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autor: George Eliot etiqueta: Novela textos no disponibles


Adam Bede

George Eliot


Novela



A fin de que puedas tener
claras imágenes ante tus alegres ojos
del generoso bosque bajo de la naturaleza
y de las flores que viven en la sombra. Y cuando
hablo de eso entre la grey que se ha desviado de su camino
o que ha caído, solamente serán separados
aquellos cuyo error o desliz necesite algo más
que indulgencia fraternal.

Wordsworth
 

Libro primero

I. El taller

Utilizando una sola gota de tinta a guisa de espejo, el mago egipcio se dispone a revelar, a cualquier cliente casual, lejanas visiones del pasado. Esto mismo es lo que me dispongo a hacer por ti, lector. Con esta gota de tinta en la punta de mi pluma, te mostraré el espacioso taller del señor Jonathan Burge, carpintero y constructor, en el pueblo de Hayslope, según aparecía el día 18 de junio del año de Nuestro Señor 1799.

El sol de la tarde daba calor a los cinco obreros que estaban ocupados en construir puertas y marcos de ventana, así como entablados. El olor de la madera de pino, procedente de un montón de tablones dispuestos en forma de tienda que había junto a la puerta abierta, se confundía con el aroma de los saúcos que extendían su nieve estival junto a la ventana abierta del lado opuesto; los inclinados rayos del sol atravesaban las virutas transparentes que surgían ante el laborioso cepillo, y hacían brillar el fino grano de un panel de roble apoyado contra la pared. En un montón de aquellas blandas virutas había hecho su agradable cama un perro pastor, de pelaje gris y rudo, que estaba tendido con el hocico entre las patas anteriores, frunciendo alguna vez las cejas al dirigir una mirada hacia el más alto de los cinco obreros, que tallaba un escudo en el centro de un panel de chimenea. A este obrero pertenecía la fuerte voz que dominaba los ruidos del cepillo y del martillo cantando:


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649 págs. / 18 horas, 56 minutos / 265 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Escenas de la Vida Parroquial

George Eliot


Novela


El triste destino del reverendo Amos Barton

Capítulo I

La iglesia de Shepperton era muy diferente hace veinticinco años. Es cierto que su sólida torre de piedra nos sigue mirando por su ojo inteligente, el reloj, con el aire amistoso de antaño; pero todo lo demás ¡ha cambiado tanto! Ahora hay un gran tejado de pizarra a ambos lados del campanario; las ventanas son altas y simétricas; las puertas exteriores tienen brillantes vetas de roble, y las interiores, revestidas de fieltro rojo, guardan un silencio reverencial; en cuanto a sus muros, ningún liquen volverá a crecer en ellos: han quedado tan lisos y desnutridos como la coronilla del reverendo Amos Barton, después de diez años de calvicie y un exceso de jabón. En el interior, la nave está llena de bonitos bancos en los que puede sentarse todo el mundo; y en ciertos rincones privilegiados, menos expuestos al fuego de los ojos del pastor, hay asientos reservados para los más pudientes de Shepperton. Varias columnas de hierro sustentan las amplias galerías, y en una de ellas se encuentra la gloria suprema, la auténtica joya de la iglesia de Shepperton: un órgano, no muy desafinado, en el que un recaudador de modestos arrendamientos, convertido por la fuerza de las circunstancias en organista, acompaña tu salida apresurada tras la bendición con un minué sagrado o un sencillo Gloria.


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461 págs. / 13 horas, 27 minutos / 144 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

El Molino del Floss

George Eliot


Novela


Libro primero. El niño y la niña

Capítulo I. Los alrededores del molino de Dorlcote

El Floss se ensancha en una amplia llanura y entre riberas verdes se apresura hacia el mar, donde la amorosa marea corre a su encuentro y lo frena con un impetuoso abrazo. Esta poderosa corriente arrastra los barcos negros —cargados de aromáticas tablas de abeto, redondos sacos de semillas oleaginosas o del oscuro brillo del carbón— hacia la población de Saint Ogg's, que muestra sus viejos tejados rojos y acanalados y los amplios frontones de sus muelles, extendidos entre la baja colina boscosa y la orilla del río, y tiñe el agua con un suave matiz púrpura bajo los efímeros rayos del sol de febrero. A lo lejos, en ambas riberas se despliegan ricos pastos y franjas de tierra oscura, preparadas para la siembra de plantas latifoliadas o teñidas ya con las briznas del trigo sembrado en otoño. Del año anterior, quedan algunos vestigios de los dorados panales, amontonados aquí y allá tras los setos tachonados de árboles: los lejanos barcos parecen alzar los mástiles y tender las velas de color pardo hasta las ramas frondosas de los fresnos junto al pueblo de rojos tejados afluye en el Floss la viva corriente del Ripple. ¡Qué precioso es este riachuelo, con sus ondas oscuras y cambiantes! Mientras paseo por la orilla y escucho su voz queda y plácida, me parece un compañero vivo, como si fuera la voz de una persona sorda y querida. Recuerdo los grandes sauces sumergidos en el agua… y el puente de piedra…


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640 págs. / 18 horas, 41 minutos / 519 visitas.

Publicado el 10 de noviembre de 2017 por Edu Robsy.

Silas Marner

George Eliot


Novela


I

En los tiempos en que las ruecas zumbaban activamente en las granjas, en que las mismas grandes damas, vestidas de sedas y encajes, tenían sus pequeñas ruecas de encina lustrada, a veces se veía, ya sea en los caminos de los distritos apartados, ya sea en el seno profundo de las colinas, a ciertos hombres pálidos y enclenques que, comparados con las gentes vigorosas de los campos, parecían ser los últimos vestigios de una raza desheredada.

El perro del pastor ladraba furioso cuando uno de esos hombres de fisonomía extraña aparecía en las alturas, y su fisonomía extraña se destacaba negra sobre el cielo, en el ocaso breve del sol de invierno; porque, ¿a qué perro no incomoda una persona encorvada bajo el peso de un fardo? Y aquellos hombres pálidos rara vez salían de su aldea sin aquella carga misteriosa.

El propio pastor, bien que tuviera buenas razones para creer que la bolsa sólo contenía hilo de lino, si no largas piezas de lienzo tejidas con ese hilo, no estaba muy seguro de que aquel oficio de tejedor, por indispensable que fuera, pudiera ejercerse sin el auxilio del espíritu maligno.

En aquella época remota, la superstición acompañaba a todo individuo o a todo hecho un tanto extraño. Y para que una cosa pareciera tal, bastaba que se repitiera periódica o accidentalmente, como las visitas del buhonero o del afilador.

Nadie sabía dónde vivían aquellos hombres errantes, ni de quién descendían; y, ¿cómo podría decirse quiénes eran, a menos de conocer a alguien que supiera quiénes eran su padre y su madre?


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243 págs. / 7 horas, 6 minutos / 132 visitas.

Publicado el 31 de octubre de 2016 por Juan Carlos Vinent Mercadal.