Prólogo
Apenas puede aspirar esta obrilla a los honores de la novela. La
sencillez de su intriga y la verdad de sus pormenores no han costado
grandes esfuerzos a la imaginación. Para escribirla, no ha sido preciso
más que recopilar y copiar.
Y, en verdad, no nos hemos propuesto componer una novela, sino dar
una idea exacta, verdadera y genuina de España, y especialmente del
estado actual de su sociedad, del modo de opinar de sus habitantes, de
su índole, aficiones y costumbres. Escribimos un ensayo sobre la vida
íntima del pueblo español, su lenguaje, creencias, cuentos y
tradiciones. La parte que pudiera llamarse novela sirve de marco a este
vasto cuadro, que no hemos hecho más que bosquejar.
Al trazar este bosquejo, sólo hemos procurado dar a conocer lo
natural y lo exacto, que son, a nuestro parecer, las condiciones más
esenciales de una novela de costumbres. Así es, que en vano se buscarán
en estas páginas caracteres perfectos, ni malvados de primer orden, como
los que se ven en los melodramas; porque el objeto de una novela de
costumbres debe ser ilustrar la opinión sobre lo que se trata de pintar,
por medio de la verdad; no extraviarla por medio de la exageración.
Los españoles de la época presente pueden, a nuestro juicio, dividirse en varias categorías.
Algunos pertenecen a la raza antigua; hombres exasperados por los
infortunios generales, y que, impregnados por la quisquillosa delicadeza
que los reveses comunican a las almas altivas, no pueden soportar que
se ataque ni censure nada de lo que es nacional, excepto en el orden
político. Estos están siempre alerta, desconfían hasta de los elogios, y
detestan y se irritan contra cuanto tiene el menor viso de extranjero.
El tipo de estos hombres es, en la presente novela, el general Santa María.
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