El Náufrago
Felipe Trigo
Novela corta
Primera parte
Capítulo I
¡Hup! ¡hup!, ¡hup!... ¡Hurra! —lanzaron, á la usanza marinera, todos los del yate.
Las mesitas del lunch quedáronse desiertas. También las damas se acercaban á la borda, saludando con las copas de Champaña.
Llegaba, al fin, el conde de Alcalá, y con el conde la condesa: rubia, alta, espléndida, gentil, de grandes ojos claros é ingenuos, cuya infinita curiosidad se subrayaba en la infantil sonrisa blanca y rosa de su boca.
—¡Bah, la lugareña! —deslizó Marta Iboleón al oído de Lulú, en tanto ambas, hipócritamente amables, agitaban los pañuelos.
Lulú repuso:
—¡Sí, la lugareña! ¡Cuándo, allá en su pueblo, habría soñado ser condesa, la infeliz!
Los condes venían en un magnífico automóvil negro, que desde gran distancia, para más fanfarrona ostentación, mejor diríase que para abrirse paso entre la gente, se había acercado al son de su sirena y del áspero y macabro estornudar de su bocina.
Ahora, parado, dentro de la empalizada que con el auxilio de tres guardias contenía á la multitud, y en donde había otros autos menos excelentes y modestos carruajes de caballos, continuaba trepidando, mientras los condes descendían, y excitándoles la envidia á los del yate con la abierta mostración de sus blandas tapicerías verde botella adornadas de espejitos, timbres, relojes, cuadrantes de órdenes, contadores de la velocidad y búcaros de violetas y claveles.
—¡Hup! ¡Hup!... ¡Hurra, por los condes de Alcalá!
Dominio público
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Publicado el 24 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.