas, para no andar en balde: ¿adonde iré? Hay que pensarlo sobre la marcha, entre pisotón y codazo.

Dinero no falta, en buena hora lo diga, si no para comprar un reino, con el que quizás no sabría qué hacer, para comprar media docena de mujeres, que bien sabré qué hacer con ellas.

Pero tal vez lo sé demasiado.

La tarde es larga, la vida imposible. Reflexionando, principalmente. Algo, pues; necesito algo que me distraiga; y estoy en la corte, donde dicen que sobran las diversiones.

En la plaza gran atracción. Un toro y un elefante. Iría, pero luego no resulta ninguna de las barbaridades prometidas. ¿Fieras contra fieras? ¿Tigres, toros, leones y elefantes? Bah, para atrocidades los hombres, y ya los veo por la calle... y ya me ven.

¡La Cibeles!

Decididamente, me son simpáticos estos caballos de bronce y estas virtudes de mármol.

Allá, por las baldosas de Recoletos, desfila un cordón de gente. Sombreros monumentales, flores, niñas en situación, tal cual levita...; los de a pie, dándoselas de aristócratas desmontados, los de a caballo mirando a los landós, y los landós al trote. El éxito de la tarde es un cab tirado por once perros de Terranova.


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Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 43 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Reveladoras

Felipe Trigo


Novela corta


I

Gloria se peinaba al espejo, sostenido en la pared contra el tajo de la carne. Al otro extremo de la amplia galería, tirado en el canapé de mimbres, aguardaba Rodrigo a su hermana con los cromos, para pegarlos en las hojas nuevas del álbum que ya tenían orlas de platilla.

— ¡Gloria!

— ¿Qué?

— Que venga mi hermana.

Continuó la doncella pasando el peine de metal por los puñados de su pelo rubio, sacudido y abierto en manojos ondulantes sobre los brazos desnudos. La sofocaba el resol, filtrado en aquel ángulo desde un metro de altura, por la inmensa lona que entoldaba el patio.

— ¡Gloria!

— ¿Qué?

— ¿No has oído?

— Menos genio, ¿entiendes?... Me dijo que esta siesta no podría venir y me dió los cromos. Cógelos; aquí los tienes en el banco. — Pues tú los traes, ¡hala!

— ¡Uaaá! — hizo Gloria, volviéndose y enseñándole la lengua.

¿De dónde habría sacado la señora estos dos hijos tan bobos? Muchas noches se venían a la cocina a ver cómo pelaban patatas ella y la otra compañera, Vicenta; y si no estaba también la vieja ama Charo, les contaban ambas, por reírse, cuentos verdes... ¡por reírse al mirar la cara de tonto de Rodrigo, que no entendía, y la cara de Petra... ¡que ya los iba entendiendo de más y se disgustaba algunos ratos... «porque decían aquellas cosas delante del niño»!

¡Bah, qué niño... que cogía en el canapé más que un gastador!

Le estaba viendo Gloria en el espejo, sin dejar de peinarse.

Pero volvió él a llamarla con imperio y se levantó al fin, sin prisas, de más confiada en la bondad del muchachote, guapo como una niña e inocentón hasta lo increíble, a pesar de sus trece años.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 34 visitas.

Publicado el 3 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Sí Sé Por Qué

Felipe Trigo


Novela


PRIMERA PARTE

I

En el expreso, con un recelo casi de terror, conocí ayer á estos que habrán de ser mis compañeros de buque: Albert, cónsul; Carlos Victoria, el famoso dramaturgo, y Alejo Hugo Martín, attaché militar en la Argentina.

¡Oh, mi forzosa intimidad con los extraños! ¡Mi débil voluntad, además, para cortarla..., yo que contaba siquiera en esta empresa con la soledad del Océano, y á quien el simple encuentro de un amigo por las calles de Madrid causaba angustia al corazón, temblores y una afonía instantánea y sofocada, como si me echasen una cuerda al cuello!... Por lo pronto, anoche, en el tren, un señor al pie de mi litera; tres al despertar, forzádome á sus charlas... y un hotel ahora, aquí, donde, á más de los nuevos conocidos, me aguardan cuatro periodistas. Son gaditanos, que se han apresurado á saludar al dramaturgo; quieren despedirle de España cenando en Puerta de Tierra, y, con la jovialidad del montilla, se obstinan en que yo les acompañe.

En última consecuencia, debo confesar que no me es completamente insoportable la continua conversación; por primera vez desde hace mucho tiempo, gracias á ella, me ha faltado para ensimismarme en la manía de mis reflexiones dolorosas, y á ratos incluso llego á reír y bromear. Encontraríame satisfecho, ante éstos que no hubieran podido sospechar hallarse departiendo con un enfermo grave, si á última hora no hubiese cedido á la insana cobardía de hablarles de mi enfermedad, de mi neurastenia...

¡Maldita neurastenia!... Les conté todo: que estoy á régimen; que no duermo; que lloro á veces como un niño...; que una extraña piedad me acongoja ante el espectáculo de un mendigo ó de una mujer desamparada...


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221 págs. / 6 horas, 27 minutos / 205 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Sí Sé Por Qué

Felipe Trigo


Novela


Primera parte

I

En el expreso, con un recelo casi de terror, conocí ayer á estos que habrán de ser mis compañeros de buque: Albert, cónsul; Carlos Victoria, el famoso dramaturgo, y Alejo Hugo Martín, attaché militar en la Argentina.

¡Oh, mi forzosa intimidad con los extraños! ¡Mi débil voluntad, además, para cortarla..., yo que contaba siquiera en esta empresa con la soledad del Océano, y á quien el simple encuentro de un amigo por las calles de Madrid causaba angustia al corazón, temblores y una afonía instantánea y sofocada, como si me echasen una cuerda al cuello!... Por lo pronto, anoche, en el tren, un señor al pie de mi litera; tres al despertar, forzádome á sus charlas... y un hotel ahora, aquí, donde, á más de los nuevos conocidos, me aguardan cuatro periodistas. Son gaditanos, que se han apresurado á saludar al dramaturgo; quieren despedirle de España cenando en Puerta de Tierra, y, con la jovialidad del montilla, se obstinan en que yo les acompañe.

En última consecuencia, debo confesar que no me es completamente insoportable la continua conversación; por primera vez desde hace mucho tiempo, gracias á ella, me ha faltado para ensimismarme en la manía de mis reflexiones dolorosas, y á ratos incluso llego á reír y bromear. Encontraríame satisfecho, ante éstos que no hubieran podido sospechar hallarse departiendo con un enfermo grave, si á última hora no hubiese cedido á la insana cobardía de hablarles de mi enfermedad, de mi neurastenia...

¡Maldita neurastenia!... Les conté todo: que estoy á régimen; que no duermo; que lloro á veces como un niño...; que una extraña piedad me acongoja ante el espectáculo de un mendigo ó de una mujer desamparada...


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Dominio público
221 págs. / 6 horas, 27 minutos / 80 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Tempestad

Felipe Trigo


Cuento


“Voy con María. Espéranos.—Octavio.”

María era mi amante.

Octavio, el escritor neurótico de palabra helada, estaba medio loco. Por su modo extraño de sentir y por su modo extraño de adorar la belleza pagana de su esposa.

Un escéptico que creía en todo.

Cuando llegó el exprés y vi a María en un reservado, corrí a saludarlos; pero ella, abriendo la portezuela y separándose para mostrarme el fondo, dijo desoladamente:

—Allí venía él.

—¡Octavio!

—Muerto—respondió tan bajo y tan secamente, que apenas la oí.

Luego, sin derramar una lágrima, saltó al andén, me suplicó silencio, indicó por señas a un mozo que nos siguiera con el equipaje, entre cuyos objetos reconocí el sombrero de mi amigo, y nos dirigimos al hotel a la carrera del ómnibus.

* * *

En cuanto estuvimos solos en un gabinete, cuyo balcón daba a la playa, sepultó María la cara entre los brazos y lloró mucho. Yo, abrumado en la butaca, cerca de la suya, lanzaba la vista idiotamente a la inmensa curva donde se unían el mar y el cielo; éste encapotado de gruesas y blancas nubes, aquél tranquilo y de un fuerte azul plomizo, sin un vapor, sin una vela en su vasta y comba superficie.

No osaba mirarla. ¿Qué cuentas iba a darme aquella histérica de la muerte de su marido?

Al fin pudo hablar, y dijo, estrechando mi mano entre las suyas, blandas y calientes como las de un niño:

—Cogió tu carta. Tu última carta, que yo guardaba en el pecho. Me la cogió dormida... y se mató. Nunca me había amado tanto como en este viaje. Mi amor y la tormenta horrible de esta noche produjeron en su alma efectos espantosos. ¡Oh, era preciso haberle visto!

—¿Y dónde está?—me atreví a preguntar.

—¡Alli!—dijo la joven, señalando al Océano.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 49 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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