Textos más cortos de Francisco A. Baldarena disponibles | pág. 16

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Et Spiritu

Francisco A. Baldarena


fragmento


Al desprenderse del cuerpo mortal, ese otro Romualdo, se sintió flotar igual que un globo (la verdad, levitaba). Y esa otra cosa era impalpable y transparente y había estado vagando hasta ese momento, pegado al cielo raso de la sala, presenciando con más pena por los que quedaban, hijos, esposa, parientes, amigos, curiosos, y que ahora lo lloraban alrededor del ataúd, que por su muerte. Hubiera querido consolarlos (ganas no le faltaban); decirles que estaba todo bien; que en verdad lo peor no era morir, sino seguir viviendo y que, además, se sentía muy a gusto levitando como los genios (e incluso estaba seguro de que, a pesar de la falta de alas, también podría volar como las aves), pero no tenía ni sabía cómo hacer para comunicarles lo que pensaba. 

   Ni tendría oportunidad de descubrir una manera de hacerlo, porque de pronto, por la puerta principal que estaba abierta, irrumpió un espectro, oscuro. De alguna manera, Romualdo supo de inmediato que venía por él. Amagó salir por la ventana que daba a la calle, pero justo en ese momento otro espectro, este blanco como una tiza, se interpuso en su camino. Intentó abrazarlo con sus largos brazos como dos estelas de bruma espesa, pero Romualdo fue más rápido y consiguió esquivarlo y huir por otra ventana rumbo al bosque que comenzaba al final de la calle, volando, no como las aves, sino como los héroes de fantasía. Los dos espectros dispararon tras él, pero no tan velozmente como Romualdo, pues luchaban encarnizadamente entre sí en pleno desplazamiento.   


Et Spiritu by Francisco A Baldarena 

© 2023 CC BY-SA 4.0 



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Publicado el 12 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Antes el Bozal que la Cruz

Francisco A. Baldarena


cuento


En una dimensión paralela.  




Jerusalén, año 33. 

La nave interdimensional se materializa en el desierto. Recién se ha puesto el sol. Secondtime Brudford, único tripulante, vestido de acuerdo a la época, sale de la nave, acciona el dispositivo de invisibilidad, a fin de ocultar la nave, lo guarda debajo de la túnica, que viste para no llamar la atención, y se encamina a Jerusalén. 

 Hay en la ciudad un hombre místico llamado Jesús, al que le ha sido impuesto el uso casi ininterrumpido de un bozal, impidiéndole así el habla; solamente tiene autorización (del gobierno) a cuatro intervalos diarios para sacarse el bozal y alimentarse. Jesús, además de místico, es también carpintero; pero resulta que desde hace veinte años Ikea tiene instalada una fábrica en Jerusalén, noventa por ciento robotizada; por lo tanto, los muebles en el mercado cuestan bien más barato que los hecho a mano —como los fabricados por Jesús—, y el resultado es que, por falta de dinero, el carpintero come una o dos veces al día, y la carpintería, que heredó de su padre, no va ni para adelante ni para atrás. 



Secondtime Brudford llega a Jerusalén, haciéndose pasar por viajero de un país distante, con la misión de convencer a Jesús a acompañarlo a su dimensión. Mientras recorre la ciudad fingiendo ser turista, Secondtime va preguntando a uno y a otro por el místico, hasta que da con un mercader de especias que le da su dirección y, además, detalles de su situación actual (que comparada con lo que había pasado en su dimensión, era el paraíso; información esta que Secondtime omitirá mencionar cuando se encuentre con Jesús).


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Publicado el 21 de enero de 2023 por Francisco A. Baldarena .

Delfín

Francisco A. Baldarena


cuento


“Hasta que no hayas amado a un animal, una parte de tu alma permanecerá dormida.” 

Anatole France


Por fin, Sergio Agostini emprendía las tan postergadas vacaciones. 

   Hacía tres años que no sabía lo que era un descanso; entre la gerencia de la empresa y la ONG protectora de animales, de la cual era miembro activo, su vida era poco menos que vertiginosa. Pero desde un mes antes, había comenzado a sentir pequeñas punzadas en el pecho y a cansarse al menor esfuerzo. Por cuenta de eso fue a hacerse ver con un cardiólogo. 

   En la última consulta, el doctor le había dicho: “¡Pare con todo ya, o se muere!” Y eso significaba una sola cosa: olvidarse de la empresa y la ONG, por lo menos durante dos semanas, y pensar en su corazón. Después, bueno, delegar obligaciones y no tomarse tan a serio las acciones de la ONG. “Y nada de salvar pingüinos embadurnados de petróleo ni ballenas encalladas”, también eso le había advertido el doctor, antes de abandonar el consultorio. 

   El destino, elegido por Sergio, para el descanso fue Pinamar; lugar apacible en ese fin de temporada, y de acuerdo a lo que necesitaba. 

   Llegó temprano al hotel, antes de las seis de la mañana, y alrededor de las ocho ya estaba a camino de la playa, distante dos cuadras, cargado como un ekeko boliviano: silla plegable, sombrilla, botella de agua, libro, protector solar, toallón, hielera de telgopor, frutas, un yogurt light y los prismáticos. 


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Publicado el 21 de octubre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

El Niño-Rolando

Francisco A. Baldarena


cuento


A cada dos o tres minutos, la señora Marlos, sentada junto a dos grandes valijas en la sala VIP del aeropuerto de Paris —una con los regalos para su gran descendencia, dos hijos, dos nueras y cinco nietos, todos varones, y la otra con sus cosas personales—, miraba con impaciencia la hora; le urgía tomar el avión y llegar de una vez por todas al sosiego de su departamento en Nueva York. Cuando no miraba la hora, la señora Marlos miraba más allá de los cristales de la sala, sin ningún interés en especial. En una de las tantas cabeceadas, cerca de la zona de check-in, vio un matrimonio con su pequeño hijito, sentado al lado de la madre. De pronto su corazón disparó; el rostro del niño era idéntico al de su tercer hijo, ya lejano y perdido para siempre hacía más de veinte años atrás, cuando una gripe mal curada se lo arrebató de las manos. Tendía, ese niño, más o menos la misma edad que su hijo al morir. 

 Inmediatamente, la señora Marlos abandonó la sala con las dos valijas rodando a su lado y fue a sentarse lo más cerca del niño que pudo, pues no había en ese momento muchos asientos vacíos disponibles. 

 Y sí, viéndolo más de cerca, el parecido con Rolando era abrumador, y cuanto más lo miraba, más ganas tenía de acercarse a él y abrazarlo como lo había hecho tantas veces con su añorado hijito. 

 «Rolando, hijito mío», murmuró en cierto momento, pero tan bajito que solo ella pudo oírse. 


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3 págs. / 6 minutos / 248 visitas.

Publicado el 30 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

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