Acabado el enjalbiego, dijo la señora tia, ya doblada por senectud, al sobrinico huérfano:
—Anda, Ramonete, anda; anda y acuéstate, como a buen seguro hicieron
ya todos los muchachos; que muy de mañana se ha de ir a la parroquia.
—¿Qué hay entierro o casamiento, señora tía?
—Pues, descabezado, ¿qué no recuerdas el día que es? ¿Qué dijo el señor maestro?
—¡Que no había escuela!
—¿Y no paró en hablar de la grande fiesta de Nuestro Señor?
—Sí dijo de fiesta, señora tía, sí dijo.
—¿Y no entendiste que había de ser la del Corpus, la más preciosa y bendita, hijo Ramonete?
—Sí que podrá ser, señora tía; que Damián y Javierico, los de la Corrionera, y Luis y Garbiel y Barbera dijeron que estrenaban botas de cordones y gorras de visera reluciente y trajes de...
—Anda, Ramonete, hijo; anda y acuéstate, que bien supiste las
fantasías de los rapaces... Corpus es mañana, y el señor rector predica,
con que...
Y el sobrinito huérfano bebió de una cántara que estaba a la serena;
besó la mano seca y rugosa de la señora tía, y se internó muy despacio
en la negrura del portal.
Desde lo hondo llamó tímidamente:
—¡Señora tía! ¡Señora tía!
—¡Ay, Ramonete; ay, hijo! ¿Qué antojo es ése?
—¿Ha de venir pronto, señora tía? ¡Mire que todo está fosco, y en lo corral sentí ruido y pasó como una fantasma, señora tía!
—¡Ay, hijo Ramonete! Encomiéndate al buen Ángel; mira que recelo que todo eso es el Enemigo que te lo hace ver...
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