Textos más descargados de Felipe Trigo

Mostrando 1 a 10 de 42 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Felipe Trigo


12345

Jarrapellejos

Felipe Trigo


Novela


A Melquíades Álvarez

Desde la majestad de mi independencia de intenso historiador de las costumbres (no siempre grato a todos, por ahora) permítame usted que le dedique este libro a la majestad de sus talentos (no siempre gratos a todos, por ahora) de futuro gobernante.

Él, en medio del ambiente un poco horrible de la Europa, le evocará la verdadera verdad del ambiente de un país europeo, el nuestro, cuya cristalización en un medievalismo bárbaro, ya sin el romántico espíritu de lo viejo, y aun sin los generosos positivismos altruistas de lo moderno, le hace todavía más horrible que los otros. No le diré que estas páginas contienen la historia de una íntegra realidad, pero sí la de una realidad dispersa, la de la vida de las provincias españolas, de los distritos rurales (célula nacional, puesto que Madrid, como todas las ciudades populosas, no es más que un conglomerado cosmopolita y sin típico carácter), que yo conozco más hondamente que usted, acaso, por haberla sufrido largo tiempo.

Si usted lee este libro con un poco de más reposada atención que hayan de leerlo millares de lectores de ambos mundos, quizá más pronto y mejor pueda verse en buen camino la intención con que lo he escrito. Me llaman algunos inmoral, por un estilo; a usted, también, algunos le llaman inmoral, por otro estilo; pero usted, que por España habrá llorado muchas veces lágrimas de sangre de dolor, y yo, que por España di mi sangre un día y por España suelo llorar cuando escribo, sabemos lo que valen esas cosas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
356 págs. / 10 horas, 23 minutos / 310 visitas.

Publicado el 13 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Las Ingenuas

Felipe Trigo


Novela


Cette façon de considérer les femmes, ce mépris systématique mélé de sensualité obsédante, vous jugerez qu’il vaut la peine de le signaler.

Jules Lemaitre.

Antes

Temo “haber hecho de señoritas”, una novela española y altamente moral que no puedan leer las señoritas y que pueda no parecer a muchos ni moral ni casi española; porque la moralidad y el nacionalismo, para buen puñado de patriotas, no deben reflejarse en la literatura más que vestidos a la antigua—siendo inútil que se haya modernizado una clase media cuya juventud riente y simpática está con su rumor de fiesta y su loco afán de vivir a la vista de todos, incluso de los escritores, muy semejante a la de cualquier bulevar parisiense, en Santander y en Sevilla, en Madrid y en el último pueblo de tres mil vecinos.

Sin embargo, disto mucho de pensar que el cosmopolitismo de nuestras costumbres sea tal que las iguale con las de no importa qué otra sociedad europea: los vientos de libertad han encontrado en la Península grandes resistencias de educación; y precisamente por eso, de la extraña mezcla y de la extraña lucha de los instintos que despiertan, con las formidables tradiciones que los aplastaban, creo yo que le resulta al alma nacional un matiz originalísimo, digno de la tranquila atención de los observadores, y del cual una fase interesante he procurado fijar en esta novela, que es profunda y típicamente española, por consecuencia. No hay en sus pasiones el erotismo perverso y refinadamente brutal de los franceses; tampoco el antiguo y puro romanticismo heroico de nuestros amores a través de las monásticas celosías o de las enclaveladas rejas andaluzas; hay algo de las dos cosas a un tiempo, exhalado con mayores ímpetu y nobleza por el ansia vaga del corazón de las ingenuas...


Leer / Descargar texto

Dominio público
525 págs. / 15 horas, 19 minutos / 160 visitas.

Publicado el 1 de noviembre de 2021 por Edu Robsy.

El Médico Rural

Felipe Trigo


Novela


Primera parte

I

Partió el tren, negro, largo, con sus dos locomotoras. Esteban y Jacinta, en el andén, al pie de las maletas, le vieron alejarse entre el encinar, con una emoción de adiós a algo doloroso de que habíales arrancado y despedido para siempre. Fue en los dos jóvenes, en los dos casi chiquillos, tan honda y compartida esta emoción, que al deshacerse las últimas volutas de vapor en el final del puente, ellos se miraron y cogiéronse la mano. Jacinta se acercó a darle un beso y a ordenarle los encajes de la gorra a su hijo, que dormía en brazos de la vieja y fiel criada; y Esteban, inundado por la bondad de su mujer, sintió en los ojos humedad de lágrimas, en una dulce angustia de la honradísima alegría que le causaba el poder empezar, al fin, a hacerla venturosa.

—Bueno, ¿y quién habrá venido por nosotros? ¿Nadie? —desconfió Nora, la sirviente, que había criado a Jacinta y que, por quererla como madre, trataba a Esteban con la misma confianza—. El pueblo no se ve. Sería bueno que tuviésemos que ir a pata con estos cachivaches.

—No, mujer —repuso Esteban—. El pueblo, a dos leguas. Yo escribí, y seguramente habrá alguien esperándonos.

Miraban, y no veían más que al jefe de la pequeña estación y al mozo, que andaban trajinando con unas cubas descargadas; a la pareja de la Guardia Civil, que entreteníase viendo la pelea de un pavo con un gallo, y a unos niños que al pie de la empalizada jugaban con un perro.

—¡Pregunta, hombre! —incitó Nora.

Y cuando el joven vacilaba sobre si ir a preguntar al jefe, a los guardias, a otros campesinos que allá lejos ocupábanse en cargar de jaras un vagón o a una fresca mujer que asomada a una ventana de encima del telégrafo consideraba curiosamente el porte señorial de los llegados, oyóse un carro que fuera se acercaba al trote.


Leer / Descargar texto

Dominio público
291 págs. / 8 horas, 30 minutos / 255 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

El Náufrago

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

Capítulo I

¡Hup! ¡hup!, ¡hup!... ¡Hurra! —lanzaron, á la usanza marinera, todos los del yate.

Las mesitas del lunch quedáronse desiertas. También las damas se acercaban á la borda, saludando con las copas de Champaña.

Llegaba, al fin, el conde de Alcalá, y con el conde la condesa: rubia, alta, espléndida, gentil, de grandes ojos claros é ingenuos, cuya infinita curiosidad se subrayaba en la infantil sonrisa blanca y rosa de su boca.

—¡Bah, la lugareña! —deslizó Marta Iboleón al oído de Lulú, en tanto ambas, hipócritamente amables, agitaban los pañuelos.

Lulú repuso:

—¡Sí, la lugareña! ¡Cuándo, allá en su pueblo, habría soñado ser condesa, la infeliz!

Los condes venían en un magnífico automóvil negro, que desde gran distancia, para más fanfarrona ostentación, mejor diríase que para abrirse paso entre la gente, se había acercado al son de su sirena y del áspero y macabro estornudar de su bocina.

Ahora, parado, dentro de la empalizada que con el auxilio de tres guardias contenía á la multitud, y en donde había otros autos menos excelentes y modestos carruajes de caballos, continuaba trepidando, mientras los condes descendían, y excitándoles la envidia á los del yate con la abierta mostración de sus blandas tapicerías verde botella adornadas de espejitos, timbres, relojes, cuadrantes de órdenes, contadores de la velocidad y búcaros de violetas y claveles.

—¡Hup! ¡Hup!... ¡Hurra, por los condes de Alcalá!


Leer / Descargar texto

Dominio público
38 págs. / 1 hora, 6 minutos / 123 visitas.

Publicado el 24 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

Cuentos Ingenuos

Felipe Trigo


Cuentos, Colección


La niña mimosa

—¿Estás?

—Sí, corriendo.

Y corriendo, corriendo, azotando las puertas con sus vuelos de seda, desde el tocador al gabinete y desde el armario al espejo, siempre en el retoque de última hora; buscando el alfiler o el abanico que perdían su cabecilla de loca, volviéndose desde la calle para ceñir a su garganta el collar, haciéndome entrar todavía por el pañolito de encaje olvidado sobre la silla, salíamos al fin todas las noches con hora y media de retraso, aunque con luz del sol empezara ella la archidifícil obra de poner a nivel de la belleza de su cara la delicadeza de su adorno.

Gracias había que dar si cuando al primer farol, ella, parándose, me preguntaba: “¿Qué tal voy?”, no le contestaba yo: “Bien, muy guapa”, con absoluto convencimiento; porque capaz era la niña de volverse en última instancia al tribunal supremo del espejo, y entonces, ¡adiós, teatro!..., llegábamos a la salida. Como ocurría muchas veces.

Ella muy de prisa, yo a su lado, un poco detrás, no muy cerca, con mezcla del respeto galante del caballero a la dama y del respeto grave del groom a la duquesita. Cuando en la vuelta de una esquina rozaban mi brazo sus cintas, yo le pedía perdón. Mirábala sin querer a la luz de los escaparates, y cuando alguna mujer del pueblo quedábase parada floreándola, yo la decía: “Mira, ¿oyes?”, y sonreía ella triunfante como una reina.

No hablábamos. Todo el tiempo perdido en casa procuraba, desalada, ganarlo por el camino. Llegaba al teatro sin aliento. Y allí, por última vez, en el pórtico vacío, analizándose rápida en las grandes lunas del vestíbulo, mientras yo entregaba los billetes:—“¿Estoy bien, de veras?”—me interrogaba para que contestase yo indefectiblemente y un mucho orgulloso de su gentileza:—“¡Admirable!”


Leer / Descargar texto

Dominio público
69 págs. / 2 horas, 1 minuto / 202 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Del Frío al Fuego

Felipe Trigo


Novela


A Consuelo Seco y Fabre

Muchas de las impresiones que forman este libro, fueron sentidas por nosotros dos juntos, sobre el mar. Tú pasaste bajo los cielos anchos incognoscida, poderosa.

Sea el libro la consagración de aquella rara vida intensa nuestra, enorme. Él tiene quizás rayos de sol, del sol de fuego; él tiene acaso fantásticos rayos de luna.

Y tiene sólo una verdad perenne: tu verdad.


Felipe Trigo

I

Al saltar al bote siento la transcendencia de mi resolución y comprendo las conmemoraciones. Mandaría esculpir en esa grada del embarcadero: «POR AQUÍ SALIÓ AL OTRO LADO DEL MUNDO ANDRÉS SERVÁN»... Mi madre, mis hermanas, alguna mujer acaso bien querida, podrían venir a ver en Barcelona la última piedra que pisé de España —si no volviese.

—¿Al Reus?

—Al Reus.

Juega el timón y orienta el esfuerzo del remero por entre dos bergantines. La negra mole del buque se destaca no lejos, coronada de humo. Permanece en mitad del puerto, donde lo dejé por la mañana, sólo que ha vuelto a la ciudad la banda izquierda y le rodean más lanchas.

Todo igual. Tronchos y algas flotantes en las sucias aguas, olor a limos y a sardinas, vaporcillos y velas que cruzan, grandes barcos llenos de cordajes por la extensa línea de los muelles... El viejo patrón rema con la misma indiferencia que reinaron otros paseándome por las bahías en Cádiz, en Santander... sino que esta vez no seré yo el que se queda envidiando a los que van a surcar el Océano; voy también a los países del oriente, del sol y la hermosura, del fuego y de la guerra... habiendo bastado para ello una instancia al Ministerio escrita en una hora de mayor aburrimiento y con idéntico fastidio que el parte de la guardia.


Leer / Descargar texto

Dominio público
227 págs. / 6 horas, 38 minutos / 192 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Así Paga el Diablo

Felipe Trigo


Novela corta


I

Sentíase esta tarde perezoso, Juan.

Miraba caer la lluvia en el jardín, por los cristales.

Había comido mucho. Callos. Le gustaban. Aquí, al estar como diciéndoselo su estómago y su conciencia, recta, escrupulosa, sufría por ello un poco de rubor. Para venir a este magnífico hotel, a esta mansión aristocrática un joven, además, que habíase puesto en camino de ser tantas grandes cosas en la vida, no debiera comer callos. Si eructase dejaría en la biblioteca un tufillo mesonil. Si entrase Garona después, lo advertiría... Y ¿qué iba a pensar de él este pulcro prócer, este poderoso y bondadoso protector que era como su Dios y su padre.

Sí, hoy se había hartado de callos... por sorpresa; pusiéronselos como extraordinario en el almuerzo —en la casa digna, o al menos limpia y seria, donde pagaba cuatro pesetas de hospedaje. Y era que, de los tiempos en que pagaba dos, conservaba él el plebeyo gusto por los callos y judías y manos de cordero y otra porción de cosas de taberna.

Bruuu... Eructó... ¡no pudo menos! Rojo de vergüenza miró en torno. Nadie. Una flaqueza. Sacó el pañuelo y lo sacudió, aventando el posible olor villano por la amplia biblioteca.

Sin embargo, físicamente, se quedó más descansado. Tendría que ir combatiéndose, una porción de antiguos hábitos groseros. Cosas de aquella humilde Gerona, donde no enseñaban los maestros nada de una fina educación. Cosas, también, de este Madrid, del Ateneo, en cuya biblioteca no encontraban los jóvenes y estudiosos provincianos tratados de urbanidad.


Leer / Descargar texto

Dominio público
53 págs. / 1 hora, 33 minutos / 242 visitas.

Publicado el 12 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Además del Frac

Felipe Trigo


Novela corta


Al buen amigo, al buen poeta Joaquín Alcaide de Zafra

I

Fumaba un magnífico cigarro, rubio y esquinoso y escogido, de quince centímetros. Estiróse el marsellés y el pantalón de punto, se inclinó ligeramente más hacia la izquierda, el cordobés y siguió para el casino. El caballo se lo llevaría Froilán a cosa de las once.

Era hermosa la mañana. Al sol, en la puerta del casino, estaban ya fumando y discutiendo Badillo, Cartujano, el secretario, el boticario, Pangolín y Atanasio Mataburros. José de San José llegó y tomó su silla. Por un rato escuchó, golpeándose las espuelas con la fusta. Sonreía. No sólo advirtió que Cartujano, con la presencia de él, tomaba vuelos, sino que pudo asimismo advertir de qué manera, por respeto a él, los demás cedían un tanto en su alborotada oposición de democracias.

¡Coile! ¡Nada menos que peroraba hoy de socialismo este Badillo! ¡Qué barbaridad!

José de San José, aunque le notó ante él desconcertado, le dejó disparatar un cuarto de hora. Luego le atajó:

—Hombre, Badillo... ¡no sea usted criatura! ¡Los hombres serán siempre como son! ¡Distintos, desiguales... unos tuertos y otros ciegos, unos buenos y otros malos!... En la Historia no hay otro caso de intento social igualitario, de amor libre, sobre todo, que el de los mormones... y... ¡ya ve usted!

—¿Qué?

—¡Que... nada! ¡Que va ve usted!

No veía nada Badillo, aunque se quedó con los ojos y la boca muy abiertos.

José de San José comprendió que no habrían oído nunca, ni Badillo ni ninguno de estos otros desgraciados, hablar de los mormones. Él tampoco estaba fuerte acerca de la vida y los designios de tal secta; pero había leído de ellos algo, ayer, en una ilustración, y era lo bastante...


Leer / Descargar texto

Dominio público
46 págs. / 1 hora, 22 minutos / 179 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2019 por Edu Robsy.

A Todo Honor

Felipe Trigo


Novela corta


I

Son ridículas... sencillamente ridículas, estas fondas de los pueblos.

En general, casas de cierta fanfarronería que empezaron A construir el comerciante X o el notario Z, al jubilarse, y que «vieron» la muerte de sus dueños antes que ellas estuviesen concluidas en todos los perfiles. Y así se quedan inconclusas para siempre. Escaleras sin baranda, a lo mejor, o con una provisional-definitiva; timbres que no suenan; techos sin pintar...

El comedor, ya se sabe: estrecho y largo, con aspiraciones de salón; el patio con columnas, con corredor encima, con mecedoras... Y luego, viajantes, viajantes...; la mesa llena de viajantes y cajas de viajantes por todos los rincones.

Además —¡no lograba entenderlo Luis!—, estaba en plena Mancha (el país de los carneros y las dehesas) y acababan de ponerle en la cena unas chuletas empanadas que antes parecían unas tortillas de cordel. Sobre esto de las famas regionales tenía ya el joven madrileño sus escamas: gente alegre, por ejemplo, la andaluza... y hasta se dijese que lloraban cantando en sus guitarras; buen vino en Jerez... y en otro viaje tornó una copa, al paso, en la estación, y parecía petróleo.

¡Oh, su Madrid!... Allí sí que eran tiernas las carnes de la Mancha, y bueno y barato el jerez, y alegre la alegría de Andalucía... Exportación. Las provincias se quedaban sin todo por enviárselo a la corte.

Encendió el puro, en el zaguán, y se lanzó por las calles.

Yacían en una semiobscuridad eléctrica digna del siglo. «¡Para lo que hay que ver!» —podía decirse aquí, como cuentan que decía el oculista que iba dejando ciega a su clientela.


Leer / Descargar texto

Dominio público
51 págs. / 1 hora, 30 minutos / 333 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Luzbel

Felipe Trigo


Cuento


Entre los invitados al estudio de Rangel con motivo de su última obra, estaban Jacinta Júver, una arrogante dama de ojos garzos, muy aficionada a la pintura, casi una artista, y su esposo, el señor La Riva, hombre que, según decía, desde hortera con sabañones, supo caer en marqués con gabán de pieles, sin más que saltarse limpia y oportunamente el mostrador de un comercio.

Habían desfilado los demás visitantes y quedaban estos dos; intranquilo él porque se le hacía tarde para el Senado, y la bella marquesa ante el lienzo absorta cada vez más, examinándolo a través de sus impertinentes y celebrando los detalles con el pintor en voluble charla. Era un panneau decorativo: el arcángel maldito, caído bajo un cielo de tempestad sobre una roca; Luzbel, con la túnica y el cabello rubio azotados por el vendaval, con el codo en la rodilla y la sien en el dorso de la mano, resplandecía aún de divinidad, en la hierática rigidez de su soberbia, como el ascua que en su propia ceniza se va apagando.

Hubo necesidad de explicarle este simbolismo al banquero, que se acercaba nuevamente, después de entretener su impaciencia con estatuas y desnudos. Y como su mujer, con cierta coquetería intelectual delante del artista, le señalaba los grandes aciertos de color y de dibujo, aquellas líneas onduladas de visión de ensueño, y aquellos tonos suaves que velaban la figura con neblinas de lo fantástico, harto La Riva de escuchar, exclamó:

—¡Hermoso! ¡Magnífico!

Añadió con franqueza mientras limpiaba los lentes:

—De todos modos... ¡yo no entiendo!, pero si es ángel, ¿por qué no ponerle alas?


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 76 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

12345