Textos más populares esta semana de Gabriel Miró publicados el 27 de enero de 2021 | pág. 4

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autor: Gabriel Miró fecha: 27-01-2021


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Una Noche

Gabriel Miró


Cuento


Aunque lo leyó en libros muy antiguos, y lo escuchó hasta de gentes humildes, sólo después de muchos meses de postración y de padecimiento supo Sigüenza que en la salud estaba el más grande bien y alegría del hombre.

Si otra ansia sentía, quizá se derivaba de lo mismo: de la codicia de la fortaleza. Ser fuerte, sano, ágil como los marineros que pasaban bajo sus ventanas. Y viéndolos, imaginaba la vida de inmensidad, la de los puertos remotos, la vida ancha, gustosa, descuidada y andariega por países desconocidos y lueñes.

Y decidió viajar.

Los médicos le avisaron que había de prepararse para la resistencia y fatiga de las futuras jornadas; había de salir y andar. Y salió y anduvo.

Casi siempre iba por los muelles. Parábase delante de los barcos de vela, de los viejos vapores, y toda su ánima quedaba colgada de las palabras de los hombres extranjeros.

En los costados de aquellas naves se leían nombres que evocaban lo lejano y legendario. Un bergantín se llamaba Alba; había venido de Génova cargado de macizos de mármol; los tocó; parecía que temblaban en lo más profundo de su blancura guardando ya el latido de la vida y de la forma. Otro, llamado Castor, traía tablones, y aun troncos enteros de pinos, de robles, de caobas; todo el barco exhalaba un olor generoso de bosque. Una polacra de Malta llevaba un rótulo azul que decía: Siracusa. Después estaban los vapores, negros, grises, remendados de rojo; de chimeneas flacas, rollizas, rectas austeras, o inclinadas altivamente hacia atrás; las chimeneas daban a todo el buque la nota, la expresión fisonómica, como la nariz a nosotros.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Un Envidiado Caballero

Gabriel Miró


Cuento


Los olores de las huertas y del mar llegaron hasta el corazón de Sigüenza. Miraba y aspiraba este hombre con tanto ímpetu, que llegó a sentir cansancio y dolor en su carne. Y nunca se saciaba, sino que le parecía que le faltaba tiempo para hundir sus ojos en aquellas hermosuras, y recoger toda la vida que se le ofrecía desde el alto camino.

Allí estaba el levante frondoso, lleno, regado, alborozado y fecundo. Allí las montañas daban aguas muy delgadas y dulces, y tenían tierras de buena grosura que llevan la sementera, la viña y el olivo; allí el hondo y la solana, todo estaba cuajado de huertas que apretadamente llegaban hasta las arenas de la costa, y los bancales de hortalizas, que siempre viera Sigüenza al amor de la balsa de una vieja noria o chupando la pobre corriente de las ramblas levantinas, los bancales hortelanos de esta comarca se entraban descuidados bajo el gran sol, rezumando de tan viciosos como si siempre acabasen de recibir los dones de la lluvia, y gozosamente se presentaban al Mediterráneo. Por eso se mezclaba el dulce olor de los frutales y verduras, de campos feraces, con la fuerte y deliciosa emanación de las entrañas del mar.

El pueblo comenzaba en la ribera, y se subía por un altozano. Y era muy curioso de ver sus casas de porches abiertos donde se orean las frutas de cuelga; los corrales, con garbas de sarmientos y un dulce sonar de cencerricos de ganado, y las parras desbordando jovialmente de las tapias, y por las bardas de al lado asomaban los remos, algún mástil roto y podrido, las redes tendidas en los balcones, y en el portal, las cañas, los palangres, las nasas de esparto y rimeros de todas las artes de pesca.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

Plática que Tuvo Sigüenza con un Capellán

Gabriel Miró


Cuento


Estaba la calle sola, en silencio. Dos palomos gordos, azulados, de gravísimo buche, hicieron un gozoso estrépito de alas, y bajaron desde las bardas de una vecina casa angosta y ruda. Picoteaban en los carriles de polvo, en la orilla de la acera. Andaban a pasitos menudos, presuntuosos.

Pero no; es posible que estos palomos fuesen tan sencillos como dicen que lo son todos los palomos, y que esa ufanía estuviera en la malicia de la mirada de Sigüenza. Estos palomos son caseros, retraídos, de cercado, amigos de gallinas enclaustradas, de alguna cabra de corral que pasa el día balando porque se acuerda de la libre y tierna pastura de un collado. Estos palomos han ido envejeciendo y cebándose; han tenido muchas parejas de cría, son ya patriarcales. Y esa mañana, viendo la calle en quietud, bajaron a solazarse, imaginando que descendían a tierras paniegas de solana.

Y estas buenas y rollizas aves, que hasta entonces nada más las viera Sigüenza asomadas a los muros donde se amaban y saltaban ladeando las cabecitas, o se paseaban por la cumbrera soleándose pacíficamente como dos gruesos canónigos; estas donosas aves, al caminar por el arroyo, habían de hacerlo muy despacio por la rudeza del piso y porque sus patitas eran demasiado frágiles para mantener la opulencia y pesadumbre de sus pechugas.

Sí; su calma era verdaderamente involuntaria, y era también preciso ese erguir y ostentar el buche, movimientos todos de grande inocencia y que a él le hicieron darles el dictado de vanos, de palomos portugueses. ¡A cuántos simplicísimos varones no juzgaremos también con demasiado rigor y les exigiremos grandes y costosas empresas por el aparato y solemnidad de su figura, sin pensar que son muy sencillos y no tienen nada más que buche o vientre!

Así hablaba Sigüenza cuando acercose y pasó a su estudio un capellán de monjas, que fue soldado en su primera juventud.


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Publicado el 27 de enero de 2021 por Edu Robsy.

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