Se ha comprobado que el asesinato tuvo lugar de la siguiente manera:
Schmar, el asesino, se apostó alrededor de las nueve de la noche —una
noche de luna— en la intersección de la calle donde se encuentra el
escritorio de Wese, la víctima, y la calle donde ésta vivía.
El aire de la noche era frío y penetrante. Pero Schmar sólo vestía un
delgado traje azul; además, tenía la chaqueta desabotonada. No sentía
frío; por otra parte, estaba todo el tiempo en movimiento. Su mano no
soltaba el arma del crimen, mitad bayoneta y mitad cuchillo de cocina,
completamente desnuda. Miraba el cuchillo a la luz de la luna; la hoja
resplandecía; pero no bastante para Schmar; la golpeó contra las piedras
del pavimento, hasta sacar chispas; quizá se arrepintió de ese impulso,
y para reparar el daño, la pasó como el arco de un violín contra la
suela de su zapato, sosteniéndose sobre una sola pierna, inclinado hacia
adelante, escuchando al mismo tiempo el sonido del cuchillo contra el
zapato, y el silencio de la fatídica callejuela.
¿Por qué permitió todo esto el particular Pallas, que a poca
distancia de allí lo contemplaba todo desde su ventana del segundo piso?
Misterios de la naturaleza humana. Con el cuello alzado, el vasto
cuerpo envuelto en la bata, meneando la cabeza, miraba hacia abajo.
Y a cinco casas de distancia, del otro lado de la calle, la señora
Wese, con el abrigo de piel de zorros sobre el camisón, miraba también
por la ventana, esperando a su marido, que hoy tardaba más que de
costumbre.
Finalmente sonó la campanilla de la puerta del escritorio de Wese,
demasiado fuerte para la campanilla de una puerta; sonó por toda la
ciudad, hacia el cielo, y Wese, el laborioso trabajador nocturno, salió
de la casa, todavía invisible, sólo anunciado por el sonido de la
campanilla; inmediatamente, el pavimento registra sus tranquilos pasos.
Información texto 'Un Fratricidio'