Textos por orden alfabético de Gérard de Nerval no disponibles

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Aurelia o el Sueño y la Vida

Gérard de Nerval


Cuento


Primera parte

I

El sueño es una segunda vida. No he podido penetrar sin estremecerme en esas puertas de marfil o de cuerno que nos separan del mundo invisible. Los primeros instantes de sueño son la imagen de la muerte; un entorpecimiento nebuloso se apodera de nuestro pensamiento y no podemos determinar el instante preciso en que el yo, bajo otra forma, continúa la obra de la existencia. Es un subterráneo vago que se ilumina poco a poco, donde se desprenden de la sombra y la noche las pálidas figuras gravemente inmóviles que habitan la mansión de los limbos. Luego, el cuadro se forma, una claridad nueva ilumina y pone en juego esas apariciones extravagantes; el mundo de los espíritus se abre para nosotros.

Swedenborg llamaba a estas visiones Memorabilia, las debía al ensueño con más frecuencia que al sueño; El asno de oro, de Apuleyo, La Divina Comedia, de Dante, son los modelos poéticos de esos estudios del alma humana. Voy a tratar de transcribir, a su ejemplo, las impresiones de una larga enfermedad que sucedió totalmente en los misterios de mi espíritu; y no sé por qué me sirvo del término enfermedad, pues jamás, por lo que toca a mí mismo, me he sentido de mejor salud. A veces, creía mi fuerza y mi actividad redobladas; me parecía saberlo todo y comprenderlo todo; la imaginación me aportaba delicias infinitas. ¿Al recobrar lo que los hombres llaman la razón, habrá que lamentar haberlas perdido?…


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65 págs. / 1 hora, 55 minutos / 498 visitas.

Publicado el 18 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Corilla

Gérard de Nerval


Teatro


Personajes

FABIO
MARCELLI
MAZETTO, mozo de teatro
CORILLA, prima donna

El bulevar de Santa Lucía, en Nápoles, cerca de la Ópera.

Corilla

Fabio, Mazetto

FABIO. Si me engañas, Mazetto, estás haciendo un triste oficio…

MAZETTO. El oficio no es mejor; pero le sirvo fielmente. Vendrá esta noche, le digo; ha recibido sus cartas y sus ramos.

FABIO. ¿Y la cadena de oro, y el broche de piedras finas?

MAZETTO. No debe usted dudar de que le hayan llegado también, y tal vez las reconocerá usted en su cuello y en su cintura; sólo que la forma de esas joyas es tan moderna, que no ha encontrado todavía ningún papel en el que pudiese llevarlas como parte de su traje.

FABIO. Pero ¿me ha visto tan siquiera? ¿Me ha notado en el lugar donde estoy sentado todas las noches para admirarla y aplaudirla, y puedo pensar que mis regalos no serán la única causa de su decisión?

MAZETTO. ¡Bah, señor!, lo que usted ha dado no es nada para una persona de esos vuelos; y en cuanto se conozcan ustedes mejor, le responderá con algún retrato rodeado de perlas que valdrá el doble. Lo mismo digo de los veinte ducados que me ha entregado usted ya, y de los otros veinte que me ha prometido en cuanto tenga usted la seguridad de su primera cita; no es más que dinero prestado, ya se lo he dicho, y le volverán un día con grandes intereses.

FABIO. Hombre, no espero nada de eso.

MAZETTO. No, señor, tiene usted que saber con qué gente trata, y que, lejos de arruinarse, está usted aquí en el verdadero camino de hacer fortuna; sírvase pues hacerme efectiva la suma convenida, porque me veo obligado a ir al teatro para cumplir mis funciones de cada noche.

FABIO. ¿Pero por qué no ha dado respuesta, y no ha señalado una cita?


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18 págs. / 32 minutos / 69 visitas.

Publicado el 2 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Cuentos y Chanzas

Gérard de Nerval


Cuento


La mano encantada

I. La plaza Dauphine

Nada es tan bello como esas casas del siglo diecisiete de las que la plaza Royale ofrece una reunión tan majestuosa. Cuando sus fachadas de ladrillo, entremezcladas y enmarcadas de cordones y de esquinas de piedra, y cuando sus ventanas altas están inflamadas por los rayos espléndidos del poniente, sentimos en nosotros, viéndolas, la misma veneración que ante una corte de los parlamentos reunida con sus togas rojas forradas de armiño; y, si no fuera una pueril comparación, podría decirse que la larga mesa verde donde esos temibles magistrados están colocados en cuadro figura un poco esa banda de tilos que bordea las cuatro caras de la plaza Royale y completa su grave armonía.

Hay otra plaza en la ciudad de París que no provoca menos satisfacción por su regularidad y su ordenamiento, y que es, en triángulo, poco más o menos la que la otra es en cuadrado. Fue construida bajo el reinado de Enrique el Grande, que la llamó place Dauphine y admiraron entonces el poco tiempo que necesitaron sus construcciones para cubrir todo el baldío de la isla de la Gourdaine. La invasión de esos terrenos fue un cruel disgusto para los clérigos que venían a retozar allí ruidosamente, y para los abogados que venían a meditar sus alegatos: paseo tan verde y florido, al salir del infecto patio del Palacio.


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99 págs. / 2 horas, 54 minutos / 81 visitas.

Publicado el 2 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Dos Cuentos Orientales

Gérard de Nerval


Cuento


Historia del califa Hakem

(En El Cairo, las vicisitudes de una intriga galante llevan a Nerval a visitar al padre de la muchacha en la que está interesado, un jeque druso que el pacha ha mandado detener, o más bien poner en lo que hoy llamaríamos «arresto domiciliario». La curiosidad por la religión drusa le lleva a repetir las visitas).

Preámbulo

Creo por cierto que esta vez me tomó por un misionero, pero no dio de ello ningún signo exterior, y me exhortó vivamente a regresar a verlo, puesto que eso me daba tanto gusto.

No puedo darte aquí más que un resumen de las conversaciones que tuve con el jeque druso, y en las que tuvo a bien rectificar las ideas que yo me había formado de su religión según algunos fragmentos de libros árabes, traducidos al azar y comentados por los sabios de Europa. Antiguamente esas cosas eran secretas para los extranjeros, y los drusos escondían sus libros con cuidado en los lugares más retirados de sus casas y de sus templos.


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165 págs. / 4 horas, 49 minutos / 133 visitas.

Publicado el 2 de julio de 2018 por Edu Robsy.

El Monstruo Verde

Gérard de Nerval


Cuento


I. El Castillo del Diablo

Hablaré de uno de los más antiguos habitantes de París; antaño lo llamaban el diablo Vauvert.

De ahí nació el proverbio: «Eso queda en lo del diablo Vauvert. ¡Váyase al diablo Vauvert!». Es decir: «Vaya a… tomar el fresco en los Campos Elíseos».

Los porteros suelen decir: «Eso queda en lo del diablo de los gusanos», cuando quieren designar un sitio muy alejado. Y la expresión significa que habrá que pagarles en buen dinero la comisión que se les encarga. Pero se trata además de una locución viciosa y corrupta, como muchas otras con las que están familiarizados los parisienses.

El diablo Vauvert es esencialmente un habitante de París, donde vive desde hace muchos siglos, si hemos de creer a los historiadores. Sauval, Félibien, Sainte-Foix y Dulaure han referido extensamente sus hazañas.

Parece que en los primeros tiempos habitó el castillo de Vauvert, que estaba situado en el lugar ocupado actualmente por el alegre salón de baile de la Chartreuse, al extremo del Luxemburgo y frente a las avenidas del Observatorio, en la Rue d’Enfer.

Ese castillo, de triste celebridad, fue demolido en parte, y las ruinas se convirtieron en una dependencia de un convento de cartujos, donde murió en 1313 Jean de la Lune, sobrino del antipapa Benedicto XIII.

Jean de la Lune había sido sospechado de tener relaciones con cierto demonio, que quizá fuese el espíritu familiar del antiguo castillo de Vauvert, pues, como se sabe, cada uno de esos edificios feudales tenía el suyo.

El diablo Vauvert dio que hablar nuevamente en la época de Luis XIII.

Durante muchísimo tiempo se había oído, todas las noches, un gran ruido en una casa construida con escombros del antiguo convento y cuyos propietarios estaban ausentes desde hacía varios años. Y esto aterrorizaba bastante a los vecinos.


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Publicado el 27 de junio de 2018 por Edu Robsy.

Isis

Gérard de Nerval


Cuento


I

Antes del establecimiento del ferrocarril de Nápoles a Resina, una excursión a Pompeya era todo un viaje. Se necesitaba una jornada para visitar sucesivamente Herculano, el Vesubio y Pompeya, situada dos millas más allá; incluso, a menudo, se quedaba uno en el lugar hasta el día siguiente, a fin de recorrer Pompeya durante la noche, a la claridad de la luna, y darse así una ilusión completa. Cada uno podía suponer en efecto que, remontando el curso de los siglos, se veía de pronto autorizado a recorrer las calles y las plazas de la ciudad dormida; la luna apacible convenía mejor quizá que el destello del sol a aquellas ruinas, que no excitan al principio la admiración ni la sorpresa, y en las que la Antigüedad se muestra por decirlo así en ropa de casa modesta.


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14 págs. / 24 minutos / 77 visitas.

Publicado el 2 de julio de 2018 por Edu Robsy.

La Mano Encantada

Gérard de Nerval


Cuento


I. La plaza de la delfina

Nada hay tan hermoso como esos caserones del siglo XVII que la plaza Real nos ofrece en majestuoso conjunto. Cuando sus fachadas de ladrillos bien trabados y enmarcados por molduras y cantos de piedra, y sus ventanas altas se encienden con los resplandores espléndidos del sol del atardecer, siente uno al contemplarlas la misma veneración que ante un tribunal de magistrados vestidos con togas rojas forradas de armiño; y si no fuese una pueril comparación, podría decirse que la larga mesa verde alrededor de la cual esos temibles magistrados se sientan formando un cuadrado se parece un poco a esa diadema de tilos que bordea las cuatro caras de la plaza Real, completando su austera armonía.

Hay otra plaza en París que no es menos agradable por su regular y normal estilo; así como la plaza Real tiene la forma de un cuadrado, ésta, aproximadamente, ofrece la de un triángulo. Fue construida en el reinado de Enrique el Grande, que la llamó plaza de la Delfina; admiró a las gentes de entonces el tiempo escaso que precisaron sus edificios para cubrir todo el terreno inculto de la isla de la Gourdaine. Fue un dolor cruel la invasión de este terreno para los curiales, que iban allí a divertirse ruidosamente, y para los abogados, que meditaban en él sus alegatos: ¡un paseo tan verde y florido al salir de la infecta audiencia del palacio!


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Publicado el 23 de febrero de 2018 por Edu Robsy.

Las Hijas del Fuego

Gérard de Nerval


Novela epistolar


A Alexandre Dumas

Le dedico este libro, mi querido maestro, como dediqué Lorely a Jules Janin. Le debía un agradecimiento tanto como a usted. Hace algunos años, me creyeron muerto y él escribió mi biografía. Hace algunos días, me creyeron loco y usted consagró algunas de sus líneas más encantadoras al epitafio de mi inteligencia. Es mucha la gloria que se me depara como adelanto de herencia. ¿Cómo me atrevería, en vida mía, a llevar en la frente esas brillantes coronas? Debo ostentar un aire modesto y rogar al público que descuente mucho de tantos elogios otorgados a mis cenizas, o al vago contenido de esa botella que fui a buscar a la luna imitando a Astolfo, y que hice entrar, espero, en la sede habitual del pensamiento.

Pero, ahora que ya no estoy encima del hipogrifo y que a los ojos de los mortales he recobrado eso que llaman vulgarmente la razón, — razonemos.

He aquí un fragmento de lo que escribía usted sobre mí el 10 de diciembre pasado:


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159 págs. / 4 horas, 39 minutos / 639 visitas.

Publicado el 2 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Los Iluminados

Gérard de Nerval


Cuento


La biblioteca de mi tío

No a todo el mundo le es dado escribir el Elogio de la locura—, pero sin ser Erasmo —o Saint-Évremond—, puede uno encontrarle el gusto a sacar del batiburrillo de los siglos alguna figura singular que se esforzará uno en vestir ingeniosamente — a restaurar viejos lienzos, cuya composición extraña y cuya pintura rayada hacen sonreír al aficionado vulgar.

En estos tiempos en que los retratos literarios tienen algún éxito, he querido retratar a algunos excéntricos de la filosofía. Lejos de mí la idea de atacar a aquellos de sus sucesores que sufren hoy por haber intentado demasiado locamente o demasiado pronto la realización de sus sueños. — Estos análisis, estas biografías fueron escritos en diferentes épocas, aunque debían pertenecer a la misma serie.

Yo me crié en la provincia, en casa de un viejo tío que poseía una biblioteca formada en parte en la época de la antigua revolución. Había relegado desde entonces en su desván una multitud de obras — publicadas en su mayoría sin nombre de autor bajo la Monarquía, o que, en la época revolucionaria, no fueron depositadas en las bibliotecas públicas. Cierta tendencia al misticismo, en un momento en que la religión oficial ya no existía, había guiado sin duda a mi pariente en la elección de esa clase de escritos: parecía haber cambiado de ideas más tarde, y se contentaba, para su conciencia, con un deísmo mitigado.

Habiendo hurgado en su casa hasta descubrir la masa enorme de libros amontonados y olvidados en el desván —en su mayoría atacados por las ratas, podridos o mojados con las aguas pluviales que pasaban por las rendijas de las tejas—, absorbí siendo muy joven mucho de ese alimento indigesto o malsano para el alma; e incluso más tarde mi juicio ha tenido que defenderse contra esas impresiones primitivas.


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Publicado el 2 de julio de 2018 por Edu Robsy.

Octavie

Gérard de Nerval


Cuento


Fue en la primavera del año 1835 cuando me entró un vivo deseo de ver Italia. Todos los días al despertarme aspiraba por anticipado el áspero olor de los castaños alpinos; por la noche, la cascada de Terni, la fuente espumosa del Teverone brotaban para mí sólo entre los montantes rasguñados de las bambalinas de un pequeño teatro… Una voz deliciosa, como la de las sirenas, sonaba en mis oídos, como si los juncos de Trasimena hubiesen tomado de pronto una voz… Hubo que partir, dejando en París un amor contrariado, del cual quería escapar mediante la distracción.

Fue en Marsella donde me detuve primero. Todas las mañanas, iba a tomar los baños de mar al Château-Vert, y veía de lejos nadando las islas risueñas del golfo. También todos los días, me encontraba en la bahía azul con una muchacha inglesa, cuyo cuerpo ligero hendía el agua verde cerca de mí. Esa hija de las aguas, que se llamaba Octavie, vino un día hacia mí toda gloriosa de una pesca extraña que había hecho. Llevaba en sus blancas manos un pescado que me dio.


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Publicado el 2 de julio de 2018 por Edu Robsy.

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