Textos más vistos de Gabriel Miró disponibles publicados el 28 de enero de 2021

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autor: Gabriel Miró textos disponibles fecha: 28-01-2021


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El Señor Maestro

Gabriel Miró


Cuento


Estaba abierto el portal de la escuela porque ya era verano. ¡Pronto llegarían los gozosos meses de la vacación! Los chicos miraban desde sus bancos la tarde luminosa y callada de los campos dorados y maduros y el cielo descendiendo serenamente en la llanura.

La escuela había sido labrada dentro de los muros del viejo adarve, en lo postrero y alto de la aldea. Algunas cabras de los ganados que salían a pacer en la vera se asomaban roznando las matas, mordidas de las ruderas y grietas; los leñadores, que venían de lo abrupto, doblados por los costales verdes y olorosos, dejaban en el recinto fragancia y sensación de la tarde, de la altura alumbrada, libre, inmensa; la entrada de un diablillo-murciélago, el profundo zumbido de una abeja, dos mariposas blancas que volaban rasando el mapa de España y Portugal divertía ruidosamente a todos. Y el señor maestro no se enojaba.


* * *


Ya era pasada la hora de que los muchachos saliesen, y el viejo maestro no lo permitía, hablando, hablando; pero ellos no le hacían caso, y a hurto suyo se desafiaban y concertaban las pedreas en el eriazo del Calvario o se decían en cuál gárgola de la iglesia anidaba un cernícalo.

Y el señor maestro repetía su amonestación diaria, siembra de piedad. «¿Por qué habéis de coger los nidos? Yo digo que si lo hicierais por llevar a los pájaros chiquitines abrigo y mantenimiento creyendo que en el árbol y en el campo no lo tienen, casi casi se os podría perdonar... Torregrosa, estese quieto... Pero no, señor; agarráis un pobre pájaro; luego lo atáis, arrastrándolo por el aire... ¿Que no?...».

Los chicos estregaban los pies sobre las losas, tosían, golpeaban los bancos..., y el maestro los dejaba libres. Y salían gritando alborozadamente.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Las Águilas

Gabriel Miró


Cuento


Cuando las cumbres se encendían de sol grande y nuevo, y los sembrados de la llanura y las tierras arboladas, los hondones y el río, aún quedaban en el misterio de un remanso de noche, pasaban entre las sierras dos águilas, y se perdían excelsas, penetrando en el cielo, declinante en bóveda sobre otros paisajes.

Si era mañana recatada y blanca de nieblas, las nieblas, dóciles a los costados de los montes, recogidas en la fronda, tendidas castamente al amor del río, y viajeras encima de la anchura de todo el valle, las águilas hendían el blanco humo, y envueltas en girones de gasas parecían muy negras, más solitarias, bravas, augustas como la de los Alpes, que viera Obermann conmovido de grandeza.

Y por las tardes, cuando las cumbres recibían la morada doración de sol grande y rendido y se iban apagando las laderas y el azul se desnudaba de color fundiéndose en palidez de cansancio, tornaban lentas las nobles aves.

Algunos días las águilas resbalaban muy altas en el lago del cielo del valle sin estremecer sus alas, trazando ondas y ruedos de vuelo, voluptuosidad de la mirada.

...Y los senderos abiertos en la serranía y en los cultivos, los buenos senderos que no nos parecen en quietud sino que se deslicen por lo liviano y lo fragoso como tranquilos manantiales; y los barrancos hoscos y húmedos o pedregosos y sedientos; y los gruesos verdores de los pinares; y los gentiles chopos asomados al río; y los tiernos campos regadizos y los añosos olivares que suben las laderas; y los casales esparcidos en la soledad, todo el valle, hondura, eminencias y cielo, todo estaba como ennoblecido, espiritualizado y sellado de la adustez y grandeza melancólica de las dos aves, que habían elegido la desgarradura de un peñasco para mansión suprema de su amor.


* * *


...Y llegó al valle de las águilas un hombre prendado del silencio, de la fuerza y de la paz de las montañas.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Crónica de Festejos

Gabriel Miró


Cuento


Los más poderosos señores de un lugar levantino, picados del tábano de los celos de un pueblo inmediato que hizo fiestas maravillosas, quisieron que las del suyo alcanzasen grandísimo lustre y nombradía.

Trazaban su programa teniendo delante el de los enemigos. Estaban igualados en danzas, luminarias, simulacro de batalla de moros y cristianos y bendición de un altar a Santa María de la Cueva, resplandeciente altar levantado a carga y sacrificio del vecindario, porque el señor rector dijo: «Un rico muy piadoso quiere costearlo solo, pero la gracia ha de llegar a todos; que hasta el más pobre y humilde arrime su hombro». Y todos lo arrimaron fervorosamente; quien con un cahiz de rubión, quien con un cántaro de vino generoso o una haldada de aceituna. Las mujeres subían odres y herradas de agua del hondo río, y los hombres arrastraban troncos cortados en los pinares. El señor rector les bendecía gritando: «¡Ellos hicieron altar, pero no como nosotros! ¡Lo he de decir a su ilustrísima!». La santa obra estaba ya acabada. Juntos los excelsos vecinos, acordaron que les faltaba un número de fiestas que les diese preeminencia sobre sus émulos, y entonces decidieron hacer Juegos Florales, como en la capital, de donde tomaron parecer y aviso, pues allí sabían toda minucia en punto a certámenes.

Lo costoso era alcanzar un mantenedor de fama, principalmente política: un ex ministro, ex director o diputado a cortes.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Día Campesino

Gabriel Miró


Cuento


«Y aver alegría
Syn pesar nunca cuede,
Commo syn noche día
Jamás aver non puede».

(El Rabbi Don Sem Tob, Proverbios morales)


Se olía y aspiraba en la mañana una templada miel. Ya tenían los almendros hoja nueva y almendrucos con pelusa de nido; la piel gris de las rígidas higueras se abría, y el grueso pámpano reventaba; y lo más nudoso y negro de las cepas abuelas se alborozaba con sus netezuelos los brotes. Eran rojas las tierras, y así semejaban más calientes. El río, estrecho y centelleante de sol, aparentaba dar de su fondo fuego de oro y era limpia espada que traspasaba la rambla con dichosas heridas de frescura. Venía el agua somera, sin ruido y apenas estremecida por los cantos y guijas de la madre. Estaban rubias y mullidas las márgenes de tamarindos arbusteños; y en lo postrero de la vista, las aguas espaciadas hacían una tranquila y pálida laguna. De dentro, los tamarindos, ya árboles, asomaban sus cimas anchas y doradas como el trigo en las eras o islas románticas; y enteramente lo copiaban las aguas.

Cerca del río tronaba un viejo molino harinero. Delante del portal había un alto álamo de trémula blancura; y en aquellos campos primaverales el árbol grande y blanco parecía arrancado de un paisaje de nieve.

Vinieron de la ciudad a esta ribera dos amigos. Entonces descansaban, sumergiéndose en el dichoso gremio de la dulzura matinal de primavera. De lo alto del aire o de lo hondo de la tierra pasaba a instantes la templanza un estremecimiento, un aleteo rápido y leve de frío, pero frío de invierno, huido, ya lejos.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Presagio

Gabriel Miró


Cuento


Naturalmente somos los alicantinos distraídos, indolentes y pacíficos. No cavamos nuestra alma con lentas y profundas meditaciones ni resistimos mucho tiempo un mismo pensamiento.

Es verdad que lo nuevo, lo inesperado, nos intranquiliza y alborota, y que lo decimos y comentamos, y de todo contendemos muy ardientemente, viéndolo desemejante por excesos imaginativos. Mas luego vienen las zumbas y risas y el olvido, y somos dichosos en la dejadez, indiferencia y socarronería.

Hay en el diccionario un vocablo que sospecho extraído de la cantera espiritual de nuestro pueblo. Alicantina, f. fam.: «treta, astucia o malicia con que se procura engañar o no ser engañado».

De modo que no necesitamos de bizarrías, audacias ni de costosas empresas. Nos basta con una alicantina o varias, y se desliza nuestra vida placenteramente, contemplando el mar liso, bruñido, perezoso, y los campos, secos, amarillentos; todo cegador de lumbre, que hace entornar los ojos y nos predispone para una siesta eterna y venturosa. A esto y a nuestros buenos padres los árabes culpamos de nuestro temperamento. Otros antiguos contribuirían también. Yo no sé lo que de nuestra psicología hubiera escrito Stendhal, la señora Stäel, Taine... Da lo mismo. Quizás Unamuno nos diría cuatro lindezas o cuatro frescas. Perdería el tiempo.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Reloj

Gabriel Miró


Cuento


Hogar es familia unida tiernamente y siempre. El padre pasa a ser, en sus pláticas, amigo llano de los hijos, mientras la madre, en los descansos de su labor, los mira sonriendo. Una templada contienda entre los hermanos hace que aquél suba a su jerarquía patriarcal y decida y amoneste con dulzura. Viene la paz, y el padre y los hijos se vierten puras confianzas, y toda la casa tiene la beatitud y calma de un trigal en abrigaño de sierra, bajo el sol.

A los retraídos aposentos de muebles enfundados suele llegar frescura y vida de risa moza; y vuelto el silencio, síguese la voz del padre que dice de su infancia, de la casa de los abuelos...; y el cuento de las costumbres de antaño, celebradas buenamente en familia, se trenza con el de las travesuras infantiles de los hijos, ya hombres, que están atendiendo. Y el íntimo y sereno contentamiento acaba cuando el padre queda con la mirada alta y distraída recordando el verdor de su vida; suspira, o bien murmura: «¡En fin!», y mira al reloj. Entonces, los hijos besan su frente y su mano y la mano y la frente de la madre...


* * *


En estas casas, los muebles también son amados. Macizos, grandes y poderosos, sin alindamiento ni gracias de catálogos de mueblistas falaces. Los labraron pacientes y humildes oficiales en cipreses, nogales, caobas. Los fundadores del hogar, entonces prometidos, vieron los árboles, arrancados en heredades propias o traídos de bosques remotos, y aspiraron de los troncos la fragancia de su limpia y noble ancianidad.

Y estos viejos muebles han asistido a los regocijos y quebrantos del hogar y sufrieron con bondad y complacencia de abuelo los antojos y agravios de los hijos pequeños. Las maderas se han hecho prietas, tomadas como de una pátina de vetustez y cariño; capas de cariño puestas por las miradas y respiración de los dueños.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Doncellona de Oro

Gabriel Miró


Cuento


Maciza, ancha y colorada se criaba la hija que participaba más del veduño o natural del padre que de la madre. Aquél era fuerte y encendido y aun agigantado. La riqueza a que le condujo el tráfico del azafrán y esparto lograba encubrir, para algunos, la basta hilaza de su condición, y llegó a ser muy valido y respetado en toda la ciudad, aunque tacaño. La mujer, venida de padres sencillos, era alta, delgada, de enfermiza color y pocas palabras, y éstas sin jugo, sin animación, sin alegría.

En lo espiritual tenía la hija esa bondad tranquila y blanda de las muchachas gordas; era inclinada a la llaneza, a piedad y sosiego.

Una mujer, amiga de la madre en el pasado humilde, vivía con ellos en calidad de gobernadora de la casa; reunía la fidelidad de Euriclea, la añosa ama de Ulises, el grave y autorizado continente de la señora Ospedal, dueña muy respetada en el hogar del caballero Salcedo, y la curiosidad y malicia del ama que ministraba, con la sobrina, la mediana hacienda de don Alonso Quijano el Bueno.

La casa de esta familia lo fue antaño de algún titulado varón, porque en el dintel campeaba escudo; pero el comerciante le quitó toda ranciedad a la fábrica, haciendo pulir la piedra y revocar muros y hastiales y restaurarla internamente. Había enfrente un paseo de plátanos viejos y palmeras apedreadas por los muchachos que allí iban por las tardes a holgar y pelearse. Mirábalos la hija del mercader, y quiso muchas veces mezclarse con las chicas que también acudían, y jugaban al ruedo y a casadas y a damas y sirvientes; pero los padres no se lo otorgaron, porque «no estaba bien que hiciera amistades tan ruines». Y no salía. Ya grandecita, hastiábale oír la seguida plática de dineros que siempre había en la casa; le sonaban las palabras como esportillas de monedas sacudidas, volcadas ruidosamente. No escuchaba sino el comparar fortunas ajenas con la propia para menospreciarlas.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Plática de Amigos

Gabriel Miró


Cuento


Un honorable varón de la judicatura y un brigadier, entrambos jubilados, y un funcionario de Hacienda y un rentista tacaño, reúnen grandes prendas para tener amistad hasta el acabamiento de su vida. Es maravilla no ver este grupo en toda ciudad provinciana.

Reúnense por las tardes y si es invierno también pasean al buen sol de la mañana.

Hablan muy despacio, desgranando las palabras. El señor magistrado dirá de códigos; otro, de aranceles, quién de algún enojo o demasía de la criada; el brigadier, de empresas hazañosas; todos, de intimidades y miserias de compañeros. Si pasa una mujer lozana y placentera, que les trae recuerdos de la mocedad, ríen tosiendo, y luego han de pararse para desembarazar sus bronquios. Pero casi siempre hablan de escalafones, aunque ellos no esperen nada. Sus frases son desgastadas, sin propio latido. Por ejemplo: «son habas contadas», «en realidad de verdad», «aquello fue la bola de nieve», «mi general, querer es poder». Hablar sin peculiar lenguaje es carecer de íntima visión; el que dice, si no traza y aun plasma el pensamiento, ¿para qué habla entonces? Bueno; pero estos señores han vivido largamente sin el noble placer de la palabra, y yo creo baldía esta preocupación de que en sus años postreros hablen de otra manera, cuando con la suya, que es la de todos, han llegado a la magistratura, o a preeminencia en las armas, y a lo que es peor (quiero decir costoso), a tener caudales, y son padres y gobernadores de sus honradas casas. ¡Oh, pobrecita vida la de sus hijas doncellas, que saben menudamente de ascensos y traslados y de bolsa!


* * *


Los viejos amigos llegan al casino y se sientan, rodeando una mesa cuyo mármol permanece siempre solitario como un yermo nevado. Es que no piden nada; no beben más refrigerio que el agua. Los camareros se lo susurran y comentan malsinándolos.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Vagar de Sigüenza

Gabriel Miró


Cuento


Los que guarden memoria de Sigüenza no necesitan ahora que yo les diga las prendas de este hombre asomado en días remotos a las páginas de un menudo libro. Y los que no le conocen, tampoco lo han de menester para lo que de él ha de referirse en este pegujalillo de mi huerto.


* * *


En tarde primaveral muy alborozada y limpia de cielo, y de quietud dulcísima en su calle, salió Sigüenza, antes de que se le mustiara el ánimo a poder de pensamientos, que si no tenían trascendencia ni hondura filosófica, eran de estrecheza que agobian las más levantadas ansiedades.

—¿Qué haría el mismo Goethe atado con mis sogas? — se dijo el caballero, quizás para disculparse de su cansancio, ¡y solo había peregrinado por su aposento! Nada se contestó de Goethe, para no inferirse el mal de la respuesta. Es verdad que entonces pasaba por su lado la gozosa bandada de muchachos de una escuela, en asueto, porque era jueves. Y esta infantil alegría suavizole de su obscura meditación, y aún le alivió más la vista del cercano paisaje, ancho, tendido, plantado de arvejas y cebadas, ya revueltas y doradas por la madurez, y parecía que todo el sol caído en aquel día estaba allí cuajado y espeso en la llanura, ofreciéndose generosamente a las manos de los así, el campo presentaba idea de abundancia, de paz y bendición.

Sigüenza, ya descuidado y aun alegre, como si toda la tarde fuera suya y hermosa para su íntimo goce, bajó a la orilla del mar. Liso y humillado copiaba mansamente los palmerales costaneros, como las aguas calladas y dormidas de una alberca. Y el caballero sintió pueriles tentaciones de caminar por aquel cielo acostado ante sus ojos. En el horizonte, una isla de gracioso contorno, la amada mansión de un poeta, sonreía melancólicamente, dorada de sol. Durante la mañana la ciñeron velos de brumas, y ahora, en la tarde, se descubría alumbrada, pálida y rosa como un cuerpo desnudo y virginal.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Dos Lágrimas

Gabriel Miró


Cuento


Era un dulce varón alto y anciano, de noble frente, ojos habladores de tristezas y manos blancas de lenta y suavísima acción.

Vivía con su hija y con los nietos.

El pueblo era humilde; sus casas, bajas y morenas; la iglesia, decrépita y remendada; el señor párroco calzaba alpargatas y vestía sotana lustrosa sin mangas, y las de la americana tenían la urdimbre muy recia.

El anciano salía a los campos en las tibias y quietas tardes del invierno levantino. Los campos eran oliveros, anchos, y sobre las buenas tierras pasaba un cielo limpio y alegre que lejos parecía descender con dulzura purificadora.

Y en el villaje silencioso que tenía ambiente de agua y hierbas de acequias, de frutas y mazorcas colgadas en los desvanes, de pesebres cálidos y mullidos, se alzaba ufana una casa de arquitectura flamante, plagio de edificio de ciudad. En la rotonda había labrado un apellido plebeyo lugareño y después leíase la palabra «Banquero».

Cruzaba el pueblo el noble anciano. Sus manos amparaban las manitas de los nietos. Nieto y nieta; mayor la niña que el muchacho.

Y al pasar junto a la altiva mansión mirábala el abuelo y su cabeza se movía suavemente como la cima oreada de un árbol viejo y tenían sus labios sonrisa de pensamiento compasivo: «¡A qué esa orgullosa interrupción de la humildad del pueblecito! ¡A mí me da lástima el señor banquero!».

Contemplábanle los niños, ganosos de seguir caminando.

¿Dónde querían ir los nietos?


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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