Textos más populares este mes de Gabriel Miró publicados por Edu Robsy | pág. 3

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autor: Gabriel Miró editor: Edu Robsy


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En el Mar - Vinaroz

Gabriel Miró


Cuento


Las luces de la ciudad se hunden estremecidamente en las aguas negras del puerto.

Va engulléndose el barco a una muchedumbre cargada de hijos, de hoces y azadas, de fardelicos y costales de ropas pobres que huelen a hogar muy humilde; y hay un vocerío de feria aldeana.

Cuando la sirena del vapor ha arrastrado su lamento en el fondo de toda la noche, y comienza a latir la hélice entre un fresco ruido de espumas, Sigüenza sube al puente con su compañero de viaje. Es un ingeniero sencillo y bueno, que trae en cada zapato una piel de novillo andaluz, y parece algo pariente de Tomé Cecial.

Después de mucho tiempo de un recogido mirar las ventanas alumbradas del pueblo, ya remoto, esas ventanitas que son las pasiones y las tristezas y las amistades de los que se quedan, Sigüenza ha dicho:

—Desde que salimos estoy esperando la emoción que siempre imaginamos en los que se marchan. Los barcos que pasan frente a nuestro balcón llevan una carga dulcísima de románticas promesas, y ahora es la tierra, que se nos esconde, y las luces de aquellos vapores más lejanos que el nuestro, lo que me parece que codicio por hermoso. ¿No será esto un halago con que la realidad desconocida o renovada nos va convidando?

—¡Todo es posible! —le responde el ingeniero mirando los fanales y lámparas de la cubierta.

Y a poco añade:

—Te advierto que la instalación eléctrica de este buque es Jimmer; la de este buque y de todos los de la Compañía.

Sigüenza contempla a su camarada Tomé; oyéndole ha presentido que a su lado estaba la realidad.

Los pasajeros humildes dormían amontonados en el suelo húmedo, viscoso y negro; lloraban algunos niños chiquitos; se oía la queja, la voz cansada de una madre. Un poeta hubiese dicho que el cielo tendía sobre sus frentes el amparo de su techumbre, que palpitaba de estrellas. Pero Sigüenza jamás compuso un verso.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Campos de Tarragona

Gabriel Miró


Cuento


Viajaba Sigüenza en un humilde y cansado tren. Era por los campos de Tarragona, campos exultantes, jugosos y embebidos de azul. Está el azul en las frondas que parecen siempre mojadas, en los troncos, que aun los robustos y viejos son tan tiernos que Sigüenza creía que pudieran abrirse y zumar un verdor hecho luz; está el azul en la encendida tierra que tiene la color gloriosa de las ruinas. Está el cielo, el mismo cielo de la comarca de Sigüenza, redundando el paisaje, como la miel caliente que penetra en el pan. Se derrama la lumbre azul dentro de los colores, avivándolos, estremeciéndolos en sí mismos... Campos de Tarragona, todavía lejos de la costa, y a través de la pompa de oro pálido Y fresco de la retama, y en todo el aire, palpita la claridad del Mediterráneo. Y ese aire de gracia de antiguos horizontes deja en el sol de la mies y en la umbría del pinar la emoción y la blancura rubia del mármol hecho carne. Vemos nuestra angosta vida iluminada y agrandada por un antaño que sonríe con todas las sonrisas de las diosas desnudas. Tierra encamada, inagotable, alma tierra que nutre la olivera, ancha y solemne como un ara, y al lado está el cerezo, oloroso y herido de fruto; tierra milagrosa que da ardor al nopal y el delicioso frío al avellano. En los ribazos se abren las ascuas de los granados; sobre los panes se doblan de abundancia los almendros; de los huertos cerrados suben las palmas; la viña invade la llanura y la mansa cuesta de los alcores; los pámpanos velludos y lustrosos de las higueras se ayuntan con la rigidez de las encinas; los pinares bajan torrencialmente por la montaña, y los algarrobos, sacando sus garras de raíces de la besana, de los barbechos, de las laderas, caminan tercos y fuertes hasta el mar, y entre los peñascales se tienden rendidos calándose sobre los eternos confines azules.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Aldea en la Ciudad

Gabriel Miró


Cuento


Sigüenza ha entrado en la ancha calle de «todos los días», calle europea, recta, larga, con árboles esquilados que se juntan a lo lejos haciendo un macizo de verdura; con cables, que revibran como una cigarra enorme de este hondo ardiente de la ciudad. Todas las mañanas llega Sigüenza al mismo cantón de la calle, pasando por los mismos sitios, y al pisar las roídas losas y las desolladuras de cemento de la acera vuelve a vivir en las anteriores mañanas.

Todos recordamos que Kant salía puntualmente a las dos de la tarde de su casa de Koenigsberg, y se recogía a las tres, caminando siempre por los mismos lugares. Parece que esto fue lo único que vio del mundo de fuera. Y tampoco lo vio, porque iba entregado al mundo metafísico. Pues Sigüenza aventaja al filósofo en tardar más tiempo; en que el mundo de fuera, los desportillos y atolladeros de las baldosas le recuerdan el camino de su oficina, y, finalmente, se diferencia del varón de Koenigsberg en que éste andaría con el reposo del sabio, y Sigüenza con el atolondramiento de un hombre que llevase una recia cartera de negocios debajo del brazo, pero que no trae esa cartera. ¡Es terrible, Señor, tener prisa y no sentirla, y sentirla y no tenerla!

Y cuando esa mañana —que no es preciso determinarla porque es semejante a todas las mañanas— ha llegado Sigüenza a su parada de tranvía, ha visto que le miraba y se le acercaba un señor capellán.

—¿Usted sabe si este tranvía puede llevarme al Provisorato?

—«Ese» tranvía sólo puede dejarle en un escritorio.

Todas las mañanas encuentra Sigüenza los mismos pasajeros, y unos hidalgos que salen de casa a hora fija, no siendo Kant, son empleados.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

La Fiesta de Nuestro Señor

Gabriel Miró


Cuento


Acabado el enjalbiego, dijo la señora tía, ya doblada por senectud, al sobrinico huérfano:

—Anda, Ramonete, anda; anda, hijo, y acuéstate, como a buen seguro hicieron ya todos los muchachos, que muy de mañana se ha de ir a la parroquia.

—¿Qué hay entierro o casamiento, señora tía?

—Pues, descabezado, ¿que no recuerdas el día que es? ¿Qué dijo el señor maestro?

—¡Que no había escuela!

—¿Y no paró en hablar de la grande fiesta de Nuestro Señor?

—Sí dijo de fiesta, señora tía, sí dijo.

—¿Y no entendiste que había de ser la del Corpus la más preciosa y bendita, hijo Ramonete?

—Sí que podrá ser, señora tía; que Damián y Javierico, los de la «Corrionera», y Luis y «Gabiel» y Barberá hablaron que estrenaban botas de cordones y gorras de visera reluciente y trajes de...

—Anda, Ramonete, hijo; anda y acuéstate, que bien supiste las fantasías de los rapaces... Corpus es mañana y el señor rector predica, con que...

Y el sobrinico huérfano bebió de una cántara sacada al sereno; besó la mano sequiza y rugosa de la señora tía y entrose muy despacio por la negrura del portal.

Desde lo hondo llamó tímidamente:

—¡Señora tía! ¡Señora tía!

—¡Ay, Ramonete, ay, hijo! ¿Qué antojo es ése?

—¿Ha de venir pronto, señora tía? ¡Mire que todo está fosco, y en «lo» corral sentí ruido y pasó como una fantasma, señora tía!

—¡Ay, hijo Ramonete! Encomiéndate al buen Ángel; mira que recelo que todo eso es el Enemigo que te lo hace ver...


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Crónica de Festejos

Gabriel Miró


Cuento


Los más poderosos señores de un lugar levantino, picados del tábano de los celos de un pueblo inmediato que hizo fiestas maravillosas, quisieron que las del suyo alcanzasen grandísimo lustre y nombradía.

Trazaban su programa teniendo delante el de los enemigos. Estaban igualados en danzas, luminarias, simulacro de batalla de moros y cristianos y bendición de un altar a Santa María de la Cueva, resplandeciente altar levantado a carga y sacrificio del vecindario, porque el señor rector dijo: «Un rico muy piadoso quiere costearlo solo, pero la gracia ha de llegar a todos; que hasta el más pobre y humilde arrime su hombro». Y todos lo arrimaron fervorosamente; quien con un cahiz de rubión, quien con un cántaro de vino generoso o una haldada de aceituna. Las mujeres subían odres y herradas de agua del hondo río, y los hombres arrastraban troncos cortados en los pinares. El señor rector les bendecía gritando: «¡Ellos hicieron altar, pero no como nosotros! ¡Lo he de decir a su ilustrísima!». La santa obra estaba ya acabada. Juntos los excelsos vecinos, acordaron que les faltaba un número de fiestas que les diese preeminencia sobre sus émulos, y entonces decidieron hacer Juegos Florales, como en la capital, de donde tomaron parecer y aviso, pues allí sabían toda minucia en punto a certámenes.

Lo costoso era alcanzar un mantenedor de fama, principalmente política: un ex ministro, ex director o diputado a cortes.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Notas del Mismo

Gabriel Miró


Cuento


Todas las tardes de los domingos, algunas mujeres recién peinadas y mudadas que se hastían de conversar en sus portales, se dicen: «¿Por qué no nos marchamos, paseando, al cementerio?...» «Es verdad; vamos paseando, paseando...». Y andan muy despacio esas mujeres; de ellas viejas, de ellas mozas y aún niñas que miran y atienden insaciables, porque las grandes hablan, maldicientes, del vestido que estrenó la hija de una amiga; y burlan de la frente del marido de una vecina y de su holganza; y dicen de un hombre que entra a deshora en la casa, sin cuidado del otro... Las viejas mascullan palabras; las solteras talludas se reían demasiadamente, y las rapazas beben la ponzoña del cuento infame que les presenta una turbia imaginación de las hembras malsinadas en intimidades placenteras.

El camino del cementerio es ancho y sube mansamente, entre viejos sauces de fronda lacia, por un otero pedregoso.

Confidencia o cansancio, detiene y espesa al grupo. Le sigue un hombre que viste luto de rigor. Es Sigüenza, aquel apartadizo que recorrió los parajes leprosos levantinos. Detrás y honda queda la ciudad, rubia y resplandecientes sus vidrieras de sol.

Exhala como un vaho de silencio, de abandono y tristeza que sólo percibimos en las tardes de fiesta.

Por los senderos abiertos en la sembradura nueva y en los campos labrados, salen gentes que van a merendar bajo el cobertizo de casucas ahumadas y sombrías, de cuyo dintel cuelga una rama vieja.


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Publicado el 28 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Martín, Concejal

Gabriel Miró


Cuento


Martín era un floricultor maravilloso. Sabía lo más escondido de la vida de las flores, la trama y el sueño de los bulbos, la peregrina circulación de los jugos de todas, y los nombres latinos y bárbaros —casi bien pronunciados— de muchas. Sabía que plantando un menudo trozo de hoja daba nacimiento a una nueva criatura vegetal viable, completa, como sucedía con las Gloxinias y singularmente con algunas Begonias, como la Begonia Rex. Platicaba con las matas persuadiéndolas si necesitaban de injerto para lozanear y embellecer la estirpe; y como se cuenta del buen San Francisco, Martín paseaba por su humilde huerto, y viendo una florecica inclinada a la tierra, lacia, mollina, triste, acercábase a la planta y dándole con sus dedos un gracioso y delicado capirotazo, solía decirle: “¡Ya sé lo que tienes!” Y en seguida la bañaba con mucho regalo, con mucha suavidad y le sacaba algún insectico que le estaba chupando ferozmente la miel de su seno.

Conviene hacer confesión que Martín no era precisamente un San Francisco. Martín no amaba las flores, sino sus flores; las cuidaba paternalmente; no sosegaba mirándolas; y luego, las vendía. Lo mismo hace el ganadero con sus reses y el recovero con sus averíos. Bueno; de todos modos, aunque un hombre se mantenga granjeando de sus rosales y de sus clavellinas, siempre resulta su figura más conmovedora que la del negociante de cerdos.


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Publicado el 13 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Corpus

Gabriel Miró


Cuento


Acabado el enjalbiego, dijo la señora tia, ya doblada por senectud, al sobrinico huérfano:

—Anda, Ramonete, anda; anda y acuéstate, como a buen seguro hicieron ya todos los muchachos; que muy de mañana se ha de ir a la parroquia.

—¿Qué hay entierro o casamiento, señora tía?

—Pues, descabezado, ¿qué no recuerdas el día que es? ¿Qué dijo el señor maestro?

—¡Que no había escuela!

—¿Y no paró en hablar de la grande fiesta de Nuestro Señor?

—Sí dijo de fiesta, señora tía, sí dijo.

—¿Y no entendiste que había de ser la del Corpus, la más preciosa y bendita, hijo Ramonete?

—Sí que podrá ser, señora tía; que Damián y Javierico, los de la Corrionera, y Luis y Garbiel y Barbera dijeron que estrenaban botas de cordones y gorras de visera reluciente y trajes de...

—Anda, Ramonete, hijo; anda y acuéstate, que bien supiste las fantasías de los rapaces... Corpus es mañana, y el señor rector predica, con que...

Y el sobrinito huérfano bebió de una cántara que estaba a la serena; besó la mano seca y rugosa de la señora tía, y se internó muy despacio en la negrura del portal.

Desde lo hondo llamó tímidamente:

—¡Señora tía! ¡Señora tía!

—¡Ay, Ramonete; ay, hijo! ¿Qué antojo es ése?

—¿Ha de venir pronto, señora tía? ¡Mire que todo está fosco, y en lo corral sentí ruido y pasó como una fantasma, señora tía!

—¡Ay, hijo Ramonete! Encomiéndate al buen Ángel; mira que recelo que todo eso es el Enemigo que te lo hace ver...


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Publicado el 14 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

Un Camino y el Niño del Maíz

Gabriel Miró


Cuento


Un niño trae un costal de cañas de maíz y panojas ya granadas.

Viene por un camino calcáreo, requemado y roto. Pasa el camino revolviéndose bajo los jardines: muros con felpas fungosas; bronces y siena de los líquenes; cercados de piedra viva; tapias frescas, cantonadas de cal, subiendo, bajando; y cuelgan los rosales, las hiedras, las parras; se van asomando las higueras, que esparcen el olor de pámpano y de tronco de leche; una palmera torcida desperezándose; un naranjo redondo; arcadas de una glorieta de mirto; jarrones con cactos inmóviles; almenas de boj; un ciprés claustral como un índice que se pone en los labios de los huertos para que todo calle, menos el agua, las frondas, las abejas, los pájaros, las horas de las torres que nadan en el azul, los cánticos de los gallos, las pisadas de los caminantes, los vuelos de los palomos; todo calla menos el silencio.

Los jardines, además de sus puertas y verjas principales, tienen una puertecita íntima y humilde con su gradilla en puente diminuto sobre la cuneta del camino. Por allí sale el hortelano, y llama y aguardan los pordioseros.

El niño del maíz también se para; está abierto uno de esos postigos de los huertos, y hay niños jugando; se miran, se ríen y hacen amistad.

Este camino es de tanta belleza, que hasta los dueños de los jardines vienen, algún día, por los arriates de las tapias para verlo. Todo lo miran, lo aprueban; sonríen delicadamente, como si realizaran o consintieran una buena obra. Es una delicia ser buenos. Casi no comprenden que los demás no tengan un jardín como el suyo, con un camino como éste, desollado, ardiente y hondo entre muros frescos y tapias nítidas, deslumbrantes.

Los niños del huerto han entrado al niño del maíz. Ya se quieren mucho; el hombro del rapaz huele a soga, y su camisa, a sudor, a forraje y mazorcas de granos tiernos y blancos como los dientes del chico.


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Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

El Ángel

Gabriel Miró


Cuento


Eternamente volaba en lo recóndito del cielo. Lo más encandecido de la gloria circulaba como sangre por su naturaleza, y de lo mismo era el aire que levantaban sus alas y sus vestiduras.

Cuando fueron sumergidos en la condenación los ángeles rebeldes, se deslizó a las otras estancias celestiales que ellos habían perdido, y no se dió cuenta de su tránsito. Era dichoso en su vuelo de silencio y de indiferencia de espíritu puro.

Los querubines vibraban como élitros de oro; los serafines se abrasaban embelesadamente contemplando sin pestañear el trono del Señor; los arcángeles, estruendosos, terribles y magníficos, pasaban y volvían con sus atributos y misiones; y los hermanos del Ángel, los ángeles, volaban tendidos, verticales, arrodillados, en actitudes y ruedos graciosos de guirnaldas, glorificando la misma gloria con su felicidad, porque precisamente en su felicidad se cifraba su motivo y su valor eterno y su cántico sin garganta.

Poco a poco envejecía el mundo, según afirmaban los querubines, que siendo de cerebro alado podían saberlo todo. Y comenzaron a subir las almas de los escogidos. Tantas llegaban, que hasta el Ángel las vió. Y dijo: «¿Quién será esta gente?»

Entonces un querubín que cabeceaba entre la talla de un pilar, le explicó:

—Son criaturas bienaventuradas que vienen de la tierra.

—¿Para qué?

—Vienen a gozar del premio que han logrado con sus buenas obras.

—¿Y nosotros?

—Nosotros, no. Nosotros ya estamos sin haber hecho nada. ¡En cambio, repara cómo llegan esos!


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Publicado el 18 de octubre de 2021 por Edu Robsy.

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