Textos más antiguos de Francisco A. Baldarena | pág. 4

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autor: Francisco A. Baldarena


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La Novia o Algo Así

Francisco A. Baldarena


cuento


Vuelve a llamarlo. La verdad es que: Zulema vuelve a intentar comunicarse con él; cosa que lleva haciendo, sin éxito, desde la mañana. Pero nuevamente el silencio… 


 “¿Con esta van cuántas, diez, quince, veinte veces?” Hace rato que ha perdido la cuenta. 


“No está en el trabajo, ni en el club, ni en el bar y, claro, tampoco en el departamento. ¿Dónde está, entonces, ese hijo de mil puta?” 


Enciende otro cigarrillo con la colilla del que acaba de consumir, y la humareda de las primeras bocanadas forman una niebla azulada que le cubre la cabeza y tras la cual larga una certeza: 


“¡Con otra, seguro! Con una nueva conquista, como hasta el último día de su vida.” 


Piensa en el cuello de Ramiro y aprieta los puños con todas sus fuerzas. 


“¡Ese va a perder hasta el último pelo, pero no las mañas! Ya lo veo en un hospital, antes del último suspiro, agarrándole la mano a una enfermerita tonta; pero rubia y tetona, como al degenerado le gusta.” 

 

 Llena otro vaso con whisky, esta vez sin hielo y sin soda, y evita mirarse en el espejo del aparador, pues al contrario de la enfermera rubia y tetona de su imaginación, ella tiene senos pequeños. Y la sigue: 


 “¿Cuántas veces me prometió que era la última aventura? ¿Cuántas veces me dijo, mirándome a los ojos, el muy caradura, que yo soy la única? ¿Y cuántas veces me juró de manos juntas que ya no está para esos trotes? Y, sin embargo… cuando no es un cabello pegado al sobretodo, es la tapa de un lápiz labial debajo del asiento del auto, o las malditas tarjetitas perfumadas en la guantera del auto. Si hasta parece que el hijo de puta me las hace de propósito.” 

 


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Publicado el 29 de julio de 2021 por Francisco A. Baldarena .

El Milagro

Francisco A. Baldarena


cuento



Sin dudas, una conmoción sin precedentes, sacudió el polvo de un adormilado pueblo de provincia la última madrugada: la iglesia se prendió fuego 

 «¿Cómo ocurrió?» «¿Qué pasó?» «¿Quién o qué habrá sido el causante?» Fueron las tres preguntas que nadie dejó de hacerse durante toda la noche; y la policía no fue la excepción. Inmediatamente después del aviso del siniestro, con la eficiencia y diligencia que caracteriza a la policía de pueblo chico, el oficial de guardia, un sargento y dos cabos más el propio comisario, que acudió a la comisaría lo más rápido que pudo, se habían puesto, mate y cigarrillo de por medio, a trabajar activamente en el caso. Por la mañana, tres hipótesis salieron a la luz: un cortocircuito («Posiblemente, debido al cableado muy antiguo», subrayó el vocero de la policía, cabo López, como el de El Zorro), una vela encendida («Probablemente, dejada al descuido», opinó al respecto), y un acto terrorista («Con seguridad, perpetrado por un ateo pirómano», afirmó). Aunque nada, hasta donde se sabía hasta el momento, indicara que un individuo con esas características habitara o anduviera circulando por la localidad, esta última hipótesis cayó en el gusto popular y circuló de boca en boca con asombrosa rapidez. Pero ya sabemos que en pueblo chico, a diferencia de las grandes urbes, las cosas funcionan de una manera muy diferente: nunca pasa nada, pero cuando pasa, la tendencia es exagerar lo máximo posible. Por lo tanto, lo de un pirómano suelto, y para mejor ateo, vino a caer como anillo al dedo, y para cuando el cabo López hubo regresado a la comisaría, nadie tenía ninguna duda sobre el culpable del incendio; solo faltaba saber quién era, pero muy pronto habrían de darle caza.




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Publicado el 7 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

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