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autor: Francisco A. Baldarena


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Laian y los Alienígenas

Francisco A. Baldarena


novela corta


Primera Parte






MALAS NOTICIAS 


Fluo Max acababa de salir del baño y se peinaba frente al espejo, cuando vio reflejado, detrás de él, la figura violeta de Opzmo, flotando y haciéndole señales, del lado de afuera. Su amigo le pareció un tanto desesperado, sin embargo, como era sabido por todos que Opzmo era dado a las exageraciones, lo dejaría esperando un rato. 
 «Un poco de aire fresco no le hace mal a nadie», dijo, sonriendo. El problema era que estaban en la estación fría. 
 Fue a la cocina, agarró un pedazo de torta de chocolate y, a través del comando de voz, abrió el ventanal y Opzmo, tiritando de frío, entró, como se dice, «con cuatro piedras en la mano». 
 —¿Cómo puedes comer esta porquería, Fluo? Bizcochuelo de trigo modificado, chocolate sintético, azúcar artificial. Porquería pura. 
 Fluo Max esperaba una recriminación de parte del amigo, por haberlo dejado esperando afuera con semejante frío, sin embargo… 
 —Pero sabe bien. ¿Quieres un poco? 
 Opzmo, que odiaba ese tipo de alimentos, puso cara de asco y, atajándose con las manos, dijo: 
 —¡Solo si me estuviera muriendo de hambre! 
 —Bien, cambiando de tema, ¿qué te trae por aquí tan temprano?  Opzmo tomó asiento. 
 —Kinio. Nos quiere a todos en el cuartel general, con urgencia. 
 —¿Kinio Kiniones Pauers? 
 —¿Hay, por acaso, otro Kinio Kiniones Pauers que conozcas, además, de nuestro jefe? 
 —No. Lo que pasa es que me tomaste por sorpresa. Y bien, ¿qué es lo que sabes? 
 —Apenas rumores. Tú sabes, lo de siempre: ataques esporádicos, sospechas de invasión, amenazas de bombas. Pero si Kinio nos manda a llamar con urgencia, por algo debe ser —aclaró Opzmo, balanceando la cabeza.


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Publicado el 13 de septiembre de 2021 por Francisco A. Baldarena .

Et Spiritu

Francisco A. Baldarena


fragmento


Al desprenderse del cuerpo mortal, ese otro Romualdo, se sintió flotar igual que un globo (la verdad, levitaba). Y esa otra cosa era impalpable y transparente y había estado vagando hasta ese momento, pegado al cielo raso de la sala, presenciando con más pena por los que quedaban, hijos, esposa, parientes, amigos, curiosos, y que ahora lo lloraban alrededor del ataúd, que por su muerte. Hubiera querido consolarlos (ganas no le faltaban); decirles que estaba todo bien; que en verdad lo peor no era morir, sino seguir viviendo y que, además, se sentía muy a gusto levitando como los genios (e incluso estaba seguro de que, a pesar de la falta de alas, también podría volar como las aves), pero no tenía ni sabía cómo hacer para comunicarles lo que pensaba. 

   Ni tendría oportunidad de descubrir una manera de hacerlo, porque de pronto, por la puerta principal que estaba abierta, irrumpió un espectro, oscuro. De alguna manera, Romualdo supo de inmediato que venía por él. Amagó salir por la ventana que daba a la calle, pero justo en ese momento otro espectro, este blanco como una tiza, se interpuso en su camino. Intentó abrazarlo con sus largos brazos como dos estelas de bruma espesa, pero Romualdo fue más rápido y consiguió esquivarlo y huir por otra ventana rumbo al bosque que comenzaba al final de la calle, volando, no como las aves, sino como los héroes de fantasía. Los dos espectros dispararon tras él, pero no tan velozmente como Romualdo, pues luchaban encarnizadamente entre sí en pleno desplazamiento.   


Et Spiritu by Francisco A Baldarena 

© 2023 CC BY-SA 4.0 



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Publicado el 12 de agosto de 2021 por Francisco A. Baldarena .

El Juego del Diablo

Francisco A. Baldarena


cuento



LA MUERTE 


La tarde en que Remigio González fue asesinado parecía que el sol hubiera evaporado hasta la última gota de aire. Nada se movía, a no ser el asesino, a camino de su destino aniquilador.  


II 


UNA VUELTA EN EL PUEBLO 


Los pinos delante del rancho iban fundiéndose imperceptiblemente en el azabache de la noche que ya caía, cuando Pedro Campos sintió ganas de dar una vuelta por el pueblo. Era viernes. Pensó en lo duro que había trabajado en los últimos días en la estancia, y, por lo tanto, que merecí­a distraerse un poco. Se afeitó la barba de varios días, emparejó el bigote y se dio un baño sin muchos retoques. 

 «Las horas del patrón pasan rápido, las nuestras no», reflexionó, mientras se secaba. 

 Vistió ropa limpia: la bombacha negra de salir, una camisa inmaculadamente blanca y un pañuelo rojo, que anudó al cuello con parsimonia y esmero; luego calzó las botas de cuero, negras y lustrosas, se ciñó firmemente la faja, también roja para combinar con el pañuelo, y se acomodó el facón de plata por detrás de la cintura. Finalmente, dobló el poncho bordó y se lo acomodó sobre el hombro izquierdo. Antes de salir al patio, agarró el rebenque y el sombrero de fieltro negro, que siempre dejaba colgados detrás de la puerta de entrada, y, dándole un beso en la frente a su esposa, le dijo: 

 —Ya vuelvo, voy al pueblo. Enseguida salió hacia el fondo, allá, en el corral, ensilló el caballo y, al rato y al trotecito manso, tomó el rumbo del pueblo. 


III 


EL BOLICHE 


A través de los amplios ventanales, Pedro Campos vio que el boliche estaba a medio llenar, como siempre a esa hora. Ató el caballo al palenque y entró, saludando a los presentes mientras se acercaba al mostrador, donde pidió un tinto y se puso a armar un firme. 


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Publicado el 10 de junio de 2021 por Francisco A. Baldarena .

El Inmortal

Francisco A. Baldarena


cuento



EL VELORIO 


Aníbal Pérez tendría unos cinco o seis años, cuando le agarró un miedo terrible a la muerte. Todo se originó el día que su tío Manuel murió y al pobrecito de Aníbal le hicieron besar al muerto, frío como el mármol. Como su abuela, que lo criaba, no tuvo con quien dejarlo, se lo llevó al velorio con ella. Además del beso al muerto, que fue como darle un beso a la misma muerte, la parentela se pasó toda la noche entre accesos de llanto —de los lastimosos y de los histéricos—, quejidos moribundos y lúgubres lamentaciones. ¡Y todo alumbrado a trémula luz de velas! Con lo que Aníbal, todavía tuvo que vérselas con siniestras sombras fantasmales, moviéndose temblorosas sobre las paredes grises del living donde velaban al pariente. Y para terminar de completar el trauma, al otro día se lo llevaron al cementerio bajo una lluvia fina que, caprichosamente, se le había antojado caer justo esa mañana. El aterrado Aníbal, como una garrapata, no soltaba la falda de su abuela ni para ir al baño. Y la cosa no paró por ahí: de yapa, pesadillas aterradoras lo persiguieron durante casi un mes. 



CATALEPSIA 



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13 págs. / 23 minutos / 576 visitas.

Publicado el 8 de julio de 2021 por Francisco A. Baldarena .

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