El Hijo Santo
Gabriel Miró
Novela corta
«...Mas su carne mientras viviere tendrá dolor;
y su alma llorará sobre sí misma».
(Libro de Job, XIV-XXII)
I
—¡Quietud, por Dios! ¡Quietos! No es lícito, en este instante, ni un comentario, ni una palabra... Quietos... quietos.
Y don César, rendido, descansa la frente en sus manos.
Tose ruidosamente un viejo y flaco eclesiástico, de hábito brilloso de saín y gafas muy caídas de recios y empañados cristales. Golpea la tabla con sus fuertes artejos y murmura: —¡Paso!
Otro sacerdote jovencito, recién afeitado, polvoreados los hombros de caspa, dice también que pasa.
Don César muestra las cartas al conserje del Círculo y a otro clérigo que miran la partida.
—Mi compromiso era muy grande, ¡señores!
—¡Sí que es verdad! —afirma el conserje.
—¿Se ha fijado, don Ignacio?
Don Ignacio no se había fijado, pero le contesta que sí para que don César no le desmenuce el compromiso. Es que este señor, sabiendo sobradamente que don Ignacio desconoce el tresillo, le hace la glosa y censura de toda jugada.
Estaban en el Círculo Católico, reunión de clérigos y seglares gregarios de Cofradías y Juntas piadosas. Sucedía la partida en un cuartito abrigado con esterones viejos de la Colegiata de San Braulio. Las paredes como los divanes son cenicientos; las sillas, de espadañas. En sala inmediata está el billar de paño remendado. León XIII y Pío X presiden el taquero. Y en la llamada cantina se guardan los tarros de licores de café, menta, curaçao legítimo de Holanda, jarabes; y mediada la tarde —los días horros de ayuno— se sirven panecicos torrados, untados de aceite.
—¡Al fin! ¡Juego! —exclama gozosamente el curita mozo.
—¿Qué juega? —dice don César abriendo los brazos—; me cuidaré de ello; aunque es inverosímil si no lo hace a copas.
Dominio público
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Publicado el 28 de julio de 2020 por Edu Robsy.