Textos más populares este mes de Felipe Trigo disponibles | pág. 3

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autor: Felipe Trigo textos disponibles


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Jugar con el Fuego

Felipe Trigo


Cuento


Pasaba por Madrid, donde veinticuatro horas debía detenerse, con dirección a Tánger, León Demarsay, un diplomático con quien yo había intimado en Manila, hombre de gran corazón y excelente tirador de armas. Por mí advertidos de esas prendas del joven, quisieron algunos amigos míos conocerle, y le invitamos a un almuerzo, para cuyo final teníamos preparadas las panoplias.

Servido el café en el salón, Pablo Mora, que presume de floretista, le brindó el azúcar con la mano izquierda y con la derecha un par de espadas.

—Gracias—contestó León sonriéndome con dulzura al comprender que defraudaba nuestras esperanzas—. Hace mucho que abandoné estas cosas. No sé. Completamente olvidadas.

Y luego, defendiéndose de nuestra insistencia, y para que no creyéramos falta de cortesía o fatuo desdén de maestro su negativa, añadió, mientras se sentaba y empezaba a sorbos su taza, invitándonos a lo mismo:

—Hace tres años, juré no volver a tocar la empuñadura de un arma.

Y quedó sombrío, delatando algún doloroso recuerdo. Respetándolo nosotros, nos sentamos también, sin pensar en más explicaciones. Pero la gentil María, esposa de Mora, en cuya casa estábamos, y otras dos señoritas que nos acompañaban, una de las cuales, discípula de Sanz, había pensado en el honor de un asalto con el francés (cosa que venía a constituir quizás el caprichoso y principal atractivo de la reunión), le seguían mirando curiosamente.

—¡Nada!—exclamó al fin Demarsay—. Como usted, Luciana (la discípula), yo empecé la esgrima por receta de un médico. Usted, según me ha dicho, contra una neuralgia; yo, contra un reuma. ¡Ojalá que en mí hubiera podido continuar siendo un sport saludable, como lo será en usted toda la vida...! Pero los hombres—añadió envolviéndonos en una sonrisa de irónica piedad—somos un poco más crueles que las mujeres.


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Dominio público
4 págs. / 8 minutos / 50 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

La Receta

Felipe Trigo


Cuento


Terminada la consulta, pude entrar en el despacho, donde mi buen amigo el doctor se ponía el abrigo y el sombrero, para nuestro habitual paseo; pero el criado entreabrió la puerta.

—¿Más enfermos? ¡Estoy harto! Que vuelvan mañana.

—Traen esta tarjeta—contestó el criado, entregándola.

Y debía ser decisiva, porque Leandro la tiró sobre la mesa, volvió a quitarse el gabán y gritó malhumorado:

—Que pasen.

Dirigiéndose a mí, que me disponía a dejarle solo, añadió:

—No; espera ahí, tras el biombo. Concluiré a escape.

El biombo ocultaba un ancho sillón de reconocimiento. Me senté y saqué un periódico, viendo que el concienzudo médico alargaba la visita, a pesar de su promesa.

Eran señoras.

Con ellas había inundado el despacho un fuerte olor a floramy que se sobrepuso al del ácido fénico. Sus voces bien timbradas me distraían, y no pudiendo leer, escuché.

—Doctor, mi hija está cada día más delgada, sin saber por qué. Come poco, duerme mal y va quedándose blanca como la cera. Se cansa, se cansa esta niña, que era antes infatigable. Reconózcala bien, y dígame con claridad lo que padece. Estoy dispuesta a seguir un plan con el rigor necesario...

—¿Qué edad tiene usted?

—Veintitrés años—replicó tímida la joven.


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 50 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

Reveladoras

Felipe Trigo


Novela corta


I

Gloria se peinaba al espejo, sostenido en la pared contra el tajo de la carne. Al otro extremo de la amplia galería, tirado en el canapé de mimbres, aguardaba Rodrigo a su hermana con los cromos, para pegarlos en las hojas nuevas del álbum que ya tenían orlas de platilla.

— ¡Gloria!

— ¿Qué?

— Que venga mi hermana.

Continuó la doncella pasando el peine de metal por los puñados de su pelo rubio, sacudido y abierto en manojos ondulantes sobre los brazos desnudos. La sofocaba el resol, filtrado en aquel ángulo desde un metro de altura, por la inmensa lona que entoldaba el patio.

— ¡Gloria!

— ¿Qué?

— ¿No has oído?

— Menos genio, ¿entiendes?... Me dijo que esta siesta no podría venir y me dió los cromos. Cógelos; aquí los tienes en el banco. — Pues tú los traes, ¡hala!

— ¡Uaaá! — hizo Gloria, volviéndose y enseñándole la lengua.

¿De dónde habría sacado la señora estos dos hijos tan bobos? Muchas noches se venían a la cocina a ver cómo pelaban patatas ella y la otra compañera, Vicenta; y si no estaba también la vieja ama Charo, les contaban ambas, por reírse, cuentos verdes... ¡por reírse al mirar la cara de tonto de Rodrigo, que no entendía, y la cara de Petra... ¡que ya los iba entendiendo de más y se disgustaba algunos ratos... «porque decían aquellas cosas delante del niño»!

¡Bah, qué niño... que cogía en el canapé más que un gastador!

Le estaba viendo Gloria en el espejo, sin dejar de peinarse.

Pero volvió él a llamarla con imperio y se levantó al fin, sin prisas, de más confiada en la bondad del muchachote, guapo como una niña e inocentón hasta lo increíble, a pesar de sus trece años.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 31 visitas.

Publicado el 3 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Sí Sé Por Qué

Felipe Trigo


Novela


PRIMERA PARTE

I

En el expreso, con un recelo casi de terror, conocí ayer á estos que habrán de ser mis compañeros de buque: Albert, cónsul; Carlos Victoria, el famoso dramaturgo, y Alejo Hugo Martín, attaché militar en la Argentina.

¡Oh, mi forzosa intimidad con los extraños! ¡Mi débil voluntad, además, para cortarla..., yo que contaba siquiera en esta empresa con la soledad del Océano, y á quien el simple encuentro de un amigo por las calles de Madrid causaba angustia al corazón, temblores y una afonía instantánea y sofocada, como si me echasen una cuerda al cuello!... Por lo pronto, anoche, en el tren, un señor al pie de mi litera; tres al despertar, forzádome á sus charlas... y un hotel ahora, aquí, donde, á más de los nuevos conocidos, me aguardan cuatro periodistas. Son gaditanos, que se han apresurado á saludar al dramaturgo; quieren despedirle de España cenando en Puerta de Tierra, y, con la jovialidad del montilla, se obstinan en que yo les acompañe.

En última consecuencia, debo confesar que no me es completamente insoportable la continua conversación; por primera vez desde hace mucho tiempo, gracias á ella, me ha faltado para ensimismarme en la manía de mis reflexiones dolorosas, y á ratos incluso llego á reír y bromear. Encontraríame satisfecho, ante éstos que no hubieran podido sospechar hallarse departiendo con un enfermo grave, si á última hora no hubiese cedido á la insana cobardía de hablarles de mi enfermedad, de mi neurastenia...

¡Maldita neurastenia!... Les conté todo: que estoy á régimen; que no duermo; que lloro á veces como un niño...; que una extraña piedad me acongoja ante el espectáculo de un mendigo ó de una mujer desamparada...


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221 págs. / 6 horas, 27 minutos / 202 visitas.

Publicado el 14 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

En la Carrera

Felipe Trigo


Novela


Primera parte

I

Las cinco luces ardían sobre la mesa en que se había servido, más suculento que de ordinario, el desayuno, y el carbón, hecho una grana, en la estufa. Pero advirtió Amelia (que lloraba menos) cómo entraba franca por el balcón la claridad del día, y torció la llave de la araña.

Con este lívido fulgor de amanecer aparecieron más ajados los semblantes. Gloria no se quitaba el pañuelo de los ojos. La madre sollozaba sobre el hombro del «niño», dándole consejos, y el niño, el joven Esteban, comía de un modo maquinal cuanto le habían puesto en el plato. No hablaba. No hablaban. Un ómnibus que acababa de pasar había conmovido a todos como el coche de los muertos, y otros ómnibus, que se acercaba ahora con gran estruendo de hierros y de ruedas, los aterró.

—¡Ahí está! ¡Hala, vamos..., que parecéis unas criaturas! ¡Ni que el viaje fuera al Polo! —animó Amelia levantándose, porque había parado el ómnibus. Y al ir por su marido, le vio llegar poniéndose la pelliza, y le apostrofó dulcemente—: ¡Vaya, hijo! ¡Pues ya no puedes tomar nada!

Sin embargo, le sirvió café con leche, que sorbió de pie el grave capitán de Ingenieros. Mientras, habían formado un solo grupo de llanto Gloria, Esteban y la madre. Ésta quiso que el viajero se calentase los pies antes de salir. Las criadas ayudaron a un mozo a bajar el equipaje. Y por último tuvo Amelia que arrancar al pobre hermano de los brazos de las otras, empujándole al pasillo...

—¡No, no!—repuso todavía—. ¡Que digo que no vais a la estación!... ¡Estáis asustando al muchacho!

Ella lo prohibió enérgica desde la noche antes, para cortar la escena de duelo junto al tren.

—¡Adiós!—lanzó la mamá desgarradamente, soltando el hombro de Esteban. Y deploró todavía—: ¡Ha debido acompañarle tu marido hasta Madrid! ¡Le va a pasar algo!


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Dominio público
279 págs. / 8 horas, 8 minutos / 164 visitas.

Publicado el 9 de abril de 2019 por Edu Robsy.

A Todo Honor

Felipe Trigo


Novela corta


I

Son ridículas... sencillamente ridículas, estas fondas de los pueblos.

En general, casas de cierta fanfarronería que empezaron A construir el comerciante X o el notario Z, al jubilarse, y que «vieron» la muerte de sus dueños antes que ellas estuviesen concluidas en todos los perfiles. Y así se quedan inconclusas para siempre. Escaleras sin baranda, a lo mejor, o con una provisional-definitiva; timbres que no suenan; techos sin pintar...

El comedor, ya se sabe: estrecho y largo, con aspiraciones de salón; el patio con columnas, con corredor encima, con mecedoras... Y luego, viajantes, viajantes...; la mesa llena de viajantes y cajas de viajantes por todos los rincones.

Además —¡no lograba entenderlo Luis!—, estaba en plena Mancha (el país de los carneros y las dehesas) y acababan de ponerle en la cena unas chuletas empanadas que antes parecían unas tortillas de cordel. Sobre esto de las famas regionales tenía ya el joven madrileño sus escamas: gente alegre, por ejemplo, la andaluza... y hasta se dijese que lloraban cantando en sus guitarras; buen vino en Jerez... y en otro viaje tornó una copa, al paso, en la estación, y parecía petróleo.

¡Oh, su Madrid!... Allí sí que eran tiernas las carnes de la Mancha, y bueno y barato el jerez, y alegre la alegría de Andalucía... Exportación. Las provincias se quedaban sin todo por enviárselo a la corte.

Encendió el puro, en el zaguán, y se lanzó por las calles.

Yacían en una semiobscuridad eléctrica digna del siglo. «¡Para lo que hay que ver!» —podía decirse aquí, como cuentan que decía el oculista que iba dejando ciega a su clientela.


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Dominio público
51 págs. / 1 hora, 30 minutos / 316 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Jarrapellejos

Felipe Trigo


Novela


A Melquíades Álvarez

Desde la majestad de mi independencia de intenso historiador de las costumbres (no siempre grato a todos, por ahora) permítame usted que le dedique este libro a la majestad de sus talentos (no siempre gratos a todos, por ahora) de futuro gobernante.

Él, en medio del ambiente un poco horrible de la Europa, le evocará la verdadera verdad del ambiente de un país europeo, el nuestro, cuya cristalización en un medievalismo bárbaro, ya sin el romántico espíritu de lo viejo, y aun sin los generosos positivismos altruistas de lo moderno, le hace todavía más horrible que los otros. No le diré que estas páginas contienen la historia de una íntegra realidad, pero sí la de una realidad dispersa, la de la vida de las provincias españolas, de los distritos rurales (célula nacional, puesto que Madrid, como todas las ciudades populosas, no es más que un conglomerado cosmopolita y sin típico carácter), que yo conozco más hondamente que usted, acaso, por haberla sufrido largo tiempo.

Si usted lee este libro con un poco de más reposada atención que hayan de leerlo millares de lectores de ambos mundos, quizá más pronto y mejor pueda verse en buen camino la intención con que lo he escrito. Me llaman algunos inmoral, por un estilo; a usted, también, algunos le llaman inmoral, por otro estilo; pero usted, que por España habrá llorado muchas veces lágrimas de sangre de dolor, y yo, que por España di mi sangre un día y por España suelo llorar cuando escribo, sabemos lo que valen esas cosas.


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Dominio público
356 págs. / 10 horas, 23 minutos / 295 visitas.

Publicado el 13 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Mi Media Naranja

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

I

Como el otro, yo quisiera poder ser:


entre señores, señor,
y allá entre los reyes, rey.
 

Mas no puedo.

Comprendo que siempre me falta ó me sobra algo para estar adecuadamente entre las gentes.

Aquí, por ejemplo, delante de mi novia, delante de mi Inés.

¿Me sobra? ¿Me falta?

No lo sé.

Probablemente, ambas cosas á un tiempo.

Me falta un poco de vergüenza, y me sobra este ansioso pensar en mí... señora de esta noche.

Tengo prisa. Tengo verdadera impaciencia por oir las siete y porque se acabe este té. Un coche. Jala me estará esperando. Estará encendida la chimenea de leña en mi salón, y la mesa.

Me distraigo. Háblame mi novia, y pienso en Jala.

Jala debe de estar allí desde hace media hora. La mesa y la lumbre, elegantísima, alzadas quizá las sedas de sus faldas para calentarse mejor los pies tendidos hacia el fuego. Juraría que se aburre, que bosteza, y que está tirada atrás en el respaldo, sin haberse quitado aún la suelta capa turca, color fresa... ¡Cómo sabe que es rubia, la ladrona!

—¡Toma! ¡de coco!

—¿Qué?

—¡De coco!... ¡Y pan racional!... ¿Quieres manteca?

—No, gracias, Inés.

Casi tan rubia como Inés.

La pobre Inés no sabe, no podrá saber nunca por qué tomo el té esta noche, lo mismo que tantas otras noches, sin galletas, sin manteca y sin el pan racional.

A fin de que no advierta mi preocupación, hablo con su padre y con los amigos. Además, me he sentado en frente del reloj, aun á trueque de que me vaya tostando la espalda el aire de esta estufa.

—Sí, sí, señores... á mí me parecería también peor la dictadura del rojo fanatismo.

—¿Peor que cuál, querido Aurelio?

—Peor que el otro... que el blanco, que el negro, padre Garcés. Peor que el de ustedes.


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Dominio público
48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 177 visitas.

Publicado el 13 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Náufrago

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

Capítulo I

¡Hup! ¡hup!, ¡hup!... ¡Hurra! —lanzaron, á la usanza marinera, todos los del yate.

Las mesitas del lunch quedáronse desiertas. También las damas se acercaban á la borda, saludando con las copas de Champaña.

Llegaba, al fin, el conde de Alcalá, y con el conde la condesa: rubia, alta, espléndida, gentil, de grandes ojos claros é ingenuos, cuya infinita curiosidad se subrayaba en la infantil sonrisa blanca y rosa de su boca.

—¡Bah, la lugareña! —deslizó Marta Iboleón al oído de Lulú, en tanto ambas, hipócritamente amables, agitaban los pañuelos.

Lulú repuso:

—¡Sí, la lugareña! ¡Cuándo, allá en su pueblo, habría soñado ser condesa, la infeliz!

Los condes venían en un magnífico automóvil negro, que desde gran distancia, para más fanfarrona ostentación, mejor diríase que para abrirse paso entre la gente, se había acercado al son de su sirena y del áspero y macabro estornudar de su bocina.

Ahora, parado, dentro de la empalizada que con el auxilio de tres guardias contenía á la multitud, y en donde había otros autos menos excelentes y modestos carruajes de caballos, continuaba trepidando, mientras los condes descendían, y excitándoles la envidia á los del yate con la abierta mostración de sus blandas tapicerías verde botella adornadas de espejitos, timbres, relojes, cuadrantes de órdenes, contadores de la velocidad y búcaros de violetas y claveles.

—¡Hup! ¡Hup!... ¡Hurra, por los condes de Alcalá!


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Dominio público
38 págs. / 1 hora, 6 minutos / 120 visitas.

Publicado el 24 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

La Niña Mimosa

Felipe Trigo


Cuento


—¿Estás?

—Sí, corriendo.

Y corriendo, corriendo, azotando las puertas con sus vuelos de seda, desde el tocador al gabinete y desde el armario al espejo, siempre en el retoque de última hora; buscando el alfiler o el abanico que perdían su cabecilla de loca, volviéndose desde la calle para ceñir a su garganta el collar, haciéndome entrar todavía por el pañolito de encaje olvidado sobre la silla, salíamos al fin todas las noches con hora y media de retraso, aunque con luz del sol empezara ella la archidifícil obra de poner a nivel de la belleza de su cara la delicadeza de su adorno.

Gracias había que dar si cuando al primer farol, ella, parándose, me preguntaba: “¿Qué tal voy?”, no le contestaba yo: “Bien, muy guapa”, con absoluto convencimiento; porque capaz era la niña de volverse en última instancia al tribunal supremo del espejo, y entonces, ¡adiós, teatro!..., llegábamos a la salida. Como ocurría muchas veces.

Ella muy de prisa, yo a su lado, un poco detrás, no muy cerca, con mezcla del respeto galante del caballero a la dama y del respeto grave del groom a la duquesita. Cuando en la vuelta de una esquina rozaban mi brazo sus cintas, yo le pedía perdón. Mirábala sin querer a la luz de los escaparates, y cuando alguna mujer del pueblo quedábase parada floreándola, yo la decía: “Mira, ¿oyes?”, y sonreía ella triunfante como una reina.

No hablábamos. Todo el tiempo perdido en casa procuraba, desalada, ganarlo por el camino. Llegaba al teatro sin aliento. Y allí, por última vez, en el pórtico vacío, analizándose rápida en las grandes lunas del vestíbulo, mientras yo entregaba los billetes:—“¿Estoy bien, de veras?”—me interrogaba para que contestase yo indefectiblemente y un mucho orgulloso de su gentileza:—“¡Admirable!”


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Dominio público
4 págs. / 7 minutos / 75 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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