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autor: Felipe Trigo


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El Náufrago

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

Capítulo I

¡Hup! ¡hup!, ¡hup!... ¡Hurra! —lanzaron, á la usanza marinera, todos los del yate.

Las mesitas del lunch quedáronse desiertas. También las damas se acercaban á la borda, saludando con las copas de Champaña.

Llegaba, al fin, el conde de Alcalá, y con el conde la condesa: rubia, alta, espléndida, gentil, de grandes ojos claros é ingenuos, cuya infinita curiosidad se subrayaba en la infantil sonrisa blanca y rosa de su boca.

—¡Bah, la lugareña! —deslizó Marta Iboleón al oído de Lulú, en tanto ambas, hipócritamente amables, agitaban los pañuelos.

Lulú repuso:

—¡Sí, la lugareña! ¡Cuándo, allá en su pueblo, habría soñado ser condesa, la infeliz!

Los condes venían en un magnífico automóvil negro, que desde gran distancia, para más fanfarrona ostentación, mejor diríase que para abrirse paso entre la gente, se había acercado al son de su sirena y del áspero y macabro estornudar de su bocina.

Ahora, parado, dentro de la empalizada que con el auxilio de tres guardias contenía á la multitud, y en donde había otros autos menos excelentes y modestos carruajes de caballos, continuaba trepidando, mientras los condes descendían, y excitándoles la envidia á los del yate con la abierta mostración de sus blandas tapicerías verde botella adornadas de espejitos, timbres, relojes, cuadrantes de órdenes, contadores de la velocidad y búcaros de violetas y claveles.

—¡Hup! ¡Hup!... ¡Hurra, por los condes de Alcalá!


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Dominio público
38 págs. / 1 hora, 6 minutos / 124 visitas.

Publicado el 24 de septiembre de 2019 por Edu Robsy.

El Médico Rural

Felipe Trigo


Novela


Primera parte

I

Partió el tren, negro, largo, con sus dos locomotoras. Esteban y Jacinta, en el andén, al pie de las maletas, le vieron alejarse entre el encinar, con una emoción de adiós a algo doloroso de que habíales arrancado y despedido para siempre. Fue en los dos jóvenes, en los dos casi chiquillos, tan honda y compartida esta emoción, que al deshacerse las últimas volutas de vapor en el final del puente, ellos se miraron y cogiéronse la mano. Jacinta se acercó a darle un beso y a ordenarle los encajes de la gorra a su hijo, que dormía en brazos de la vieja y fiel criada; y Esteban, inundado por la bondad de su mujer, sintió en los ojos humedad de lágrimas, en una dulce angustia de la honradísima alegría que le causaba el poder empezar, al fin, a hacerla venturosa.

—Bueno, ¿y quién habrá venido por nosotros? ¿Nadie? —desconfió Nora, la sirviente, que había criado a Jacinta y que, por quererla como madre, trataba a Esteban con la misma confianza—. El pueblo no se ve. Sería bueno que tuviésemos que ir a pata con estos cachivaches.

—No, mujer —repuso Esteban—. El pueblo, a dos leguas. Yo escribí, y seguramente habrá alguien esperándonos.

Miraban, y no veían más que al jefe de la pequeña estación y al mozo, que andaban trajinando con unas cubas descargadas; a la pareja de la Guardia Civil, que entreteníase viendo la pelea de un pavo con un gallo, y a unos niños que al pie de la empalizada jugaban con un perro.

—¡Pregunta, hombre! —incitó Nora.

Y cuando el joven vacilaba sobre si ir a preguntar al jefe, a los guardias, a otros campesinos que allá lejos ocupábanse en cargar de jaras un vagón o a una fresca mujer que asomada a una ventana de encima del telégrafo consideraba curiosamente el porte señorial de los llegados, oyóse un carro que fuera se acercaba al trote.


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Dominio público
291 págs. / 8 horas, 30 minutos / 265 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Jarrapellejos

Felipe Trigo


Novela


A Melquíades Álvarez

Desde la majestad de mi independencia de intenso historiador de las costumbres (no siempre grato a todos, por ahora) permítame usted que le dedique este libro a la majestad de sus talentos (no siempre gratos a todos, por ahora) de futuro gobernante.

Él, en medio del ambiente un poco horrible de la Europa, le evocará la verdadera verdad del ambiente de un país europeo, el nuestro, cuya cristalización en un medievalismo bárbaro, ya sin el romántico espíritu de lo viejo, y aun sin los generosos positivismos altruistas de lo moderno, le hace todavía más horrible que los otros. No le diré que estas páginas contienen la historia de una íntegra realidad, pero sí la de una realidad dispersa, la de la vida de las provincias españolas, de los distritos rurales (célula nacional, puesto que Madrid, como todas las ciudades populosas, no es más que un conglomerado cosmopolita y sin típico carácter), que yo conozco más hondamente que usted, acaso, por haberla sufrido largo tiempo.

Si usted lee este libro con un poco de más reposada atención que hayan de leerlo millares de lectores de ambos mundos, quizá más pronto y mejor pueda verse en buen camino la intención con que lo he escrito. Me llaman algunos inmoral, por un estilo; a usted, también, algunos le llaman inmoral, por otro estilo; pero usted, que por España habrá llorado muchas veces lágrimas de sangre de dolor, y yo, que por España di mi sangre un día y por España suelo llorar cuando escribo, sabemos lo que valen esas cosas.


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Dominio público
356 págs. / 10 horas, 23 minutos / 314 visitas.

Publicado el 13 de abril de 2019 por Edu Robsy.

A Prueba

Felipe Trigo


Novela corta


I

Luis Augusto, sin chaleco aún, contemplaba en la baranda de la cama sus ciento seis corbatas. Dudaba cuál ponerse. Al fin, como en todos sus problemas graves, cerró los ojos, tendió la mano... y vio que había cogido una salmón y gris, a bandas transversales.

¡Bravo! Esto abreviaba —por más que hoy no caracterizasen las prisas su existencia.

Fiel al sistema, fue al armario y volvió a cerrar los ojos para tomar cualquiera de sus treinta (no; treinta y tres, con los tres de Alejandría) alfileres de corbata.

Se lo puso y le acudió a la mente un pensamiento filosófico:

«La abundancia es un castigo».

Cierto.

En corbatas, en zapatos y alfileres, en...

Una noche, en una fiesta madrileña, porque él pudo escoger, habló con diez cocotas, cenó con tres y se quedó con Sarah —¡casi horrible!— Es lo que sucede cuando alguien se ve agobiado de abundancia.

La espantosa indecisión repetíasele a cada instante.

Corriendo en automóvil había pensado algunas veces arrojar al camino sus maletas, y proveerse de un traje único, imitación-perro, o al estilo de los perros. ¡Ah, qué maravilla sus Kaiser, Sultán Stella y Machaquito! ¡Pfsui, aquí!... y voilá despiertos y vestidos a los canes, y siempre prontos a marchar.

Es decir, que Luis Augusto, sportsman por vocación, llegaba a la propia o parecida consecuencia, en cuestión de indumentaria, que los sabios alemanes profesores, vistos por él con el mismo levitón y el mismo panamá por las calles de Berlín y los lagos de Suiza y las pirámides de Egipto. Lógrase, pues, de igual manera, la ciencia de las ciencias, corriendo en Derecho Natural o en automóvil.


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Dominio público
44 págs. / 1 hora, 17 minutos / 296 visitas.

Publicado el 11 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Mi Media Naranja

Felipe Trigo


Novela corta


Primera parte

I

Como el otro, yo quisiera poder ser:


entre señores, señor,
y allá entre los reyes, rey.
 

Mas no puedo.

Comprendo que siempre me falta ó me sobra algo para estar adecuadamente entre las gentes.

Aquí, por ejemplo, delante de mi novia, delante de mi Inés.

¿Me sobra? ¿Me falta?

No lo sé.

Probablemente, ambas cosas á un tiempo.

Me falta un poco de vergüenza, y me sobra este ansioso pensar en mí... señora de esta noche.

Tengo prisa. Tengo verdadera impaciencia por oir las siete y porque se acabe este té. Un coche. Jala me estará esperando. Estará encendida la chimenea de leña en mi salón, y la mesa.

Me distraigo. Háblame mi novia, y pienso en Jala.

Jala debe de estar allí desde hace media hora. La mesa y la lumbre, elegantísima, alzadas quizá las sedas de sus faldas para calentarse mejor los pies tendidos hacia el fuego. Juraría que se aburre, que bosteza, y que está tirada atrás en el respaldo, sin haberse quitado aún la suelta capa turca, color fresa... ¡Cómo sabe que es rubia, la ladrona!

—¡Toma! ¡de coco!

—¿Qué?

—¡De coco!... ¡Y pan racional!... ¿Quieres manteca?

—No, gracias, Inés.

Casi tan rubia como Inés.

La pobre Inés no sabe, no podrá saber nunca por qué tomo el té esta noche, lo mismo que tantas otras noches, sin galletas, sin manteca y sin el pan racional.

A fin de que no advierta mi preocupación, hablo con su padre y con los amigos. Además, me he sentado en frente del reloj, aun á trueque de que me vaya tostando la espalda el aire de esta estufa.

—Sí, sí, señores... á mí me parecería también peor la dictadura del rojo fanatismo.

—¿Peor que cuál, querido Aurelio?

—Peor que el otro... que el blanco, que el negro, padre Garcés. Peor que el de ustedes.


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Dominio público
48 págs. / 1 hora, 25 minutos / 179 visitas.

Publicado el 13 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Lo Irreparable

Felipe Trigo


Novela corta


I

Athenógenes Aranguren de Aragón entró.

No era un juez como cualquiera. Ni por el nombre, que ya tenía en sí mismo una marca de rareza, ni por su traza y su traje. Joven, muy guapo, listo. Y fino y exageradamente elegante como un goma de Madrid.

Juez y todo, por sus años, que llegaban mal a veintisiete, habíase relacionado en la ciudad, tan pronto como llegó, con muchachos de buen tono. Con unos que tenían automóviles, con otros que tenían coches, y con otros, en fin, que tenían al menos bicicletas y caballos. Era conservador.

Al verle se le hizo sitio en el corro de la estufa. Los más humildes callaron. Los más selectos dirigiéronle sonrisas y afables acogimientos. Porque sobre estos muchachos ricos de los coches y los galgos, tenía Athenógenes, que ya había sido por tradición de su familia un gran sportsman en León, el prestigio de su talento y su carrera.

— ¡Hola! ¿Qué?

— ¿Qué hay? — ¿Qué se sabe en el Juzgado?

— ¿Qué se cuenta del Pernales?

— ¿Nuevas noticias?

— ¡Atiza esa estufa, Quintín!

El bello juez, rubio, que traía esta noche brillantes en la corbata y americana de cinta, sacó primero una larga cajetilla de cigarros color té, brindó, encendió luciendo su preciosa fosforera, y púsose en seguida a contar lo que sabía de los bandidos. El Pernales y el Chato de Mairena continuaban por tierras de Arahal; y lo de los otros tres de la dispersa banda, que se habrían corrido a Extremadura, según la Prensa, era incierto. Belloteros, puestos en fuga por los guardias al pie de Almendralejo, los que habían dado lugar a tal alarma. Belloteros. Es decir, rúrales raterillos, ladrones de bellotas.


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Dominio público
47 págs. / 1 hora, 23 minutos / 56 visitas.

Publicado el 2 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Cuentos Ingenuos

Felipe Trigo


Cuentos, Colección


La niña mimosa

—¿Estás?

—Sí, corriendo.

Y corriendo, corriendo, azotando las puertas con sus vuelos de seda, desde el tocador al gabinete y desde el armario al espejo, siempre en el retoque de última hora; buscando el alfiler o el abanico que perdían su cabecilla de loca, volviéndose desde la calle para ceñir a su garganta el collar, haciéndome entrar todavía por el pañolito de encaje olvidado sobre la silla, salíamos al fin todas las noches con hora y media de retraso, aunque con luz del sol empezara ella la archidifícil obra de poner a nivel de la belleza de su cara la delicadeza de su adorno.

Gracias había que dar si cuando al primer farol, ella, parándose, me preguntaba: “¿Qué tal voy?”, no le contestaba yo: “Bien, muy guapa”, con absoluto convencimiento; porque capaz era la niña de volverse en última instancia al tribunal supremo del espejo, y entonces, ¡adiós, teatro!..., llegábamos a la salida. Como ocurría muchas veces.

Ella muy de prisa, yo a su lado, un poco detrás, no muy cerca, con mezcla del respeto galante del caballero a la dama y del respeto grave del groom a la duquesita. Cuando en la vuelta de una esquina rozaban mi brazo sus cintas, yo le pedía perdón. Mirábala sin querer a la luz de los escaparates, y cuando alguna mujer del pueblo quedábase parada floreándola, yo la decía: “Mira, ¿oyes?”, y sonreía ella triunfante como una reina.

No hablábamos. Todo el tiempo perdido en casa procuraba, desalada, ganarlo por el camino. Llegaba al teatro sin aliento. Y allí, por última vez, en el pórtico vacío, analizándose rápida en las grandes lunas del vestíbulo, mientras yo entregaba los billetes:—“¿Estoy bien, de veras?”—me interrogaba para que contestase yo indefectiblemente y un mucho orgulloso de su gentileza:—“¡Admirable!”


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Dominio público
69 págs. / 2 horas, 1 minuto / 205 visitas.

Publicado el 14 de abril de 2019 por Edu Robsy.

A Todo Honor

Felipe Trigo


Novela corta


I

Son ridículas... sencillamente ridículas, estas fondas de los pueblos.

En general, casas de cierta fanfarronería que empezaron A construir el comerciante X o el notario Z, al jubilarse, y que «vieron» la muerte de sus dueños antes que ellas estuviesen concluidas en todos los perfiles. Y así se quedan inconclusas para siempre. Escaleras sin baranda, a lo mejor, o con una provisional-definitiva; timbres que no suenan; techos sin pintar...

El comedor, ya se sabe: estrecho y largo, con aspiraciones de salón; el patio con columnas, con corredor encima, con mecedoras... Y luego, viajantes, viajantes...; la mesa llena de viajantes y cajas de viajantes por todos los rincones.

Además —¡no lograba entenderlo Luis!—, estaba en plena Mancha (el país de los carneros y las dehesas) y acababan de ponerle en la cena unas chuletas empanadas que antes parecían unas tortillas de cordel. Sobre esto de las famas regionales tenía ya el joven madrileño sus escamas: gente alegre, por ejemplo, la andaluza... y hasta se dijese que lloraban cantando en sus guitarras; buen vino en Jerez... y en otro viaje tornó una copa, al paso, en la estación, y parecía petróleo.

¡Oh, su Madrid!... Allí sí que eran tiernas las carnes de la Mancha, y bueno y barato el jerez, y alegre la alegría de Andalucía... Exportación. Las provincias se quedaban sin todo por enviárselo a la corte.

Encendió el puro, en el zaguán, y se lanzó por las calles.

Yacían en una semiobscuridad eléctrica digna del siglo. «¡Para lo que hay que ver!» —podía decirse aquí, como cuentan que decía el oculista que iba dejando ciega a su clientela.


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Dominio público
51 págs. / 1 hora, 30 minutos / 341 visitas.

Publicado el 10 de abril de 2019 por Edu Robsy.

Reveladoras

Felipe Trigo


Novela corta


I

Gloria se peinaba al espejo, sostenido en la pared contra el tajo de la carne. Al otro extremo de la amplia galería, tirado en el canapé de mimbres, aguardaba Rodrigo a su hermana con los cromos, para pegarlos en las hojas nuevas del álbum que ya tenían orlas de platilla.

— ¡Gloria!

— ¿Qué?

— Que venga mi hermana.

Continuó la doncella pasando el peine de metal por los puñados de su pelo rubio, sacudido y abierto en manojos ondulantes sobre los brazos desnudos. La sofocaba el resol, filtrado en aquel ángulo desde un metro de altura, por la inmensa lona que entoldaba el patio.

— ¡Gloria!

— ¿Qué?

— ¿No has oído?

— Menos genio, ¿entiendes?... Me dijo que esta siesta no podría venir y me dió los cromos. Cógelos; aquí los tienes en el banco. — Pues tú los traes, ¡hala!

— ¡Uaaá! — hizo Gloria, volviéndose y enseñándole la lengua.

¿De dónde habría sacado la señora estos dos hijos tan bobos? Muchas noches se venían a la cocina a ver cómo pelaban patatas ella y la otra compañera, Vicenta; y si no estaba también la vieja ama Charo, les contaban ambas, por reírse, cuentos verdes... ¡por reírse al mirar la cara de tonto de Rodrigo, que no entendía, y la cara de Petra... ¡que ya los iba entendiendo de más y se disgustaba algunos ratos... «porque decían aquellas cosas delante del niño»!

¡Bah, qué niño... que cogía en el canapé más que un gastador!

Le estaba viendo Gloria en el espejo, sin dejar de peinarse.

Pero volvió él a llamarla con imperio y se levantó al fin, sin prisas, de más confiada en la bondad del muchachote, guapo como una niña e inocentón hasta lo increíble, a pesar de sus trece años.


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Dominio público
43 págs. / 1 hora, 15 minutos / 34 visitas.

Publicado el 3 de septiembre de 2023 por Edu Robsy.

Mujeres Prácticas

Felipe Trigo


Cuento


Plegó Alfredo La Correspondencia que a la luz del tranvía vino leyendo desde Pozas, y miró dónde se encontraba: calle Mayor. ¡Oh! Y a fe que le había ensimismado el periódico. El coche iba bien de mujeres. Lo que se dice, cuando el día está de bonitas, se ve cada cara como una gloria.

Junto a él, mamá respetable, cincuentona y de libras, pero hermosa, y con dos niñas a la izquierda... que hasta allí. Se advertía a la pequeña, molesta en la estrechura del asiento, aguantada casi por aquel empleadete de levitín raído, personilla de pelele medio oculta entre las gasas de la joven por un lado y bajo el mantón de corpulenta chula por el otro; ésta era la cuña de la tanda. En la de enfrente dos o tres señoras todavía, una con su marido, guapa ella y retrechera. Pero a la más hermosa fueron los ojos de Alfredo, guiados por la nariz, por un rastro de heliotropo que le caía de muy cerca, envolviéndole en nube de sutil voluptuosidad; alzó la vista y vió de pie a la puerta de la plataforma delantera una rubia espléndida, de continente altivo de princesa, buena moza, enguantada, llena de lujo, de brillantes.

Alfredo se levantó y le ofreció el sitio. Ella dió las gracias sonriendo, clavándole los grandes ojos de oro también como el pelo abundantísimo. Iban a llegar, no merecía la pena. Insistió Alfredo, y la elegantísima dama se inclinó gentil, mostrando en la sonrisa la blancura de papel de sus dientes; fué a dar un paso, y con la velocidad del tranvía perdió graciosamente el equilibrio. Alfredo la sujetó por el brazo, contacto leve que bajo la seda hizo constar carne resbaladiza, elástica, tentadora.


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Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 38 visitas.

Publicado el 26 de octubre de 2020 por Edu Robsy.

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