Textos más largos de Franz Kafka no disponibles | pág. 3

Mostrando 21 a 30 de 41 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Franz Kafka textos no disponibles


12345

Un Viejo Manuscrito

Franz Kafka


Cuento


Se diría que el sistema de defensa de nuestra patria adolece de serios defectos. Hasta ahora no nos hemos ocupado de ese asunto, y sí de nuestras obligaciones cotidianas; pero algunos acontecimientos recientes nos inquietan.

Soy zapatero remendón; mi tenducho da a la plaza del palacio imperial. Apenas abro mis persianas en el crepúsculo matutino, ya se ven soldados armados, apostados en todas las bocacalles que dan a la plaza. Pero no son soldados nuestros, son evidentemente nómadas del norte. De algún modo que no comprendo, se han introducido hasta la capital, que, sin embargo, está bastante lejos de las fronteras. De todos modos, allí están; cada día su número parece mayor.

Como es su costumbre, acampan al aire libre, y abominan de las casas. Se entretienen en afilar las espadas, en aguzar las flechas, en ejercicios ecuestres. De esta plaza tranquila y siempre escrupulosamente limpia, han hecho una verdadera pocilga. Muchas veces intentamos salir de nuestros negocios y hacer un recorrido, para limpiar por lo menos la suciedad más visible; pero esas salidas son cada vez más escasas, porque es un trabajo inútil y corremos además el peligro de hacernos aplastar por los caballos salvajes, o de que nos hieran con los látigos.


Información texto

Protegido por copyright
2 págs. / 3 minutos / 262 visitas.

Publicado el 14 de febrero de 2017 por Edu Robsy.

El Viejo Manuscrito

Franz Kafka


Cuento


Podría decirse que el sistema de defensa de nuestra patria adolece de serios defectos. Hasta el momento no nos hemos ocupado de ellos sino de nuestros deberes cotidianos; pero algunos acontecimientos recientes nos inquietan.

Soy zapatero remendón; mi negocio da a la plaza del palacio imperial. Al amanecer, apenas abro mis ventanas, ya veo soldados armados, apostados en todas las bocacalles que dan a la plaza. Pero no son soldados nuestros; son, evidentemente, nómades del Norte. De algún modo que no llego a comprender, han llegado hasta la capital, que, sin embargo, está bastante lejos de las fronteras. De todas maneras, allí están; su número parece aumentar cada día.

Como es su costumbre, acampan al aire libre y rechazan las casas. Se entretienen en afilar las espadas, en aguzar las flechas, en realizar ejercicios ecuestres. Han convertido esta plaza tranquila y siempre pulcra en una verdadera pocilga. Muchas veces intentamos salir de nuestros negocios y hacer una recorrida para limpiar por lo menos la basura más gruesa; pero esas salidas se tornan cada vez mas escasas, porque es un trabajo inútil y corremos, además, el riesgo de hacernos aplastar por sus caballos salvajes o de que nos hieran con sus látigos.


Información texto

Protegido por copyright
2 págs. / 3 minutos / 90 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Manuscrito Antiguo

Franz Kafka


Cuento


Parece que el sistema defensivo de nuestro país fuera muy defectuoso. Hasta ahora hemos proseguido nuestro trabajo cotidiano sin ocuparnos de él; pero algunos acontecimientos recientes empiezan a inquietarnos.

Tengo una tienda de zapatero en la plaza, frente al palacio del Emperador. Apenas bajo los postigos, al primer resplandor del alba, ya veo soldados con armas apostados en todas las bocacalles de la plaza. Pero estos soldados no son nuestros; son, evidentemente, nómadas del Norte. De algún modo incomprensible para mí, han penetrado hasta la misma capital, aunque ésta se halla muy lejos de la frontera. Lo cierto es que aquí están; y cada mañana parecen más numerosos.

Acordes con su naturaleza, acampan a cielo descubierto, pues abominan las casas. Afilan sus espadas, aguzan sus flechas, adiestran sus caballos. Esta pacífica plaza, que siempre se ha mantenido tan escrupulosamente limpia, la han convertido, sin exageración, en un muladar. De tanto en tanto probamos salir de nuestras tiendas y limpiar, por lo menos, lo peor de la inmundicia, pero esto ocurre cada vez con menos frecuencia, porque la tarea es inútil, y además nos pone en peligro de caer bajo los cascos de los caballos salvajes o de ser tullidos a latigazos.


Información texto

Protegido por copyright
2 págs. / 3 minutos / 179 visitas.

Publicado el 27 de junio de 2018 por Edu Robsy.

El Híbrido

Franz Kafka


Cuento


Tengo un animal curioso mitad gatito, mitad cordero. Es una herencia de mi padre. En mi poder se ha desarrollado del todo; antes era más cordero que gato. Ahora es mitad y mitad. Del gato tiene la cabeza y las uñas, del cordero el tamaño y la forma; de ambos los ojos, que son huraños y chispeantes, la piel suave y ajustada al cuerpo, los movimientos a la par saltarines y furtivos. Echado al sol, en el hueco de la ventana se hace un ovillo y ronronea; en el campo corre como loco y nadie lo alcanza. Dispara de los gatos y quiere atacar a los corderos. En las noches de luna su paseo favorito es la canaleta del tejado. No sabe maullar y abomina a los ratones. Horas y horas pasa al acecho ante el gallinero, pero jamás ha cometido un asesinato.

Lo alimento a leche; es lo que le sienta mejor. A grandes tragos sorbe la leche entre sus dientes de animal de presa. Naturalmente, es un gran espectáculo para los niños. La hora de visita es los domingos por la mañana. Me siento con el animal en las rodillas y me rodean todos los niños de la vecindad.

Se plantean entonces las más extraordinarias preguntas, que no puede contestar ningún ser humano. Por qué hay un solo animal así, por qué soy yo el poseedor y no otro, si antes ha habido un animal semejante y qué sucederá después de su muerte, si no se siente solo, por qué no tiene hijos, como se llama, etcétera.

No me tomo el trabajo de contestar: me limito a exhibir mi propiedad, sin mayores explicaciones. A veces las criaturas traen gatos; una vez llegaron a traer dos corderos. Contra sus esperanzas, no se produjeron escenas de reconocimiento. Los animales se miraron con mansedumbre desde sus ojos animales, y se aceptaron mutuamente como un hecho divino.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 3 minutos / 592 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Ante la Ley

Franz Kafka


Cuento, Fábula


Ante la ley hay un guardián. Un campesino se presenta frente a este guardián , y solicita que le permita entrar en la Ley. Pero el guardián contesta que por ahora no puede dejarlo entrar. El hombre reflexiona y pregunta si mas tarde lo dejarán entrar.

—Tal vez — dice el centinela — pero no por ahora.

La puerta que da a la Ley está abierta , como de costumbre; cuando el guardián se hace a un lado, el hombre se inclina para espiar. El guardián lo ve, se sonríe y le dice:

—Si tu deseo es tan grande haz la prueba de entrar a pesar de mi prohibición. Pero recuerda que soy poderoso. Y sólo soy el último de los guardianes. Entre salón y salón también hay guardianes, cada uno mas poderoso que el otro. Ya el tercer guardián es tan terrible que no puedo mirarlo siquiera.

El campesino no había previsto estas dificultades; la Ley debería ser siempre accesible para todos, piensa, pero al fijarse en el guardián, con su abrigo de pieles, su nariz grande y aguileña, su barba negra de tártaro, rala y negra, decide que le conviene mas esperar. El guardián le da un escabel y le permite sentarse a un costado de la puerta. Allí espera días y años. Intenta infinitas veces entrar y fatiga al guardián con sus súplicas. Con frecuencia el guardián conversa brevemente con él, le hace preguntas sobre su país y sobre muchas otras cosas; pero son preguntas indiferentes, como las de los grandes señores, y, finalmente siempre le repite que no puede dejarlo entrar. El hombre, que se ha provisto de muchas cosas para el viaje, sacrifica todo, por valioso que sea para sobornar al guardián. Este acepta todo, en efecto, pero le dice:

—Lo acepto para que no creas que has omitido ningún esfuerzo.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 3 minutos / 500 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Un Golpe a la Puerta del Cortijo

Franz Kafka


Cuento


Fue un caluroso día de verano. Mi hermana y yo pasábamos frente a la puerta de un cortijo que estaba en el camino de regreso a casa. No sé si golpeó esa puerta por travesura o distracción, no sé si tan solo amenazó con el puño sin llegar a tocarla siquiera. Cien metros mas adelante, junto al camino real que giraba a la izquierda, empezaba el pueblo. No lo conocíamos, pero al cruzar frente a la casa que estaba inmediatamente después de la primera, salieron de ahí unos hombres haciéndonos unas señas amables o de advertencia; estaban asustados, encogidos de miedo. Señalaban hacia el cortijo y nos hacían recordar el golpe contra la puerta. Los dueños nos denunciarían e inmediatamente comenzaría el sumario. Yo permanecía calmo, tranquilizaba a mi hermana. Posiblemente ni siquiera había tocado, y si en realidad lo había hecho, nadie podría acusarla por eso. Intenté hacer entender esto a las personas que nos rodeaban; me escuchaban pero absteniéndose de emitir juicio alguno. Después dijeron que no sólo mi hermana sino también yo sería acusado. Yo asentía sonriente con la cabeza. Todos volvíamos nuestra vista atrás, hacia el cortijo., tan atentamente como si se tratara de una lejana cortina de humo tras la cual fuera a aparecer un incendio. Lo que pronto vimos, en realidad fue a unos jinetes que entraron por el portón del cortijo. Una polvareda al levantarse, lo cubrió todo; solo brillaban las puntas de las enormes lanzas. Apenas la tropa había desaparecido en el patio, cuando debió, al parecer, hacer dar vuelta a sus corceles, pues volvió a salir en dirección nuestra. Aparté a mi hermana de un empellón, yo me encargaría de poner todo en orden. Ella no quiso dejarme solo. Le expliqué que para que se viera mejor vestida ante los señores debía, al menos, cambiarse de ropas. Por fin me hizo caso e inició el largo camino a casa. Ya estaban los jinetes junto a nosotros y casi al tiempo de apearse preguntaron por mi hermana.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 3 minutos / 143 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Preocupaciones de un Padre de Familia

Franz Kafka


Cuento


Algunos dicen que la palabra «odradek» precede del esloveno, y sobre esta base tratan de establecer su etimología.

Otros, en cambio, creen que es de origen alemán, con alguna influencia del esloveno. Pero la incertidumbre de ambos supuestos despierta la sospecha de que ninguno de los dos sea correcto, sobre todo porque no ayudan a determinar el sentido de esa palabra.

Como es lógico, nadie se preocuparía por semejante investigación si no fuera porque existe realmente un ser llamado Odradek. A primera vista tiene el aspecto de un carrete de hilo en forma de estrella plana. Parece cubierto de hilo, pero más bien se trata de pedazos de hilo, de los tipos y colores más diversos, anudados o apelmazados entre sí. Pero no es únicamente un carrete de hilo, pues de su centro emerge un pequeño palito, al que está fijado otro, en ángulo recto. Con ayuda de este último, por un lado, y con una especie de prolongación que tiene uno de los radios, por el otro, el conjunto puede sostenerse como sobre dos patas.

Uno siente la tentación de creer que esta criatura tuvo, tiempo atrás, una figura más razonable y que ahora está rota. Pero éste no parece ser el caso; al menos, no encuentro ningún indicio de ello; en ninguna parte se ven huellas de añadidos o de puntas de rotura que pudieran darnos una pista en ese sentido; aunque el conjunto es absurdo, parece completo en sí. Y no es posible dar más detalles, porque Odradek es muy movedizo y no se deja atrapar.

Habita alternativamente bajo la techumbre, en escalera, en los pasillos y en el zaguán. A veces no se deja ver durante varios meses, como si se hubiese ido a otras casas, pero siempre vuelve a la nuestra. A veces, cuando uno sale por la puerta y lo descubre arrimado a la baranda, al pie de la escalera, entran ganas de hablar con él. No se le hacen preguntas difíciles, desde luego, porque, como es tan pequeño, uno lo trata como si fuera un niño.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 2 minutos / 113 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Silencio de las Sirenas

Franz Kafka


Cuento


Existen métodos insuficientes, casi pueriles, que también pueden servir para la salvación. He aquí la prueba:

Para guardarse del canto de las sirenas, Ulises tapó sus oídos con cera y se hizo encadenar al mástil de la nave. Aunque todo el mundo sabía que este recurso era ineficaz, muchos navegantes podían haber hecho lo mismo, excepto aquellos que eran atraídos por las sirenas ya desde lejos. El canto de las sirenas lo traspasaba todo, la pasión de los seducidos habría hecho saltar prisiones mas fuertes que mástiles y cadenas. Ulises no pensó en eso, si bien quizá alguna vez, algo había llegado a sus oídos. Se confió por completo en aquel puñado de cera y en el manojo de cadenas. Contento con sus pequeñas estratagemas, navegó en pos de las sirenas con inocente alegría.

Sin embargo, las sirenas poseen un arma mucho más terrible que el canto: su silencio. No sucedió en realidad, pero es probable que alguien se hubiera salvado alguna vez de sus cantos, aunque nunca de su silencio. Ningún sentimiento terreno puede equipararse a la vanidad de haberlas vencido mediante las propias fuerzas.

En efecto, las terribles seductoras no cantaron cuando pasó Ulises; tal vez porque creyeron que a aquel enemigo sólo podía herirlo el silencio, tal vez porque el espectáculo de felicidad en el rostro de Ulises, quien sólo pensaba en ceras y cadenas les hizo olvidar toda canción.

Ulises, (para expresarlo de alguna manera) no oyó el silencio. Estaba convencido de que ellas cantaban y que sólo él se hallaba a salvo. Fugazmente, vio primero las curvas de sus cuellos, la respiración profunda, los ojos llenos de lágrimas, los labios entreabiertos. Creía que todo era parte de la melodía que fluía sorda en torno de él. El espectáculo comenzó a desvanecerse pronto; las sirenas se esfumaron de su horizonte personal, y precisamente cuando se hallaba más próximo, ya no supo más acerca de ellas.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 2 minutos / 372 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

El Escudo de la Ciudad

Franz Kafka


Cuento


En un principio no faltó la organización en las disposiciones para construir la Torre de Babel; una orden excesiva, quizá. Se penso demasiado en guías, interpretes, alojamientos para obreros y vías de comunicación, como si se dispusiera de siglos. En esos tiempos, la opinión general era que no se podía construir con demasiada lentitud; un poco más y hubieran abandonado todo, y hasta desistido de echar los cimientos. La gente razonaba de esta manera: lo esencial de la empresa es el pensamiento de construir una torre que llegue al cielo. Lo demás es del todo secundario. Ese pensamiento, una vez comprendida su grandeza, es inolvidable: mientras haya hombres en la tierra, existirá también el fuerte deseo de terminar la torre. Por consiguiente no debe preocuparnos el futuro. Al contrario: el saber de los hombres adelanta, la arquitectura ha progresado y seguirá progresando; de aquí a cien años el trabajo para el que precisamos un año se hará tal vez en pocos meses, y más resistente, mejor. Entonces, ¿a qué agotarnos ahora? Eso tendría sentido si cupiera la esperanza de que la torre quedará terminada en el espacio de una generación. Esa esperanza era imposible. Lo más creíble era que la nueva generación, con sus conocimientos superiores condenara el trabajo de la generación anterior y demoliera todo lo adelantado, para recomenzar. Tales pensamientos paralizaron las energías, y se pensó menos en construir la torre que en construir una ciudad para los obreros. Cada nacionalidad quería el mejor barrio, y esto dio lugar a disputas que culminaban en peleas sangrientas. Esas peleas no tenían fin; algunos dirigentes opinaban que demoraría muchísimo la construcción de la torre y otros que más valía aguardar que se restableciera la paz. Pero no sólo en pelear pasaban el tiempo; en las treguas se dedicaban a embellecer la ciudad, lo que provocaba nuevas envidias y nuevas peleas.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 2 minutos / 182 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

Un Mensaje Imperial

Franz Kafka


Cuento


El Emperador, tal va una parábola, os ha mandado, humilde sujeto, quien sois la insignificante sombra arrinconándose en la más recóndita distancia del sol imperial, un mensaje; el Emperador desde su lecho de muerte os ha mandado un mensaje para vos únicamente. Ha comandado al mensajero a arrodillarse junto a la cama, y ha susurrado el mensaje; ha puesto tanta importancia al mensaje, que ha ordenado al mensajero se lo repita en el oído. Luego, con un movimiento de cabeza, ha confirmado estar correcto. Sí, ante los congregados espectadores de su muerte — toda pared obstructora ha sido tumbada, y en las espaciosas y colosalmente altas escaleras están en un círculo los grandes príncipes del Imperio— ante todos ellos, él ha mandado su mensaje. El mensajero inmediatamente embarca su viaje; un poderoso, infatigable hombre; ahora empujando con su brazo diestro, ahora con el siniestro, taja un camino al través de la multitud; si encuentra resistencia, apunta a su pecho, donde el símbolo del sol repica de luz; al contrario de otro hombre cualquiera, su camino así se le facilita. Mas las multitudes son tan vastas; sus números no tienen fin. Si tan sólo pudiera alcanzar los amplios campos, cuán rápido él volaría, y pronto, sin duda alguna, escucharías el bienvenido martilleo de sus puños en tu puerta.


Información texto

Protegido por copyright
1 pág. / 2 minutos / 142 visitas.

Publicado el 24 de mayo de 2016 por Edu Robsy.

12345