Textos más vistos de Gabriel Miró publicados por Edu Robsy | pág. 5

Mostrando 41 a 50 de 95 textos encontrados.


Buscador de títulos

autor: Gabriel Miró editor: Edu Robsy


34567

Las Águilas

Gabriel Miró


Cuento


Cuando las cumbres se encendían de sol grande y nuevo, y los sembrados de la llanura y las tierras arboladas, los hondones y el río, aún quedaban en el misterio de un remanso de noche, pasaban entre las sierras dos águilas, y se perdían excelsas, penetrando en el cielo, declinante en bóveda sobre otros paisajes.

Si era mañana recatada y blanca de nieblas, las nieblas, dóciles a los costados de los montes, recogidas en la fronda, tendidas castamente al amor del río, y viajeras encima de la anchura de todo el valle, las águilas hendían el blanco humo, y envueltas en girones de gasas parecían muy negras, más solitarias, bravas, augustas como la de los Alpes, que viera Obermann conmovido de grandeza.

Y por las tardes, cuando las cumbres recibían la morada doración de sol grande y rendido y se iban apagando las laderas y el azul se desnudaba de color fundiéndose en palidez de cansancio, tornaban lentas las nobles aves.

Algunos días las águilas resbalaban muy altas en el lago del cielo del valle sin estremecer sus alas, trazando ondas y ruedos de vuelo, voluptuosidad de la mirada.

...Y los senderos abiertos en la serranía y en los cultivos, los buenos senderos que no nos parecen en quietud sino que se deslicen por lo liviano y lo fragoso como tranquilos manantiales; y los barrancos hoscos y húmedos o pedregosos y sedientos; y los gruesos verdores de los pinares; y los gentiles chopos asomados al río; y los tiernos campos regadizos y los añosos olivares que suben las laderas; y los casales esparcidos en la soledad, todo el valle, hondura, eminencias y cielo, todo estaba como ennoblecido, espiritualizado y sellado de la adustez y grandeza melancólica de las dos aves, que habían elegido la desgarradura de un peñasco para mansión suprema de su amor.


* * *


...Y llegó al valle de las águilas un hombre prendado del silencio, de la fuerza y de la paz de las montañas.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 71 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Los Almendros y el Acanto

Gabriel Miró


Cuento


Estaba el huerto todavía blando, redundado del riego de la pasada tarde; y el sol de la mañana se entraba deliciosamente en la tierra agrietada por el tempero.

En los macizos ya habían florecido los pensamientos, las violetas y algunos alhelíes; las pomposas y rotundas matas de las margaritas comenzaban a nevarse de blancas estrellas; los sarmientos de los rosales rebrotaban doradamente; los tallos de las clavellinas engendraban los apretados capullos, y todo estaba lleno y rumoroso de abejas.

Por encima de los almendros asomaba la graciosa y gentil ondulación de los collados, en cuyas umbrías las nieves postreras iban derritiéndose.

Los almendros ya verdeaban; tenían el follaje nuevo, tan tierno, que sólo tocándolo se deshacía en jugos; y tan claro, que se recortaba, se calaba en el cielo como una blonda, y permitía que se viera todo el bello dibujo de los brazos de las ramas, las briznas, los nudos. Comenzaba a salir de la flor el almendruco apenas cuajado, de corteza velludita, aterciopelada.

Con la boca arrancó Sigüenza uno de estos frutos recientes, chiquitines, y se le fundió en ácida frescura deliciosa.

Todo el almendro parecía ofrecérsele en su sabor.

Lo fue aspirando mirándolo; y vio los restos de muchas flores muertas, las huellas de muchas almendras malogradas.

Estos árboles impacientes, ligeros, frágiles, exquisitos, dejan una espiritualidad, una melancolía sutil en el paisaje, y traen a nuestra alma la inquietud que inspiran algunos niños delgaditos, pálidos, de mirada honda y luminosa, que hacen temer más la muerte...

¿Por qué florecen estos árboles tan temprano? ¿No parece que voluntariamente se ofrezcan al sacrificio, que quieran consolar al hombre enseñándole que han de quemarse y deshojarse muchas ansias antes de que cuaje la deliciosa fruta del alcanzado bien?...


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 96 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Martín, Concejal

Gabriel Miró


Cuento


Martín era un floricultor maravilloso. Sabía lo más escondido de la vida de las flores, la trama y el sueño de los bulbos, la peregrina circulación de los jugos de todas, y los nombres latinos y bárbaros —casi bien pronunciados— de muchas. Sabía que plantando un menudo trozo de hoja daba nacimiento a una nueva criatura vegetal viable, completa, como sucedía con las Gloxinias y singularmente con algunas Begonias, como la Begonia Rex. Platicaba con las matas persuadiéndolas si necesitaban de injerto para lozanear y embellecer la estirpe; y como se cuenta del buen San Francisco, Martín paseaba por su humilde huerto, y viendo una florecica inclinada a la tierra, lacia, mollina, triste, acercábase a la planta y dándole con sus dedos un gracioso y delicado capirotazo, solía decirle: “¡Ya sé lo que tienes!” Y en seguida la bañaba con mucho regalo, con mucha suavidad y le sacaba algún insectico que le estaba chupando ferozmente la miel de su seno.

Conviene hacer confesión que Martín no era precisamente un San Francisco. Martín no amaba las flores, sino sus flores; las cuidaba paternalmente; no sosegaba mirándolas; y luego, las vendía. Lo mismo hace el ganadero con sus reses y el recovero con sus averíos. Bueno; de todos modos, aunque un hombre se mantenga granjeando de sus rosales y de sus clavellinas, siempre resulta su figura más conmovedora que la del negociante de cerdos.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 46 visitas.

Publicado el 13 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Pastorcitos Rotos

Gabriel Miró


Cuento


Una abuelita con saboyana roja y corpiño negro, que lleva un reverendo pavo en sus brazos, camina descabezada sobre la verde lisura del tomo III de Luciano.

Hay en la orilla de un tintero de Talavera un viejo sentado en su peña, con montera de piel y capa pardal y zahones nuevecitos que antes tendía sus manos encima de lumbre de leña, y hogaño está manco y sus muñones se asoman al abismo de tinta.

En el cestillo de la labor de la madre yace derribado el negro rey Gaspar, cuya cabalgadura tiene una pata quebrada por la corva, y una labriega, que traía en la cabeza un añacal todo rubio de panes, contempla sus piernas entre la corona del mago.

Cerca del Epistolario Espiritual del venerable Juan de Ávila, una garrida lavandera se mira lisiada de brazos en el remanso de un espejito roto.

Y entre Rabelais, y algunas cuentas de mercaderes, asoma la donosa blancura de los rebaños. Y casi todos los corderos, hasta los recentales se doblan, se tuercen, se rinden por la flaqueza y ruina de los alambres de sus patitas y pezuñas, y lejos, en un trozo de soledad de la mesa, se amontonan zagalas con ofrenda de pichones, y pastores con presentalla de cabritos, de odres de vino, de cestas de huevos, de orzas de arrope, de manteca, de ristras de longanizas, de ramos de pomas y ponciles; y otras figuras más líricas, tañen adufes y rabeles, y otros muestran la gracia de la danza; y todos se asfixian bajo la escombra de molinos, de hornos, de un pozo, de un hostal cuya puerta no se abrió a los ruegos de la Santa Virgen María, y ahora tiene un portalazo como un antro hecho por ratas voraces.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 3 minutos / 52 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Corpus

Gabriel Miró


Cuento


Acabado el enjalbiego, dijo la señora tia, ya doblada por senectud, al sobrinico huérfano:

—Anda, Ramonete, anda; anda y acuéstate, como a buen seguro hicieron ya todos los muchachos; que muy de mañana se ha de ir a la parroquia.

—¿Qué hay entierro o casamiento, señora tía?

—Pues, descabezado, ¿qué no recuerdas el día que es? ¿Qué dijo el señor maestro?

—¡Que no había escuela!

—¿Y no paró en hablar de la grande fiesta de Nuestro Señor?

—Sí dijo de fiesta, señora tía, sí dijo.

—¿Y no entendiste que había de ser la del Corpus, la más preciosa y bendita, hijo Ramonete?

—Sí que podrá ser, señora tía; que Damián y Javierico, los de la Corrionera, y Luis y Garbiel y Barbera dijeron que estrenaban botas de cordones y gorras de visera reluciente y trajes de...

—Anda, Ramonete, hijo; anda y acuéstate, que bien supiste las fantasías de los rapaces... Corpus es mañana, y el señor rector predica, con que...

Y el sobrinito huérfano bebió de una cántara que estaba a la serena; besó la mano seca y rugosa de la señora tía, y se internó muy despacio en la negrura del portal.

Desde lo hondo llamó tímidamente:

—¡Señora tía! ¡Señora tía!

—¡Ay, Ramonete; ay, hijo! ¿Qué antojo es ése?

—¿Ha de venir pronto, señora tía? ¡Mire que todo está fosco, y en lo corral sentí ruido y pasó como una fantasma, señora tía!

—¡Ay, hijo Ramonete! Encomiéndate al buen Ángel; mira que recelo que todo eso es el Enemigo que te lo hace ver...


Leer / Descargar texto

Dominio público
7 págs. / 13 minutos / 54 visitas.

Publicado el 14 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

De los Balcones y Portales

Gabriel Miró


Cuento


Caminaba Sigüenza por lo más fragoso y bravío de la comarca alicantina. Era un valle hondo y muy feraz, entre dos sierras de faldas verdes de viña y panes, y las cimas de muchas leguas yermas entrándose en el cielo.

Los pueblecitos y aldeas pardeaban agarrándose temerosamente al peñascal.

Sigüenza viajaba en jumento, que era grande y viejo y algo reacio a los mandatos del espolique y a los suaves golpes de sus calcañares, pues montaba a la jineta y todo, aunque en silla de zaleas y de rudos aciones de soga.

Y llegó a un lugar que de todos los del valle era el más encumbrado. Al lado de las primeras casas había una fuente de seis caños muy abundantes. Después halló una plaza con una añosa noguera en medio y una iglesia de hastial moreno, torre remendada y una menuda espadaña que se dibujaba limpia y graciosa en el azul.

En esa plaza, entre bardales desbordantes de manzanos y duraznos, estaba la casona donde el cansancio de Sigüenza tuvo refrigerio y se le dio posada algunos días.

Me apresuro a deciros que no era aquello parador aldeano, sino honestísima morada de dos señoras doncellonas, hermanas de un magistrado de Teruel.

El comedor y algunos dormitorios y salas tenían balcones que eran deliciosos miradores de todo el paisaje; veíase la profunda vallina, la gracia de cielo pasando entre los montes; a lo último, el mar.

El portal daba a la plaza de la noguera. Y desde el hondo vestíbulo veíase la rozagante fronda de este árbol y los verdores de los frutales que reposaban en los cercados, y la pobre parroquia de color de pan campesino con un fondo gozoso de azul, y en el silencio, de tiempo en tiempo, se oía un andar cansado de leñadores, de caminantes, de cabreros, y alguna vez pasaba una bestia cargada de maíz tierno.

Pues las señoras consumían su vida sentaditas en la entrada, pero dando la espalda al nogal y a toda la plazuela.


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 47 visitas.

Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Dos Lágrimas

Gabriel Miró


Cuento


Era un dulce varón alto y anciano, de noble frente, ojos habladores de tristezas y manos blancas de lenta y suavísima acción.

Vivía con su hija y con los nietos.

El pueblo era humilde; sus casas, bajas y morenas; la iglesia, decrépita y remendada; el señor párroco calzaba alpargatas y vestía sotana lustrosa sin mangas, y las de la americana tenían la urdimbre muy recia.

El anciano salía a los campos en las tibias y quietas tardes del invierno levantino. Los campos eran oliveros, anchos, y sobre las buenas tierras pasaba un cielo limpio y alegre que lejos parecía descender con dulzura purificadora.

Y en el villaje silencioso que tenía ambiente de agua y hierbas de acequias, de frutas y mazorcas colgadas en los desvanes, de pesebres cálidos y mullidos, se alzaba ufana una casa de arquitectura flamante, plagio de edificio de ciudad. En la rotonda había labrado un apellido plebeyo lugareño y después leíase la palabra «Banquero».

Cruzaba el pueblo el noble anciano. Sus manos amparaban las manitas de los nietos. Nieto y nieta; mayor la niña que el muchacho.

Y al pasar junto a la altiva mansión mirábala el abuelo y su cabeza se movía suavemente como la cima oreada de un árbol viejo y tenían sus labios sonrisa de pensamiento compasivo: «¡A qué esa orgullosa interrupción de la humildad del pueblecito! ¡A mí me da lástima el señor banquero!».

Contemplábanle los niños, ganosos de seguir caminando.

¿Dónde querían ir los nietos?


Leer / Descargar texto

Dominio público
2 págs. / 4 minutos / 54 visitas.

Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

El Agua y la Infanta

Gabriel Miró


Cuento


Este manantial, ancho, quieto, es de una desnudez, de una pureza, de una luminosidad tan perfectas, que no parece agua, sino aire del collado, que se acostó al amor de los árboles y ya no quiere subir.

Dicen que es un agua dormida. ¡Cómo ha de estar dormida el agua que acoge sensitivamente todo lo que se le acerca, para mostrarlo, aunque no haya nadie que la mire!

Tiene la mirada abierta de día y de noche. De día la enciende y la traspasa el sol y el azul. Todas las mañanas les ofrece el agua su virginidad, desde las orillas de sus frescas vestiduras al profundo centro y a la otra ribera. Todo el tremendo sol se aprieta en una medalla de lumbre, y el manantial la mece como una hoja, y la va calando, derritiéndola y haciéndola cuerpo suyo desde la superficie al fondo. Por la tarde no tiene del sol más que un poco de fuego y de sangre.

Después, el agua se queda un momento ciega. Es un ojo de un azul helado, todo órbita vacía, inmóvil. ¿Se habrá muerto para siempre esta pobre agua? Venimos muy despacio, como si nos llegásemos de puntillas a una mujer acostada que no se la oye respirar, que no tiene color, que no mueve los párpados, y, de pronto, salen los ojos ávidos, asustados; sale toda la imagen dentro de la quietud del agua ciega. Estamos allí del todo; está todo mirándose. Nos aguardaban. El agua se ha llenado de corazón, y el corazón de esta agua era la ansiedad de nosotros.

Apagado el día, principia a recoger estrellas, que deshojan su luz cuando pasan por encima. La luna es hermana suya. Agua y luna se abrazan desnudas, inocentes y necesitadas la una de la otra para la misma belleza.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 6 minutos / 41 visitas.

Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Águila y el Pastor

Gabriel Miró


Cuento


Un águila seguía siempre al rebaño. Su grito resonaba en todo el ámbito azul del día; las ovejas se paraban mirándola; a veces volaba tan terrera que se sentía el ruido de sus plumas y de su pico y toda su sombra pasaba por los vellones de las reses.

Tendíase el pastor encima de la grama, y se apretaba el ganado contra el peñascal del resistero. Todo el hondo era de sol: labranza roja, árboles tiernos, huertas cerradas, caseríos como escombros, caminos hundidos en el horizonte del humo...

El pastor pensó: «Veo más mundo del que podré caminar en mi vida, y él no me ve; si ahora viniese el hijo del amo y yo lo despeñara, nadie lo sabría, estando delante de tanta tierra».

Se revolvía muy contento, hundiendo la nuca en el herbazal; pero le roía la frente una inquietud como de párpado que quiere abrirse, y alzaba los ojos. Agarrada a las esquinas de un tajo, doblándose toda, le miraba el águila. El pastor botaba y maldecía y apuñazaba el aire como un poseído. Crujía su honda y zumbaba su cayado. Y el águila se iba elevando.

Cuando se acostaba en la besana la sombra del monte, el pastor recogía su rebujal; el mastín sendereaba a los recentales y acudía por las ovejas zagueras. Arriba, despacio y recta, volaba el águila, vigilándoles su camino.

Toda la soledad estaba para el hombre llena del furor de los ojos del ave flaca y rubia; se sentía adivinado en sus pensamientos. ¿No hubo palomas enamoradas de hombres y corderos apasionados de mujeres? Pues el pastor y el águila se aborrecían. «¿Desde dónde estará mirándome ahora?» —se preguntaba de noche el pastor. Y escondió armadijos cerca de la majada, y les puso cebo de carroña, de tasajo y hasta de pan de su comida.


Leer / Descargar texto

Dominio público
3 págs. / 5 minutos / 48 visitas.

Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Ángel

Gabriel Miró


Cuento


Eternamente volaba en lo recóndito del cielo. Lo más encandecido de la gloria circulaba como sangre por su naturaleza, y de lo mismo era el aire que levantaban sus alas y sus vestiduras.

Cuando fueron sumergidos en la condenación los ángeles rebeldes, se deslizó a las otras estancias celestiales que ellos habían perdido, y no se dió cuenta de su tránsito. Era dichoso en su vuelo de silencio y de indiferencia de espíritu puro.

Los querubines vibraban como élitros de oro; los serafines se abrasaban embelesadamente contemplando sin pestañear el trono del Señor; los arcángeles, estruendosos, terribles y magníficos, pasaban y volvían con sus atributos y misiones; y los hermanos del Ángel, los ángeles, volaban tendidos, verticales, arrodillados, en actitudes y ruedos graciosos de guirnaldas, glorificando la misma gloria con su felicidad, porque precisamente en su felicidad se cifraba su motivo y su valor eterno y su cántico sin garganta.

Poco a poco envejecía el mundo, según afirmaban los querubines, que siendo de cerebro alado podían saberlo todo. Y comenzaron a subir las almas de los escogidos. Tantas llegaban, que hasta el Ángel las vió. Y dijo: «¿Quién será esta gente?»

Entonces un querubín que cabeceaba entre la talla de un pilar, le explicó:

—Son criaturas bienaventuradas que vienen de la tierra.

—¿Para qué?

—Vienen a gozar del premio que han logrado con sus buenas obras.

—¿Y nosotros?

—Nosotros, no. Nosotros ya estamos sin haber hecho nada. ¡En cambio, repara cómo llegan esos!


Leer / Descargar texto

Dominio público
5 págs. / 9 minutos / 31 visitas.

Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

34567