Los Últimos Días de Ben-Kaddor
Gabriel Alomar
Cuento
El aduar estaba arrinconado detrás de un montículo á la vera de un riachuelo. Mi amigo Ibralrini-Ben-Kaddor me había invitado para la hora del crepúsculo. Me esperaba á la puerta de su pobre casucha.
Allá fuera, bajo el cielo implacable de verano, Tetuán, la Profanada, blanqueaba como un gran lienzo tendido. Mi llegada suscitó la curiosidad de las criaturas del aduar. Pies desnudos, de carnes morenas, que adivinaba á través de las chumberas, me envolvían saltando sobre el polvo inmundo. Una muchacha que, recostada sobre un lebrillo, mostraba sus hombros de esclava, se incorporó á mi paso, cubriéndose la cara con su manto, maquinalmente pudorosa. Unos hombres que sacaban agua con un cubo de palanca, ni siquiera volvieron la vista, indiferentes á mi profana intrusión.
Ibrahim-Ben-Kaddor era un antiguo amigo mío, pero no nos conocíamos todavía más que por escrito; repetidas veces habíamos cambiado nuestros comentarios sobre los viejos textos religiosos, y habíamos después encontrado las identidades de los principios á través de la vana divergencia exterior de las formas literales.
Nuestras manos se juntaron y las llevamos después al corazón, á los labios. Entré bajo el techo del buen amigo, y me descalcé para ser admitido sobre el tapiz de su pequeña cámara. Afuera no se sentía otro rumor, en la paz de la tarde, que el trote juguetón de las bestias que regresaban de la faena.
—Vengo á ofrecerte, Ben-Kaddor —le dije— mi desagravio personal por una guerra que se os hace contra la voluntad de casi toda mi nación. No sé qué misteriosas diplomacias, qué imperios ineludibles han llevado á mi país á una acción que se acepta como una divina calamidad, presente de Dios.
Ben-Kaddor extendió la mano silenciosamente; señalaba fuera, en donde la planicie, reseca, ávida, se perdía hacia Oriente.
Dominio público
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Publicado el 1 de febrero de 2022 por Edu Robsy.